Cómo evitar el picoteo en el trabajo, la causa habitual de que engordes
Científicos estadounidenses han investigado el efecto de estos atracones y la inusual capacidad del ejercicio para contrarrestar sus efectos
Si eres de los que se pasan el día en la oficina picando, o de los que, antes de un examen, te das un generoso atracón de dulces y más alimentos hipercalóricos, quizá estés en camino de desarrollar un trastorno de la alimentación. Así es. Cuando una persona se da un atracón de comida no se suele pensar que tenga un problema, pero el trastorno existe y es difícil de reconocer.
Normalmente está asociado a los cuadros de ánimo, como la ansiedad o el estrés, que la persona calma con la comida. Pero no desesperes, existe una razón por la que acudes a la máquina expendedora del trabajo con frecuencia, y un nuevo estudio científico ha abierto la puerta (y nuestras mentes) a una solución que, a primera vista, podría sonar contraintuitiva a la hora de controlar nuestro apetito: el ejercicio.
Las tareas mentales exigentes en el trabajo afectan a las demandas de energía del cerebro y aumentan la ingesta de alimentos
Nuestro cerebro tiene una capacidad limitada y, como tal, durante ciertas actividades mentales intensas y prolongadas siente la necesidad de más energía (calorías) para continuar con la tarea. Ante semejante estímulo, nuestro cuerpo activa la sensación de hambre, por lo que comemos, aunque no hayamos consumido ninguna caloría ni realizado el más mínimo ejercicio físico. Esta es la razón por la que tantos trabajadores engordan durante épocas estresantes, al igual que los estudiantes universitarios antes de los exámenes.
Un cerebro ocupado es un cerebro hambriento
Los científicos de la Universidad de Alabama en Birmingham (UAB) han investigado el efecto de estos atracones y cómo solucionarlos. En particular, la capacidad del ejercicio para contrarrestarlos. “El ambiente de trabajo moderno es altamente sedentario y cognitivamente exigente”, señala el doctor William Neumeier, autor principal del estudio. “Investigaciones anteriores han demostrado que las tareas mentales tales como una gran prueba, plazos de entrega u otras tareas mentalmente extenuantes que realizamos todos los días afectan a las demandas de energía del cerebro y aumentan la ingesta de alimentos”, agrega.
El estudio, publicado en la revista estadounidense 'Medicine & Science in Sports & Exercise', señala que cualquier actividad extenuante aumenta la cantidad de azúcar y ácido láctico en el flujo sanguíneo. Y, debido a que el cerebro los utiliza como combustibles, los investigadores se preguntaron si el aumento de estos dos componentes en la sangre durante el ejercicio podrían alimentar a un cerebro agotado y reducir así su ansia de calorías.
Aquellos que no se ejercitaron consumieron 100 calorías más de media que los que sí lo hicieron
Para dar con la solución, los investigadores emplearon a 38 estudiantes universitarios como conejillos de indias. Antes de nada, analizaron su estado físico y su metabolismo, y les preguntaron cuál era su tipo de pizza que más les gustaba. La elección de la santa trinidad (la unión de queso, tomate y masa) no fue casual: es uno de los alimentos más adictivos debido a su gran cantidad de grasas saturadas e hidratos de carbono.
El primer día, el experimento tan solo consistió en sentarse tranquilamente durante 35 minutos, sin realizar ningún tipo de actividad mental, para luego comer toda la cantidad que quisieran de pizza. En la segunda sesión, los voluntarios regresaron al experimento, esta vez para realizar un examen de nivel de posgrado en 20 minutos. Gary Hunter, fisiólogo en la UAB y coautor del estudio, señala que esta práctica ya se había realizado en otras investigaciones para “inducir la fatiga mental y el hambre”.
Más ejercicio, menos pizza
Después de pasar esos 20 minutos resolviendo problemas y quebraderos de cabeza, los estudiantes fueron divididos en dos. Un grupo descansó durante 15 minutos antes de poder comer las pizzas y otro se puso a hacer ejercicio: cinco intervalos de dos minutos de alta intensidad en la cinta de correr y otro de andar. Este es el tipo de rutina breve pero intensa que, según Hunter, impulsa la liberación de azúcar y ácido láctico en el torrente sanguíneo. Por supuesto, después del ejercicio a los estudiantes también se les permitió llevarse a la boca cuantos trozos quisiesen de su pizza favorita.
Cualquier actividad que nos haga sudar aumentará el azúcar y ácido láctico en sangre, alimentando así al cerebro y mitigando la demanda de comida
En general, este segundo grupo no comió en exceso. De hecho, los investigadores señalan que aquellos que se ejercitaron después del examen consumieron 25 calorías menos que cuando simplemente se relajaron durante 35 minutos y luego comieron. Asimismo, los que no se ejercitaron consumieron 100 calorías más de media.
Al meter en la ecuación las calorías que gastaron en la sesión de ejercicios, los investigadores calcularon que, en total, el primer grupo consumió 200 calorías menos que los que se mantuvieron en reposo.
El estudio pone de manifiesto la necesidad de más investigaciones para comprender mejor cómo el ejercicio sirve para combatir los atracones. Al respecto, Neumeier sugiere una posible explicación: "El efecto del ejercicio sobre el hambre y las hormonas de saciedad pueden disminuir la ingesta de energía después de actividades que estimulan el apetito. Nuestros hallazgos corroboran las conclusiones de otros grupos de investigación y se basan en ellos al ser los primeros en reportar una diferencia estadísticamente significativa en la ingesta energética entre los participantes que completan el trabajo mental y una comida, o el trabajo mental con el ejercicio y luego una comida".
Una muestra de solo 38 personas
El estudio, no obstante, tiene sus limitaciones. Para empezar, la muestra del estudio es muy pequeña, pero no es el primero que vincula el ejercicio con la disminución del apetito. “Tan solo hemos valorado el almuerzo”, agrega Hunter, que deja abierta la puerta a la posibilidad de que los corredores consuman algún que otro trozo de pizza más durante la noche. Asimismo, tan solo tuvieron en cuenta un tipo de ejercicio: correr. Al respecto, el autor del estudio asegura que cualquier tipo de actividad que nos haga sudar incrementará el azúcar y el ácido láctico en sangre, alimentando así a nuestro cerebro y mitigando la demanda de comida.
Si eres de los que se pasan el día en la oficina picando, o de los que, antes de un examen, te das un generoso atracón de dulces y más alimentos hipercalóricos, quizá estés en camino de desarrollar un trastorno de la alimentación. Así es. Cuando una persona se da un atracón de comida no se suele pensar que tenga un problema, pero el trastorno existe y es difícil de reconocer.