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La Historia está llena de futuros que nunca existirán... y no sirve de nada imaginarlos
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CONTRAFACTUALES

La Historia está llena de futuros que nunca existirán... y no sirve de nada imaginarlos

En los últimos años ha surgido un tipo de historiografía llamada ucronía, que imagina un presente distinto al cambiar un hecho decisivo del pasado. Un nuevo libro cuestiona su rigor

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Una de las ucronías más divertidas consiste en imaginar a Fidel Castro fumándose un puro envuelto en la bandera cubana, mientras firma autógrafos a cientos de estadounidenses que corean su nombre en el estadio de los New York Giants tras ganar la Major League de béisbol. Mientras tanto, en Cuba nadie hace la revolución.

Este es un ejemplo más de los contrafactuales que suelen citar algunos historiadores: piensan en un suceso que pudo o estuvo a punto de ocurrir y a partir de ahí modifican la Historia. Investigaciones recientes han descartado que el joven Fidel Castro fuera tan buen bateador como para fichar por un equipo de alto nivel y otros trabajos tratan de deslegitimar el resto de ucronías. En ellas Hitler acaba ganando la Segunda Guerra Mundial, Napoleón vence en Waterloo o Felipe II conquista Inglaterra con la Armada Invencible. La pregunta es: ¿qué validez histórica tienen este tipo de especulaciones?

placeholder Fidel Castro jugando al béisbol. (Reuters)
Fidel Castro jugando al béisbol. (Reuters)

En su libro ‘Contrafactuales, ¿y si todo hubiera sido diferente?’ (Turner, 2018) el gran historiador Richard J. Evans explica que estas suposiciones son “wishful thinking”: las especulaciones contrafactuales, más allá del entretenimiento, no son un trabajo historiográfico serio. Abordan cuestiones históricas de enorme complejidad “cortando el nudo gordiano de la interpretación afirmando simplemente la capacidad del acto individual de cambiar las cosas”. EH Carr denominó a los ejercicios contrafactuales como "un juego de salón" que tan solo distraía. Por su parte, EP Thompson fue más concreto: "Es mierda que no tiene nada que ver con la Historia".

La ucronía es un concepto que acuñó el pensador Charles Renouvier en 1857 como “utopía del pasado”. Hasta hace unos años consistía en un ejercicio divertido de la ficción. Pero en la actualidad, los contrafactualistas tratan de cuestionar la idea determinista de que lo que pasó era lo que tenía que ocurrir. De ahí que hagan el ejercicio de cambiar un hecho para demostrar que la Historia no tiene por qué seguir un camino establecido.

placeholder Contrafactuales, Richard. J. Evans (Turner Noema, 2018)
Contrafactuales, Richard. J. Evans (Turner Noema, 2018)

Evans encuentra dos pegas a este argumento: la primera es que dan demasiada importancia al papel de los “grandes hombres”, sin tener en cuenta las circunstancias históricas. Según el historiador inglés, decir que el nazismo no hubiera existido sin Hitler no es otra cosa que una expresión de un deseo para no culpar al pueblo alemán de las cámaras de gas.

La segunda es la capacidad de los contrafactualistas para, una vez modificado el hecho decisivo, jugar con la ruleta de la Historia aplicando ‘ceteris paribus’, donde nada cambia salvo la propia modificación, lo que a ojos de Evans parece inverosímil.

El historiador británico Niall Ferguson lidera este movimiento. En 1997 dirigió a un grupo de académicos para poner en marcha el proyecto 'Historia virtual'. Proponía diversos escenarios alternativos para interpretar los grandes momentos del pasado. Santos Juliá participó recreando una España sin guerra civil que mantiene la república y la neutralidad durante la II Guerra Mundial. Ferguson explica que se deben examinar las posibles alternativas plausibles de lo que pasó para entender mejor las decisiones que se tomaron. Aquí vuelve a enfrentarse con Evans, que considera que un historiador nunca debería juzgar a los personajes del pasado.

