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  1. Economía

entrevista con vaclav smil

El autor favorito de Bill Gates: "No veo a la gente entregando de forma voluntaria sus SUV"

El científico y analista de origen checo, profesor emérito en Manitoba (Canadá), ha reescrito la historia de la civilización poniendo el foco en la energía. Intentamos hablar con él del pasado para imaginar el futuro

Vaclav Smil. (Cedida)

A Vaclav Smil (Pilsen, 1943) no le gustan mucho las preguntas de los periodistas. Es más, existen indicios para pensar que tampoco le gustamos mucho los periodistas. Esta aversión podría ser un síntoma más de su inteligencia y, en cualquier caso, no se le puede juzgar por ello. Por lo que sí se le puede juzgar es por sus libros. Es “el autor favorito de Bill Gates”, un eslogan que han explotado todas sus editoriales, que es destacado en todas sus entrevistas y que sin embargo parece ser cierto. Sus obras son una sucesión de datos, comparativas y razonamientos eruditos. La última ('Energía y civilización') tiene más de 600 páginas y deja al lector en un estado de confusión excitante. El consumo energético necesario para procesar toda la información que ofrece es altísimo. Y aun así merece la pena. El libro acaba de ser editado en España por la editorial Arpa. Lo que sigue a continuación es el resultado de una desconcertante entrevista con Smil y una sucesión de conversaciones terapéuticas con su traductor en español, Álvaro Palau Arvizu.

PREGUNTA. Se han puesto de moda los ensayos que reescriben la historia de la humanidad desde otros puntos de vista. Se puede explicar el pasado hablando de reyes y reinas, de las condiciones de vida de la población, o también hablando de energía, ¿no?

RESPUESTA. Los reyes y las reinas, así como las condiciones de vida, no son otra cosa más que la materialización y el resultado de los flujos energéticos.

Acotación. El libro desarrolla con amplitud esta idea. Cuenta que la energía no determina la historia, pero sí delimita su terreno de juego. Propone que evitemos sucumbir a “explicaciones simplistas y deterministas apoyadas en innumerables imperativos energéticos”, pero tampoco “reducirla a un papel marginal en comparación con otros factores históricos, como los cambios ambientales, las epidemias o las pasiones humanas”. “Esta dicotomía”, concluye, “es tan importante para interpretar el pasado como para comprender el futuro, que tampoco está escrito de antemano, y cuyo rango de posibilidades es evidentemente restringido, muy especialmente por los límites fundamentales que marca la naturaleza de los flujos energéticos”.

P. El hecho de ser bípedos supone un importante ahorro energético, algo que además viene muy bien para mantener un cerebro tan grande, que consume más que los músculos. Durante varias páginas se adentra también en la antropología.

R. Es algo muy obvio, pero la mayoría de los historiadores y los economistas, así como los antropólogos, no están interesados en la energía, sino en el dinero o las relaciones de parentesco.

Acotación. En el libro, Smil sostiene que incluso los historiadores más heterodoxos no mencionan nunca la energía cuando explican las civilizaciones. Cuenta cómo ni siquiera Fernand Braudel, conocido por su insistencia en la importancia de los factores materiales y económicos, menciona la energía en su larga definición de civilización, en la que sí incluye cosas como la forma de las casas, los materiales con que están construidas, las flechas de plumas, los dialectos, los gustos culinarios, las tecnologías diferenciales, la estructura de creencias, las formas de sexo, incluso las particularidades de la fabricación de papel.

Vaclav Smil. (Cedida)

P. El libro dedica varias páginas a explicar cómo el saldo energético de las cosechas y la densidad de población están íntimamente relacionados. Plantar arroz en climas subtropicales, por ejemplo, permite alimentar a mucha gente con relativamente poco esfuerzo. Básicamente, se genera mucha energía utilizando poca energía, y eso permite que la población aumente. Hay historiadores que incluso tiran de esto para explicar por qué en el sur y el este de Asia ha vivido siempre tanta gente.

R. Es más complejo que eso. Tradicionalmente, algunas partes de Asia han podido alimentar a mucha gente a causa de los altos rendimientos del arroz. Pero ahora, como sucede en cualquier otro sitio, los altos rendimientos dependen de las altas tasas de fertilización.

P. Cambiemos de tema. Propone una nueva categoría histórica: las eras energéticas. ¿Cuáles son las diferentes eras energéticas y hacia cuál nos dirigimos ahora?

