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'El cartógrafo', teatro y memoria contra la dictadura del presente
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en matadero madrid hasta eL 26 DE FEBRERO

'El cartógrafo', teatro y memoria contra la dictadura del presente

Blanca Portillo y José Luis García-Pérez protagonizan esta obra, escrita y dirigida por Juan Mayorga, que se detiene en el Holocausto para luchar contra el olvido y la indiferencia

Foto: Juan Mayorga, Blanca Portillo y José Luis García Pérez estrenan 'El Cartógrafo' (MarcosGpunto)
Juan Mayorga, Blanca Portillo y José Luis García Pérez estrenan 'El Cartógrafo' (MarcosGpunto)

La historia, la personal y, sobre todo, la colectiva, se escribe a base de olvidos. La indiferencia, el egoísmo o la mera direccionalidad política y social son las que construyen esa desmemoria. Quién no ha escuchado eso de 'para qué remover el pasado'. Por eso, es precisamente la historia más atroz, la de las heridas más profundas que se convierten en armas arrojadizas, la que se erige sobre el olvido impuesto creando una suerte de cartografía de la desaparición. El Holocausto, las cunetas españolas, las fronteras europeas... Ahí duermen la memoria, la empatía y la responsabilidad individual y colectiva sobre lo que hemos sido, somos y seremos.

"No basta con mirar, hay que hacer memoria", dicen los protagonistas de 'El Cartógrafo'. Y añaden: hay que "mirar, escoger y representar" para, así, recordar y aprender. Blanca Portillo y José Luis García-Pérez llegan, tras su estreno en Valladolid, a las Naves del Español en Matadero Madrid (desde hoy y hasta el 26 de febrero) con esta obra escrita y dirigida por Juan Mayorga que se detiene en el pasado y en la recuperación de la memoria para luchar contra la dictadura del presente.

El montaje parte de la historia de una niña que recorre el gueto de Varsovia para hacer un mapa "de esas calles en las que hombres cazan hombres. Un mapa de un mundo en peligro" con 400.000 condenados a muerte en su interior, como aseguran en la función, junto a un anciano cartógrafo. La función salta entre 1940 y la actualidad de Blanca, una española que vive en Varsovia y se topa con unas imágenes recién descubiertas del gueto, a partir de las que nace su anhelo por descubrir esa leyenda de la niña y el anciano y, de paso, encontrarse a sí misma en su mapa interno.

'El cartógrafo' apela a la memoria. Es una obra que la pone en conflicto con el olvido y recurre a ella como aprendizaje y catalizador del presente. Por eso, Mayorga hace suyas las palabras de Walter Benjamin y asegura que el recuerdo es un motor. "El pasado fallido es la mayor fuerza, en lo individual y en lo colectivo", dice. "Puede educarnos para conocer nuevas y viejas formas hoy vigentes de la caza del hombre por el hombre". "Es una obra que lucha contra la dictadura del presente que nos lleva a creer que es más fácil mirar adelante olvidando el pasado. Eso es una falsedad. Es imposible. El pasado debe acompañarnos y ser resuelto para vivir el presente. El presente no está más que compuesto por miles de pasados, y la función afronta esa facilidad por el olvido y la desmemoria", añade José Luis García-Perez.

¿Y por qué somos presos de esa dictadura del presente? "El presente tiene a ignorar el pasado cuando le es incómodo, cuando no le es útil, y a utilizarlo. El pasado está expuesto al peligro de ser ignorado o manejado. Y, en este sentido, hacerse conscientes de esa dictadura y combatirla puede ser una forma de resistencia. En la medida en la que podemos atender a formas de dominación del hombre por el hombre, quizás podamos estar atentos a nuevas formas. En lo que al Holocausto y las catástrofes del siglo XX se refiere creo que es completamente debilitante atender a ellas como si hubieran sido excepciones en un camino de progreso en el que nosotros seríamos la vanguardia. No. Ocurre que acaso esos acontecimientos se debieron a lógicas sacrificales que pueden estar todavía vigentes. A la falta de respeto del ser humano por el ser humano. Nosotros no hablamos de hacer memoria para entristecer a la gente sino deque el pasado fallido puede ser una ocasión de felicidad y de emancipación", responde Mayorga a El Confidencial.

"La propia idea de olvido es en sí misma absurda. No se puede borrar lo que ha ocurrido por mucho que lo intentes. Es imposible. Lo mejor que puedes hacer es observarlo. Es un motor que nos hace más fuertes para crecer y aprender, y eso se puede aplicar a un ámbito íntimo y social. Eso es lo que tiene de tremendamente positivo el no olvido: desarrollar la capacidad de construir", prosigue Blanca Portillo.

La historia de 'El Cartógrafo', cuenta Mayorga, nace de su propia experiencia personal cuando en 2008 descubre una sinagoga en Varsovia en la que estaban montando una exposición con fotografías del gueto recién descubiertas. Sintió la necesidad de ir ubicando todos esos lugares en un mapa y salir a buscarlos, pero ya no estaban ahí. Así arranca esta historia que "habla de algo bien oscuro pero con una luz permanente porque habla de gente que pelea contra toda razón y que quieren que no se imponga el olvido, que la muerte no tenga la última palabra", explica.

Contra la indiferencia

El montaje, sobre un escenario prácticamente desnudo dominado por rojos y negros, está contado en un tono no minimalista pero sí desde una "opción poética, política y cartográfica", asegura el director, que interpela y exige al espectador su implicación e imaginación a cambio de “acción, emoción, poesía y pensamiento, y quizás la opción al salir de dibujar su propio mapa”. Escrita para 12 actores, está interpretada por Portillo y García-Pérez (que dan vida a tres y nueve personajes respectivamente), quienes también producen el espectáculo. Pero, especialmente, 'El Cartógrafo' es una obra que interroga a la indiferencia.

