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Alemania rica, Alemania pobre
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un muro invisible divide, cada vez más, al país

Alemania rica, Alemania pobre

Un cuarto de siglo después de la caída del Muro sigue habiendo dos Alemanias. La frontera es una barrera invisible que distancia, cada vez más, a ricos y pobres

Foto: Una obra de arte interactiva sobre la caída del Muro, en el Ministerio de Justicia alemán, en Berlín, el 3 de noviembre (Efe).
Una obra de arte interactiva sobre la caída del Muro, en el Ministerio de Justicia alemán, en Berlín, el 3 de noviembre (Efe).

Un cuarto de siglo después de la caída del Muro de Berlín sigue habiendo dos Alemanias. Pero la frontera ya no es una militarizada pared de bloques de hormigón que separa dos regímenes políticos antagónicos. Ahora es una barrera invisible que distancia, cada vez más, a ricos y pobres.

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Para endulzar el comienzo de sus conferencias en Alemania, el economista Marcel Fratzscher suele recurrir a un pequeño juego. Así rompe el hielo y engancha a aquellos entre el público que aún están tentados de salir corriendo. Es solo un acertijo, advierte el presidente del Instituto Alemán para la Investigación económica (DIW), un respetado centro de estudios de Berlín. Se trata de adivinar la identidad de dos países europeos a través de una somera descripción mediante datos económicos.

El primero, apunta Fratzscher, ha superado de forma sorprendente la crisis financiera global de 2008 y la subsecuente crisis de la deuda europea. Su Producto Interior Bruto (PIB) ha repuntado un 8% desde 2009 y su tasa de desempleo se encuentra en mínimos históricos. Además, el Estado ha logrado en los últimos años cerrar sus cuentas con superávit y está reduciendo su deuda. “El público al completo adivina rápidamente que se trata de Alemania”, asegura Fratzscher cuando revela esta anécdota en su último libro, La ilusión alemana.

La economía del segundo país, sin embargo, podría calificarse de quebrada, continúa este economista que trabajó para el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco Mundial. La misteriosa nación ha crecido desde 2000 por debajo de la media de la eurozona y los sueldos de sus trabajadores se han incrementado aún menos. La productividad apenas ha aumentado en los últimos lustros, principalmente por la sequía inversora. Además, la desigualdad se ha disparado hasta superar los niveles de hace 20 años, situándose entre las mayores del continente.

“¿Qué país será?”, dice Fratzscher prosiguiendo con su relato. “La mayoría del público está seguro: tiene que ser uno de los países en crisis”, prosigue el economista, utilizando el término alemán “Krisenländer” con el que medios y políticos señalan a Grecia, Portugal, España e Irlanda... y, últimamente, también a Italia y Francia. “Cuando les digo que ese país es Alemania veo sorpresa, incredulidad y duda en sus caras. ¿Alemania, cómo es posible?".

placeholder Un bloque del Muro de Berlín en el Museo Ronald Reagan, en Simi Valley, California (Reuters).
Un bloque del Muro de Berlín en el Museo Ronald Reagan, en Simi Valley, California (Reuters).

La dualidad económica

El escepticismo ante esta dualidad no es exclusivo de los alemanes que acuden a las charlas de Fratzscher. El poderío económico y sin matices de Alemania se ha vendido como rosquillas en todo el continente, un terreno abonado para las medias verdades macroeconómicas a raíz de la irrupción de la crisis y del surgimiento de la canciller Angela Merkel como líder única e incontestada. Sus mantras de que la mayor economía del bloque era “la locomotora de crecimiento” y “el ancla de la estabilidad” han contribuido a tapar una verdad económica mucho más compleja donde, en la estadística, no es todo oro.

