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Más de 20 ºC en invierno: cómo las elevadas temperaturas están destrozando el campo
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UNA ADAPTACIÓN IMPOSIBLE

Más de 20 ºC en invierno: cómo las elevadas temperaturas están destrozando el campo

El frío, casi ausente este año, es esencial para una correcta germinación y floración de plantas y cultivos; así como para mantener el comportamiento habitual de los animales

Foto: Almendros en flor en Madrid un 14 de febrero. (Europa Press/Eduardo Parra)
Almendros en flor en Madrid un 14 de febrero. (Europa Press/Eduardo Parra)

En España está dejando de hacer frío en invierno. Dos gélidas capitales de provincia, Ávila y Soria, han establecido este año su récord de temperatura máxima para un mes de enero en 20,8 °C. Teruel lo elevó a 22,9 °C. Hasta en el puerto de San Isidro, entre Asturias y León, a más de 1.500 metros de altitud, se superaron los 20 °C. Con esas cifras en el interior, casi ni sorprende que a orillas del Mediterráneo decenas de localidades rozaran los 30 °C.

En cuanto a las mínimas, los números son aún más disparatados. En lugares donde esperaríamos heladas contundentes, como Vitoria o Salamanca, algunas noches los termómetros apenas han bajado de 12 °C. No se trata de episodios puntuales, sino que las anomalías se están convirtiendo en lo habitual y el auténtico invierno solo asoma de vez en cuando si llega alguna borrasca como Karlotta. ¿Cuáles son las consecuencias de sufrir temperaturas que, en algunas ocasiones, llegan a superar los 10 °C con respecto a la media? ¿Qué está pasando en el campo?

Foto: Varios esquiadores en la estación de Candanchú. (Cedida)

Los agricultores sufren el problema y saben mejor que nadie que es necesario que haga frío cuando debe hacerlo. De hecho, hay importantes cultivos que se siembran antes del invierno, precisamente, porque requieren una vernalización, es decir, un periodo de bajas temperaturas previo a su desarrollo durante la primavera. “Sin esas condiciones, no germinan cuando tienen que hacerlo o no lo harán de manera adecuada”, explica en declaraciones a El Confidencial Óscar Lorenzo, director de la Unidad de Excelencia de Producción Agrícola y Medio Ambiente AgriEnvironment de la Universidad de Salamanca.

Los cereales necesitan frío

El mejor ejemplo son los cereales que se cultivan en las zonas templadas y frías del planeta, en particular en Europa, algunos de ellos tan fundamentales para nuestra alimentación como el trigo. “Las semillas tienen una propiedad adaptativa que se denomina dormición y que varía según las especies”, pero aparte de su reloj biológico interno, “las señales externas son fundamentales”, comenta el experto.

placeholder Cosecha de cereales. (EFE)
Cosecha de cereales. (EFE)

En función de la información que recibe, la planta induce la síntesis de las hormonas vegetales que la harán pasar de la dormición a la germinación. En concreto, el ácido abscísico es un promotor de la dormición y un inhibidor de la germinación; mientras que las giberelinas hacen lo contrario, romper con la dormición para favorecer la germinación. Las temperaturas ambientales tienen que ser las adecuadas (en invierno muy frías; en primavera, más cálidas) para que se produzca la transición de un estado al otro.

Es probable que un invierno cálido se traduzca en una mala cosecha, pero las consecuencias pueden ir mucho más allá. Los científicos están comprobando que la alteración de las condiciones ambientales perjudica la viabilidad de las siguientes generaciones. En ese sentido, la dormición está muy asociada con la calidad de las semillas. “La planta madre deja marcas epigenéticas que transmiten a la descendencia. Si durante varias generaciones cambian esas marcas, los procesos se descontrolan muchísimo”, comenta Lorenzo, que realiza experimentos relacionados con la germinación en las cámaras frigoríficas y los invernaderos del Instituto de Investigación en Agrobiotecnología (Ciale).

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Cultivos. (EFE)

Un impacto invisible: qué está pasando en el suelo

Enrique Salvo, profesor de Botánica y Planificación y Ordenación Territorial de la Universidad de Málaga, llama la atención sobre otro factor fundamental. “En los observatorios de cambio climático, a nivel global, estamos viendo la importancia que comienza a tener el calentamiento del suelo”, destaca. La primera consecuencia de que la tierra se caliente es la evaporación de agua, lo que a su vez hunde los suelos. “Es algo que estamos viendo en las ciudades, pero en las zonas agrícolas pasa lo mismo”, comenta. De hecho, “las raíces necesitan oxígeno, así que cuanto más compacto es el suelo, peor”.

Si la protección que ejerce el frío invernal sobre las tierras desaparece, muchos microorganismos vitales para el desarrollo de los cultivos también se ven afectados. Numerosos hongos y bacterias establecen una simbiosis con las raíces de las plantas, pero una subida de las temperaturas puede eliminarlos, provocando una degradación de los suelos. Lo mismo ocurre con las lombrices. El resultado es que “los campos se debilitan”, concluye el investigador andaluz.

