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Los divos de la ópera derriten a Filomena
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Tres veladas consecutivas

Los divos de la ópera derriten a Filomena

El sublime recital de Jonas Kaufmann y las aclamadas (y discretas) actuaciones de Joyce DiDonato y Javier Camarena convierten el Teatro Real en el centro de la resistencia cultural

Foto: El tenor alemán Jonas Kaufmann. (Javier del Real)
El tenor alemán Jonas Kaufmann. (Javier del Real)

El Teatro Real se ha convertido en una suerte de centinela de la cultura y de espacio de resistencia. La luz permanece encendida y las puertas están abiertas independientemente de las adversidades que maltratan la cotidianidad. Ha reaccionado a la pandemia del coronavirus igual que se ha sobrepuesto ahora a la conspiración meteorológica. Ni el frío ni la nieve ni el hielo han doblegado la "rutina" del templo lírico en su misión sobrenatural. Ni siquiera el pasado domingo, cuando Madrid amaneció sepultada y resultaba inviable desplazarse, con excepción del metro, de los esquíes y del terno de esquimal que identificaba a los melómanos conspicuos.

Se levantó el telón para llevar a cabo la última función de 'Don Giovanni' y se han mantenido en cartel los recitales estelares que se habían programado esta misma semana. Tres veladas consecutivas —Joyce DiDonato (miércoles), Jonas Kaufmann (jueves), Javier Camarena (viernes)— cuya euforia —y fetichismo— han convertido el Real en el teatro de la "oposición". Más frío hacía fuera, más calor se procuraba el graderío madrileño de tanto aplaudir a los divos, de reclamarles propinas y de celebrarse un complot contra los elementos y la hostilidad exterior.

Entendió el contexto Joyce DiDonato. Y agradeció a los espectadores el esfuerzo de personarse en el Real pese a las trampas de Filomena. La recompensó el público con grandes ovaciones. Y se vino abajo la cuarta pared, no porque hubiera una desgracia logística, sino porque la mezzo de Kansas dedicó mucho tiempo a parlamentar con los espectadores. No era tanto un recital ortodoxo como un espectáculo de 'entertainment' muy aplaudido por la afición y bastante descuidado en los términos puramente artísticos. La mediocridad del pianista —Craig Terry el terrible— se añadió al desorden del programa. Un recital 'termomix' que osciló de Haydn a Duke Ellington. Que profanó el barroco con unos arreglos de cabaret inmisericordes (del propio Terry). Y que provocó daños irreparables a la memoria de Mahler con una desafortunada y gélida versión de los 'Rückert lieder'. Era la primera vez que los interpretaba en público.

placeholder La mezzosoprano Joyce DiDonato, acompañada al piano por Craig Terr. (Javier del Real)
La mezzosoprano Joyce DiDonato, acompañada al piano por Craig Terr. (Javier del Real)

Jugaba en casa la gran cantante americana. Y celebraba, por añadidura, el vigésimo aniversario de su debut en el Real, como protagonista de 'La Cenerentola'. La conmemoración y la generosidad precipitaron la gran fiesta lírica, especialmente cuando sobrevinieron las propinas y cuando 'Rolls Joyce' presumió de coloratura, graves de terciopelo y agudos poderosos. No sobró la elegancia: ni en el atuendo del 'Far West' ni en el estilismo artístico, pero la pirotecnia y el recurso de las canciones populares —'Stardust', 'Somewhere over the rainbow'— pusieron a crepitar el Teatro Real e hicieron añicos el precipicio del termómetro exterior.