De hecho, muchas de las fortalezas de la economía alemana esconden en sí mismas peligrosas debilidades. Una especie de Yin-yang económico. El “milagro” operado en los últimos años en el mercado laboral, por ejemplo, oculta el despegue de los llamados ‘minijobs’, trabajos de hasta 40 horas mensuales y por un sueldo máximo de 450 euros por los que las empresas no deben pagar cotizaciones y que encadenan a quien los tienen a una precariedad de la que pocos escapan en la práctica (además de a una pensión a todas luces insuficiente). El éxito exportador alemán, por su parte, enmascara la anemia del consumo interno, retraído por la prolongada atonía de los salarios; y la creciente brecha entre el sector industrial -competitivo, cualificado, exportador y bien pagado- y el depauperado sector servicios.

Por su parte, el “cero negro” que esgrime orgulloso el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, el superávit por la mínima en las cuentas del Estado -el primer “déficit cero” en el presupuesto federal llegará previsiblemente el año que viene-, esconde a la vez algo. La falta de inversiones públicas. Algo que a juicio de muchos economistas, incluidos los de la OCDE, está presionando a la baja el potencial de crecimiento de Alemania a largo plazo.

placeholder Ciudadanos de Berlín caminan junto a los restos del Muro que dividía el país (Reuters).
Ciudadanos de Berlín caminan junto a los restos del Muro que dividía el país (Reuters).

Agenda 2010: cuando Alemania era “el enfermo de Europa”

Muchos de estos elementos, tanto su parte positiva como sus negativos efectos colaterales tienen su origen en la denominada Agenda 2010, un batería de reformas estructurales y recortes en las prestaciones sociales que implementó a partir de 2004 el anterior canciller, el socialdemócrata Gerhard Schröder, cuando el semanario británico The Economist acusaba a Alemania de ser “el hombre enfermo de Europa”. Sí, cuando Berlín decidió saltarse los límites de déficit público fijados en el Tratado de Maastricht. Otros tiempos.

Entonces una coalición de socialdemócratas y verdes impulsó un paquete legislativo hasta entonces impensable en Alemania. Recortaron las prestaciones por desempleo y la cobertura de la seguridad social. Bajaron las pensiones y modificaron a la baja su cálculo. Redujeron también los impuestos para las empresas. Fraguaron el boom de la subcontratación y de los ‘mini-jobs’, flexibilizaron las condiciones de apertura de los negocios y liberalizaron sectores en línea con las directrices de Bruselas.

Las opiniones sobre sus resultados varían ostensiblemente, dependiendo del punto de vista ideológico del que se observen. Incluso dentro del Partido Socialdemócrata (SPD) su mera mención aún genera tensiones. Pero todos están de acuerdo en algo: fue un hito en la historia económica y social de Alemania, un cambio radical en la mayor economía europea, hasta entonces conocida por la generosidad de su Estado del bienestar.

Para rematar la transformación económica alemana, en 2009 el primer gobierno encabezado por Merkel -una “gran coalición” de conservadores y socialdemócratas como la actual- aprobó, junto con el paquete coyuntural para estimular la economía tras el colapso de Lehman Brothers, una reforma constitucional que incluyó en la Ley Fundamental el denominado “freno de la deuda”. Éste obliga al gobierno federal a no incurrir en déficit superiores al 0,35% del PIB a partir de 2016, tras un período de progresiva adaptación.

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(Reuters).

Una década después de la puesta en marcha de la Agenda 2010 y un lustro luego de la aprobación del “freno de la deuda” las consecuencias son evidentes: Alemania es una economía dual.

La tasa de desempleo se encuentra en mínimos históricos, desde febrero por debajo del 7% y mantiene su tendencia a la baja. Los alemanes con trabajo ascienden a casi 42 millones, por encima de la mitad de la población total del país. Pero el empleo precario se ha disparado y las condiciones, en general, han empeorado sensiblemente. Los sueldos, por su parte, están estancados.

Hasta 7,8 millones de ciudadanos trabajaban en régimen de ‘mini-jobs’ en 2013, el último período con datos de la Oficina Federal de Estadística (Destatis). De ellos, más de 855.000 eran jubilados, que complementaban así su pensión. Y, entre estos últimos, 142.000 tenían más de 74 años. Es frecuente ver personas mayores adecentando jardines o reponiendo estanterías de grandes cadenas de droguerías. Además, más de 800.000 personas trabajan a través de subcontratas, lo que da lugar a abusos como el que retrató en un reportaje de investigación la televisión pública ARD infiltrándose en la cadena de montaje de Daimler, el fabricante de Mercedes-Benz.

