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Estas plantas diseñadas en laboratorio podrían ser el futuro de la agricultura española y europea
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NO SON TRANSGÉNICOS

Estas plantas diseñadas en laboratorio podrían ser el futuro de la agricultura española y europea

La Comisión Europea ha elaborado una propuesta para aplicar la edición genética a las plantas para mejorar los cultivos y dejar de ser una excepción en el mundo. No, no son cultivos transgénicos

Foto: Tomates cultivados en un invernadero. (EFE)
Tomates cultivados en un invernadero. (EFE)

Los países de la Unión Europea y Nueva Zelanda son los únicos territorios del mundo que no permiten cultivar plantas que hayan sido editadas genéticamente. Esta técnica logra introducir cambios mínimos y precisos, idénticos a los que suceden en los organismos vegetales de forma natural, pero dirigidos a conseguir características específicas. Por ejemplo, variedades más resistentes a las plagas o a la sequía, y productos más nutritivos, atractivos o con mejor sabor. La comunidad científica nunca ha entendido la existencia de estas barreras que lastran la competitividad de nuestra agricultura justo cuando resulta más necesario que nunca adaptarla al cambio climático, conseguir que tenga un menor impacto en el medio ambiente y mejorar su productividad. Sin embargo, el panorama podría estar a punto de cambiar.

La Comisión Europea ha presentado una propuesta para dar luz verde a la aplicación en plantas de las llamadas nuevas técnicas genómicas (NGT por sus siglas en inglés), entre las que destacan las herramientas de edición genética CRISPR. Estas últimas, basadas en los descubrimientos del español Francis Mojica, están revolucionando la biomedicina y la biotecnología porque permiten hacer cortes muy precisos en el genoma. En 2013 comenzó a experimentarse con estas “tijeras moleculares” en los organismos vegetales, con resultados rápidos y efectivos, pero una década después todavía no podemos plantar nada en suelo europeo derivado de este avance. Los científicos, las empresas y los profesionales del campo esperan ansiosos el cambio para no perder el tren de la innovación. La supervivencia de la agricultura europea está en juego.

Foto: Fresas editadas genéticamente con CRISPR en La Mayora (David Pose)

“Llevamos muchos años de retraso y nos adelantan todos los países”, lamenta en declaraciones a El Confidencial Óscar Lorenzo, científico del Instituto de Investigación en Agrobiotecnología (CIALE) de la Universidad de Salamanca y director de la Unidad de Excelencia de Producción Agrícola y Medio Ambiente Agrienvironment. Por eso, la iniciativa de la Comisión Europea “puede ser un salto enorme”, reconoce. Muchos expertos como él trabajan en España con plantas editadas genéticamente en laboratorios e invernaderos experimentales, pero después no pueden salir de allí, “hay que deshacerse de ellas”.

Europa, conservadora y aislada

Si sale adelante la nueva propuesta, “por una vez, Europa va a dejar de ser una isla y va a seguir la tónica general, lo que quiere decir que los agricultores y las empresas biotecnológicas van a poder beneficiarse de las innovaciones, que hasta ahora les estaban vedadas”, afirma Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) y experto en CRISPR. En realidad, el conservadurismo europeo en esta cuestión se remonta a hace más de dos décadas, con la Directiva 2001/18/EC, que pretendía regular la aprobación de organismos modificados genéticamente (OMG) tras una rigurosa evaluación de los riesgos para la salud o para el medio ambiente.

placeholder Óscar Lorenzo, en un invernadero de la Universidad de Salamanca. (DiCYT)
Óscar Lorenzo, en un invernadero de la Universidad de Salamanca. (DiCYT)

En la práctica, esta directiva ha significado un veto total a las plantas transgénicas, aquellas que incorporan un gen de otra especie en su ADN (solo está permitido el maíz Bt, modificado para resistir la plaga del taladro, un insecto que provoca graves daños). “Durante todos estos años, no se ha encontrado ningún problema para la salud humana ni para el medio ambiente, así que los científicos pedíamos pasar página”, afirma el experto. Por el contrario, el principio de precaución se convirtió en un bloqueo que los investigadores esperaban dejar atrás gracias a la edición genética con CRISPR. De hecho, las NGT no tienen nada que ver con los transgénicos, puesto que permiten realizar cambios tan precisos como eliminar, cambiar o incorporar una sola letra del código genético, “sin necesidad de incorporar genes nuevos a la planta”.