Utopía o distopía

Las ucronías suelen tomar dos caminos. Uno es la utopía del pasado. Evans cree que son los pensadores de derechas los más propensos a inventar estos contrafactuales, porque son proclives a abrazar los conceptos del individualismo y libre albedrío que los justifiquen. “¿Por qué deberían los historiadores de izquierdas lamentar lo que no ocurrió en el pasado cuando el futuro todavía es suyo?”, ironiza. Santos Juliá no sería un buen ejemplo, pero sí muchos ingleses conservadores que se dedican a imaginar qué habría ocurrido si Inglaterra no hubiera participado en las guerras mundiales (que no habría perdido sus colonias ni el imperio, concluyen). Como casi siempre, las ucronías acaban arrojando más luz sobre sobre el presente que sobre el pasado, donde se proyectan las esperanzas, las frustraciones y los deseos de la persona que escribe.

El otro tipo de ucronías son las distópicas. El checo Aviezer Tucker afirma que el éxito de las historias alternativas de ficción que se centran en un mundo donde los nazis ganaron la guerra puede atribuirse “a una fascinación estética por los paisajes apocalíticos, con constantes descripciones realistas de un espantoso universo alternativo, como un cuadro de El Bosco".

placeholder Jardín de las delicias de El Bosco
Jardín de las delicias de El Bosco

El debate entre contrafactualistas e historiadores ortodoxos, por tanto, se centra en el papel que tienen los seres humanos en el devenir de la Historia. Mientras unos lo atribuyen en gran medida a las fuerzas históricas - económicas, políticas, culturales, sociales o geográficas - otros señalan momentos claves y a grandes líderes decidiendo el destino de millones de personas.

'Guerra y Paz' y el destino

placeholder La paradoja de la historia, Nicola Chiaromonte (Acantilado, 2018)
La paradoja de la historia, Nicola Chiaromonte (Acantilado, 2018)

Entonces, ¿Las personas se suben al tren de la Historia como protagonistas o espectadores? Esta cuestión la trata Nicola Chiaromonte en ‘La paradoja de la historia, cinco lecturas sobre el progreso’ (Acantilado, 2018), reeditado este año. El autor analizó en 1970 algunas obras clásicas de la literatura (La cartuja de Parma, Guerra y Paz, Doctor Zhivago) para entender el concepto del destino y explicar la relación entre el hecho individual y el hecho histórico, concluyendo que, a veces, es una dualidad insuperable.

Se entiende mejor a través de la lectura que hace Chiaromonte de 'Guerra y paz': “Tolstoi insiste una y otra vez en la fuerza abrumadora de los acontecimientos históricos, en lo determinantes que son la suerte y las circunstancias, en que lo irrevocable tiene lugar sin que nadie lo haya anticipado o incluso sin que nadie se dé cuenta de que ha sucedido, en el sentimiento de extravío del individuo sumido en las turbulentas transformaciones históricas, abrumado por el sentimiento de una libertad excesiva mientras se encuentra paralizado en el lugar al que la suerte lo ha llevado. Víctima indefensa de lo que sucede, el individuo está dominado por fuerzas irresistibles, internas y externas, pero también es el agente de acciones cargadas de responsabilidad, puesto que cualquier acto parece decisivo”.

Tolstoi defiende en 'Guerra y paz' un carácter incomprensible de la Historia que mezcla el libre albedrío y el determinismo. Aun así, escribir uno de las mejores obras de toda la literatura no le libra de ganarse el título de "guardián gruñón del misterio del universo", en palabras de Chiaromonte.

La trampa del determinismo

En el prólogo de ‘Historia virtual’, Niall Ferguson rechaza este tipo de explicaciones. Se muestra reacio a aceptar una fuerza superior o circunstancias históricas como motor del progreso: “Ni Dios, ni la Razón ni Marx han escrito el destino de la Humanidad”. En esa misma línea se encuentra Juan Pablo Fusi, otro historiador español que también colaboró en el proyecto. Defendió el uso de los contrafactuales como herramienta para obligar a la gente a pensar que siempre ha habido “alternativas verosímiles a los hechos considerados inevitables”.

