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Cuando las utopías urbanas se convierten en distopías: las otras ciudades de 15 minutos
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Cuando las utopías urbanas se convierten en distopías: las otras ciudades de 15 minutos

El trabajo de tres investigadores de la universidad de Bristol examina el lado oscuro del urbanismo para preguntarse si todo es tan bonito como parece en las nuevas propuestas

Foto: Forest City, la ciudad fantasma malasia basada en la idea de la "ciudad jardín". (EFE/EPA/How Hwee Young)
Forest City, la ciudad fantasma malasia basada en la idea de la "ciudad jardín". (EFE/EPA/How Hwee Young)
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En el centro de un área virgen de 3.600 hectáreas se construye un parque central. Desde él emergen seis autopistas radiales de 37 metros de ancho que conectan con cada uno de los barrios de la ciudad, que disponen de sus propios recursos. Espacios públicos, cascadas y parques; áreas industriales, residencias y granjas. Dentro de los confines de la ciudad jardín viven exactamente 32.000 personas. Cuando la ciudad jardín se llena, se construye una nueva. Y otra, y otra, hasta que varias ciudades jardín rodean la metrópolis central, con sus 58.000 vecinos.

Este es el sueño que sir Ebenezer Howard tuvo a finales del siglo XIX y que dio lugar al movimiento urbanístico de la ciudad jardín. Más de un siglo después, y a través de sus distintas transformaciones y tergiversaciones, sigue siendo una de las utopías urbanas más influyentes. No solo porque algunos de los desarrollos de ciudades españolas como Colonia Cruz del Rayo o la Colonia de la Prensa en Madrid, ciudad vergel de Torrelavega o el barrio de la Castellana en Burgos estuviesen inspirados por ella, sino porque su espíritu no es tan lejano del de la ciudad de 15 minutos.

Un nuevo trabajo, publicado en Urban Studies por la investigadora de la Universidad de Bristol Giada Casarin y los profesores Julie MacLeavy y David Manley, traza un recorrido por la historia de las intervenciones urbanas del último siglo para poner en duda que la ciudad de 15 minutos, tal y como se está implantando, favorezca la mezcla social. Más bien, puede convertirse en un motor de gentrificación que mejore la ciudad (para algunos) a costa de sus ciudadanos.

Lejos, eso sí, de las teorías conspiratorias que han rodeado al concepto del mexicano Carlos Moreno durante los últimos años: “No son más que eso, teorías de la conspiración”, matiza a El Confidencial Casarin. “No hay nada en la literatura académica que sugiera que la ciudad de 15 minutos esté diseñada o busque restringir el movimiento. Más bien, lo que intenta es proporcionar servicios, trabajos y ocio más cerca de los hogares, haciendo esos lugares más habitables”. Entonces, ¿cuál es el problema?

El proyecto de las ‘new towns’ británicas generó 32 nuevas ciudades

Un motor de la gentrificación

Los investigadores plantean en su trabajo que la implantación de la ciudad de 15 minutos, aunque en algunos aspectos positiva, puede acarrear externalidades negativas que no suelen contemplarse si se realiza como una intervención desde arriba hacia abajo. O, mejor dicho, desde el centro de la ciudad a la periferia. “Lo que debería preocuparnos es asegurarnos que evitamos la gentrificación y que las desigualdades sociales desaparecen como resultado de intervenciones basadas en la gente”, explican los autores.

La ciudad de 15 minutos ha inspirado políticas urbanísticas de ciudades como París, Londres o Barcelona, recuerdan, como una manera de recuperar “la ciudad de proximidad”, un espacio en el que los ciudadanos disponen de todo lo necesario sin necesidad de realizar grandes desplazamientos. Un proyecto más o menos cercano al de las new towns británicas construidas entre 1946 y 1970, que descentralizó Londres en tres fases creando 32 nuevos centros urbanos en su zona satélite, como Stevenage, Runcorn o Milton Keynes.

placeholder Calles vacías en Milton Keynes. (Reuters/Andrew Boyers)
Calles vacías en Milton Keynes. (Reuters/Andrew Boyers)

El proyecto, que se basaba lejanamente en las ideas de Howard, tenía como objetivo recuperar el espíritu “sin clases sociales” de la segunda guerra mundial, mejorando las condiciones de vida de los barrios menos favorecidos y aliviando los saturados centros de las ciudades. Una intención que iba acorde con el “espíritu del 45” de las leyes del laborista Clement Attlee que también dieron luz al Sistema de Salud Británico. El proyecto de las new towns, por ejemplo, sugería que cada unidad barrial debería incluir una escuela infantil y un colegio, y, a poder ser, un salón de actos para las reuniones locales.

Un punto de partida relativamente cercano al de la ciudad de 15 minutos. “Esta parte de la idea de la ciudad jardín y de las new towns, por ejemplo, y su organización local de la ciudad, donde los barrios mezclan funciones y perfiles demográficos”, explica la autora. “Lo que defendemos es que, para evitar intervenciones de arriba abajo dirigidas por el marketing de cada barrio, es importante considerar los riesgos potenciales de la gentrificación relacionados con la integración de la mezcla, servicios mejorados y nuevas infraestructuras de movilidad en las áreas urbanas marginalizadas”.

