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¡Viva la dictadura, muera el liberalismo! El terrible encanto de los escritores reaccionarios
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el erizo y el zorro

¡Viva la dictadura, muera el liberalismo! El terrible encanto de los escritores reaccionarios

Hay algo profundamente inquietante en todos ellos: el esoterismo, la visión de un pasado místico al que hay que volver paradójicamente a través de la modernidad radical

Foto: Ezra Pound. (Dominio público)
Ezra Pound. (Dominio público)

En 1927, cuando fundó la revista 'La Gaceta Literaria', Ernesto Giménez Caballero ya era fascista. Admiraba a Mussolini, estaba convencido de que las vanguardias literarias y artísticas eran el mejor instrumento para propiciar una revolución política de carácter violento y poco después escribiría el que se considera el primer manifiesto fascista español, la 'Carta a un compañero de la Joven España'.

Como cuenta Ernesto Hernández Busto en 'Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario', recién reeditado por la editorial Turner, para Giménez Caballero, “el creador debía asumir la condición del profeta” y él lo hizo mezclando irracionalismo con religiosidad española y asumiendo que el nacionalcatolicismo era “la única ideología posible de un régimen que decidiera mantenerse fiel al ‘genio de España’”. Giménez Caballero entendía la relación entre Cataluña y España como un galanteo: España era un doncel que la seducía con caballerosidad y buenas palabras, y cuando creía que la había seducido “¡te marchaste con amantes y rivales nuestros! ¡Te marchaste con franceses y rusos! Y con algo peor que rusos y franceses: con los traidores al yugo matrimonial de España: con los republicanos del 14 de abril”. En ese momento, después de la Guerra Civil, como todo cónyuge engañado al que se le ha pedido el divorcio, tiene derecho a la venganza. Ser “fanático —escribió más tarde— es el destino superior del hombre”. También más tarde dirá que durante la Segunda Guerra Mundial le propuso a Goebbels que Hitler se casara con la hermana de José Antonio Primo de Rivera para restaurar la monarquía hispano-austriaca, pero que la esposa de Goebbels, Magda, le dijo que Hitler había recibido un disparo en un testículo durante la Primera Guerra Mundial, era impotente y por desgracia, pues, no sería posible regenerar esa estirpe.

"Hay algo inquietante en todos ellos: el esoterismo, la visión de un pasado místico al que hay que volver a través de la modernidad radical"

Leído hoy, parece simplemente un escritor demente, una mezcla de prosa altisonante, batiburrillo histórico y reivindicación simultánea de la modernidad radical y la magia primitiva. Pero Giménez Caballero representó algo más que eso, como lo hicieron los demás escritores reaccionarios retratados por Hernández Busto. Está el ruso Vasili Rozánov, que sostuvo la teoría de que la “sodomía reprimida” era la clave de toda la cultura: el homosexual se reprimía y se sentía culpable, dedicaba su energía a la creación cultural, y al tiempo reprimía a los heterosexuales. Eso obligaba a los heterosexuales a rendir culto al sexo por medio de… la reproducción en familia.

Está también Ezra Pound, un brillantísimo poeta estadounidense, que mezclaba alusiones a poetas chinos y trovadores medievales de una forma vanguardista, las ideas antisemitas con la búsqueda de nuevos dioses que sustituyeran al cristianismo. También estaba fascinado por Mussolini, a quien quiso conocer para explicarle… economía. Cuando al fin conoció a su ídolo, le regaló un “detallado programa de dieciocho puntos donde resumía sus recetas económicas —cuenta Hernández Busto—. Al año siguiente publicó un libro con esas mismas tesis, ‘ABC of Economy’, cuyo principal objetivo era hacer comprensible a un público más amplio una nueva doctrina del reparto de la riqueza”. Cinco años más tarde, emprendería un viaje a Estados Unidos para repetir la operación y explicarle a Roosevelt cómo debía cambiar de rumbo la economía estadounidense, pero aunque llamó varias veces a la Casa Blanca, “Roosevelt nunca se puso al teléfono”.

Foto: La líder de los Fratelli d'Italia, Giorgia Meloni y Matteo Salvini (Reuters)

Todo es levemente delirante entre estos escritores. Paul Morand, el gran reaccionario francés que durante la Segunda Guerra Mundial fue cercano al Gobierno de Vichy, que colaboró con el nazismo, adoraba los coches; paseaba con su Mercedes o su Porsche porque consideraba que “si la velocidad representa la esencia de lo moderno, el automóvil es su emblema —dice Hernández Busto—, en él se juntan la sensualidad vertiginosa de la nueva época y el aura neorromántica del riesgo”. También admira la técnica Ernst Jünger, el escritor alemán que tras la Primera Guerra Mundial explica que la tecnología va más allá de los coches: es política pura, y lo que permitirá la creación de un “poder histórico y universal de carácter totalizador”; la técnica permitirá la destrucción del viejo mundo y la creación de la dictadura absoluta. Para llegar a ese fin, lo mejor es la guerra, la aceleración, “acentuar el ímpetu y la velocidad del progreso en el que estamos implicados”, según el propio Jünger.

Hay algo profundamente inquietante en todos ellos: el esoterismo, la visión de un pasado místico al que hay que volver paradójicamente a través de la modernidad radical, el desprecio a la libertad de los individuos y la necesidad de que se sometan al gran líder, un cierto culto a la muerte, la pasión por el rito. Sus ideas políticas eran tan disparatadas que ni siquiera los regímenes que admiraban y que apuntalaron —los de Mussolini, Hitler y Franco en Europa, y varias dictaduras semejantes en América Latina— las asumieron plenamente, quizá con la excepción del nazismo.

"En los últimos años, ha regresado la fascinación liberal por los reaccionarios"

Pero hay en su excentricidad estética algo que atrae irremediablemente a algunos. Hernández Busto, que nació en Cuba y vivió en la Unión Soviética, por lo que conoce bien los delirios totalitarios, se define como un liberal, aunque reconoce que “mis preferencias literarias se decantaban, a veces con cierto sentimiento de culpa, hacia esa ‘prole de derechas”. En este libro, en el que retrata a los reaccionarios de una manera más impresionista que biográfica, estos le resultan incómodamente atractivos. Si no por sus ideas políticas, sí por su osadía estética, que hace que los escritores burgueses parezcan tan aburridos y anodinos como una democracia que funciona bien.

En esto, Hernández Busto no es una excepción: en los últimos años ha regresado la fascinación liberal por los reaccionarios, como lo prueba el libro de Mark Lilla sobre ellos, ' La mente naufragada. Reacción política y nostalgia moderna' (Debate), o la atinada reedición de Página Indómita de ' Joseph de Maistre y los orígenes del fascismo', de Isaiah Berlin. Hernández Busto se adelantó a la ola, puesto que este libro apareció por primera vez hace veinte años y el que se publica ahora es una reedición actualizada. Supone, pues, una valiosa oportunidad más de asomarse a esas mentes oscuras, tormentosas y furibundas que vieron en su propio fracaso la ratificación de que el mundo moderno era odioso y de que ellos tenían razón. Pero, como sucede con los materiales inflamables, hay que manejarlas con cuidado.

En 1927, cuando fundó la revista 'La Gaceta Literaria', Ernesto Giménez Caballero ya era fascista. Admiraba a Mussolini, estaba convencido de que las vanguardias literarias y artísticas eran el mejor instrumento para propiciar una revolución política de carácter violento y poco después escribiría el que se considera el primer manifiesto fascista español, la 'Carta a un compañero de la Joven España'.

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