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Alemania no quiere rumanos: los conservadores legislan para expulsarlos
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"MUCHAS VECES DIGO QUE SOY ESPAÑOL"

Alemania no quiere rumanos: los conservadores legislan para expulsarlos

“Sozialtourismus”. El término se refiere a los ciudadanos de la UE que se trasladan a Alemania para disfrutar de las ayudas sociales. ¿Son esos abusos la norma? Los datos apuntan en otra dirección

Foto: Un hombre sostiene una cruz en Bucarest durante el aniversario de la revolución de Rumanía, en 1989. (Reuters)
Un hombre sostiene una cruz en Bucarest durante el aniversario de la revolución de Rumanía, en 1989. (Reuters)

Ser rumano en Alemania, como en otros países de Europa, no es fácil. Al estigma de los estereotipos se ha sumado ahora la iniciativa impulsada por el ala más conservadora del Gobierno de Merkel, que limita a seis meses la estancia de comunitarios que llegan al país y no encuentran empleo ni tienen expectativas de lograrlo. Una medida redactada con rumanos y búlgaros en mente y justificada con un supuesto abuso de las ayudas sociales.

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“A mí me parece muy mal. Me parece racismo. No pueden juzgar a todos por su nacionalidad”, se queja Marcus Stanescu. Este rumano tiene 25 años y ha vivido los últimos cuatro en Berlín. Criado en España, Marcus emigró a Alemania en busca del trabajo que le negaba la crisis en nuestro país. En una entrevista con El Confidencial explica que la locomotora europea le proporcionó casi de inmediato empleo –y desde entonces no ha parado–, pese a los prejuicios sociales y las trabas burocráticas para residir y trabajar en Alemania. La nueva ley le ha sentado como un mazazo.

La normativa, que acabó recientemente un largo trámite parlamentario, comenzó a fraguarse a finales de 2013. Entonces, desde la Unión Socialcristiana (CSU) de Baviera, el partido hermano de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel, clave en los resultados electorales de la canciller, acuñaron el término “Sozialtourismus”, en referencia a los ciudadanos de otros estados de la Unión Europea (UE) que supuestamente aprovechaban su libertad de movimientos dentro del bloque para trasladarse a Alemania no con intención de trabajar, sino para disfrutar de los beneficios sociales de la mayor economía europea, desde las prestaciones por desempleo hasta las ayudas por hijo. La controversia arrancó casi a la vez que echaba a andar el nuevo Ejecutivo de Merkel –con la CSU a cargo de tres carteras– y justo cuando por fin rumanos y búlgaros comenzaban a disfrutar de la libre circulación dentro de la UE, como el resto de comunitarios, tras una larga prórroga.

El debate cuajó a nivel nacional y, para finales de enero de 2014, Merkel aseguró que no iba a tolerar “abusos” en la libre circulación de ciudadanos comunitarios ni a permitir que los inmigrantes recién llegados a Alemania tuviesen acceso “directo” a las prestaciones sociales. El pasado julio el Ejecutivo presentó el correspondiente proyecto de ley, que incluía la limitación a seis meses de estancia para los comunitarios recién llegados y en busca de empleo. Entonces se envió la propuesta a las cámaras legislativas, que en diciembre fue finalmente ratificada por el Bundestag.

La ley prevé que, tras los seis primeros meses de estancia en el país, los extranjeros comunitarios que no hayan encontrado trabajo y no tengan expectativas de obtenerlo vean cancelado su permiso de residencia. Esto, basado en legislaciones similares de otros países europeos, implicará la pérdida inmediata de los beneficios que conlleva este documento, como la asistencia sanitaria y otras prestaciones sociales. Berlín ha subrayado en todo momento que esta legislación cumple con la normativa europea.

