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¿Es posible (y terapéutico) emborracharse con un fandango?
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¿Es posible (y terapéutico) emborracharse con un fandango?

El clavecinista Yago Mahúgo graba con brillantez e ingenio el repertorio más sensual y ebrio del padre Soler, Domenico Scarlatti y Boccherini

Foto: El clavecinista y fortepianista Yago Mahúgo.
El clavecinista y fortepianista Yago Mahúgo.

“Ahuyentar los malos presagios, poner luz en la oscuridad y convertir el agua en vino”. He aquí las cualidades que el viajero y aristócrata británico Charles Cecil Roberts observó en la obstinación rítmica del fandango. Y en los compositores que supieron concebirlo con más audacia. Autóctonos, como el padre Soler (1729-1783). Y foráneos dichosamente instalados en Madrid, como Domenico Scarlatti (1685-1757) o Luigi Boccherini (1743-1805).

Quizá sería más adecuado llamarlos Domingo Escarlata y Luis Boquerini. Así se los castellanizó una vez asimilados entre los animadores la Corte. Y así figuran en los diarios de Charles C. Roberts, cuya visita a la capital tanto le acercó a la Casa de Alba como le permitió acceder a las corrientes mundanas y musicales, identificables ambas en la ebriedad del fandango.

Foto: El músico Jordi Savall. (EFE/Robert Ghement)

Se ha emborrachado todo lo que ha querido el clavecinista Yago Mahúgo en la grabación del 'Quaderno de Don Carlos', sobrenombre del memorial que dejó escrito Sir Roberts y excusa de un trabajo pedagógico y documental que permite identificar el fervor hacia la versión galante del fandango.

'Galante' alude a la acepción académica y estilizada de una remota danza española cuyos orígenes remotos apelan a un baile sensual de los tiempos romanos y cuyas normas fundamentales se homologaron en el siglo XVIII. De hecho, el primer ejemplo de escritura musical de un fandango corresponde a un manuscrito anónimo concebido en 1705. No para clavecín, sino para guitarra. Y definido también como un género 'indiano'.

Es interesante el matiz porque el fandango se convirtió en un fenómeno musical-coreográfico de ida y vuelta con las Américas. Y porque su popularidad tanto derivó hacia el flamenco como predispuso la escritura más elevada. Mozart recurre al fandango en el tercer acto de 'Las bodas de Fígaro', igual que Gluck lo hace en su versión de 'Don Juan'.

Foto: Uno de los ensayos de 'Las bodas de Fígaro' previo al estreno. (EFE/Teatro Real)
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Nótese la idiosincrasia española de las óperas mencionadas. El fandango aportaba el exotismo y hasta el casticismo necesarios. Por eso Rimsky Korsakov introdujo un fandango en su célebre 'Capricho español' (1887).

No hacía otra cosa el compositor ruso que apelar a un cliché que adquirió su plenitud a finales del siglo XVIII. Es donde adquiere vuelo e ingenio la erudición musical de Mahúgo, artífice de una grabación ejemplar que evoca a los mayores exégetas del fandango —Soler, Scarlatti, Boccherini— y que expone la transición del barroco al clasicismo y del clavecín al fortepiano.

Ya se había inventado el embrión revolucionario del piano moderno, pero no todos los compositores se adhirieron incondicionalmente al nuevo prodigio. Menos aún cuando el clave se prestaba mejor a la disciplina rítmica y 'percusionista' del fandango. Un mantra lisérgico. Una repetición obsesiva y 'peligrosa'. Porque el intérprete puede dejarse llevar por la velocidad. Y porque la ebriedad a la que apuntaba Sir Roberts predispone una experiencia hedonista y alucinatoria que comparten los oyentes.

Foto: Estatua de Beethoven en Viena. (EFE)

Se dirige a ellos Yago Mahúgo con un doble CD que ha editado el sello Cantus y que reviste interesantes novedades. No ya por la transcripción para clave del 'Quinteto' de Boccherini, sino por la ocurrencia de incorporar una versión alternativa de los fandangos con el eco de las castañuelas.

Las maneja Pedro Estevan con “gracia y tronío”. Y enfatiza el carácter popular y sensual de una música que embriagó a Charles Cecil en la escala madrileña de su 'grand tour' europeo. Y que necesitó evocarla en su dietario, como si las notas del 'Quaderno' fueran premonitorias de aquellas letras que incorporaron las voces quebradas de los cantaores: “No quitarme la botella que yo me quiero emborrachar, dejarme aquí la botella, voy a beber de verdad, y a ver si no pienso en ella y yo la consigo olvidar”.

La grabación del 'Quaderno de Don Carlos' aloja las píldoras de la ebriedad y las soluciones para la resaca, precisamente porque el clavecín y el fortepiano de Yago Mahúgo también identifican las sonatas más hondas y bellas que escribió Scarlatti. Y que representan el 'pathos' de una experiencia sublime, convirtiendo el vino… en agua bendita.

“Ahuyentar los malos presagios, poner luz en la oscuridad y convertir el agua en vino”. He aquí las cualidades que el viajero y aristócrata británico Charles Cecil Roberts observó en la obstinación rítmica del fandango. Y en los compositores que supieron concebirlo con más audacia. Autóctonos, como el padre Soler (1729-1783). Y foráneos dichosamente instalados en Madrid, como Domenico Scarlatti (1685-1757) o Luigi Boccherini (1743-1805).

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