"¿Cómo se puede vivir hoy en Varsovia, en un espacio atravesado por la ausencia? ¿Cómo se puede vivir en Europa, porque el exterminio de los judíos también es cuestión de Europa? ¿Y cómo se puede vivir en una España tan atravesada por las heridas? Se interroga a los indiferentes. ¿Se puede vivir mirando a otro lado? Esa pregunta nos la podemos hacer hoy. Solo en 2016 más de 5.000 personas han muerto en el Mediterráneo huyendo de la miseria. Esa pregunta se la hace la obra. Nos pregunta por nuestra responsabilidad", agrega Mayorga.

Y es en esa apelación donde suenan los ecos de la crisis humanitaria siria, de las guerras que se extienden por el mundo y las masacres silenciadas. Los rumores vagos de una sociedad que no mira para atrás y parece no querer aprender. O, como añade García-Pérez, "no es que lo estemos repitiendo o que no veamos lo que ocurrió, es que no vemos lo que ocurre". "Vemos señales que son fáciles de olvidar. Antes has hablado [a Mayorga] de Nietzsche y la enfermedad del olvido. No sé si es una enfermedad o una solución evolutiva por la que nos es muy fácil olvidar, pero es un error personal. Nos hace avanzar poco individualmente en un crecimiento personal esta facilidad para procreanos como especie del olvido. Vivimos en esa contradicción, y un escenario es uno de los sitios para preguntarse sobre ello", agrega.

El problema asociado, prosigue Portillo, es que esa dictadura del presente traslada "un mensaje de un egoísmo brutal y de indiferencia hacia lo que pasa alrededor. No es tu problema. La solución la tienen que tener otros. Tú, preocúpate por ti. Ese es el mensaje en estos momentos. No necesitamos un muro. Ahora enciendes la tele y mientras comes estás viendo una cola de gente acampada en un lugar lleno de nieve y, a veces, no nos produce ni empatía". "Es el uso de la tercera persona para todo. Europa, el mundo, los políticos...", dice su compañero. "Exacto. La responsabilidad siempre está fuera y esta función también apela a la responsabilidad individual. Cada uno de nosotros somos responsables de esas personas", corrobora la actriz. Porque, como explica este anciano cartógrafo, "los mapas siempre toman partido".

"Ningún ciudadano debe quedar excluido de ese espacio de crítica y utopía que es el teatro"

"El teatro en general es necesario, pero hay funciones como esta que deben representarse y son importantes para la vida del ciudadano. Que la gente salga sientiendo que tiene preguntas que hacerse sobre su vida, la historia de su país y de este mundo", asegura Blanca Portillo.

Y dentro de ese teatro necesario, el español, añade Mayorga, vive un momento paradójico e interesante con mucho talento de un lado y condiciones materiales "bien difíciles" del otro. "En tanto que ciudadanos, antes que como profesionales del teatro, sí reclamamos recursos para el teatro", asegura citando La Barraca como ejemplo de la únión de la gente de la cultura y "unos políticos responsables que creen que hay que llevar el teatro hasta el último rincón y además buen teatro. Hay una visión moral y política del teatro que ojalá tuviesen los que hoy pueden tomar decisiones", añade. 

Sin embargo, informes como el último de Aisge plasman una realidad terrible de un sector preso por el paro y unas condiciones laborales paupérrimas. Un panorama motivado ideológicamente, asegura García-López, extensible a todas las artes que supone "darle la espalda y olvidar que cualquier sociedad está conformada, entre otras, cosas por su cultura como identificación propia". Para Portillo, el trato de la cultura por parte de los políticos tiene una palabra clara: desprecio

"Lo que da identidad a una sociedad es su cultura. Que tú desde un lugar de poder consideres que no es importante, no es necesario ni valioso y son más valiosas cuestiones económicas... Si ese es el baremo por el que mides el bienestar de tu sociedad, es un horror. Yo sí que creo que hay un desprecio por el mundo de la cultura clarísimamente", añade la actriz. Sin embargo, suele llegar esa imagen de 'subvencionados' o pedigüeños que destierra rotundamente. "En realidad, estamos reivindicando el derecho del espectador a tener acceso a la cultura. Nosotros cobraremos más o menos, pero la gente tiene que poder ver un Shakespeare con 40 actores. Tenemos la obligación de brindárselo. Mi reivindicación no es más subvenciones sino que se favorezca un tejido donde la gente que nos dedicamos a esto podamos ofrecer al espectador crecimiento humano".

En ese sentido, Mayorga apela a recuperar el espíritu Pericles, fundador de la democracia y benefactor del teatro. "Los tres somos privilegiados y no incurriremos en el victimismo del artista. Hablamos de lo que habló Pericles: que ningún ciudadano debe quedar excluido de ese espacio de crítica y utopía que es el teatro, que de algún modo es una asamblea vinculada a la democracia misma. Lo que hacemos aquí, modestamente, es poner a examen, junto a los espectadores, posibilidades de la vida huana, y ningún ciudadano debería quedar excluido de esa ocasión".

La historia, la personal y, sobre todo, la colectiva, se escribe a base de olvidos. La indiferencia, el egoísmo o la mera direccionalidad política y social son las que construyen esa desmemoria. Quién no ha escuchado eso de 'para qué remover el pasado'. Por eso, es precisamente la historia más atroz, la de las heridas más profundas que se convierten en armas arrojadizas, la que se erige sobre el olvido impuesto creando una suerte de cartografía de la desaparición. El Holocausto, las cunetas españolas, las fronteras europeas... Ahí duermen la memoria, la empatía y la responsabilidad individual y colectiva sobre lo que hemos sido, somos y seremos.

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