El Gobierno alemán se ha visto especialmente respaldado en sus tesis por la sentencia del pasado noviembre del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), que falló en su favor al confirmar su derecho a negar algunas ayudas sociales a ciudadanos comunitarios si estos no desarrollan ninguna actividad económica ni buscan activamente trabajo. El fallo surgió a raíz de una disputa legal, precisamente, con una rumana de 25 años a la que su oficina de empleo alemana le negó las ayudas sociales que, en principio, están previstas para todos los ciudadanos de la UE. La joven, con un hijo, vive con su hermana en Leipzig desde hace cinco años y no consta que haya buscado empleo. Además de los 184 euros mensuales que percibe por tener un menor a su cargo, solicitó la ayuda estatal básica para aquellos sin ingresos ni activos, de 391 euros. Esto desató el caso.

placeholder Inmigrantes rumanos parten hacia Alemania desde una estación en Bucarest (Efe).
Inmigrantes rumanos parten hacia Alemania desde una estación en Bucarest (Efe).

Encontrar trabajo en dos semanas

Marcus recuerda aún con terror cuánto le costó tener sus papeles en regla al llegar a Alemania, en 2011, junto a su novia española. Ella, comunitaria de pleno derecho, accedió rápidamente al mercado laboral, aunque fuese a unas prácticas. Él tuvo que patear varias oficinas y entregar multitud de documentos hasta que obtuvo el permiso de residencia y trabajo. “Cuando llegué tuve que entregar un montón de papeles”, afirma. Entonces aún no había explotado el debate sobre el “Sozialtourismus”, pero los rumanos todavía no tenían libertad total de movimientos dentro de la UE pese a que su país se había integrado en el bloque en 2007. Sin embargo, a las dos semanas de llegar a la capital alemana, Marcus tenía trabajo. Cinco euros la hora en la cocina de un elegante restaurante mexicano del centro de Berlín.

“Para cuando llevaba dos semanas en Berlín, ya estaba trabajando. Yo no vine para perder el tiempo”, explica este joven, al que sorprendió entonces la cantidad de empleo disponible que había en Alemania en comparación con España. “Mandé 20 currículos y me llamaron de todos para hacer una entrevista. Estaba flipando: ¡Había trabajo!”, cuenta Marcus, que entre 2000 y 2011 vivió en distintas localidades de la provincia de Zaragoza, siguiendo los empleos que encontraba su padre en el sector de la construcción durante los años de la burbuja.

Aquí he vivido el racismo. En el autobús, en las tiendas... Como me he criado en España, digo muchas veces que soy español

Las condiciones laborales que encontró Marcus en sus primeros pasos por Berlín no eran las mejores, pero necesitaba un empleo relativamente estable, sobre todo a jornada completa, porque no podía recurrir a los denominados “minijobs”, esos empleos parciales de 40 horas y 450 euros al mes como máximo. “Soy diabético y los 'minijobs' no incluyen seguridad social”, explica. Actualmente, como autónomo debe aportar mensualmente unos 250 euros a la seguridad social, pero sus medicinas cuestan más.

Desde aquellos primeros días en Berlín, Marcus ha ejercido de cocinero, camarero, albañil, pintor, electricista y carpintero, ha realizado labores generales de mantenimiento, de decorador y de limpieza… Y seguro que alguna cosa más. “No he estado en paro nunca. Sí, bueno, una semana”, reconoce, y relata a continuación cómo se vio metido en un embrollo burocrático por haber tardado tan poco tiempo en conseguir un nuevo empleo. Al final, le obligaron a devolver la única prestación que ha cobrado en Alemania por no tener trabajo, según su relato.

placeholder Rumanos esperan ante su embajada en Berlín para participar en las elecciones (Reuters).

“Aquí vives el racismo. En el bus, en tiendas…”

Pese a que la mayor economía europea le ha dado el empleo que España le negaba, Marcus no siente que Berlín sea su sitio, por razones más profundas que el desapacible clima o el carácter de la gente. “Aquí he vivido el racismo. Mil historias. En el autobús, en las tiendas...”, asegura. “Como me he criado en España, aquí digo muchas veces que soy español. Simplemente porque sé lo que hay en sus cabezas”, asegura.

