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En manos de Putin: Europa enmudece atrapada por su dependencia energética
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LA UE MUESTRA SUS VULNERABILIDADES

En manos de Putin: Europa enmudece atrapada por su dependencia energética

El mercado de la energía está patas arriba. Y quien lo paga, principalmente, es Europa, con una gran dependencia del exterior. Y más en concreto de Rusia. La tercera parte de las compras vienen de la tierra de Putin

Foto: Imagen: Laura Martín.
Imagen: Laura Martín.
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Es una verdadera ironía del destino. En plena revolución científico-técnica, como se decía antes, la vieja economía ha puesto en jaque el sistema productivo. Mucho se habla y escribe de teletrabajo, sostenibilidad, revolución digital y, por supuesto, de cambio climático o de procesos de robotización en las cadenas de producción, pero al final lo que trae de cabeza a la economía es algo tan simple —y tan viejo— como los costes energéticos y el suministro de bienes intermedios que sirven para fabricar el producto final. Y que son, precisamente, los que llegan al consumidor.

Exactamente igual que hace 150 o 200 años, cuando las naciones hacían guerras o invadían ignotos territorios para garantizar a la metrópoli que la revolución industrial pudiera contar con los insumos suficientes (aún hoy se hacen). Y exactamente igual que sucedió hace ahora casi medio siglo, cuando el mundo desarrollado descubrió que su prosperidad dependía del petróleo. Entonces, las cañerías del sistema se oxidaron por falta de combustible. El mundo desarrollado era más vulnerable de lo que se creía.

Foto: Cumbre del G20 en Roma. (Reuters)

Una guerra, la del Yon Kipur, sacó a Occidente de la inopia. Y otra guerra mucho más silenciosa, la de la división internacional del comercio, conectada directamente con la globalización, es la que ha puesto en vilo al sistema económico por falta de aprovisionamientos. Lo paradójico es que la señal de alarma no la dieron brillantes economistas galardonados con el Nobel o avalados por el reconocimiento de sus colegas, sino un virus de nombre ciertamente cibernético, SARS-CoV-2, que ha revelado que países con 40.000 o 50.000 dólares de renta per cápita no tenían ni mascarillas para proteger a sus ciudadanos.

Tanto el aumento de los precios energéticos como las dificultades de aprovisionamiento de cadenas de valor globales —muy integradas en aras de optimizar los procesos de producción— son, en realidad, las dos caras de una misma moneda. Pero con una diferencia. El acceso a los recursos naturales es una casualidad geológica —el petróleo, el litio o las tierras raras están donde están por un capricho de la naturaleza—, pero la división internacional de trabajo, utilizando de nuevo la vieja terminología, es consecuencia de las políticas. No solo públicas, también privadas. La ideología dominante desde los años 80 lo ha convertido en la Biblia.

No es de extrañar, por eso, que conceptos del pasado, como independencia energética o autonomía estratégica, hayan sido desempolvados. En particular, por la Unión Europea, que ha descubierto su vulnerabilidad. Entre otras razones, porque países como China e India, grandes contaminantes del planeta, son ahora rivales en la adquisición de materias primas que antes podía acopiar Europa sin problemas, y que son esenciales para mantener los elevados estándares de vida. Sin energía, y a precios asequibles, el mundo se para.

Foto: Imagen de dos cargueros en el Canal de Suez. (Reuters)

Algunos estudios han estimado que hasta 15 millones de hogares chinos se conectan cada año en sus ciudades costeras a la red de gas. Es decir, una cantidad similar al número de consumidores de Países Bajos y Bélgica. Es por eso por lo que tampoco puede sorprender que en los 'rankings' geopolíticos siempre aparezca el abastecimiento energético en cabeza de los riesgos. Y no puede extrañar teniendo en cuenta que existe una lucha despiadada por contratar metaneros en alta mar haciéndolos desviar desde Qatar, que posee las terceras reservas del planeta, hacia el este del planeta, no hacia el oeste, como históricamente ha sucedido. Es más, la geopolítica energética, como ha destacado la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se asocia tradicionalmente al gas y al petróleo y el gas, pero hoy, incluso, las tecnologías de energía limpia no son inmunes a los peligros geopolíticos.

