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La novela perfecta (pero perfecta) para leer en Navidad
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La novela perfecta (pero perfecta) para leer en Navidad

Ingvild H. Rishoi presenta 'La puerta de las estrellas', una joya de la narrativa breve donde resuenan Dickens, Faulkner y Ken Loach

Foto: Detalle de portada de 'La puerta de las estrellas'. (Galaxia Gutenberg)
Detalle de portada de 'La puerta de las estrellas'. (Galaxia Gutenberg)

Fue un tuit (no he conseguido localizarlo) el que hace un mes me puso sobre la pista de La puerta de las estrellas (Galaxia Gutenberg), de Ingvild H. Rishoi. Es curioso que un simple tuit pueda vender libros, abrirles un camino ascendente y echar a rodar la bola del boca a boca. Esto antes era privativo de los suplementos culturales, y de los que leían en el metro. Luciendo lectura entre una estación y otra, te daban pistas para tu siguiente libro. Pero ya nadie lee en el metro, y la crítica literaria del periódico ha muerto desde el mismo momento en que a la gente se le ha permitido decir me gusta muy alto. No hacía falta mucho más.

La puerta de las estrellas es una novelita. Tiene muchos espacios en blanco, muchas escenas breves normalmente dialogadas. La concentración formal de la obra solo sugiere talento. Para escribir 600 páginas, hace falta más bien sudor, virtudes atléticas. Para hacer algo corto, con mucha relojería narrativa, tiene uno que ser muy mirado con las palabras, no ir poniéndolas de 100.000 en 100.000 como Karl Ove Knausgaard, sino de una en una.

Foto: La ministra de igualdad, Irene Montero. (EFE/Mariscal) Opinión

He estudiado un poco a la noruega que la firma. Ingvild H. Rishoi debuta aquí (si no me falla mi dominio del noruego) en la novela para adultos. Antes hizo literatura infantil, mayormente relatos. Todo esto se nota muchísimo y para bien en La puerta de las estrellas.

Primero, porque la protagonizan dos niñas, y numerosos tramos de la novela podrían leerse en los recreos de primaria, mientras fuma la profe. Dos niñas y un padre al que contratan para vender árboles de Navidad y que, como no vale ni para eso, son las hijas las que sacan adelante el negocio.

Todo es muy dickensiano en el relato, desde los niños a la nieve, pasando por simpáticos secundarios de buen corazón

Lo adulto llega cuando vemos al padre borracho en cada página, dando tumbos. Es magistral cómo se nos cuenta esto, apenas con un detalle. En una página, el padre huele mal; 10 páginas más allá, mueve la cabeza sin ton ni son tirado en el sofá. Eso basta para, quizá no odiarlo, pero sí pensar que hay padres que no se merecen a sus hijos.

Todo es muy dickensiano en el relato, desde los niños a la nieve, pasando por simpáticos secundarios de buen corazón y un malo malísimo, que no es otro que el dueño del puesto de arbolitos de Navidad. Como en Rodando piedras (1993), la película de Ken Loach, hay un objetivo narrativo menor totalmente emocionante: las niñas, que venden árboles de Navidad, sueñan de hecho con tener su propio árbol de Navidad (en la película, un hombre se obsesiona con que su hija tenga un traje nuevo de primera comunión). Así contado, parece de mucho azúcar y de dejarlo estar, pero La puerta de las estrellas, por todo esto que les cuento, es sin duda la mejor novela que puede leerse en estas fechas, no solo porque se trafique en ella con una gama muy amplia de abetos noruegos, sino porque se toca la fibra misma de ese sentimiento, acaso no perdido del todo, que nos invade desde el 25 de diciembre.

Faulkner

Técnicamente, hay mucho Faulkner aquí. Esto quiere decir que la sintaxis se adapta a la psique del personaje, en este caso, de una niña pequeña. Cuando la narradora no entiende o se frustra o se acelera, la frase se vuelve muy larga, vía parataxis: “Y la tiré al suelo, volví a cogerla, la apreté contra mí, olí ese olor y estuve a punto de vomitar, no podía ser, nada podía ser, las lágrimas corrían por mi cuello y se me escapaban ruidos raros, y colgué la cazadora del perchero y regresé a su lado y me senté en el suelo”.

Cuando la frase general es corta, se busca elevar la página con una pequeña puntada poética: "La plancha olía dulce". Por si fuera poco, también Rishoi frecuenta los dilemas faulknerianos absurdos: "—Si pudierais elegir entre pasar todo el tiempo durmiendo o todo el tiempo despiertas, ¿qué elegiríais? —Dormir.". ("Entre la pena y la nada, escojo la pena").

"La gente se cree que los árboles de Navidad son muy simpáticos —dijo—. Pero el sector navideño está repleto de una mierda de gente"

Como en Luz de agosto o Mientras agonizo, los personajes aquí son todos pueblo llano, pueblo rasante incluso, donde no asoma ni un libro, ni una película, ni una abstracción. Todo es comer, trabajar, sufrir, llorar, dormir y morir. Lo concreto.

"La gente se cree que los árboles de Navidad son muy simpáticos —dijo—. Pero el sector navideño está repleto de una mierda de gente. Y tengo unas manoplas de mierda, las agujas del abeto las atraviesan como si nada".

Fue un tuit (no he conseguido localizarlo) el que hace un mes me puso sobre la pista de La puerta de las estrellas (Galaxia Gutenberg), de Ingvild H. Rishoi. Es curioso que un simple tuit pueda vender libros, abrirles un camino ascendente y echar a rodar la bola del boca a boca. Esto antes era privativo de los suplementos culturales, y de los que leían en el metro. Luciendo lectura entre una estación y otra, te daban pistas para tu siguiente libro. Pero ya nadie lee en el metro, y la crítica literaria del periódico ha muerto desde el mismo momento en que a la gente se le ha permitido decir me gusta muy alto. No hacía falta mucho más.

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