El gran riesgo, para los autores, es la introducción de medidas que terminen apartando a los vecinos a los que se quiere proteger. “Defendemos que, aunque el concepto teórico de una ciudad más sostenible, conectada y local es positivo, en la práctica, otras intervenciones locales tienen más posibilidades de mejorar los vecindarios desfavorecidos a través de la regeneración y la introducción de servicios nuevos o de mejor calidad”, razona Casarin. “Si no se introducen de manera apropiada, existe el riesgo de que se convierta en una forma impuesta de política social, haciendo que potencialmente suban los precios y conduciendo al desplazamiento de los residentes que llevan más tiempo viviendo”.

Barrios como La Goutte d’Or en París o Stadera en Milán han sufrido procesos así

La trampa de la decadencia urbana

Las ciudades jardín y las new towns se desarrollaron en un momento de migración del campo a la ciudad en condiciones precarias y saturación del centro de las urbes que provocaban que estas medidas tuviesen un fuerte punto de partida social que evitaba que la vivienda se convierta en un arma de especulación. Hoy, los nuevos cambios urbanos en barrios como La Goutte d’Or en París, Stadera en Milán o la londinense Brixton han visto cómo los programas de mejora urbana han propiciado la llegada en masa de rentas elevadas que han desplazado a los vecinos más veteranos.

Tras los años de la posguerra, el impacto a largo plazo de estas medidas fue el opuesto. Esas ciudades jardín fueron convirtiéndose en guetos decadentes al margen de la ciudad, especialmente los desarrollos de los años 60 y los 70. En Francia o Reino Unido, por ejemplo, los malos materiales y la construcción de torres baratas como la de Grenfell provocaron que estas utopías urbanas “fuesen vistas como un símbolo histórico de la pobreza urbana, así como áreas homogéneas y excluidas”. La historia de Grenfell o las banlieus son un síntoma del impacto de una mala planificación urbana.

“Cuando el barrio desfavorecido es el objetivo de acciones neoliberales de arriba abajo centradas en la economía más que en regenerar las infraestructuras físicas y socioeconómicas, esto puede afectar a los residentes que llevan más tiempo”, señala Casarin. “La propiedad y la mezcla social, así como los nuevos negocios y las conexiones, pueden ser beneficiosas a corto plazo, pero, si no están acompañadas por intervenciones en la desigualdad estructural, pueden conducir a una pérdida gradual de identidad y a un barrio gentrificado”.

placeholder Torres de edificios en Reino Unido. (EFE/EPA/Andy Rain)
Torres de edificios en Reino Unido. (EFE/EPA/Andy Rain)

Los autores consideran que lo que han mostrado otras intervenciones semejantes es que existe “un riesgo elevado de que generen divisiones y exclusiones en las áreas objeto”. Sobre todo porque, detrás de las bienintencionadas medidas iniciales, que suelen generar un impacto inmediato positivo en la infraestructura de la ciudad, a medio plazo aparecen las contrapartidas negativas.

“Las intervenciones de arriba abajo generalmente provocan efectos positivos relacionados con el entorno físico, incluyendo una mejor calidad de la vivienda, del espacio público o de las redes de movilidad urbana”, responde la profesora.

“Sin embargo, esas medidas generalmente no tienen en cuenta otros aspectos cruciales para un impacto social sostenible a largo plazo. Eso requiere intervenciones socioeconómicas que promuevan oportunidades para la comunidad y movilidad social (educación y trabajos)”.

No es fácil cambiar una ciudad: ¿qué hacemos?

Una de las grandes dificultades de la planificación urbana es anticipar de qué manera el aleteo de una nueva superisla puede provocar un huracán especulativo.

Los urbanistas, aun así, tienen claros los aspectos positivos de la utopía de 15 minutos: “La promoción de una ciudad más caminable, más conectada y sin coches es una respuesta a un momento en el que varias crisis se superponen: la medioambiental y la del clima, o una creciente polarización económica y social y comunidades urbanas desconectadas”. Así que no se trata tanto de cambiar las ciudades como la vida de la gente en ellas.

"Los barrios son entidades diversas con movimientos preexistentes"

“En la conclusión de nuestro trabajo, sugerimos que, a la hora de encarar las desigualdades urbanas socioespaciales, hacen falta enfoques no solo basados en el lugar, sino también en la gente para abordar desigualdades socioeconómicas estructurales por toda la ciudad”, concluye Casarin.

“Para hacerlo, la regeneración urbana debería apoyar acciones de abajo arriba, fijarse en las zonas desfavorecidas no como una entidad homogénea, sino reconocer la diversidad de estas comunidades, sus necesidades y los movimientos y redes preexistentes”, como las instituciones locales y las organizaciones del tercer sector.

París, Portland, Bogotá, Melbourne o Copenhague son ciudades que ya han implantado en mayor o menor medida algunos de los principios de la ciudad de los 15 minutos. Aunque no se trata de una panacea, concluye Casarin, esta tiene el potencial de llamar la atención sobre la importancia de los barrios y los pequeños municipios como esos lugares donde “hoy se viven las mayores desigualdades”.

En el centro de un área virgen de 3.600 hectáreas se construye un parque central. Desde él emergen seis autopistas radiales de 37 metros de ancho que conectan con cada uno de los barrios de la ciudad, que disponen de sus propios recursos. Espacios públicos, cascadas y parques; áreas industriales, residencias y granjas. Dentro de los confines de la ciudad jardín viven exactamente 32.000 personas. Cuando la ciudad jardín se llena, se construye una nueva. Y otra, y otra, hasta que varias ciudades jardín rodean la metrópolis central, con sus 58.000 vecinos.

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