La producción y el comercio de minerales críticos, cuyo precio se ha triplicado, proporcionan un ejemplo de ello. No en vano, en muchos casos, el suministro de minerales críticos se concentra en un número menor de países que en el caso de los hidrocarburos. Ellos tienen la sartén por el mango del futuro de la descarbonización. Un estudio de la propia AIE señala que la participación de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de Rusia en la producción mundial de petróleo aumentará considerablemente del 47% actual al 61% en 2050 en el escenario cero emisiones.

La geopolítica del gas

¿Cuál es el problema? Ni más ni menos que los países productores se han vuelto a dar cuenta, como lo hicieron los árabes en 1973, que la energía es un poderosa arma —tradicionalmente se ha hablado de la geopolítica del petróleo— desde el punto de vista estratégico y político. Incluso, para dirimir conflictos entre territorios vecinos. El cierre del gasoducto de Argelia que pasa por Marruecos, y que llega al suroeste de la península ibérica, es el último ejemplo. Pero, desde luego, no el único.

A autócratas como Putin —hay muchos más— no se le podía escapar esa herramienta de presión cuando por Ucrania (Moscú se anexionó Crimea contra la comunidad internacional) pasa uno de sus gasoductos que van al corazón de la UE. No puede extrañar cuando el 40,4% del gas natural que consumen los hogares y las empresas europeas procede de Rusia. También, el 40% del carbón que llega a Europa —sí, todavía algunas regiones son muy dependientes— viene de Rusia, cuyas instalaciones de almacenamiento de gas se encuentran inusualmente bajas de reservas. Igualmente, el 29,3% del petróleo que llega a las refinerías continentales procede de la tierra de Putin. La rusa Gazprom, de hecho, tiene influencia sobre casi un tercio de todo el almacenamiento de gas en Alemania, Austria y Países Bajos.

Como alguien ha dicho, Europa está en manos de Rusia en materia energética, y Putin lo sabe mejor que nadie. Una simple declaración suya puede subir o hundir el precio del gas en minutos, pero también es verdad que el colapso de su economía depende de las ventas de gas y petróleo. Y lo mismo le sucede a Argelia, que, aunque tenga la llave del gas, no puede prescindir de su mejor cliente.

Como alguien ha dicho, Europa está en manos de Rusia en materia energética, y Putin lo sabe mejor que nadie

No está claro, sin embargo, que la única intención de Putin sea meter en problemas a Europa como respuesta a las sanciones (caso Navalni). Según los analistas de Eurasia Group, la industria del gas está muy dividida sobre si Rusia juega con los suministros. Hay razones para pensar que Moscú también ha tenido que priorizar el llenado de sus propias instalaciones de almacenamiento a la vista de que el consumo interno ha aumentado en los últimos años, dejándolo con menos gas para exportar. Otro competidor para comprar gas.

Asegurar el abastecimiento

No es baladí teniendo en cuenta que, según Eurostat, más de la mitad (el 58,2%) de la energía bruta disponible de la UE en 2018 correspondía a fuentes de energía importadas, lo que da idea de la dimensión del problema. Sobre todo, en algunos países como España, donde el 75% de la energía, según Eurostat, viene de fuera. Es verdad que en 2019 la proporción de energía procedentes de fuentes renovables era del 18,4%, y subiendo, pero de forma muy insuficiente para asegurar el abastecimiento. Como en Europa, obligada a mirar hacia Oriente, que es donde viene la energía, con las consecuencias geopolíticas que eso tiene. El gas, nunca hay que olvidarlo, es el principal combustible industrial.

En 2005 se anunció la construcción del gasoducto Nord Stream 2, que une directamente Rusia con Alemania pasando por el mar Báltico, pero 16 años después los reguladores germanos aún lo están ultimando. En la misma línea, dos años más tarde se anunció un acuerdo entre Berlusconi y Putin para impulsar el South Stream, a través del Mar Negro, pero el proyecto nunca ha visto la luz.

No pueden ser irrelevantes ambos proyectos teniendo en cuenta que el nivel más alto de producción de energía primaria entre los Estados miembros de la UE se registra en Francia, con una cuota del 21,7% del total de la UE, seguida de Alemania (17,8%), Polonia (9,7%) e Italia (5,9%). Francia, como se sabe, es una rara avis porque gracias a su poderosa industria nuclear consigue que el 78% de la producción de energía primaria sea nacional. No es de extrañar a la luz de un hecho innegable: Francia, históricamente, también en el plano militar, ha construido su identidad nacional en torno a la independencia como nación. Precisamente, para no caer atrapado en la geopolítica energética (Putin acaba de ofrecer a Moldavia combustibles más baratos para que se aleje de la UE).