R. La era de la madera duró hasta 1900, hasta que el mundo empezó a consumir más carbón que madera. Después vino la era del carbón y el petróleo, que duró hasta los años setenta. Posteriormente, vino la era del carbón, el petróleo y el gas natural, que es donde estamos ahora, con pequeñas contribuciones de la energía hidroeléctrica y la nuclear. Las nuevas renovables, la eólica, la solar y las bioenergías contribuyeron en 2020 a menos del 6% del total.

P. En el libro traza una teoría de la desigualdad con perspectiva energética. Los países más ricos, dice, han alcanzado ya sus niveles de saturación.

R. Creo que los números hablan por sí mismos. Toma por ejemplo el consumo anual primario de energía de Estados Unidos (260), Alemania (145), España (106), China (101), India (22), África (14) y las naciones africanas más pobres, que están por debajo de cinco.

Acotación. Lo que se subraya una y otra vez en el libro es la brecha entre sociedades pobres (cuyos cimientos energéticos son una amalgama de combustibles de biomasa tradicionales, motores primarios animados y proporciones crecientes de combustibles fósiles y electricidad) y los llamados países energívoros (industrializados o posindustriales), cuyo consumo de combustibles fósiles y electricidad per cápita ha alcanzado, o al menos se ha aproximado, niveles de saturación. Esta brecha puede observarse en todos los ámbitos: el rendimiento económico global, el nivel de vida medio, la productividad laboral o el acceso a la educación. Y cada vez está menos relacionada con disparidades internacionales y más con una división basada en privilegios, realidad que las clases acomodadas de China y la India reflejan de manera especialmente clara.

P. Dice que de media se tardan entre 55 y 60 años para que una nueva fuente de energía se extienda por el mundo y se utilice a nivel comercial ampliamente. ¿Cuánto va a tardar la actual transición energética? ¿Cómo imagina los años por venir?

R. Me temo que los próximos años serán muy parecidos a los últimos años. En 1990, el mundo obtuvo el 87% de su energía primaria de fuentes fósiles. En 2020, será el 83%, con una reducción de solo el 4% en 30 años. ¿Cómo crees que nos vamos a mover del 83% al cero en los próximos 30 años? ¿Hay algo que la gente de Washington y Bruselas sabe que los ingenieros no saben?

P. La energía nuclear es una excepción en cuanto a estos plazos. ¿Debería ser considerada energía verde, como piden Biden y Macron y como ya hacen muchos países asiáticos desde hace años?

R. Como sabes, ya tenemos una gran producción de energía nuclear en algunos países. En Francia, aporta más del 70%. Lo que sucede es que en otros países europeos, como Alemania o Italia, lo nuclear se ve como un trabajo del diablo, así que no parece que a corto plazo se vaya a adoptar.

"¿Cómo pasar del 83% al cero en los próximos años? ¿Hay algo que la gente de Washington y Bruselas sabe que los ingenieros no saben?"

Acotación. Smil considera en el libro que la generación nuclear civil es un “fracaso exitoso”. Dice: “Es un éxito porque en 2015 suministró el 10,7% de la electricidad mundial. En muchos países el porcentaje es más alto, como el 20 % de Estados Unidos, el 30 % de Corea del Sur (y Japón antes de 2011) o el 77 % en Francia. Y es un fracaso porque su enorme potencial inicial (durante la década de 1970 se esperaba que a finales de siglo la energía nuclear fuera el modo dominante de generación de electricidad a nivel mundial) está muy lejos de cumplirse (…) Básicamente, Occidente ha renunciado a esta forma limpia y con cero emisiones de carbono de generación de electricidad”.

P. Señala que a lo largo de la historia siempre ha habido “enormes resistencias” a la hora de transitar de un modelo energético a otro. ¿Está sucediendo algo parecido ahora?

R. Algo que está tan profundamente interiorizado no es nunca fácil de eliminar. No veo a la gente entregando voluntariamente sus enormes SUV, ni moviéndose a pequeñas casas, ni a los turistas renunciando a volar a una isla con un volcán en erupción en mitad de una pandemia.

Acotación. En el libro, sin embargo, se recrea en alegatos como estos:

“Las sociedades modernas han llevado la búsqueda de la variedad, el ocio, el consumo ostentoso y la diferenciación mediante la propiedad a una escala ridícula y sin precedentes”. Actualmente hay “cientos de millones de personas cuyo gasto discrecional anual en artículos no esenciales (incluida una proporción cada vez mayor de productos de lujo) supera con creces el ingreso medio de una familia occidental de hace un siglo”. Insiste en este argumento: “Los ejemplos extravagantes abundan. El tamaño de las familias en los países ricos sigue reduciéndose, pero el tamaño medio de las casas construidas a medida en Estados Unidos ha superado los 500 m2; la construcción de yates con plataforma para helicópteros tiene lista de espera; muchos automóviles en el mercado tienen un exceso de potencia tan ridículo que nunca podrá comprobarse en ninguna carretera pública: el motor del Koenigsegg Regera tiene una potencia de 1.316 MW, mientras que un Lamborghini o un Mercedes-Benz de gama alta vienen con 'solo' 1.176 MW, siendo este último valor igual a casi 1.600 CV, once veces la potencia del Honda Civic que conduzco”.