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Suelo árido. (EFE)

En la actualidad, Salvo está estudiando si el calentamiento de la superficie del suelo está relacionado con el desastre que vive a las afueras de Málaga. En apenas tres meses, unos 2.000 árboles, sobre todo pinos, han muerto. En realidad, todo es producto de una suma de diferentes circunstancias que conducen a lo que popularmente se conoce como “la seca”: un escarabajo procedente de China (Olenecamptus bilobus) está devorando la madera, pero se ve favorecido por el debilitamiento de los árboles provocado por la sequía. Las altas temperaturas son la puntilla para que las raíces apenas puedan captar agua y nutrientes del suelo. De esta forma, la ciudad no solo está perdiendo un pulmón, sino protección, porque los pinos contienen el terreno, evitando posibles catástrofes por desplazamiento de grandes rocas.

Un impacto muy visible: la floración adelantada

Otros efectos de las altas temperaturas invernales son mucho más visibles. Una reciente publicación en la revista Annals of Botany muestra lo que está sucediendo con la floración: investigadores de la Universidad de Sevilla han comprobado que el 80% de las especies del entorno de Doñana la han adelantado. En concreto, los científicos han analizado la evolución que han tenido en los últimos 35 años 51 especies de matas, arbustos y árboles. La temperatura media ha subido un grado durante ese periodo, pero las temperaturas mínimas se han incrementado hasta 2 °C y esto ha provocado que el pico de floración se haya adelantado 22 días.

placeholder Polinización. (EFE)
Polinización. (EFE)

Como en el caso de la germinación de las semillas o de los efectos de las temperaturas sobre el suelo, la floración adelantada tan solo es el inicio de una larga cadena de anomalías. “Con la floración comienza todo el ciclo fenológico, la sucesión de fases que se van produciendo a lo largo del año y, en el ámbito mediterráneo, las cuatro estaciones marcan perfectamente la adaptación de las plantas”, explica el botánico de la Universidad de Málaga.

Un estudio publicado en 2023 prevé que los árboles frutales mediterráneos, que requieren bajas temperaturas invernales y condiciones cálidas al inicio de la primavera para florecer y dar frutos, van a sufrir importantes pérdidas. Una de las principales razones es que, al dar flores demasiado tempranas, las heladas posteriores van a malograr las cosechas. Otra cuestión crucial es cómo se alterará la polinización, un aspecto que tiene muchas ramificaciones y que aún no está claro. Para algunas especies, la polinización depende del viento y marzo es el mes más ventoso en la mayor parte de España. ¿Qué pasará si la floración se adelanta en exceso? Otra incógnita está en los animales polinizadores: ¿se van a sincronizar los insectos con las nuevas fechas? Algo parecido ocurre con la dispersión de frutos y semillas, que depende de animales como los lagartos.

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Daños provocados por la mosca 'Drosophila suzukii'. (EFE)

Por el contrario, se teme que un invierno más suave favorezca la proliferación de plagas. Un artículo publicado en Science en 2018 que analizaba las pérdidas que puede causar el cambio climático en los cultivos, ya destacaba la llegada de plagas de zonas tropicales a zonas templadas, precisamente, porque un periodo invernal más cálido hará que las temperaturas se acerquen a las óptimas para su expansión. Un ejemplo es la temida mosca invasora Drosophila suzukii, que destroza los frutos rojos (fresas, cerezas, arándanos y frambuesas, entre otros), y se ve favorecida por temperaturas suaves.

El comportamiento animal

Por lo tanto, los animales también cambian su comportamiento y su distribución por las altas temperaturas invernales, al menos, indirectamente, los que más dependen de la floración y el desarrollo de las plantas. Pero ¿existen otros efectos directos? La alteración en las migraciones es uno de los más conocidos y estudiados. El caso de las cigüeñas, que ya no abandonan la península Ibérica, es muy popular (aunque se cree que pueden influir otros factores, como la disponibilidad de alimento); pero está sucediendo algo muy similar con aves acuáticas del norte de Europa que venían a pasar el invierno a nuestros humedales y ya no lo hacen.

Foto: Imagen de archivo de un oso pardo.

Algunos estudios también indican que los animales que hibernan están dejando de hacerlo —por ejemplo, los osos en Siberia, desorientados ante subidas de temperatura desorbitadas — o, al menos, están modificando sus costumbres significativamente. En la mayoría de los casos, acortan este periodo de letargo, aunque hay alteraciones de todo tipo, por ejemplo, se ha encontrado una especie de ardilla en la que solo las hembras se ven afectadas.

No es la primera vez que el clima cambia en el planeta. De hecho, “las plantas, que llevan mucho más tiempo en la Tierra que los animales, son muy resilientes”, recuerda Óscar Lorenzo. Sin embargo, las adaptaciones que sufrían todos los seres vivos se realizaban en escalas temporales mucho mayores, mientras que ahora “los cambios están siendo muy rápidos”. Aunque los extremos que se alcanzan en verano sean más llamativos, probablemente las consecuencias en invierno sean aún mayores.

En España está dejando de hacer frío en invierno. Dos gélidas capitales de provincia, Ávila y Soria, han establecido este año su récord de temperatura máxima para un mes de enero en 20,8 °C. Teruel lo elevó a 22,9 °C. Hasta en el puerto de San Isidro, entre Asturias y León, a más de 1.500 metros de altitud, se superaron los 20 °C. Con esas cifras en el interior, casi ni sorprende que a orillas del Mediterráneo decenas de localidades rozaran los 30 °C.

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