Esos prejuicios contra los rumanos (y los búlgaros) que prevalecen en gran parte de Europa, pueden tener algún fundamento, reconoce Marcus, pero son una generalización que acarrea grandes injusticias para una mayoría normalmente silenciosa, entre los que se encuentra también él. “Algunos no vienen en plan legal, (…) no vienen a ganar dinero con el sudor”, reconoce sin medias tintas. Marcus habla, con una sinceridad que no entiende de corrección política ni corporativismos, de una forma de vida extendida en algunos sectores de su país, y entre los que hay personas de raza gitana, donde prevalece, a toda costa, el interés por aparentar. “Tienen que demostrar siempre. Tienen una competencia increíble entre ellos”, describe. Esto les lleva al extremo de caer en la ilegalidad: “Quieren dinero fácil y rápido para comprarse un coche o una casa”.

placeholder Un romaní en una fábrica abandonada de Berlín (Reuters).

“Esperaba otra cosa de Alemania”

Pero lo uno no quita lo otro, añade de inmediato. “A mí me ha costado mucho tener todo lo que he ganado hasta ahora. Ha sido una lucha constante. Desde que llegué aquí he estado cada mes mandando dinero a mis padres en Rumanía”, explica. Marcus franquea hasta 400 euros al mes a su padre –gravemente enfermo–, su madre –desempleada– y alguno de sus cinco hermanos.

Hay muchos rumanos en su situación. Y una mayoría comparte un perfil similar. Jóvenes, llegados en los últimos años, con experiencia en trabajos manuales... y un puesto de trabajo más o menos estable en la actualidad. Un puñado, incluso, pasó por España durante los años de la burbuja, se empleó en diversos oficios de la construcción y perdió de golpe su trabajo cuando irrumpió la crisis. Ahora, estos son apreciados por su experiencia dentro del pujante sector inmobiliario de las grandes ciudades alemanas, como Berlín, Múnich o Fráncfort.

No obstante, la casuística es enorme. Marcus es un caso prototípico, pero también hay en Alemania rumanos como Daniel y como Petre. Daniel Goran es un expatriado que llegó a Berlín junto a su pareja, Alina, en 2009 desde Dinamarca, con un jugoso contrato como químico bajo el brazo. Petre, sin apellido, lleva apenas unos meses en la capital alemana. Con poco más de dos décadas, vino con su mujer para escapar de la miseria en su país. Ahora vende el Strassenfeger, un periódico de “sin techo”, en la puerta de un supermercado del centro.

Pese a sus diferencias radicales, todos estos rumanos tienen algo en común: no han recibido un euro del Estado alemán

Daniel y Alina son titulados universitarios y están acostumbrados a saltar de país en país. Para evitar incertidumbres y problemas, apuntan a El Confidencial, no suelen mudarse hasta que al menos uno de los dos ha logrado empleo en un nuevo destino. Eso facilita la llegada y el papeleo, explican. “Daniel venía a un trabajo a tiempo completo. Su empresa se hizo cargo de toda la burocracia y fue un proceso sin problemas. Yo había terminado mi máster y tenía unas prácticas”, recuerda Alina. “A veces he sentido una leve discriminación, pero no lo atribuiría a nuestra nacionalidad”, indica al ser preguntada al respecto.

Petre, desde su atalaya junto al rincón de los carros del supermercado, reconoce a El Confidencial que esperaba otra cosa de Alemania. Un trabajo, una casa. Dar esquinazo a las dificultades. “Saco unos diez euros al día”, indica en un romo italiano, ya que vivió un tiempo en el país transalpino. También pasó por España, sonríe, donde se empleó de forma esporádica en el campo y trabajó en la recolección. “Mi mujer y yo, con mi tío y su esposa, dormimos en una fábrica abandonada lejos de la ciudad”, explica mientras acaricia a un cachorro abandonado que acaba de adoptar.

Ni un euro del Estado alemán

Pese a sus diferencias radicales, todos estos rumanos tienen algo en común. No han recibido un euro del Estado alemán. “Nunca”, dice Alina. Petre, guiña un poco los ojos, como intentando comprender y se lamenta: “¿Pero cómo voy a pedir ninguna ayuda en una oficina pública si no hablo nada de alemán?”. Pese a algunos sonoros casos de fraude, las estadísticas apuntan en este mismo sentido. El Instituto para la Investigación del Mercado Laboral y las Profesiones (IAB), un centro de estudios alemán, realizó este febrero en un informe una serie de afirmaciones respaldadas en cifras empíricas que desmienten el argumentario del que tiran quienes inventaron el término "Sozialtourismus".