O como estos:

"De manera más prosaica, decenas de millones de personas toman anualmente vuelos intercontinentales a playas completamente normales para contraer más rápidamente un cáncer de piel; la cohorte cada vez más reducida de aficionados a la música clásica puede escoger entre más de 100 grabaciones de las 'Cuatro estaciones' de Vivaldi; existen más de 500 variedades de cereales para el desayuno y más de 700 modelos de automóviles de pasajeros. Esta diversidad excesiva genera un considerable derroche energético, pero parece no tener fin: el acceso electrónico a la selección mundial de bienes de consumo ya ha multiplicado las opciones disponibles de pedido online, y la producción personalizada de muchos artículos de consumo (utilizando ajustes individualizados de diseños informáticos y la fabricación aditiva) puede elevar el problema a un nuevo nivel de exceso. Lo mismo ocurre con la velocidad: ¿realmente necesitamos que un pedazo de basura efímera fabricada en China sea entregado unas pocas horas después de que se haya realizado un pedido en una computadora? Y (próximamente) con ayuda de un dron, ¡nada menos!".

P. Los llamados 'tecnoptimistas' siempre han utilizado la historia para aventurar que el crecimiento puede mantenerse indefinidamente porque siempre habrá una solución tecnológica para hacerlo sostenible y seguir escalando. Su libro, de alguna manera, contradice esta idea utilizando precisamente argumentos sacados de experiencias históricas. Dice que las soluciones y las transiciones son a menudo largas y dolorosas…

R. No hay procesos de crecimiento que pueden durar para siempre. Lo he explicado en grandes libros que publiqué antes y en los que analizo todas las formas de crecimiento, desde los animales a las máquinas, pasando por los bebés y las economías.

P. En entrevistas previas, le han presentado como un partidario del decrecimiento, pero después de leer 'Energía y civilización' no estoy seguro de que lo sea. Lo que entiendo leyendo su libro es que cree que es necesario separar el crecimiento económico de la carrera por la extracción de más y más recursos. Y que, a partir de ciertos niveles, las sociedades no son más felices por consumir más recursos, ni mejoran los niveles de bienestar.

R. ¿Eso he dicho? No tenía ni idea. Yo solo he descrito realidades de la mejor manera que he podido y he dejado que sean otros los que me pongan etiquetas. Mis antiguos gobernantes comunistas [Smil creció en Checoslovaquia bajo el telón de acero] amaban poner etiquetas a la gente, igual que hacen muchos activistas políticos hoy.

Vaclav Smil. (Cedida)

Acotación. Sin entrar en etiqueas, hay al menos tres cosas sobre este tema que Smil subraya claramente en su libro. La primera es que el crecimiento del consumo energético ha generado un impresionante nivel de bienestar a lo largo de la historia. La segunda es que es igual de evidente que a partir de un determinado nivel de consumo energético esta correlación deja de existir por completo. Es decir, a partir de un determinado punto, consumir más energía no presenta ningún beneficio objetivo en términos de bienestar. Y tercero, que el éxito de la civilización fósil genera una serie de problemas medioambientales cuyas consecuencias en términos de bienestar pueden ser sencillamente catastróficas.

Dedica a esto varios pasajes del libro:

“Las sociedades modernas han elevado el crecimiento económico, y, por tanto, el aumento del consumo energético, a la categoría de dogma, asumiendo implícitamente que consumir más siempre conlleva una recompensa. Pero el crecimiento económico y el aumento del consumo energético deben considerarse únicamente como medios para alcanzar una mejor calidad de vida, concepto que incluye no solo la satisfacción de las necesidades físicas básicas (salud, nutrición), sino también el desarrollo del intelecto humano (que cubre desde la educación básica hasta las libertades individuales)”.

“Algunas sociedades han generado una dieta adecuada, atención sanitaria y escolarización básicas y una calidad de vida decente con un consumo energético anual de solo 40-50 GJ/cápita. Una mortalidad infantil relativamente baja (<20/1.000 recién nacidos), una esperanza de vida femenina relativamente alta (>75 años) y un IDH superior a 0,8 pueden alcanzarse con 60-65 GJ/ cápita, mientras que las mejores tasas del mundo (mortalidad infantil de <10/1.000 recién nacidos, esperanza de vida femenina >80 años e IDH >0,9) requieren al menos 110 GJ/cápita. No hay una mejora perceptible en la calidad de vida fundamental por encima de ese nivel”.

