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Bienvenidos al nuevo Barroco: Gloria, Fama y Poder a través del filtro (falso) de Instagram
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El erizo y el zorro

Bienvenidos al nuevo Barroco: Gloria, Fama y Poder a través del filtro (falso) de Instagram

Norbert Bilbeny acaba de publicar un libro, 'Moral barroca. Pasado y presente de una gran soledad', que asemeja las vicisitudes del XVII a las nuestras

Foto: Concierto de Rosalía en San Juan (Puerto Rico). (EFE/Thais Llorca)
Concierto de Rosalía en San Juan (Puerto Rico). (EFE/Thais Llorca)

En el programa de 'sketches' humorísticos 'Muchachada Nui' había una sección titulada 'El cuadro barroco'. En ella, dos personajes de una pintura flamenca—muy parecida a 'Los recaudadores de impuestos', de Quinten Massys, un pintor de la escuela de Amberes de finales del siglo XV y principios del XVI—, a los que el cómico Joaquín Reyes daba voz, discutían sobre cuestiones más o menos intrascendentes de la vida moderna: ¿era mejor el DVD o el Blu-ray? ¿Era bueno ir al psicólogo? ¿Era de buena educación responder una llamada al móvil cuando estábamos con otras personas? Los gags siempre terminaban igual: la discusión subía de tono, los dos personajes se irritaban y se acusaban mutuamente de ser muy barrocos.

No sabemos si Norbert Bilbeny, catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona nacido en 1953, veía 'Muchachada Nui'. Pero acaba de publicar un libro, 'Moral barroca. Pasado y presente de una gran soledad' (Anagrama) que es una versión erudita y sofisticada de esos gags. La tesis: hay en nuestros tiempos hipermodernos algo que recuerda intensamente al Barroco. Y no es precisamente algo bueno.

placeholder 'Moral barroca', de Norbert Bilbeny.
'Moral barroca', de Norbert Bilbeny.

Una de las ideas principales del Barroco del siglo XVII, cuenta Bilbeny, era la confusión “entre la verdad y el engaño”. En España fue una época, dice, de “sabiduría triste”, dominada por “un vívido sentimiento de perplejidad”. Ante la incomprensión del mundo, autores como Calderón de la Barca daban una explicación consoladora: la vida no era más que una 'representación', una especie de gran obra de teatro en la que todo es una confusa ilusión, una ficción en la que nos limitamos a ejercer el papel que nos ha tocado y buscamos alivio. Eso no solo atañe a los hombres comunes: las obras de Lope de Vega, dice Bilbeny, “exaltaban la Corona y presentaban a la Corte misma como un teatro, donde el rey cumplía con su papel de soberano”, como lo hacían príncipes, nobles, señores y comendadores. Lope era, dice Bilbeny, como un empresario de 'realities' televisivos: programas que exaltan la jerarquía existente y que no se sabe qué tienen de verdad y qué de interpretación.

Lope [de Vega] era, dice Bilbeny, como un empresario de 'realities' televisivos: programas que exaltan la jerarquía existente

Al igual que el teatro, la oratoria religiosa era un verdadero arte cuyo objetivo último era hacer “una llamada a la humildad y a la conformidad con la suerte que la Providencia le ha dado a cada uno”. “El predicador, desde el púlpito, se transformaba de santo en actor y de actor en héroe, con su gesticulación y su inflamado discurso, aprendidos como una técnica teatral al servicio del asombro y la conquista de las almas de los asistentes”. No eran solo las palabras. Igual de importante era “el lenguaje no verbal mostrado por el orador: su mímica, amaneramiento gestual, afectación emocional y su controlado tono de voz, oscilando esta de la cadencia a la bronca, del silencio al grito, y viceversa”. Exactamente las mismas herramientas oratorias que hoy utilizaría un político populista.