A pesar de todo, en julio de 2018 los investigadores recibieron un “jarro de agua fría” cuando una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) equiparó las herramientas CRISPR con los OMG, obligando a someter cualquier innovación al mismo proceso para su aprobación. “Nos sorprendió a todos porque no tenía ninguna justificación científica, era un despropósito”, afirma Montoliu. Los riesgos de estas nuevas herramientas, que el TJUE consideró indistinguibles de los peligros de los transgénicos, “en realidad son nulos, no existen, aunque desde el punto de vista legal sigan considerándose posibles”. Cualquier nueva variedad lograda por los cruces de la agricultura tradicional genera modificaciones más importantes, aleatorias e incontrolables, así que la comunidad científica reaccionó con estupefacción e indignación.

placeholder Lluís Montoliu. (EFE)
Lluís Montoliu. (EFE)

Tratar de obtener el visto bueno a algún producto a través de la Directiva 2001/18/EC es una misión imposible que pasa por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) en un proceso eterno y carísimo que nunca ha llegado a buen puerto (el maíz Bt se aprobó antes). Por eso, en la práctica los cultivos transgénicos y los editados genéticamente están completamente excluidos de la agricultura europea. “La hipocresía es que prohibimos el cultivo aquí pero importamos toneladas de estas mismas plantas modificadas genéticamente producidas en otros países”, explica el investigador del CNB-CSIC Es decir, “que parece que solo nos preocupa el cultivo, no el consumo”.

Qué va a cambiar

La Comisión Europea plantea ahora una modificación que abre la puerta a un cambio, aunque no elimina las trabas por completo y establece reglas bastante arbitrarias. Si los investigadores demuestran que han obtenido una variedad genética que podría haberse logrado por cruces tradicionales, tras un proceso de verificación, no se le aplicaría la directiva y sería tratada como un cultivo convencional. Si no superan esa prueba, sí se aplicaría la normativa, pero de una forma menos estricta y más proporcional al supuesto riesgo que entraña. Es decir, que con la nueva normativa “no se presupondría que todas las modificaciones van a ser tóxicas y peligrosas” y solamente serían evaluados los riesgos para los que existiera una hipótesis razonable.

placeholder Maíz. (EFE)
Maíz. (EFE)

Aun así, solo se consideraría que una planta editada genéticamente es equivalente a una convencional si se insertan o se sustituyen 20 o menos letras del genoma. Este número carece de justificación científica, según los expertos, porque en las variaciones naturales hay una gran diversidad de mutaciones. Por el contrario, no hay límite para eliminar o para invertir la dirección de un fragmento del ADN. “Probablemente, han querido marcar el terreno diciendo que, para que una planta no sea considera transgénica, tienen que ser cambios pequeños, pero esto es una interpretación personal”, apunta Montoliu.

Otro punto incomprensible para los investigadores es que las nuevas plantas no podrían ser utilizadas para la agricultura ecológica: “Es un contrasentido, si la planta está bien, lo está para todas las aplicaciones”. La interpretación que hacen los expertos es que se trata de una cesión ante grupos ecologistas y promotores de la producción orgánica. Aunque las variedades obtenidas con CRISPR sean indistinguibles de las naturales, “no quieren que nadie les pueda decir que vienen de la tecnología”.

placeholder Cultivos en invernadero. (EFE)
Cultivos en invernadero. (EFE)

Por el momento, la propuesta de la Comisión tan solo es eso, una propuesta, que tendrá que pasar por el Parlamento Europeo, con las correspondientes negociaciones, y por el Consejo Europeo, formado por los líderes de los 27 Estados miembros, que también puede hacer modificaciones. El hecho de que se haya presentado a estas alturas genera bastante incertidumbre, porque habrá elecciones europeas en junio de 2024 y se desconoce si el proceso podrá finalizar antes. De no hacerlo, todo empezará de cero a partir del año que viene.