Evans escribe que lejos de liberar a la historia de una camisa de fuerza imaginaria de determinismo marxista, la encierran en otra mucho más restrictiva

Sin embargo, lo que Richard J. Evans critica es la propia aplicación del contrafactualismo, ya que revela una paradoja: al criticar el determinismo acaban cayendo en él. Evans escribe que lejos de liberar a la historia de una camisa de fuerza imaginaria de determinismo marxista, la encierran en otra que es mucho más restrictiva. “El despliegue del argumento del tipo “y si…” para plantear un desarrollo alternativo a largo plazo asume, en primer lugar, la no existencia de ulteriores contingencias y azares en el proceso, y en segundo lugar, la no influencia del acontecimiento alternativo inicial, la primera cosa que no pasó […]. Todo esto elimina casi totalmente de la historia el azar y la contingencia. En lugar de recuperar los futuros abiertos del pasado, los cierra”.

La teoría del caos y la historia

En la crítica que hizo El País en 1998 a la publicación de 'Historia Virtual', Luis Prados hablaba de Ferguson y su equipo como un grupo de historiadores "que ofrecían un enfoque mucho más próximo a las últimas tendencias de la ciencia como es la teoría del caos". En un especial de Halloween de Los Simpsons, Homer estropea el tostador. En su intento de arreglarlo acaba creando una máquina del tiempo y, cada vez que tuesta el pan, viaja hasta un pasado remoto. En ese momento, recuerda el consejo que le dio su padre el día de su boda: “Si alguna vez viajas en el tiempo, ¡no toques nada! Porque incluso el mínimo cambio podría alterar el futuro de maneras que no podrías imaginar”. Homer acaba matando un mosquito y, cuando vuelve al presente, Ned Flanders es el dios supremo de la humanidad. En otro viaje en el tiempo, la lluvia no son gotas de agua, sino rosquillas.

En el lado opuesto a los historiadores que se adhieren a la teoría del caos está el propio Richard J. Evans. Sostiene que la Historia no se puede matematizar. Y escribe: "Los que dicen que la historia es caótica -es decir, producto sobre todo del azar- siempre han tenido que reconocer que siguen existiendo sistemas de causación más amplios, que determinan el patrón general de los acontecimientos aunque no su naturaleza o cronología exacta".

De forma más académica, Marcus Du Sautoy explica la teoría del caos en ‘Lo que no podemos saber’ (Acantilado, 2018). Pone el ejemplo de una mesa de billar con forma de estadio, es decir, con extremos semicirculares y lados rectos: "Si lanzamos la bola, las trayectorias pueden divergir drásticamente incluso en el caso de que hayan partido casi exactamente en la misma dirección. Este es el carácter distintivo del caos: sensibilidad extrema a cambios muy pequeños en las condiciones iniciales".

Du Sautoy establece siete fronteras del conocimiento que, a su juicio, el ser humano nunca será capaz de traspasar. Una de ellas es, desde el punto de la física, el conocimiento del pasado y del futuro. Nunca podremos crear un modelo matemático de las interacciones humanas, lo que nos permitiría rebobinar la Historia y saber qué habría ocurrido si Inglaterra, por ejemplo, hubiera llegado a un acuerdo de paz con los nazis en 1939. Por ese motivo, extrapolar términos científicos bien definidos a aspectos sociológicos donde las palabras tienen un valor difuso suele ser un error.

Extrapolar términos científicos bien definidos a aspectos sociológicos donde las palabras tienen un valor difuso suele ser un error

El historiador francés Fernand Braudel, en un campo de concentración nazi, intentó explicar a sus compañeros prisioneros la complejidad de las vidas humanas: “Un número increíble de dados, siempre en movimiento, domina y determina cada existencia individual”.

Richard J. Evans concluye en 'Contrafactuales' que la Historia no puede conjugarse en condicional. Habla de lo que es y de lo que no es, y nunca de lo que podría haber o no haber sido. Pese a todo, algunos seguirán pensando que la Historia, como la vida, no es más que una maldita cosa tras otra.

Una de las ucronías más divertidas consiste en imaginar a Fidel Castro fumándose un puro envuelto en la bandera cubana, mientras firma autógrafos a cientos de estadounidenses que corean su nombre en el estadio de los New York Giants tras ganar la Major League de béisbol. Mientras tanto, en Cuba nadie hace la revolución.

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