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'Las mariposas negras': "no es no" y mi novio te mata
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'Las mariposas negras': "no es no" y mi novio te mata

Las mariposas negras empieza muy colorida y chispeante, con títulos de crédito que remiten a Hitchcock y a que va a morir mucha gente

Foto: 'Las mariposas negras'. (Netflix)
'Las mariposas negras'. (Netflix)

Lo mejor de Las mariposas negras (Netflix) es lo bien que disimula que te está contando lo mismo que todas las series de los últimos cinco años: que los hombres son muy malos. Decir que los hombres son malos es una generalización triunfal, fruto sin duda de cavilaciones rigurosas y muy ponderadas, y encima a los hombres nos da lo mismo. Tenemos muchas maldades que hacer y no podemos perder el tiempo con habladurías. También puede ser que ya nadie se dé por aludido, salvo algún preso, y que lo que estemos haciendo los hombres sea vida normal, mientras escampa.

Las mariposas negras empieza muy colorida y chispeante, con títulos de crédito que remiten a Hitchcock y a que va a morir mucha gente. Hay un disco dando vueltas que queda muy freudiano, porque luego se verá que los traumas de uno de los protagonistas se los ha dictado todos Freud al siglo XX, y hasta aquí llegan.

La trama tiene gracia y es conocida por los que hacemos libros. A veces alguien con dinero cree que su vida merece un libro, y te llama y te pide que lo escribas, pues te avala el fracaso de todas tus novelas. En la serie, el narcisista es un señor ya anciano y enfermo, de muerte agendada, y el escritor es un chico muy guapo que boxeó en Tailandia y luego escribió un libro sobre cómo le gustaba partirle la cara a la gente. Empezó, de niño, rompiendo platos.

La vida del anciano, interpretado por el carismático Niels Arestrup (De latir mi corazón se ha parado; Un profeta), es un poco más interesante que la de los hombres corrientes, dado que él, en efecto, sí ha aprovechado como Dios manda su masculinidad tóxica: matando a tutiplén.

Sin embargo, la mataduría sucesiva que la serie presenta hasta su justa mitad es extraña, casi de ser inteligente como guionista. El hombre no mata a lo tonto, no mata mujeres y no asesina sin control. Asesina siguiendo un mecanismo erotizante como de Charles Bronson paseándose por la saga completa de Emmanuelle.

O sea: su novia es guapísima, zanahoria, cándida. Fue violada de adolescente y, como dicen en la película Elemental, doctor Freud (Herbert Ross, 1976) “una mujer tan hermosa como yo a los 17 años ya ha visto todas las cosas horribles”. Así, numerosos hombres quieren acostarse con ella, y se precipitan y exceden durante años. De pronto, ya con novio tóxico, la pareja diseña prácticamente estos acosos, en términos que podríamos deletrear así: si ese tío te entra y trata de besarte y le dices que no, pero él continúa, voy yo y le corto el cuello. Es una idea muy digna.

Muy Sade

Hemos visto varias películas, incluso en épocas menos propensas a estas tramas, donde una mujer se venga de todos los hombres (Fóllame, Virginie Despentes, 2000) y los ejecuta uno detrás de otro. En Las mariposas negras estos asesinatos son más confusos y sustanciales, pues la pareja, después de cometerlos, se entrega al sexo alegremente sobre el mismo reguero de sangre del tipo que acaba de recibir las puñaladas. Todo muy francés, sin duda; muy Sade: necesitamos que alguien quiera violarte para ponernos cachondos después de coserle a navajazos.

La serie parece tocar techo con lo de matamos-para-excitarnos y empieza a caer blandamente en el cliché de nuestra época

A mí de joven estas ideas perversas (habituales en David Cronenberg, Shinya Tsukamoto o Harmony Korine) me parecían la esencia del cine, porque luego la vida verdadera era un coñazo, más de mano, parque, paseo, como dice una canción de Los Niños Mutantes, y con poca gente muerta. Ahora que estoy mayor todavía me hacen gracia.

Sin embargo, la serie parece tocar techo con lo de matamos-para-excitarnos y empieza a caer blandamente en el cliché de nuestra época. De pronto, aflora la violencia heteropatriarcal por todos lados, sin mayor motivo, y hasta la madre del escritor se dedica a ir a pisos de mujeres maltratadas y sacarlas de allí para darles protección lejos de sus maridos. Todas las escenas empiezan a tocar la misma tecla, y la melodía formal se resiente, se vuelve previsible.

Foto: Marie Darrieusseq en 2016 (Creative Commons)

El escritor es bastante inverosímil, no solo porque sea muy guapo (el actor Nicolas Duvauchelle), también porque ha aprendido a escribir en seis meses en la cárcel (entró por culpa de sus arranques de violencia, claro). La mayoría de los estudiantes de los talleres literarios no aprenden a escribir ni en seis años, lo que lleva a pensar si no sería lo adecuado meter en prisión a todos los que quieren ser escritores, y tirar la llave.

Después de boxear en Tailandia, y poner copas en bares, sin leer nunca ni escribir una frase, mágicamente consigue acabar un libro que le publican enseguida y con gran éxito de ventas. Es mucho más verosímil que acuchilles en el cuello a todos los que le miran el culo a tu novia, la verdad.

La serie reserva innumerables sorpresas para el final, donde la psicodelia, Freud, Hitchcock y el heteropatriarcado dan de sí todo lo que puede la imaginación de un francés, que es mucho.

Pero mucho.

Lo mejor de Las mariposas negras (Netflix) es lo bien que disimula que te está contando lo mismo que todas las series de los últimos cinco años: que los hombres son muy malos. Decir que los hombres son malos es una generalización triunfal, fruto sin duda de cavilaciones rigurosas y muy ponderadas, y encima a los hombres nos da lo mismo. Tenemos muchas maldades que hacer y no podemos perder el tiempo con habladurías. También puede ser que ya nadie se dé por aludido, salvo algún preso, y que lo que estemos haciendo los hombres sea vida normal, mientras escampa.

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