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'Dido y Eneas': William Christie convierte la ópera en un milagro musical
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'Dido y Eneas': William Christie convierte la ópera en un milagro musical

El maestro neoyorquino recurre a una versión reducida de su orquesta y al magisterio vocal de Lea Disandre para sobreponerse al montaje fallido de Blanca Li

Foto: 'Dido y Eneas', de Blanca Li y William Christie, en los Teatros del Canal, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
'Dido y Eneas', de Blanca Li y William Christie, en los Teatros del Canal, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)

Impresiona que una ópera de la reputación y de la importancia de Dido y Eneas puede interpretarse con ocho profesores. Pertenecen a la ilustre escudería de Les Arts Florissants. Y los dirigió el maestro William Christie encima del escenario. Porque así lo requería la dramaturgia de agua y penumbra de Blanca Li. Y porque rescatarlos del foso favorecía la acústica, por mucho que la sala madrileña predisponga la opacidad del sonido y se perciba la sensación frustrante de un telón invisible.

Lo atravesaron William Christie y sus ocho magníficos. Y desembocaron en la ópera de Purcell después de haber preparado a la audiencia con el preámbulo de La música celestial que inspiró a los dioses. La escribió el compositor británico el mismo año de Dido y Eneas (1689), alude al mito de Orfeo y resultó propicia a la ceremonia de iniciación que había preparado Blanca Li. Se explica así mejor el recurso del agua en la orilla simbólica de Cartago. La atemporalidad premeditada del espacio escénico. Y la coreografía narrativa con que la directora de escena convirtió a los bailarines en la proyección mímica y mimética de los cantantes. Dido (Lea Desandre), Eneas (Renato Dolcini) y Belinda (Ana Vieira Leite) comparecían como estilitas o figuras de ajedrez. Inmóviles en sus columnas, los personajes de Virgilio se resignan a la arbitrariedad de su destino. Y trasladan un drama amoroso fundacional que se malogra por la intervención de las furias y porque Júpiter ha reservado al héroe troyano la fundación de Italia.

El mejor acierto de Blanca Li consiste en la plasticidad del espacio escénico y en la belleza de las alegorías que jalonan el viaje del erotismo a la muerte. El agua convoca el líquido amniótico del elemento. La costa donde recala Eneas. Y de la que se marcha cuando Dido ha comprendido que los dioses han hechizado el idilio y neutralizado a Cupido. Sobreviene entonces el pasaje más hermoso del montaje. Y el más contemplativo. Lea Disandre interpreta entonces el aria de la inmolación: "Cuánto más no quisiera, pero me invade la muerte; la muerte es ahora una visita bien recibida", escribe el libretista Nathum Tate en alusión al desenlace de la Eneida virgilesca.

placeholder 'Dido y Eneas', de Blanca Li y William Christie, en los Teatros del Canal, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
'Dido y Eneas', de Blanca Li y William Christie, en los Teatros del Canal, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)

El pathos de Disandre es un ejercicio de escrúpulo vocal, de disciplina escénica —interpreta toda la ópera elevada en la columna— y de rigor historicista, precisamente porque las obligaciones filológicas que exige el magisterio de William Christie conciernen al rigor interpretativo de las voces. No les consiente el vibrato ni la insubordinación a la partitura.

Una versión de una apabullante riqueza dinámica y cromática, de criterio y sensibilidad

Semejantes limitaciones podrían sobrentender que asistíamos a una versión académica y museística de Dido y Eneas, pero la experiencia de la travesía exponía todas las sensaciones y vaivenes de un estreno emocionante. Mérito de la cualificación de los ocho magníficos. Y de la plasticidad con que William Christie humanizaba los instrumentos como un maestro de la alquimia. Los hacía gemir y maullar. Tanto los convertía en furias siniestras —el desgarro de la cacofonía— como en voces sublimes. Y redundaba en una versión de una apabullante riqueza dinámica y cromática. Cuestión de criterio y de sensibilidad. Y de una fertilidad artística que confirma la reputación de Les Arts Florissants 44 años después de haberse fundado la orquesta a iniciativa del visionario director neoyorquino.

Vienen a cuento las comillas porque ocho músicos no alcanzan a componer una orquesta. Tendría más sentido aludir a un grupo de cámara. Y al valor nuclear, minimalista, con que Christie fue capaz de construir una versión tan enjundiosa y teatral. La acústica de los Teatros del Canal no le ayudaba, ya lo hemos dicho. Ni lo hacía la coreografía física y agitada del montaje de Blanca Li que ha coproducido el Teatro Real. La ópera aspira al arte total, pero el equilibrio de los géneros exige que ninguno de ellos distraiga la atención de la música. Fue el punto débil del montaje. El chapoteo del agua con que se deslizaban los bailarines. La rudeza de algunos de ellos, sobre todo los varones. Y el agotamiento visual que tantas veces sugería la decisión de cerrar los ojos para dejar entrar el misterio de Purcell.

Impresiona que una ópera de la reputación y de la importancia de Dido y Eneas puede interpretarse con ocho profesores. Pertenecen a la ilustre escudería de Les Arts Florissants. Y los dirigió el maestro William Christie encima del escenario. Porque así lo requería la dramaturgia de agua y penumbra de Blanca Li. Y porque rescatarlos del foso favorecía la acústica, por mucho que la sala madrileña predisponga la opacidad del sonido y se perciba la sensación frustrante de un telón invisible.

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