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La revuelta nacionalista que tiñó de sangre Cataluña y propició la I República
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La revuelta nacionalista que tiñó de sangre Cataluña y propició la I República

Muchos problemas sociales y económicos fueron los culpables de la guerra de los Segadores en 1640, que provocó un levantamiento en el día del Corpus Christi

Foto: 'El Corpus de Sang' de H. Miralles.
'El Corpus de Sang' de H. Miralles.

Se llama calma y me costó muchas tormentas obtenerla

-Dalai Lama

Unos brochazos de Apocalipsis por aquí y por allá y todo arreglado. Corría el año de 1640 y en Barcelona se producía un motín tremebundo, desbordante, arrollador e incendiario que con el tiempo se ha dado en llamar la revuelta dels Segadors (1640-1652); este levantamiento conduciría en principio a la proclamación de la primera República catalana, de la que Pau Claris era la cabeza pensante. El levantamiento de los Segadors se originaría inicialmente entre los payeses del Ampurdán y tenía un carácter visiblemente social y anti-señorial, que en pocos meses devino en un movimiento de corte nacionalista contra los castellanos habida cuenta la estrecha relación económica y política entre la basculante y lábil aristocracia catalana y la estructura hispánica dominante en el Principado de Cataluña.

Unos años antes, hacia 1635, el conde-duque de Olivares, a la sazón privado del rey de España Felipe IV, había metido a nuestro ya castigado país en una estéril guerra con Francia y con la excusa de atacar el arraigado bandolerismo en el noreste a la par que dar presencia disuasoria a la presencia francesa al otro lado de los pirineos, había acuartelado a los Tercios de Castilla en aquellos lares. Los desmanes de los soldados para con la población civil habían creado una atmósfera bastante tensa, pues los campesinos estaban obligados por ley a albergar a los espadones pero el comportamiento de estos en su relación con las gentes del medio rural dejaba bastante que desear.

Los campesinos

Los componentes del tercio en cuestión someterían a la población catalana al saqueo, violaciones, asesinatos y otras lacras. La ley brillaba por su ausencia y la población estaba más que alborotada por el carácter de la ocupación militar que sobreactuaba ante los inermes campesinos que reivindicaban cambios sociales ante la aristocracia local pero que encontraron en los castellanos un hueso alternativo para alivio de la nobleza catalana.

La revuelta tenía al principio un carácter social y anti-señorial pero en cuestión de meses viró a un movimiento nacionalista contra los castellanos

Existía además para agravar si cabe, una fuerte crisis económica que actuaba a modo de agujero negro habida cuenta el lastre que comportaba la guerra franco-española que nacía del encajonamiento asfixiante de la nación gala por la enorme cantidad de territorios con los que España rodeaba a nuestros vecinos. Cuando estos consiguieron liberarse de sus demonios internos- los protestantes hugonotes-, dieron rienda suelta a sus ansias expansionistas. Con la Paz de los Pirineos (1659) y la consiguiente pérdida del condado del Rosellón – antigua Marca Hispánica o estado tapón carolingio- y la de Westfalia (1648) parecía que las cosas quedaban en tablas pero los catalanes perdían dicho enclave y la casi totalidad de la Cerdanya (al norte de los Pirineos). Cosas de la vida; y todo esto, en medio de la monumental movida que habían organizado entre las partes, por un lado los segadores, por otra parte una conducta impropia de un ejército que más que beligerante contra el francés parecía de ocupación.

Foto: Trincheras de EEUU en la guerra de Filipinas. (iStock)

La cosa finalizaba con una mastodóntica 'meleé' en la que se habían solapado la Guerra de los Ochenta años y la Guerra de los Treinta años; esto es, una guerra mundial en toda regla pues habían intervenido cerca de diez países e imperios y una docena de ducados. Tras aquellos acontecimientos, unas semanas antes del Corpus Christi, el ejército castellano había incendiado Santa Coloma de Farners, Riudarenes y otras pequeñas poblaciones causando pavor entre la población de payeses que huían despavoridos monte a través. ¿La causa? La negativa de la población a alojarlos tras los desmanes cometidos en los meses precedentes.

placeholder 'Batalla de Montjuïc' de Pandolfo Reschi.
'Batalla de Montjuïc' de Pandolfo Reschi.

