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Anabel Lorente: "Para mí el sexo ha sido corrompido por la conciencia"
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'TRINCHERA CULTURAL'

Anabel Lorente: "Para mí el sexo ha sido corrompido por la conciencia"

Las palabras de Anabel parecen querer plantarte frente al espejo, alargar, acto seguido con vértigo e inquietud, la mano hacia tu cara y preguntarte, ¿sería capaz?

Foto: Anabel Lorente. (Cedida)
Anabel Lorente. (Cedida)

Para quien no la conozca, Anabel es una tipa fresca, vivaracha, aparentemente desmigada de complejos y con la pulsión natural de quien genera fácilmente confianza. Rascando con suavidad, como removiendo la arena de un fósil de dinosaurio, se revela en ella una cierta condición de barriobajera, de chulería campante a rayas en los capós de los polígonos. Puede que las pijapasta-ayuseras sufran severos cuadros de depresión inducidos por la abulia de tenerlo todo, o el estrés de haberlo perdido, pero Anabel despacha los aires de esas mujeres que, no habiendo sido concebidas en lechos viscoelásticos y alumbradas en clínicas privadas, pelean y pelean, y de tanto pelear olvidan cómo bajar la guardia. Sus tendones, incapaces de combatir el desgaste, se atrofian y la cabeza acaba soliviantada, echando tierra de por medio con la cordura tras soltar un contundente: "Hagan lo que les dé la gana, pero yo me bajo de este tren".

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Esta pedagoga, que saltó a una fama repentina por su serie de animación True Story, reconoce haber sido bastante "kamikaze". Para ella, esta temeridad le generó una especial cercanía con su público, pero también provocó la espantada de muchos grandes medios. Plataformas para las cuales sus argumentos orbitando entre lo mundano y lo callejero, despachan un perfume demasiado ácido e indigerible. "Yo, toda la vida he tenido el pecado de dar un golpe en la mesa cada vez que algo no me gustaba. Te va a salir caro, pero hay que hacerlo. Estamos muy contaminados con el qué dirán, cómo será… yo me tiro a la piscina y si caigo en el hormigón pues que así sea", asegura antes de despachar un trago de la Estrella Damm que le acaban de servir.

Le recuerdo a Anabel un antiguo proverbio asiático, aprovechando que nos citamos en un bar chino del barrio de Gracia en Barcelona; el clavo que sobresale es el que recibe más golpes. Y no es baladí recitar este verso ya que, si algo ha hecho Anabel, casi sin quererlo, como cuando Marilyn Monroe entraba en una sala o abría la boca sin su falso maquillaje de rubia lerda, es llamar la atención. Tanto, que se vuelve peligroso. Ella asegura, cuando parece poder percutirse cierto gesto de preocupación en el rostro de su espectador, que "no hay de qué preocuparse. Aunque haya cosas en este momento que nunca me habría imaginado, las partes más feas las viví a temprana edad. Ahora, con lo que llevamos capeado, ya tengo una fuerte resiliencia".

Anabel podría, como muchos otros, haberse calzado unas gafitas de ratona de biblioteca a lo Superwoman y hacer de las suyas desde el anonimato, disparando a cubierto como el daño que mata y se dice colateral, pero se reconoce presa de su discurso. Un síndrome de Estocolmo brotó de ella "hasta el punto de dar completamente la cara por lo que mi personaje de True Story hacía. Y eso es porque yo creí tanto en ello que me fue imposible poder ejercer una disociación. Tal vez haya algo narcisista, pero caí tanto en lo autobiográfico, eran tan personales las ampollas que levantaba, que se volvió imposible vacilar. Eso ha provocado a veces malas interpretaciones por parte de la gente. Desde comentarios subidos de tono, hasta confianzas sin sentido e incluso acoso. Ahí sí me arrepiento, tal vez".

Y no es de extrañar. Anabel, risueña y aparentemente despreocupada como se encuentra ahora, está en este momento en pleitos contra su ciberacosador, quien no le envía precisamente mensajitos a lo Mr. Wonderful

"Aunque haya cosas en este momento que nunca me habría imaginado, las partes más feas las viví a temprana edad"

(La situación resulta tan tensa que incluso, a toro pasado, con esta entrevista ya redactada, Anabel me pide que censure la descripción del susodicho que antecedía a estas palabras por miedo a sus represalias. Uno se pregunta entonces; si una mujer se ve hostigada diariamente y acorrala su libertad por miedo a las consecuencias de un pirado, ¿a qué juega la justicia en nuestro país?).