La primera es que la tasa de desempleo entre los rumanos (7,9% en diciembre de 2014) es casi la mitad que la del conjunto de los extranjeros que reside en Alemania (15%). La segunda es que la proporción de rumanos que reciben ayudas del Estado es menor que la tasa de extranjeros en general que percibe beneficios sociales. La tercera es que el año pasado el número de búlgaros y rumanos con trabajo creció proporcionalmente mucho más que el de ciudadanos de estos países que solicitaron ayudas por desempleo. La población neta de inmigrantes rumanos en Alemania creció en cerca de 88.000 personas el año pasado y la población de esta nacionalidad empleada, en casi 71.000.

El estudio apunta asimismo riesgos latentes y problemas, como el rápido aumento de los inmigrantes de Rumanía y Bulgaria, su concentración en municipios muy concretos y el fuerte desempleo en alguna de estas ciudades, una lacra que afecta especialmente a los extranjeros. Además, destaca que el desempleo entre los búlgaros es relativamente elevado. No obstante, no hay datos que sustenten las tesis del fraude masivo en las ayudas sociales para extranjeros. Lo único cierto, según cifras de la Oficina Federal de Estadística, es que ha aumentado considerablemente el número de rumanos y búlgaros que se trasladan a Alemania. En 2014, el primer año sin restricciones de movimiento para los nacionales de ambos Estados, Rumanía y Bulgaria fueron de entre los países de la UE, los que más nuevos residentes aportaron, respectivamente, a Alemania.

placeholder Prostitutas rumanas en un club de Schoenefeld, Alemania (Reuters).

¿Y los datos del supuesto fraude?

¿Qué explica esta ley? El cálculo político, según los sindicatos y la oposición. La Confederación Alemana de Sindicatos (DGB) y Los Verdes han acusado al Gobierno alemán de reaccionar ante un problema inexistente y de no aportar datos que demuestren el supuesto fraude masivo frente al que pretenden reaccionar con esta norma. La organización no gubernamental Cáritas, de la Iglesia católica, ha lamentado por su parte los prejuicios que empañan este debate y la “falsa imagen” que ofrece el Ejecutivo sobre los inmigrantes rumanos y búlgaros. El presidente del Consejo Central de los Gitanos Alemanes, Romani Rose, ha tachado de “populista” este endurecimiento de la ley y criticado la acusación generalizada de fraude.

La CSU está reafirmándose en su espacio político. Su lema, según dijo su gran patriarca, Franz Josef Strauß, es que no haya ningún partido “con legitimidad democrática” a su derecha. Y, de pronto, ha aparecido la euroescéptica y conservadora Alternativa por Alemania (AfD), una estrella política ascendente, aunque aún con sólo un 6 o 7% de intención de voto a nivel nacional y sin representación parlamentaria (aunque sí en la Eurocámara). AfD, acusada de no contar con un programa comprensivo más allá de sus críticas al euro, ha abrazado encantada la cuestión de la inmigración en Alemania. La formación ha abogado por restringir la entrada de extranjeros, limitar la doble nacionalidad y endurecer los criterios del derecho de asilo.

Según la Oficina Federal de Estadística, el número de extranjeros en Alemania (inmigrantes, refugiados y asilados) alcanzó el año pasado su máximo histórico, al rondar los 8,2 millones de personas, más del 10% de la población. Entre 2013 y 2014, la cifra de extranjeros en el país se disparó en 519.000 personas. Sólo el año pasado llegaron unas 200.000 personas a Alemania en busca de asilo, procedentes principalmente de Siria (aunque queda por ver qué porcentaje logra quedarse).

Ser rumano en Alemania, como en otros países de Europa, no es fácil. Al estigma de los estereotipos se ha sumado ahora la iniciativa impulsada por el ala más conservadora del Gobierno de Merkel, que limita a seis meses la estancia de comunitarios que llegan al país y no encuentran empleo ni tienen expectativas de lograrlo. Una medida redactada con rumanos y búlgaros en mente y justificada con un supuesto abuso de las ayudas sociales.

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