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Trump, día 1: un presidente contra el 'establishment' y el resto del mundo
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Trump, día 1: un presidente contra el 'establishment' y el resto del mundo

La sensación de irrealidad que baña EEUU ha cristalizado; la actualidad es ahora impredecible. “Esta carnicería americana termina aquí y termina ahora”, sentenció ayer Trump

Foto: El presidente Donald Trump acompañado de los líderes del Congreso y su familia, mientras firma oficialmente sus nominaciones al gabinete en la Sala Presidencial del Senado del Capitolio. (EFE)
El presidente Donald Trump acompañado de los líderes del Congreso y su familia, mientras firma oficialmente sus nominaciones al gabinete en la Sala Presidencial del Senado del Capitolio. (EFE)

Un hombre fuerte ha ganado la presidencia de Estados Unidos. Donald Trump inauguró mandato con un mensaje nítidamente populista: “Hoy no transferimos el poder simplemente de una administración a otra, o de un partido a otro, sino que transferimos el poder de Washington y os lo damos a vosotros, el pueblo americano”, declaró, y miles de aplausos reverberaron frente al Capitolio.

Su discurso fue corto, sencillo y fibroso, casi violento. El ya comandante en jefe arremetió contra quienes había abrazado minutos antes. Emergió de entre senadores, reverendos, expresidentes, palmadas en la espalda y buenos deseos, para decir que “un pequeño grupo de la capital cosechó los beneficios del Gobierno mientras la gente soportó los costes. Washington floreció, pero la gente no participó de la riqueza”. El magnate pintó un paisaje ficticio de abandono, desempleo y crimen y dejó claro que seguiría siendo el mismo, un antisistema; del lado del pueblo, no del partido.

El cielo gris contuvo la lluvia hasta la jura; cuando Trump comenzó a hablar, lágrimas finas cayeron sobre la multitud, que desde lejos parecía una alfombra oscura de puntos rojos. Toda la gama del trumpismo estaba allí, venida a una ciudad que votó en más de un 90% a Hillary Clinton. Una Hillary cuya imagen en pantalla generó sonoros abucheos seguidos de carcajadas y el canto “¡Que la encierren!”.

De cerca, la alfombra era un enjambre de caras blancas irritadas por el frío; perillas, barbas, gorras cuadradas. La América del interior que elevó a Trump y que siente recuperar su amor propio y su esperanza. “Durante muchas décadas, hemos enriquecido la industria foránea a expensas de la industria americana”, dijo Trump. “Hemos defendido las fronteras de otras naciones mientras rechazábamos defender las nuestras”.

El presidente repitió la fórmula que le puso donde está y que de nuevo resonó entre sus seguidores. “Vivo en Texas, donde tenemos un gran problema: demasiados ilegales”, dijo Neil Donne, jubilado de Houston. “Cuidamos de ellos; les damos sanidad y educación gratis y eso atranca la economía”.

Otro seguidor, Roy, policía retirado de Massachussets, dice que el país necesita un empresario que piense en línea recta. “Él no tenía nada que perder; pagó su campaña de su bolsillo. Ahora tiene que limitar los mandatos de los congresistas. Hay gente que lleva ahí desde la Edad de Piedra”.

También había votantes de Obama que se pasaron a Trump, como Dan, residente en Baltimore de 44 años. Con abrigo de camuflaje y gorro calado hasta las cejas, Dan dice que suele ser neutral, pero que esta vez la libertad estaba en juego. “En estas elecciones he votado por una razón: la segunda enmienda [el derecho a portar armas de fuego]. Con Hillary Clinton habría estado amenazada, pero ahora sé que está segura”.

Dan dice que no sigue “los medios tradicionales” porque están controlados por una “élite global que acumula todo el poder y que tiende hacia la tiranía”, una consecuencia del “globalismo”. “No tengo nada en contra del movimiento de personas, pero la élite acumula demasiado dinero y poder. Sólo quiero que la gente se gobierne a si misma”.

Pese a la afluencia, la alfombra estaba incompleta. Según la policía, 250.000 personas han venido a Washington este fin de semana, siete veces menos que a la primera investidura de Barack Obama. El espacio que separa el Capitolio del obelisco tenía zonas vacías al fondo, parches blancos que no estaban allí en 2009. Un hecho corroborado a ojo por quienes presenciaron las dos ceremonias.