"El consumo energético está relacionado con la calidad de vida de manera lineal solo durante las primeras etapas del desarrollo"

“Así pues, el consumo energético está relacionado con la calidad de vida de manera lineal solo durante las primeras etapas del desarrollo (desde la calidad de vida en Níger hasta la calidad de vida en Malasia). Las estadísticas muestran una inflexión clara de la mejor línea de ajuste entre 50 y 70 GJ/cápita, seguida de un retorno decreciente y coronada por una meseta encima (dependiendo de la variable de calidad de vida estudiada) de 100-120 GJ/cápita (figura 6.20). Esto significa que el efecto del consumo energético en la mejora de la calidad de vida —medido utilizando variables que importan de verdad y no la propiedad de yates u otras tonterías— se desvanece a un nivel de consumo energético muy inferior al de los países ricos: 150 GJ/ cápita en Japón y las principales economías de la Unión Euro- pea, 230 GJ/cápita en Australia, 300 GJ/cápita en Estados Unidos y 385 GJ/cápita en Canadá en 2015 (BP, 2015). El aumento de consumo energético adicional se destina a viviendas ostentosas (aunque el tamaño medio de las familias en Estados Unidos ha disminuido, el de las casas se ha duplicado con creces desde la década de 1950), la propiedad de múltiples vehículos caros y los vuelos frecuentes”.

“Lo más notable es que el elevado consumo energético en Estados Unidos ha ido acompañado de indicadores de calidad de vida inferiores no solo a los de Japón o los principales países de la UE, cuyo consumo energético es solo la mitad que el de Estados Unidos, sino a los de muchos países con un consumo energético intermedio”.

P. También dice que la máquina de vapor está sobrevalorada como tecnología disruptiva y que hay otras mucho más importantes antes y después que la máquina de vapor. Cuestiona también el propio concepto de Revolución Industrial.

R. Hubo muchas más importantes antes, como los barcos de vela, los canales, la fabricación de hierro o la rotación de cultivos. Y ha habido muchas más importantes después, por ejemplo, todo lo que tuvo que ver con la electricidad.

Acotación. En su libro, Smil lo explica con algo más de entusiasmo. El motor de vapor, dice, fue la primera nueva fuente de energía introducida con éxito desde la adopción de los molinos de viento, más de 800 años antes. “Esto es innegable”, acota. Sin embargo, su comercialización y adopción generalizada requirió más de un siglo. “Aunque su uso acabó con muchos tipos de trabajo humano y animal, el peso absoluto del trabajo humano y la tracción animal siguió creciendo durante todo el siglo XIX”. El autor continúa afirmando que es cuestionable “la percepción dominante según la cual durante esa época se dieron cambios económicos y sociales revolucionarios”. En realidad, esos cambios técnicos “afectaron solo a determinadas industrias (algodón, fabricación de hierro, transporte) y dejaron otros sectores en una situación de estancamiento premoderno hasta mediados del siglo XIX”. Algunos han ido más allá, argumentando que el cambio macroeconómico fue tan pequeño que la expresión Revolución Industrial dejaría de tener sentido, e incluso que la idea misma de que existiera una revolución industrial en Reino Unido es un mito.

Cubierta de 'Energía y civilización'. (Arpa)

P. Hay países a lo largo de la historia que se benefician de saltos tecnológicos porque pasan de una era a otra, saltándose las intermedias. Se suele poner el ejemplo de China y otras economías asiáticas. ¿Está ocurriendo o puede ocurrir eso en el ámbito energético?

R. Por supuesto, China es el mejor ejemplo de las ventajas del que empieza tarde, con todos los países occidentales apresurándose a invertir enormes sumas de dinero durante los últimos 30 años. Pero esto no significa que no haya pasado por las mismas fases que Occidente. Justo al revés, son los mayores consumidores de combustibles fósiles del mundo.

P. Supongo que está aburrido de que en todas las entrevistas se enfatice su amistad con Bill Gates, pero me gustaría preguntarle por su último libro, en el cual insiste en que tenemos que electrificar toda la economía y tender a un 'mix' energético que sea una mezcla de renovables, hidroeléctrica y nuclear. ¿Está de acuerdo con Gates?

R. Bill Gates también dice que la mitad de la tecnología que necesitamos para llegar a un paradigma de cero emisiones todavía no existe o es demasiado cara como para que el mundo pueda permitírsela. ¡Y esto no se va a resolver hasta dentro de muchos años!

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