De los casi tres millones de parados, uno son desempleados de larga duración, según los datos de la Agencia Federal de Empleo (BA). Mientras tanto, más de tres millones de alemanes conjugan dos o más empleos simultáneamente, según un estudio del Instituto para el Mercado Laboral y la Investigación del Trabajo (IAB). Además, ahora más del 25% de los alemanes trabaja en fin de semana, cuando en el año 2000 era algo más del 20%, según el Ministerio de Trabajo. El porcentaje de empleados con turno de noche también se ha incrementado de forma similar, hasta superar el 10%. Otro dato más: dos de cada tres asalariados (la mayoría en puestos no cualificados del sector servicios) cobra actualmente menos en términos reales de lo que percibía hace 14 años, según estimaciones del DIW.

La confluencia de todas estas tendencias ha provocado, como informaba el año pasado la televisión pública ZDF, que el número de bajas por agotamiento físico haya pasado de 33,6 millones en 2001 a 55,5 millones en 2010, un repunte del 65%.

Alrededor de 13 millones de alemanes, algo más del 16% de la población, vivía en 2013 en riesgo de caer en la pobreza, según Destatis, que emplea estándares europeos para este cálculo. Las mujeres, los mayores y los niños eran los más afectados. Uno de cada cinco menores estaba en el umbral de la pobreza. Lo llamativo es que esta tasa haya permanecido estable en los últimos cinco años, mientras Alemania disfrutaba de su “milagro” laboral y millones de personas se incorporaban al mercado de trabajo. De hecho, unos tres millones de trabajadores viven en el umbral de la pobreza.

placeholder Un trabajador social habla con un vagabundo en Berlín, en diciembre de 2010 (Reuters).
Un trabajador social habla con un vagabundo en Berlín, en diciembre de 2010 (Reuters).

Junto al “milagro” laboral, otro de los motivos de orgullo de la política económica alemana es su dramática consolidación fiscal. Animada por unas recaudaciones vía cotizaciones en máximos históricos y de unos tipos de interés en mínimos -incluso en valores negativos-, Alemania ha conseguido cuadrar sus cuentas incluso antes de lo que se propuso. Desde 2012 el conjunto del presupuesto estatal (federación, Länder, municipios y caja de la seguridad social) registra superávit. El año que viene lo lograrán los del Gobierno federal, según el borrador ya aprobado. Pero, ¿a costa de qué? La inversión pública se ha derrumbado. Si en los años 90 Alemania invertía el equivalente al 23% del PIB, ahora apenas alcanza el 17%, según cifras oficiales. Y la diferencia es, en cierta medida, consecuencia del ajuste público. Berlín se comprometió recientemente ante la OCDE a tratar de llegar al 20%, la media de este club de países industrializados.

¿El país más desigual de la eurozona?

Cerrar el grifo público ha generado, a la larga, carencias que ya están saliendo a la luz. Alemania tiene problemas para cumplir, dentro del mandato de la OTAN, sus obligaciones para con los socios bálticos y reconoce dificultades logísticas en misiones internacionales, como el traslado de material bélico al Kurdistán iraquí o de sanitarios al África Occidental castigada por el ébola. Los expertos critican además el estado de infraestructuras de transporte internas, claves para el comercio, como carreteras, puertos y trenes. En el último informe de otoño de los principales institutos económicos se abogaba por que Berlín aprovechase su “cómoda situación presupuestaria” para aplicar una mezcla de reducciones fiscales e inversiones públicas. En su presentación, calificaron de ineficaz, en términos económicos, el empeño de Merkel y Schäuble de alcanzar el “déficit cero” cuanto antes.

