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Contra los psicólogos: no los estamos comparando con las prostitutas (o sí)
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Contra los psicólogos: no los estamos comparando con las prostitutas (o sí)

No me veo contándole mi vida a un señor al que pago por contarle mi vida, por mucho que mi vida sea cada vez más digna de la atención de alguien que cobra por sacarte del infierno

Foto: Foto: iStock.
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Junto con las prostitutas, veo fácil irme de este mundo sin visitar nunca a un psicólogo. No estoy comparando a los psicólogos y demás profesionales del reparo mental con prostitutas, eso lo voy a hacer en el siguiente párrafo. En este primer corte del texto, solo quería comentarles que no me veo contándole mi vida a un señor al que pago por contarle mi vida, por mucho que mi vida sea cada vez más digna de la atención de alguien que cobra por sacarte del infierno. Simplemente creo, con Bukowski, que lo más importante es saber atravesar el fuego.

Los psicólogos (incluyan terapeutas, psicoterapeutas, terapia EMDR, etcétera) no solo pueden compararse con prostitutas (lo voy a dejar para más abajo, perdonen), sino con muchas otras cosas que en los años noventa estaban claras. Ya saben que los años noventa son la piedra de toque de toda mi filosofía.

Foto: Detalle de portada de 'La puerta de las estrellas'. (Galaxia Gutenberg)

En los años noventa, la cocaína era mala y fumar molaba; ir al gimnasio era de cursis; consumir como sentido de la vida estaba mal visto; el fútbol también estaba mal visto si leías más de dos libros a la semana; las buenas intenciones no hacían mejor una película, y los psicólogos eran los peores padres de todos. Yo creo que en los años noventa teníamos prejuicios bastante sensatos.

De anomalía a norma

Hoy todo ha cambiado de forma radical, y la anomalía es justamente la norma. Antes la gente no quería ir al psicólogo, tenía que ir al psicólogo. Ese forzamiento de la voluntad delataba la gravedad del caso, la desgracia del caso. La gente normal no deseaba tener problemas mentales o recibir ayuda, sino que deseaba ser feliz casualmente. Los psicólogos eran como proctólogos o abogados matrimoniales, alguien al que recurrir en la más penosa de las situaciones, no como complemento vital imprescindible.

Según yo lo veo, desde hace años ir al psicólogo puede considerarse chic, burgués, exhibible y coqueto. Una vida perfecta incluye criadas, psicólogos, gimnasio, amante y camello. Al psicólogo vas porque te lo puedes permitir. Si te lo puedes permitir, no dejas sin pagar a un desconocido porque escuche tus obsesiones.

Lo que me rebela es que cualquier problema de un amigo o de un familiar pueda solucionarse con la recomendación de ir al psicólogo

Antes de que se me vuelvan locos, comprendan que comprendo el servicio que ofrecen estos profesionales, y las situaciones vitales absolutamente angustiosas a las que les resulta imprescindible y salutífero la, así llamada, ayuda. Todas las experiencias con psicólogos que me han contado y que concluyeron me parecen preciosas y loables. Tuve un problema y fui al psicólogo. Es dejar de ir al psicólogo lo que me da buena espina. Lo que me inquieta es ir siempre. Lo que me rebela es que cualquier problema de un amigo o de un familiar pueda solucionarse con la recomendación de ir al psicólogo. Yo creo que aquí hemos perdido responsabilidad y resistencia.

El otro día, el Discover de Google me lanzó este titular: “La juventud actual tiene más capacidad de pedir ayuda y menos vergüenza de acudir al psicólogo”. Obviamente, esto lo afirmaba un psicólogo. Todo en el titular es absurdo. Da a entender que la juventud toma decisiones históricas, cuando solo las recibe o encarna. Viven en un tiempo en que ir al psicólogo no da vergüenza, no es que hayan decidido cambiar la sociedad ellos solos (con 16 años) y debamos asombrarnos. Vale lo mismo para su supuesta “mayor conciencia climática”.

Foto: ¿Un debate sobre salud mental o sobre cómo los depredadores sexuales campan a sus anchas? (Reuters/Brendan McDermid) Opinión

Lo que seguramente no sabe esa juventud es que puede no ir al psicólogo. Todo proceso de normalización es un proceso de sublimación. Lo que se reivindica normal acaba siempre siendo, de hecho, mejor en nuestro siglo. Esnifar cocaína ya es mejor que fumar —Nueva Zelanda acaba de prohibir (sic) fumar a los nacidos desde 2009—; no hay peor orientación sexual que la hetero; las mujeres solas y sin hijos son en realidad las personas más felices del mundo; no solo es normal ser de izquierdas y llevar a tus hijos a colegios privados, sino que solo si llevas a tus hijos a colegios privados y hospitales privados y hoteles de cinco estrellas eres de verdad de izquierdas. Ligar por internet era de frikis en 2004; no hacerlo hoy por Tinder es de cavernícolas.

Así, ir al psicólogo es tan normal que lo sospechoso y recriminable es que alguien no vaya.

Cuestión de fe

La fe en los psicólogos es incomparable. Nadie te dice que vayas a ver si mejoras, el hecho mismo de ir se entiende como la mejora. Si pasan las sesiones y nada cambia, las visitas no son cuestionadas. Si uno no recurre a ellos, sí. Es (aquí llega) como quien piensa que ir con prostitutas garantiza sexo de calidad, en cualquier caso. Es, también, como beber agua o caminar cada día: mal no te va a hacer. El psicólogo o psicóloga puede ser un patán o premio Nobel, para el caso es lo mismo. Nunca he escuchado recomendar un buen psicólogo, pues se entiende que no hay malos psicólogos ni mediocres terapeutas. La eficacia de su ciencia es máxima. Cuando cualquier mujer de más de 60 años acude al psicólogo de la Seguridad Social aquejada de depresión profunda, la atención y consecuencias son de lo más sofisticadas y personalizadas: Valium siempre para todas.

Antes no llamábamos "pedir ayuda" a pagar por que te ayuden

Recomendar a un amigo ir al psicólogo, o llevar a un hijo a terapia, es la manera de decir al mundo que se está haciendo algo, que se es buen amigo y buen padre. Le llevamos al psicólogo, ¿qué más queréis que hagamos? Ahí es donde les digo que la responsabilidad flaquea, a tantos euros la hora. Antes no llamábamos “pedir ayuda” a pagar por que te ayuden.

Es curioso que la salud mental sea hoy uno de nuestros mayores problemas, mientras se publicita y propaga la magia de la ciencia terapéutica, con su comodín particular: la medicación.

Junto con las prostitutas, veo fácil irme de este mundo sin visitar nunca a un psicólogo. No estoy comparando a los psicólogos y demás profesionales del reparo mental con prostitutas, eso lo voy a hacer en el siguiente párrafo. En este primer corte del texto, solo quería comentarles que no me veo contándole mi vida a un señor al que pago por contarle mi vida, por mucho que mi vida sea cada vez más digna de la atención de alguien que cobra por sacarte del infierno. Simplemente creo, con Bukowski, que lo más importante es saber atravesar el fuego.

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