Sin embargo, digamos que el tipo tiene todo el aire de lo que es. Una situación no excepcional, pero en ningún caso general, que Anabel enfatiza en cómo "hay que romper con la criminalización prejuiciosa y acercarnos a la banalidad de la perversión. El abusador puede ser tan aparentemente insoportable como simpático y agradable. Dejemos de estigmatizar. Nos estamos descuidando porque desenfocamos un importante grueso de gente que pueden ser grandes narcisistas abusadores y psicópatas vestidos de los mejores modales y aspectos. En mi entorno he conocido un buen número de proxenetas, prostitutas, abusadores y violadores que, oye, resultaban ser gente encantadora y hasta divertida. Hay que hacer el esfuerzo de no poner etiquetas y comprender que cualquiera puede ser susceptible de querer hundir la vida a otros, más a más con internet. A mí me ha podido dar por beber, pelear o quemar Troya a mi alrededor, pero jamás me he visto a mí misma proyectando mis frustraciones y mi dolor en la crítica ciega a una persona desconocida".

Las palabras de Anabel parecen querer plantarte frente al espejo, alargar, acto seguido con vértigo e inquietud, la mano hacia tu cara y preguntarte, ¿sería capaz? Y es que pocos afirman orgullosos lucir los galones de la maldad, pero muchos son anónimos mercenarios a sus órdenes. "Esto se debe a la neurosis social en que vivimos y que afecta con especial inquina a esta gente. Hace que se sientan impunes en la falta de empatía y la vociferación más cruel en un sistema que, no solo se lo permite, sino que los provoca. De ahí a los ataques gratuitos, el acoso… No estoy siendo cursi si afirmo que lo que menos se promociona, y más falta nos hace, es un poco de amor. Personal y mutuo".

"Desenfocamos un importante grueso de gente que pueden ser grandes narcisistas abusadores y psicópatas vestidos de los mejores modales"

Anabel reclama cariño en una tierra que, gracias a esas redes de las que habla, se ha revelado como la comadre que acude algo flemática a las celebraciones, no suponiéndole grandes reparos prodigar una palmadita en la espalda a los afortunados, pero ansiosa por desquitarse bien a gusto, la lengua afilada con la piedra pómez de la imbecilidad, a la hora de criticar y poner de vuelta y media a personas que ni conoce. Pero eso Anabel; buena, empática, flirteando en ocasiones con bañarse en las costas del mar de los tontos, lo aprendió de la noche a la mañana. De ligera palmadita en forma de like, en desgraciada puñalada asestada por esos mercenarios del anonimato, y cobardes pertenecientes a la Liga de los cretinos extraordinarios. Un escenario privilegiado para que la salud mental se quiebre con la facilidad de un palillo. "Para mí el asunto siempre ha estado presente, pero mi enfrentamiento proviene de la depresión severa que se me diagnosticó en 2019. Me sentí tan sola, tan mal y de pronto tanta gente enfocando su mirada en un yo ausente, que eso me hizo querer llamar más la atención sobre el tema. Porque antes de la pandemia, y el nuevo 'boom' de la salud mental, yo ya estaba alzando la mano diciendo 'Ey, chicos, aquí hay un problemita que tenemos que mirar'".

Asumir la depresión es como sentarse sobre la taza del váter una dura mañana de invierno. No es plato de buen gusto, pero hay que hacerlo o se corre el riesgo de reventar.

"Ahora hay un uso político de la salud mental consecuencia de esta búsqueda populista constante. Porque de pronto, con el covid y sus consecuencias, la salud mental se ha vuelto tendencia y ahora ya no está tan bien tolerar su resolución con cócteles de alcohol y pastillas como yo he visto tanto hacer. Pero, al menos, parece que estamos más en la línea de buscar la empatía, del autoconocimiento. La pandemia nos ha puesto frente a un espejo, al que no habíamos atendido antes con nuestros frenéticos ritmos de vida, y que nos habla de la vulnerabilidad, de las quiebras de nuestra mente". Un recorte a la cordura que, décadas antes de la pandemia, ya se había popularizado.

"Ahora hay un uso político de la salud mental consecuencia de esta búsqueda populista"

Y es que el siglo veintiuno está infectado de elevadísimas dosis de estrés, ansiedad y depresión, tal vez, le digo a Anabel, porque tanta libertad de elección, tantas oportunidades, se nos han atragantado. "Sí, veo la relación de la que hablas. Hoy en día tenemos tantas, tantas opciones que te conviertes en una gota, en una marea. Y eso desemboca en un baile de identidades en el que queremos destacar, provocado por un aluvión de publicidad y de estímulos que nos invitan a ello, y que, paradójicamente, logran el efecto contrario. Eso lo explica muy bien Byung Chul-Han cuando habla del infierno de lo igual y la repulsión de la alteridad".