No cabía más contraste entre el populismo de Joyce DiDonato y la contención y escrúpulo casi místico en que se desenvolvió unas horas después el sobrecogedor recital de Jonas Kaufmann, hasta el extremo de que el tenorísimo alemán pidió a los espectadores que no interrumpieran el concierto con los aplausos. Se trataba de preservar la intimidad del recital. Un álbum de imágenes musicales, revestidas de nostalgia y de pudor que enjaezan el último disco del maestro —'Selige Stunde (Sony)'— y que fue desgranando lejos de cualquier mecánica comercial. Todo lo contrario, la colección heterogénea de canciones —Mozart, Schubert, Beethoven, Schumann, Mendelssohn, Tchaikovsky, Chopin, Dvorak, Mahler— fue todo menos un batiburrillo. La sensibilidad del piano de Helmut Deutsch, la manera estética y orgánica de entenderse con Kaufmann y la atmósfera que preservaron ambos... predispusieron un recital de emociones contenidas y de pasajes conmovedores. Kaufmann es un tenor portentoso. Una estrella mayúscula del escalafón, pero sus grandes trabajos operísticos —ahora prepara el debut del 'Tristán' wagneriano— no han descuidado la dimensión introspectiva del canto. Impresiona la belleza y el espesor de la voz. Lo hacen la naturalidad y el refinamiento, más allá de la cualificación del registro agudo en los pianísimos y del 'pathos' que trasladó al patio de butacas.

Se contenía, se disciplinaba Kaufmann, sabiendo él mismo y los espectadores hasta dónde alcanzan sus facultades de tenor dramático. Era como un boxeador de los pesos pesados haciendo punto, entretejiendo un recital de belleza deslumbrante que agonizó con un pasaje de los 'Rückert lieder' de Mahler. Lo había interpretado curiosamente Joyce DiDonato en la vigilia, pero desde la superficie y la vacuidad. Kaufmann la cantó desde las entrañas, como una plegaria sombría que los espectadores escuchamos en estado de trance y en silencio de monaguillos.

Kaufmann era como un boxeador de los pesos pesados haciendo punto, entretejiendo un recital de belleza deslumbrante

Jonas Kaufmann es el número uno del escalafón masculino. Resulta un poco prosaico y hortera hacer estas clasificaciones deportivas, pero tiene sentido reconocer la versatilidad y el carisma de una figura que sabe subordinarse y someterse al misterio del canto. Y que en lugar de requerir aplausos y clamores, prefiere que la platea le acompañe con el silencio.

La cima la había dejado inalcanzable Kaufmann, de modo que su colega mexicano Javier Camarena aprovechó la cuesta abajo para organizar la reconquista del Teatro Real. Es el tenor favorito del público madrileño. Y los recitales que concede en el foro no hacen otra cosa que redundar en la fertilidad de las relaciones, entre otras razones porque el cantante se desenvuelve con enorme solvencia en el repertorio belcantista: Rossini y Donizetti volvieron a proporcionarle el trapecio y el aplauso, pero Camarena estuvo lejos de sus mejores prestaciones. La voz careció de la frescura, la homogeneidad y la brillantez de otras ocasiones. Y se ausentó el tenor demasiado tiempo del escenario, de tal manera que la Orquesta del Teatro Real, a las órdenes de López-Reynoso, tuvo que pluriemplearse en toda clase de oberturas huecas, prolongando demasiado tiempo los espacios de relleno. Es Javier Camarena quien se ha puesto las cosas difíciles a sí mismo a cuenta de los éxitos anteriores. Y sigue siendo el hijo predilecto del Teatro Real, pero el entusiasmo de la afición es más la sugestión de otras noches que la prueba de una actuación a la altura de sus noches de gloria, por mucho que su única propina, 'Esta tarde vi llover' (Armando Manzanero) redundara en la anomalía meteorológica que nos ha traído Filomena.

El Teatro Real se ha convertido en una suerte de centinela de la cultura y de espacio de resistencia. La luz permanece encendida y las puertas están abiertas independientemente de las adversidades que maltratan la cotidianidad. Ha reaccionado a la pandemia del coronavirus igual que se ha sobrepuesto ahora a la conspiración meteorológica. Ni el frío ni la nieve ni el hielo han doblegado la "rutina" del templo lírico en su misión sobrenatural. Ni siquiera el pasado domingo, cuando Madrid amaneció sepultada y resultaba inviable desplazarse, con excepción del metro, de los esquíes y del terno de esquimal que identificaba a los melómanos conspicuos.

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