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El calor excepcional de hoy pronto será lo normal, pero no va a ocurrir igual que en 2003
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MALAS NOTICIAS (Y ALGUNA BUENA)

El calor excepcional de hoy pronto será lo normal, pero no va a ocurrir igual que en 2003

Cada vez veremos episodios más parecidos al que sufre hoy España, pero la buena noticia es que también estamos mejor preparados. ¿Será suficiente?

Foto: Un termómetro de calle marca 38 grados este miércoles en Córdoba. (EFE/Salas)
Un termómetro de calle marca 38 grados este miércoles en Córdoba. (EFE/Salas)
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Lo de hoy no es normal, si entendemos lo normal como aquello que ocurrió en el pasado y que podemos asegurar que se repetirá en el futuro. En esta jornada, se esperan temperaturas más propias de mediados de junio que de finales de abril. Los termómetros pueden llegar a rozar los 38 grados en el Valle del Guadalquivir, y otras regiones de Andalucía, Murcia o Valencia podrían alcanzar los 35. Como indica la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), la temperatura media en la mayor parte de nuestro país se encontrará entre seis y 10 grados por encima de lo acostumbrado en esta época del año.

Lo de hoy no es normal, pero pronto será lo habitual, más allá de las variaciones interanuales que se puedan producir por fenómenos climáticos puntuales. Para los expertos, cabe poca duda de que se trata de uno de los efectos del cambio climático, que ya no solo se reflejan en temperaturas extremas en verano, sino también en episodios de temperatura elevada durante el resto del año. Como indica José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored y consultor de la OMM (Organización Meteorológica Mundial), “las altas temperaturas fuera de fecha son cada vez más recurrentes, lo que no solo certifica que el calentamiento global avanza con paso firme, sino que se intensifica y acelera”.

"Lo extraordinario de la próxima semana será lo normal en el futuro"

Como indica Dominic Royé, de la Fundación para la Investigación del Clima (FIC) y experto en la relación entre el clima y la salud, “lo extraordinario de la próxima semana será lo normal en el futuro”. Según las proyecciones más extremas que ha realizado, de aquí a final de siglo, la temperatura media de las máximas de abril puede pasar de 32,5 a 35,2 grados en Sevilla, de 27,4 a 30,7 grados en Madrid o de 28,9 a 31,7 grados en Zaragoza. Entre dos y casi tres grados de media, lo que puede ocasionar un sensible aumento de la mortalidad. El otro día, por ejemplo, Íñigo Errejón recordaba que un exceso de 2,5 grados se tradujo en la muerte de 6.600 personas en España durante el verano de 2003.

“Es casi seguro que durante estas semanas va a haber un aumento de mortalidad, porque siempre que estamos por encima o por debajo de las temperaturas no óptimas, lo hay”, valora Royé. La temperatura óptima es aquella en la que las tasas de mortalidad son mínimas, ya que la relación entre morbimortalidad y temperatura máxima diaria tiene forma de U o V. El problema que presenta esta desviación de las temperaturas óptimas en épocas del año como la primavera es la dificultad para adaptarse a los cambios de temperatura. Además, normalmente la primera ola de calor del año genera más muertes: es el conocido como efecto siega.

“Estos valores en abril son estadísticamente imposibles si no tenemos en cuenta el cambio climático”, valora el climatólogo. “Si observamos los valores extremos, se ve claramente que lo que hoy es imposible en el futuro va a ser lo normal, asusta bastante”. Royé ha publicado junto a Aurelio Tobías y Carmen Íñiguez un trabajo en Epidemiology en el que cuantifica en 6.738 el número de muertes atribuibles durante el verano de 2022 al aumento moderado de temperatura y en 5.316 las atribuibles al calor extremo (por encima del percentil 95).

No es fácil predecir qué ocurrirá en verano, pero Royé señala que ya es muy difícil, prácticamente imposible, que los embalses puedan recuperar el nivel óptimo de agua. Lo más probable es que la sequía se agrave en regiones como Cataluña o Andalucía. “Si estamos a mitad de primavera y tenemos ya estas altísimas temperaturas, se puede esperar que la tendencia sea esta”, añade. El pasado año fue más suave a nivel global gracias al fenómeno El Niño. “Este año estamos cambiando, debería ser justamente lo contrario”, concluye.

Retorno a 2003

Volvamos a 20 años atrás, el momento en que Europa tomó conciencia del problema que suponía el aumento de las temperaturas debido al cambio climático. En aquel año, Jerez de la Frontera alcanzó los 45,1 grados, Badajoz los 45, Huelva los 43,8 y Girona los 41,2. Córdoba pasó 17 días con temperaturas máximas por encima de los 40 grados. Francia fue el país europeo que se llevó la peor parte, hasta el punto de que algunos cálculos atribuyen más de 14.000 muertes al calor en el país vecino. Algunas investigaciones como la publicada en Epidemiology datan en 70.000 las muertes que se produjeron en toda Europa a causa del calor.