Será, me confieso a Anabel, que haber perdido aquello que nos aportaba certezas inequívocas, como la familia, la política o la religión, habiendo entrado en la dictadura del yo más absoluto, no es tan bueno como parece. Las mujeres, por ejemplo, han visto multiplicarse sus datos en términos de depresión respecto a cincuenta años atrás.

"En este sentido, hay un aumento sustancial de casos en el género femenino porque las mujeres tendemos antes a pedir ayuda. La desestigmatización, sumado en parte a lo anterior, ha hecho que la depresión se dispare, y el hecho de que en las mujeres parezca más acusado se debe, por un lado, a esa mayor capacidad comunicativa y, por otro, a toda la presión a la que se ven sometidas en la sociedad actual, viéndose todavía algunas obligadas a nacer para servir. La casuística de la condición femenina es muy distinta en ese aspecto a la de los hombres y, claro, una vez se avanza hasta ser consciente de ello, no pudiendo cambiarlo de la noche a la mañana, aumentan los diagnósticos. Pero esto viene de lejos, mi abuela ha sufrido depresión toda su vida. Fue una emigrante andaluza en Barcelona y tuvo que sacar una familia entera adelante siendo costurera. Esa presión, sumada a la experiencia de haber sido su madre asesinada por su padre, sin duda, la condicionó siempre. Pero no se podía permitir vulnerabilidades y asumir su depresión nunca fue una opción".

Foto: Foto: iStock.

Anabel habla del asesinato de su bisabuela con la tranquilidad de Ava Gardner despachando un whisky sobre las piernas de un torero. Y hablando de mujeres controvertidas… pienso en Camille Paglia; la bestia infernal del feminismo que reconoce en el hombre la herramienta principal de la autonomía femenina, y ve las ventajas antropológicas de las mujeres al no tener, a diferencia de sus prójimos del género contrario, que luchar por su identidad que a ellas les es dada y asumida con la primera regla.

"Entiendo lo que dice, pero no creo que sea el hombre quien ha logrado la autonomía de la mujer. Tal vez a nivel práctico ha podido desarrollar el escenario para que eso suceda, pero han sido las mujeres las que, desde ese escenario, han luchado por liberarse. Una lucha que ha permitido reducir el sistema patriarcal integrando en la sociedad debates que giren más alrededor del diálogo y el amor, que desde la guerra y la competencia. Unas virtudes que tienen que ver más con atributos femeninos. Ahora hay quien me saltará al cuello diciendo que el género no existe, pero, queramos o no, el género es un constructo social que está implementado. Siguiendo esta línea, está claro que hay diferencias. Sin duda las primeras afectadas del machismo somos las mujeres, pero no olvidemos que los segundos son los hombres. La presión a la que están sometidos los hombres en la sociedad es también elevada, y diferente de la femenina; de ahí que en el porcentaje actual de diagnósticos de depresión estén primero las mujeres, pero quienes lideran, por mucho, los datos de suicidios son los hombres. No olvidemos que convivimos los dos géneros. Hay que hacer entender a los hombres que el feminismo es una mejora de sus condiciones de vida, al igual que a las mujeres que, sin los hombres, el camino será en balde. El futuro va a ser siempre entre todos los diversos géneros que existen; hombres, mujeres, no binarios… por tanto, deberíamos construir puentes juntos. Pero eso se contrapone a la idea cada vez más imperante de que si no hay conflicto, no vas a ninguna parte".

El conflicto, plato cotidiano servido desde la falta de afecto y el desinterés hacia la reflexión humilde, se presenta como la zancadilla a la mejora de nuestra sociedad. Una selva que, volviendo a Camille Paglia, no deja espacio para la debilidad, ni la victimización que tanto se entrona ahora. Para esta crítica, una mujer debe abandonar su estatus de vulnerabilidad y comprender que debe defenderse. Anabel, capaz de mirarte con la mayor de las ternuras, la misma que rápidamente puede convertirse en psicosis sádica, demuestra empezar a asquearse con los argumentos de Paglia. "Esa mujer es de un clasismo descontrolado. No debemos entender que la sociedad es una selva, sino apostar porque deje de serlo. Yo siempre he sido blanco fácil, porque me costó tiempo entender que en casi todas las cosas había algo perverso detrás. Y sí, las mujeres deben defenderse, pero la idea es que no tengan que hacerlo".