Hace ocho años no se cabía en ninguna calle, ningún día de la semana”, dice Brian Smith, que vende souvenirs de Donald Trump, aunque le detesta. “Es un pedazo de mierda. Es un manipulador, pero listo, y ha logrado que esta gente vote por él”. Pasa un cliente. “¡Camiseta de Trump, diez dólares!”, dice Smith. El cliente se para con interés, luego se lo piensa y se marcha: “Esta gente no tiene un pavo”.

“Estaba llenísimo. Jamás en mi vida he visto nada igual”, dice Alexa Klein-Mayer, recién graduada en Religión, residente en Washington. Klein-Mayer también es favorable a Obama y lleva un cartel entre las manos que dice: “Nadie es ilegal”. Ella y otros vecinos han abierto sus casas a quienes vienen a protestar desde otras ciudades.

El paisaje es vasto y húmedo; una capital hecha para impresionar al visitante, con edificios clásicos separados unos de otros por enormes extensiones. El Capitolio está tan lejos que sólo se puede ver la ceremonia en las pantallas. Donald Trump lleva su corbata roja de poder; su cabellera y su cara seria destacan, igual que su familia. No es un dulce padre con dos hijas, como Obama, sino un patriarca. Cinco hijos, tres mujeres, nietos. El aire dinástico embriaga a la multitud, que elogia a la Primera Familia.

La Bolsa de Wall Street, que había levitado suavemente por la mañana, bajó posiciones durante el discurso. “Tenemos que proteger nuestras fronteras de los saqueos que otros países hacen de nuestros productos. La protección llevará a mayor prosperidad y fuerza”, dijo Trump. “Seguiremos dos reglas: comprar americano, contratar americano”.

Las encuestas dicen que el país suele unirse durante las investiduras. La popularidad del presidente que jura, sea cual sea su partido, siempre es alta; el 67% en el caso de Obama, 50% para George W. Bush, 63% para Bill Clinton. Esta vez sólo el 38% de la población ve favorablemente a Trump, el mínimo desde que se hace la encuesta.

Hubo disturbios puntuales. En torno a 500 personas, la mayoría vestidas de negro, marcharon en actitud violenta y destrozaron un McDonald’s y una sucursal de Bank of America. Llovió gas lacrimógeno y hubo más de 200 detenciones. En otros puntos del centro los dos tumultos, el pro y anti-Trump, se mezclaban indiferentes.

El nuevo jefe de Estado prometió sanar la división y resucitar el patriotismo en todos sus conciudadanos; sean “negros, morenos o blancos, todos sangran la misma sangre roja de los patriotas”, declaró, y sacó a relucir su palabra dorada: ganar. “El tiempo del hablar vacuo se ha terminado. Ahora llega la hora de la acción”.

El candidato que estiró las costuras de la campaña política, también ha holgado el traje presidencial incluso antes de vestirlo. Con su tono personalista y directo, con nombres propios, con Twitter. Con ese puño derecho alzado como si luciese músculo al final del discurso y con muchas incógnitas en el aire: la relación con Rusia, con China, el proteccionismo, el desinterés hacia Europa, la OTAN, el orden global.

La sensación de irrealidad que baña Estados Unidos ha cristalizado; la actualidad es ahora impredecible como un tigre liberado. “Esta carnicería americana termina aquí y termina ahora”, sentenció Donald Trump, y aventuró dos palabras acuñadas en su día por el Partido Nazi Americano: “America Primero”.

“Honestamente, me dan igual sus políticas. Yo le apoyo por su personalidad”, dijo Brian Hulcher, reparador de maquinaria de 24 años. “Cuando empezó, los líderes republicanos y demócratas se rieron de él, luego le atacaron, y él respondió con el doble de fuerza. Ha hecho lo único que a mí me importa: destruir a los dos grandes partidos”.

Un hombre fuerte ha ganado la presidencia de Estados Unidos. Donald Trump inauguró mandato con un mensaje nítidamente populista: “Hoy no transferimos el poder simplemente de una administración a otra, o de un partido a otro, sino que transferimos el poder de Washington y os lo damos a vosotros, el pueblo americano”, declaró, y miles de aplausos reverberaron frente al Capitolio.

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