La arquitectura, la pintura, incluso la música: todo lo barroco estaba basado en el claroscuro, la elevación espiritual por medio de lo extremo, la reverencia a la jerarquía existente, la fascinación por los nuevos aparatos tecnológicos —a medio camino entre el juego y la magia—, la necesidad de encontrar consuelo en las ilusiones. “El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Es lo que le sostiene”, escribió el filósofo Blaise Pascal a mediados del siglo XVII. Y las grandes ilusiones barrocas, dice Bilbeny, eran la Gloria, el Poder y la Fama: a ellas tres se dedicaban las obras de teatro, la arquitectura, los discursos políticos y religiosos.

Las grandes ilusiones barrocas eran la Gloria, el Poder y la Fama: a ellas se dedicaban el teatro, la arquitectura, los discursos políticos y religiosos

Pero, ¿tiene eso algo que ver realmente con nosotros? 'Moral barroca' no es un libro de historia ni un análisis sistemático, sino un ensayo a la francesa, más literario que descriptivo, que en muchas ocasiones funciona más gracias a imágenes elocuentes o metáforas imaginativas que porque sus exposiciones sean totalmente convincentes. A veces, es incluso un poco descuidado, y sus analogías entre la estructura política y económica del siglo XVII y la actual resultan un poco disparatadas. Pero, al mismo tiempo, uno va leyendo y dándole la razón a Bilbeny: sí, parecería que nuestro tiempo recuerda mucho al Barroco.

Vemos en todas partes un cierto nihilismo que da pie a la grandiosidad. La cultura de las 'celebrities' está dominada por el culto a la fama como si esta fuera casi un designio divino. El arte popular, de Rosalía a los ritmos latinos, es intrascendente, pero aspira a sacudirnos mediante la exageración constante. Tenemos conciencia de que, sobre todo en las redes sociales, nos limitamos a interpretar un papel que creemos que se nos da bien, pero que no sabemos hasta qué punto somos 'nosotros'. Nuestra política está basada más en la pompa y la representación que en la eficacia. Los españoles seguimos teniendo la sensación —un tanto falsa— de que el país va mal de una manera que está más allá de toda solución: “Miré los muros de la patria mía/Si un tiempo fuertes ya desmoronados”. Vivimos entre omnipresentes ritos sociales —de los 'eventos' a las bodas— cuyo significado más allá de la ostentación hemos olvidado. Nos hemos aficionado a pensar que la sociedad está dividida entre inquisidores y perseguidos.

placeholder Rosalía, durante su concierto en Nueva York. (EFE)
Rosalía, durante su concierto en Nueva York. (EFE)

Pese a sus irregularidades, 'Moral barroca' es interesante e incluso persuasivo. Hoy como entonces, quizá tengamos la sensación de que las nociones estéticas, morales y políticas más valiosas eran las del pasado, el Renacimiento en un caso y la modernidad en el otro, pero nos ha tocado vivir otra época que no desdice a la anterior pero se deshilacha y vuelve excesiva, pesimista y grandilocuente. “El nuevo estilo de vida, entonces y ahora, es una prolongación del viejo modo de vivir, no una radical negación de este —dice Bilbeny— Entonces y ahora, Barroco de ayer y barroquismo de hoy, no hay una historia anterior que hacer ‘renacer’ ni nada que ‘recuperar’ del pasado. E, igual que ayer, no hay una ilusión de futuro”.

Como los personajes de los 'sketches' de 'Muchachada Nui', tal vez sí podamos insultarnos llamándonos "barrocos".

En el programa de 'sketches' humorísticos 'Muchachada Nui' había una sección titulada 'El cuadro barroco'. En ella, dos personajes de una pintura flamenca—muy parecida a 'Los recaudadores de impuestos', de Quinten Massys, un pintor de la escuela de Amberes de finales del siglo XV y principios del XVI—, a los que el cómico Joaquín Reyes daba voz, discutían sobre cuestiones más o menos intrascendentes de la vida moderna: ¿era mejor el DVD o el Blu-ray? ¿Era bueno ir al psicólogo? ¿Era de buena educación responder una llamada al móvil cuando estábamos con otras personas? Los gags siempre terminaban igual: la discusión subía de tono, los dos personajes se irritaban y se acusaban mutuamente de ser muy barrocos.

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