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Estás viviendo la historia por encima de tus posibilidades
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'TRINCHERA CULTURAL'

Estás viviendo la historia por encima de tus posibilidades

Hoy tenemos la sensación de que la historia se escribe ante nuestros ojos mientras sabemos que no podemos hacer nada, una paradoja que nos lleva a la frustración y la culpa

Foto: Una estudiante ucraniana, en las protestas del pasado 27 de febrero en Barcelona. (Reuters/Nacho Doce)
Una estudiante ucraniana, en las protestas del pasado 27 de febrero en Barcelona. (Reuters/Nacho Doce)

Los más jóvenes no lo recordarán, pero hubo una época a finales del siglo XX en la que nunca ocurría nada. Por supuesto, pasaban muchas cosas, seguía habiendo crisis económicas, guerras y revoluciones, pero el consenso era que en realidad no eran acontecimientos verdaderamente decisivos, solo pequeñas alteraciones en el nuevo orden mundial. El final de la guerra fría había acabado con la historia, nos habíamos creído a Fukuyama.

Entonces llegó el siglo XXI, los atentados, la crisis y la guerra, y todo se puso en marcha como una locomotora que ahora se ha convertido en tren bala, tal es su velocidad. Hoy tenemos sobredosis de historia, aunque seamos incapaces de cuantificar el verdadero calado de los acontecimientos que presenciamos hasta muchos años más tarde. Antes no ocurría nada, hoy pasa todo, continuamente y a cada momento.

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Lo hemos oído varias veces durante esta última semana: no se ha visto nada así desde la Segunda Guerra Mundial. No lo niego, ni dudo que la invasión de Ucrania sea un antes y después en muchas cosas que hoy damos por garantizadas. Pero también tengo la sensación de que llevamos años, casi un par de décadas, viviendo la historia por encima de nuestras posibilidades, hasta el punto de perder la noción de nuestras propias vidas.

Si naciste a partir de los 90, has vivido en una continua aceleración de la historia

La principal diferencia entre mi generación, la de los nacidos en los ochenta, y los centennials, es que nosotros aún recordamos aquel momento en el que no pasaba nada. Ellos se han criado en una crisis continua. Es un comentario habitual estos días. Vaya década llevamos, y estamos solo en 2022. El estado natural de las cosas para los jóvenes es el de la aceleración de la historia, que va acompañada además de una peculiar sensación de inmovilismo en la que todo cambia continuamente, pero nada lo hace de verdad.

Una de las razones para que cunda esa sensación es que probablemente nunca antes habíamos podido vivir la historia de una manera tan directa. Durante la Segunda Guerra Mundial, la fragmentación informativa y la abundancia de frentes provocaba que determinados sucesos solo se conociesen meses después. Hoy, un acontecimiento como aquel directamente nos reventaría la cabeza: no habría manos en las redacciones para cubrir todas las implicaciones de dicho conflicto, ni mentes capaces de entenderlas. Antonio García Ferreras moriría exhausto.

placeholder Kafka en la orilla.
Kafka en la orilla.

El jueves 24, cuando Putin lanzó su ofensiva, muchos recordaron aquella entrada en los diarios de Kafka del 2 de agosto de 1914: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar". La cita es vista en ocasiones como un síntoma de desapego. Nosotros no hemos sido tan frívolos, no, hemos hecho algo mucho más importante: pasar horas y horas delante del televisor o del móvil viendo vídeos, consumiendo información, hipnotizados sin parar ante la retransmisión en directo de la tragedia.

La revolución no sé si será televisada, pero el apocalipsis nos pillará mirando el móvil mientras seguimos currando. Es imposible escapar. Lo sabemos todo al instante, y de hecho, queremos saberlo todo para no ser tan insensibles como Kafka. No queremos ir a nadar, queremos la enésima ración de historia.

La clave se encuentra en que a esta sensación de contemplar constantemente cómo se escribe la historia se une la de que carecemos de toda capacidad para hacer algo. Un sentimiento de impotencia creciente ante la complejidad del mundo que nos dice que no podemos hacer nada, que la magnitud de los acontecimientos se escapa a nuestra posibilidad de influir. Estamos viviendo la historia a cada segundo, pero no podemos hacer nada. El mundo es más grande y nosotros, más pequeños.

Escucho a gente sentirse mal por no estar triste ante la guerra

El siglo XXI es el de la indefensión aprendida: castigados y acobardados a base de sucesivas crisis (económicas, naturales, bélicas), sabemos que no podemos hacer nada, pero aun así seguimos teniendo la necesidad de hacer algo, de conjurar el peligro, de recuperar la capacidad de actuar.