Adiós al debate sobre los transgénicos

Los investigadores confían en que el cambio llegue lo antes posible. Con la norma propuesta, a pesar de sus imperfecciones, el campo europeo se subiría al tren que le corresponde. “A los agricultores y a los biotecnólogos nos cuesta decenas de años conseguir determinadas características si lo hacemos a través de la genética tradicional, cruzando variedades”, comenta Óscar Lorenzo. En cambio, “al editar una variedad genéticamente usamos todo el conocimiento disponible y lo aplicamos para mejorar las semillas y los frutos, por ejemplo, sus propiedades organolépticas, y que tengan mejor sabor o color”, comenta.

placeholder La tecnología CRISPR permite hacer un corte en el ADN.
La tecnología CRISPR permite hacer un corte en el ADN.

La mejora de la planta en sí misma también es clave. Dentro de la misma especie, unas variedades soportan mejor que otras las altas temperaturas o son capaces de defenderse de patógenos, haciendo innecesario el uso de pesticidas contaminantes. El problema es que rara vez tenemos todo: el tomate con el fruto más grande y sabroso, probablemente no es el que resiste mejor una sequía o una plaga. “La bioinformática nos permite saber qué cambio puntual hay que hacer en un genoma para lograr esas modificaciones tan importantes”, destaca el investigador de la Universidad de Salamanca, que también es delegado de Transferencia, Innovación y Fondos de Recuperación de esta institución académica.

En ese sentido, el trabajo de la edición genética es el más eficiente. No solo evita décadas de cruces que provocan innumerables cambios, sino que también deja atrás la inserción de genes de otros organismos, la característica de los cultivos OMG. “Ya no va a tener sentido la utilización de las plantas transgénicas”, afirma Óscar Lorenzo. De hecho, “en los laboratorios ya no la usamos mucho porque las herramientas CRISPR incluso son más económicas”. Lo más habitual es que el estudio de mecanismos básicos se realice en plantas modelo como Arabidopsis thaliana, que no tiene un uso comercial. Sin embargo, si la normativa se actualiza, el saber acumulado puede lograr grandes innovaciones: “Podemos extrapolar todos los cambios que sabemos que funcionan a la variedad comercial que vas a sembrar el año que viene”.

Foto: Dan Lamont/Corbis

El gran ejemplo de lo que nos estamos perdiendo por no haberlo hecho hasta ahora es la investigación del español Francisco Barro, científico del Instituto de Agricultura Sostenible (CSIC) de Córdoba. Hace años logró una variedad de trigo transgénico con bajo contenido en gluten que, debido a la directiva europea, no pudo llevar al mercado. Sin embargo, años después logró esta misma innovación a través de las herramientas CRISPR y de una manera mucho más eficiente: le bastó con eliminar unas cuantas letras del ADN para inactivar genes y conseguir un trigo apto para celiacos. De hecho, pensó que esta estrategia permitiría su comercialización, pero la sentencia de 2018 truncó de nuevo sus planes. Finalmente, la patente del CSIC está licenciada por empresas de EEUU.

“Allí están encantados de que alguien les vaya con el trabajo hecho, porque nadie lo había conseguido. Ahora cultivarán ese trigo y producirán harinas, panes y galletas que nos venderán a Europa”, comenta Montoliu. Si la modificación se aprueba, investigadores como Barro serán los primeros beneficiados, seguidos de agricultores, empresas y consumidores. En su opinión, la biotecnología no es una opción, sino una necesidad para alimentar a la población mundial y aquí tenemos que elegir entre ser los innovadores o convertirnos en “un grupo de países meramente consumidores”, con todas las implicaciones que esto conlleva.

Los países de la Unión Europea y Nueva Zelanda son los únicos territorios del mundo que no permiten cultivar plantas que hayan sido editadas genéticamente. Esta técnica logra introducir cambios mínimos y precisos, idénticos a los que suceden en los organismos vegetales de forma natural, pero dirigidos a conseguir características específicas. Por ejemplo, variedades más resistentes a las plagas o a la sequía, y productos más nutritivos, atractivos o con mejor sabor. La comunidad científica nunca ha entendido la existencia de estas barreras que lastran la competitividad de nuestra agricultura justo cuando resulta más necesario que nunca adaptarla al cambio climático, conseguir que tenga un menor impacto en el medio ambiente y mejorar su productividad. Sin embargo, el panorama podría estar a punto de cambiar.

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