Esta misma semana, Merkel reconoció en un congreso de la patronal que la necesidad de nuevas inversiones en Alemania es “importante”, pero agregó que su Ejecutivo podía hacer poco más de lo que ya había planeado para la legislatura (7.000 millones de euros más que en la anterior) porque era prioritario mantener la estabilidad presupuestaria. A cambio, animó a los empresarios a sacar la billetera.

Sin embargo, las empresas alemanas han optado en los últimos años por invertir más en el extranjero que en su propio país. Muchas han apostado por expandirse por las economías emergentes de Asia y América Latina, y los principales socios comerciales de Alemania. Y no por falta de dinero. Según la consultora Ernst & Young, los gigantes que conforman el DAX 30, el selectivo de referencia de la bolsa de Frankfurt con nombres como Bayer, Siemens, Allianz, Volkswagen o Deutsche Bank, obtuvieron beneficios récord tanto en 2012 como en 2013.

Así las cosas, el DIW publicaba a principios de este año un estudio en el que alertaba de que Alemania se había convertido en el país más desigual de la eurozona. Según sus cálculos, el índice Gini alemán se situaba en 2012 en el 0,78 (siendo el 0 la igualdad absoluta y el 1 la desigualdad máxima entre ciudadanos). El estudio indicaba también que la riqueza neta media de los alemanes era de 83.000 euros -sin cambios en los últimos diez años-, a pesar de que el 28% de las personas no tenía riquezas o incluso acumulaba deudas.

La frontera que dejó el Muro

Esta nueva división económica de Alemania no entiende de antiguas fronteras pero, 25 años después de la caída del Muro de Berlín, las sigue con cierta fidelidad. A día de hoy, dos de cada tres berlineses percibe diferencias entre el este y el oeste, según un estudio de la Fundación Hertie. Los territorios pertenecientes a la extinta República Democrática Alemana (RDA) son en general más pobres que los otros Länder, menos productivos, y tienen una mayor proporción de personas mayores y desempleadas.

El último informe anual del Gobierno sobre la unidad alemana, presentado en octubre, recoge las “numerosas mejoras” acometidas en el este del país en dos décadas y media, pero reconoce que el elevado paro en los “nuevos” estados federados, los territorios orientales, es un “problema acuciante”. Asimismo, las estructuras económicas en ambas zonas son aún “notablemente distintas”.

La tasa de desempleo en el este superaba al cierre de 2013 el 10%, según la BA, mientras que en el oeste se sitúa en el 6%. La producción industrial de los nuevos estados federados apenas alcanzó ese año los 195.300 millones, cuando en el oeste supuso 1,5 billones. El salario bruto medio en el oeste el año pasado fue de 47.410 euros, mientras el del este quedó en los 34.344 euros, según Destatis. Por último, la renta per cápita en los nuevos estados federados tocaba a principios de 2014 los 23.858 euros, mientras que en los antiguos ascendía hasta los 35.391. Casi un tercio menos, un cuarto de siglo después.

Estas grandes diferencias económicas entre el este y el oeste se hacen visibles en casi todos los ámbitos de la vida. Hasta en el fútbol. Si con la reunificación del país llegó una fusión entre iguales de las dos primeras ligas, en la actualidad sólo tres de los 36 equipos que componen la primera y segunda Bundesliga provienen de ciudades de la antigua RDA.

Seguramente Fratzscher necesita algo más que un acertijo al comienzo de sus conferencias para transmitir la compleja realidad de la economía alemana, con sus luces y sombras. Dentro de este país, pero también más allá de sus fronteras. Sobre todo en lugares donde, desde hace unos años, se están implementando unas reformas estructurales y unos ajustes presupuestarios que recuerdan, en cierto modo, los que vivió Alemania.

Un cuarto de siglo después de la caída del Muro de Berlín sigue habiendo dos Alemanias. Pero la frontera ya no es una militarizada pared de bloques de hormigón que separa dos regímenes políticos antagónicos. Ahora es una barrera invisible que distancia, cada vez más, a ricos y pobres.

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