En esta última semana he escuchado a varias personas manifestar su malestar por no sentirse especialmente tristes por lo que ocurre en Ucrania, porque consideran que debería ser así. Se han ido a nadar como Kafka y han conseguido olvidarse de todo. Esa inquietud nace de la sensación de que al menos sintiéndonos mal tendremos la sensación de haber hecho algo, aunque sea solidarizarnos emocionalmente, participar anímicamente de la historia. Irse a nadar es aceptar nuestra desvinculación con nuestro tiempo, nuestra indolencia, nuestra indiferencia.

Pero los sentimientos no son buenos o malos, porque dependen de muchos factores, la mayoría de los cuales están fuera de nuestro control, y porque arrastramos la equivocada idea de que el sufrimiento es constructivo. Además, los medios lo sugerimos sin parar. Es imposible vivir en guerra, es imposible vivir en pandemia, es imposible vivir en crisis, toda nuestra vida debe postergarse. Así que buscamos otra alternativa para aliviar nuestra culpa y frustración.

El 'scroll' infinito

Por supuesto que podemos hacer algo. Por ejemplo, podemos hacer 'doomscrolling', ese término que nombra aquellos momentos en los que nos metemos en una red social como Twitter y bajamos, bajamos, bajamos durante minutos, horas, hasta leer todos los mensajes.

Algo que podría extenderse a los atracones informativos que nos metemos a base de televisión y noticias de última hora, de compartir sin parar la información más recóndita que hemos encontrado, leer el último análisis sobre lo que va a ocurrir. El 'doomscrolling' es nuestra respuesta ante el miedo y la sensación de que no podemos hacer nada: a la salvación por la bulimia. En un mundo en el que nos sentimos inútiles, la única salida es el consumo compulsivo de información y la exacerbación de la frustración y la culpa.

Hoy todos hemos construido nuestro propio Estado Mayor a partir de las opiniones que compartimos en redes, delante de la máquina de café, a la hora de la cena. Es nuestra manera de conjurar el miedo ante la posibilidad de que la historia nos arrolle. Como decía la psicóloga Pamela Rutledge, pensamos que si tenemos toda la información del mundo, podremos protegernos mejor a nosotros mismos y a nuestras familias. Ocurrió durante la pandemia y ha vuelto a ocurrir con la invasión de Ucrania, cuando el consumo de medios de comunicación se disparó.

Pero no pasa mucho tiempo hasta que nos damos cuenta de que pronto la información pasa de ser útil a convertirse en una compulsión que no hace más que recordarnos nuestra incapacidad para actuar en el gran esquema de las cosas. Somos meros espectadores pasivos de la historia y analistas de salón que han renunciado a cambiar su entorno inmediato, insignificante ante los grandes designios de la historia. El mundo es tan complejo que ya no podemos cambiarlo, como mucho, intentar entenderlo.

Necesitamos la épica para olvidar que somos hormigas perdidas en mitad del universo

Cabe otra posibilidad, que es que optemos por la épica. Se nota en todas esas personas que llevan más de una semana escribiendo altisonantes mensajes militaristas en los grupos de WhatsApp como si fuesen Winston Churchill en pantuflas, contentos de poder aplicar todo lo que aprendieron en 'Call of Duty' a la vida real. Ocurrió al principio de la pandemia y ha ocurrido ahora: necesitamos experimentar subidones de épica que nos permitan olvidar que somos hormigas perdidas en mitad del universo. Por eso la retórica de la extrema derecha en auge es tan impostadamente heroica, porque sabe que la gente necesita tener la sensación de ser protagonistas de la historia. Que América sea grande de nuevo o recuperar el control como en el Brexit, ya saben.

Tal vez, Kafka no fuese un indolente, sino que simplemente hizo lo que cualquier persona de aquella época trágica, pero menos histérica, habría hecho: conjugar la Historia con la historia. Quizá tenía razón y debemos seguir bañándonos en lugar de intentar acallar de manera desesperada nuestra sensación de culpa. Pensamos que cuando llega el ritmo de la historia debemos paralizar el otro ritmo, el cotidiano, el íntimo, el microscópico, pero en realidad para lo que sirve la paz es para salvaguardar eso que da sentido a nuestras vidas. El civil que muere o el soldado que cae en combate no quiere vivir la historia, quiere volver a nadar, como aprendían los protagonistas de 'Sin novedad en el frente' de Erich Maria Remarque.

Los más jóvenes no lo recordarán, pero hubo una época a finales del siglo XX en la que nunca ocurría nada. Por supuesto, pasaban muchas cosas, seguía habiendo crisis económicas, guerras y revoluciones, pero el consenso era que en realidad no eran acontecimientos verdaderamente decisivos, solo pequeñas alteraciones en el nuevo orden mundial. El final de la guerra fría había acabado con la historia, nos habíamos creído a Fukuyama.

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