En todo caso, y pese a Francia, la enorme dependencia exterior explica que Europa busque energías alternativas en plena lucha contra el cambio climático. Vuelve a haber un problema, y no menor. Y no es otro que el tiempo. La transición hacia energías limpias en carbono será larga y, por supuesto, costosa. Son necesarios ingentes recursos. Entre otras cosas, porque las renovables (cuya energía producida no puede almacenarse) necesita tecnologías de respaldo —nuclear o ciclo combinado—, lo que hace que la independencia energética sea menor. Y lo que no es menos relevante, existe una clara aprensión por parte de la opinión pública para ubicar instalaciones industriales cerca de sus viviendas. Este es el caso, por ejemplo, del yacimiento de gas de Groningen, en Países Bajos, el más grande de Europa occidental, que ha tenido que cerrarse por las presiones de los vecinos tras producirse algunos pequeños seísmos.

El frío que viene de Pekín

El 75% del yacimiento está agotado, y eso ha provocado terremotos que han alarmado a la vecindad, no sin razón. El Gobierno holandés se ha visto obligado a anunciar su cierre. ¿El resultado? Por primera vez en su historia, Países Bajos se ha convertido en importador neto de gas natural. Y si hace frío en China quienes lo pagan son los holandeses, o los españoles, ya que Pekín compra gas y eso sube los precios.

Una especie de pescadilla que se muerde la cola que ha puesto el mundo en vilo, y, en particular, a algunas regiones, como Europa, que, además, tiene enormes deficiencias en materia de interconexiones interiores. El mercado energético paneuropeo sigue fracturado por los intereses nacionales. Pero sobre todo, porque nadie invierte en tecnologías que pronto serán obsoletas —nuevos yacimientos de hidrocarburo o plantas de regasificación— porque no será rentable en pleno proceso de descarbonización. ¿Se acuerdan de cuándo las petroleras presumían de haber encontrado un nuevo yacimiento? Y aquí está el nudo gordiano, y que se explica en términos de economía clásica: desajuste entre oferta y demanda.

Lo prioritario ahora, como no puede ser de otra manera ante el desastre del cambio climático, es invertir en energías limpias, pero el mundo, guste o no, se sigue moviendo por energías fósiles que tienen la mala costumbre de expulsar CO2 a la atmósfera con los resultados ya conocidos. La esperanza está en el hidrógeno, con sus diferentes tonalidades cromáticas (verde, azul, negro..), como alguna vez estuvo en la fusión nuclear, pero esta industria solo ha empezado a arrancar.

Lo prioritario ahora, como no puede ser de otra manera ante el desastre del cambio climático, es invertir en energías limpias

No así la digitalización de la economía, que, paradójicamente, se ha convertido en un agente contaminante, y lo que no es menos significativo: gran consumidor de energía. Algunos estudios, como ha recordado un informe del Real Instituto Elcano, han estimado que entre 2018 y 2020 el sector digital en su totalidad ha consumido el 3% de la energía primaria en el mundo y un 7% de la energía eléctrica. Hasta el punto de que ya genera un 5% de las emisiones globales de CO2.

Y es que ser independiente y, al mismo tiempo, no contaminar cuesta caro. Muy caro. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha estimado que lograr el objetivo de situar el calentamiento global por debajo de 1,5 grados centígrados supone una inversión de cuatro billones de dólares hasta 2030 en proyectos e infraestructura de energía limpia. ¿Quién le pone el cascabel al gato? No es fácil soplar y sorber al mismo tiempo.

Es una verdadera ironía del destino. En plena revolución científico-técnica, como se decía antes, la vieja economía ha puesto en jaque el sistema productivo. Mucho se habla y escribe de teletrabajo, sostenibilidad, revolución digital y, por supuesto, de cambio climático o de procesos de robotización en las cadenas de producción, pero al final lo que trae de cabeza a la economía es algo tan simple —y tan viejo— como los costes energéticos y el suministro de bienes intermedios que sirven para fabricar el producto final. Y que son, precisamente, los que llegan al consumidor.

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