A raíz del hecho se produjo una revuelta en el Ampurdán que se extendió como fuego galopante por toda Cataluña. El día del Corpus Christi se produjo una carnicería fuera de control, en el centro de Barcelona en la calle Ample entre cerca de tres millares de segadores y ciudadanos de Barcelona, por una parte, y funcionarios reales –ejército incluido –, por el otro, que acabaría convertido en saqueos e incendios de palacios de la aristocracia local colaboracionista. Según historiadores, la cifra de pasaportados oscila entre la veintena y la centena, incluyendo al virrey, Dalmau de Queralt que se dio a la fuga en medio de aquel monumental “marrón” acabando de mala manera.

Se produjo una revuelta en el Ampurdán que se extendió por toda Cataluña. El día del Corpus Christi hubo una carnicería fuera de control

Aquella frivolidad de las dos grandes guerras europeas del momento, surcada de trincheras por doquier, hambrunas desconocidas por su magnitud, y centenares de miles de soldados caídos en combate, acabaron engendrando una atroz fosa común de envergadura incalculable que en su apéndice final, en sus últimos estertores, llegaría a Cataluña para sofocar una rebelión que originariamente tenía visos de levantamiento social contra las prebendas de una aristocracia insaciable ante la tributación casi medieval de sus vasallos además de ser arropada en una impunidad blindada.

Por un lado la vanidad de una clase local privilegiada en connivencia con un rey que no daba mucho más allá del hecho de ser poseedor de un imperio de dimensiones incalculables, sumada el ardor castrense de una prestigiosa formación militar que no tuvo un comportamiento digno de su reputación y del hastío de los Segadors ante tanto atropello, convirtieron la fabril, industriosa y mercantil Cataluña en un baño de sangre. Tras aquella gran arcada, el vasto agro catalán se vio inundado de la noche a la mañana por caravanas de mujeres, ancianos y niños deambulando desorientados hacia ningún lado. Otra vez, la ceguera del nacionalismo a la butifarra- en este caso particular-, y del fanatismo de unos uniformados descontrolados, determinaron que a la postre aquel episodio tuviera una autopsia complicada.

Foto: 'Washington cruzando el Delaware'  de Emmanuel Leutze (1851). (Metropolitan Museum of Art)
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No se puede humanizar la barbarie y responsabilizar siempre a los “malos” de todos los desatinos, pero si se debe de arañar la verdad aunque quede en un mero escrutinio o intento. A veces es imposible llegar a conclusiones certeras pues el miedo está ahí gravitando con su sofocante presión para que la historia quede deformada en su auténtica redacción de manera satisfactoria concluyendo en un relato viciado y a la carta. No se puede tomar una buena merluza con un vino blanco de tetra brik.

Una vez más, el Apocalipsis visitó nuestra tierra patria para regarla con la sustancia de la vida, y todo, por no empatizar con unas reclamaciones que con un mínimo de voluntad se habrían decantado como un vino bien oxigenado. Cataluña, España, Europa; llevamos siglos suicidándonos; por ello, estamos obligados a reencarnar la cordura sopena de que aquellos agitadores ocultos, pero de claro perfil que tanto se esmeran en volar por los aires el proyecto de Adenauer, Monnet, Schuman, y De Gásperi venzan la voluntad de un sueño al alcance de todos si es que somos capaces de detectar las sombras de los saboteadores y de paso moderar nuestro lenguaje para con los “otros”.

El nacionalismo y la ceguera del fanatismo convirtieron la fabril, industriosa y mercantil Cataluña en un baño de sangre

Estos perverso e infames quintacolumnistas penetran el tejido democrático ya sea tunelándolo en un asalto indisimulado, que todo hay que decirlo; pero aunque dejan un rastro difícil, es este perfectamente detectable. Que cada uno saque sus propias conclusiones comenzando por analizar la banalidad de un odio de cartón piedra por no entrar el trasunto o fondo de otras realidades menos aparentes pero tremendamente dañinas por eso, por su sutileza y aparente indetectabilidad.

Alguien en un ataque de lucidez dijo que “cuanta más gente conozco más entiendo por qué en el Arca de Noé solo había animales”. A veces creo que deberíamos de pensar en aquellos aspectos de la realidad común que giran sobre las aspiraciones íntimas y básicas de la humanidad; esto es, paz, compasión, empatía con el otro, evitar hacer daño, y cosas por el estilo. No me parece un sueño inviable, puesto que con un mínimo de tolerancia para con nosotros- ya que a la postre somos el otro, el vecino, el de al lado-, podríamos ser más libres y menos infelices definitivamente. Todo un reto para la humanidad, pues nos falta un hervor.

Se llama calma y me costó muchas tormentas obtenerla

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