"Sin duda las primeras afectadas del machismo somos las mujeres, pero no olvidemos que los segundos son los hombres"

La determinación de Anabel en sus palabras es la misma que emana de sus vídeos y textos. Algo que, dentro de la marabunta circunstancial de estos debates, convierte sus alegatos en clavos de experiencia y sentimiento. Será porque el feminismo no pasa por enseñar los pechos a lo Rigoberta Bandini. Pechos, los tenemos a porrillo en cine, televisión y playa, habiendo mujeres que no los tienen y hombres a los que les sobran. Pero sinceros alegatos sobre las dificultades de ser mujer extraídos del estómago con el hierro al rojo del humor y la mala leche, eso es algo difícil de encontrar.

Anabel, sin embargo, me recrimina que lo de Rigoberta es igualmente relevante: "El feminismo también pasa por ahí". No obstante, a servidor le sigue pareciendo que confundir la Libertad guiando al pueblo de Delacroix con ir a hacer el payaso a Eurovisión es, como mínimo, síntoma de la pérdida de prioridades en la única España que disfruta realmente de eso que llaman bienestar.

Pero vayamos del corazón a nuestros asuntos como Miguel Hernández, y volvamos a Anabel, quien asegura estar "muy condicionada por la vivencia. Por ejemplo, en la defensa femenina está muy presente el sexo. Pues bien, para mí el sexo ha sido corrompido por la conciencia. Para mí el sexo parte de la perturbación, cuando un drogadicto comienza a toquetearme a los once años. La exaltación de mi sexualidad se convierte entonces en el reclamo de los perversos. El sexo pasa a no tener que ver con el amor, ni conmigo, ni con un compartir. El sexo pasa a tener que ver con una perversión de los ojos que me miran… Cuando una chica joven conoce el sexo desde el miedo, cualquier gesto en esa línea, aunque nazca desde el deseo, es algo que le provoca escalofríos. El feminismo es importante porque ambiciona cambiar la perversión del cuerpo de la mujer y, por tanto, la posibilidad de que haya hombres que motivados por ese sentimiento de cosificación olviden que están interactuando con personas y no con objetos".

"El feminismo es importante porque ambiciona cambiar la perversión del cuerpo de la mujer"

No cabe duda de que el pasado cicatriza débilmente en los lugares más angostos de la memoria. Yo soy yo y mis circunstancias, que dijo aquel, y claro; Anabel no iba a ser menos. "Yo, por ejemplo, soy muy vieja escuela. Seguramente por lo que te digo y venir de un ambiente bastante liberal en esos aspectos, yo he acabado tirando por otro lado. Hasta el punto en que yo con 20 años me uní a un grupo cristiano. Claro, hay que rebelarse. Mi madre contra mi abuela, yo contra mi madre. Yo he sido un bicho raro. Pocos novios y tarde. Era más virgen que el aceite de oliva".

Cualquiera diría que eso es algo difícil de creer. Anabel no parece ni mojigata, ni comprometida con su castidad, pero eso debería estar lejos, segundos luz al menos, ya no solo de importarme un pijo a mí, sino incluso a ella misma. "Nos importa demasiado quienes somos. Hemos alcanzado un punto en el que juzgamos tanto en términos de acumulación y prestigio que nos olvidamos de valorar lo verdaderamente importante de las personas, que es cómo nos ven y cómo se entienden lejos de su ego". Cosa que, tras varias horas de entrevista, puedo asegurar que merece la pena hacer con esta atrevida artista; más que contingente, necesaria.

Para quien no la conozca, Anabel es una tipa fresca, vivaracha, aparentemente desmigada de complejos y con la pulsión natural de quien genera fácilmente confianza. Rascando con suavidad, como removiendo la arena de un fósil de dinosaurio, se revela en ella una cierta condición de barriobajera, de chulería campante a rayas en los capós de los polígonos. Puede que las pijapasta-ayuseras sufran severos cuadros de depresión inducidos por la abulia de tenerlo todo, o el estrés de haberlo perdido, pero Anabel despacha los aires de esas mujeres que, no habiendo sido concebidas en lechos viscoelásticos y alumbradas en clínicas privadas, pelean y pelean, y de tanto pelear olvidan cómo bajar la guardia. Sus tendones, incapaces de combatir el desgaste, se atrofian y la cabeza acaba soliviantada, echando tierra de por medio con la cordura tras soltar un contundente: "Hagan lo que les dé la gana, pero yo me bajo de este tren".

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