"A partir de 2003, la gente se dio cuenta de que el calor puede matar"

Aquel verano produjo un enfrentamiento técnico a la hora de cuantificar el impacto del calor que hoy probablemente habría sido imposible. El Ministerio de Sanidad atribuyó en su día a la ola de calor 141 muertes. Sin embargo, el Centro Nacional de Epidemiología del Instituto Carlos III señalaría con posterioridad que el exceso de defunciones asociado al calor había sido de un 8% entre el 1 de junio y el 31 de agosto de aquel año. En total, 6.730 atribuidas directamente al calor y 12.919 fallecidos más que el año anterior.

Europa puso entonces en marcha una serie de medidas para paliar el efecto de estos episodios de calor extremo. Como explicaba a El Confidencial Julio Díaz, científico titular en la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, fue entonces cuando recibió una llamada de la ministra de Sanidad, Ana Pastor, para poner en marcha el plan nacional de actuaciones preventivas frente a los efectos de los excesos de temperatura. “A partir de ese año, la gente se dio cuenta de que el calor puede matar”, recordaba. “Ahora mismo, cuando la gente mayor sale a pasear por el parque, lleva gorra, pantalón corto y botella de agua, algo que era impensable hace tan solo unos años”.

Entre el resto de medidas que se pusieron en marcha se encuentran la creación de sistemas de alerta temprana, el refuerzo de la atención sanitaria, la puesta en marcha de campañas de concienciación y prevención o la adaptación de las infraestructuras. Eso quiere decir que, en principio, estamos mucho mejor preparados que en aquella época para dar respuesta a los aumentos de temperatura. Sin embargo, hay determinados entornos, como los centros escolares, que resultan más sensibles, porque no están preparados para enfrentarse a temperaturas tan altas a estas alturas de año, pues permanecen cerrados en verano. “Si los adultos no estamos capacitados para trabajar a más de 35 grados, ¿cómo podemos exigirles eso a los niños?”, se pregunta Royé.

Aprendiendo del pasado

Esa serie de medidas son la buena noticia que acompañaron los terribles datos de mortalidad que se dieron en 2003. Una investigación, publicada en Enviromental Health por Dariya Ordanovich, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, Aurelio Tobías y Diego Ramiro, analizó la evolución de los datos de mortalidad relacionada con el calor durante las últimas cuatro décadas. El estudio muestra cómo 2009, unos años después de la implantación de estas medidas, fue un punto de inflexión.

Entre 1979 y 1988 y 1999 y 2008, la temperatura media óptima a nivel nacional descendió de 21 grados a 16. La cifra volvió a aumentar hasta los 18 grados entre 2009 y 2018. Además, entre 1988 y 1999 el riesgo de muerte por calor moderado y extremo se redujo del 0,9% al 0,6%. El estudio señala que la gran adaptación al calor se ha producido en España a partir de 2009, a pesar de que las temperaturas hayan aumentado progresivamente a lo largo de esos años, gracias a la implementación de aquel plan nacional, así como a otras medidas sanitarias y habitacionales.

"La Gran Ola de Calor Europea de 2003, como algunos podrían llamarla, fue un evento sin precedentes que golpeó a una sociedad que no estaba preparada", explica a El Confidencial Ordanovich. "Una ola de calor de la envergadura como la vivida en 2003 fue un evento verdaderamente extremo y la población, especialmente las personas de edad avanzada que vivían solas y las de bajo nivel socioeconómico, se vieron gravemente afectadas por sus circunstancias individuales y la falta de preparación general del sistema socio-sanitario. Desde entonces han cambiado muchas cosas, en Europa en general y en España en particular. Sin embargo, la fracción de mortalidad atribuible a las temperaturas extremadamente altas en España (P95 (25,1ºC)-P99 (26,4ºC), valores dados para el período 2009-2018 para todo el territorio nacional) se estima en un 0,5%, y este valor no se ha cambiado drásticamente desde 1979".

El riesgo de mortalidad por calor, además, es muy superior entre mujeres que entre hombres. Como explica la autora, "la mayor longevidad femenina hace que exista una proporción mucho mayor de mujeres en las edades más avanzadas que son más vulnerables a la temperatura. Hay ciertas razones fisiológicas detrás también. Una de ellas es que las mujeres generalmente tienen una masa corporal más pequeña y un porcentaje de grasa corporal más alto en comparación con los hombres, lo que significa que pueden tener más dificultades para regular su temperatura corporal".

Otra investigación realizada en el Instituto Carlos III señalaba que aunque la temperatura de mínima mortalidad, a partir de la cual las muertes empiezan a crecer, ha aumentado a un ritmo de 0,64 grados por década, la adaptación ha reducido el impacto en la mortalidad. “Desde que el plan comenzó en 2004, se ha pasado de un aumento de la mortalidad de un 14% por grado a un 2%”, recordaba Díaz. “Como nos adaptamos más rápido, podemos decir que el ritmo de adaptación al calor a nivel global es correcto”. Por ese mismo motivo, son las regiones más frías de España las que suelen experimentar un mayor impacto en su mortalidad a partir de un aumento semejante de las temperaturas.

"Antes, el primer día de calor era el 6 de mayo, en unos años, puede ser en marzo"

El principal entorno de actuación son las ciudades, pues, como recuerda Royé, es donde habita la mayoría de la gente. Una de las principales herramientas de prevención son los refugios climáticos, que se han puesto en marcha de manera eficiente en ciudades como Barcelona y que contribuyen a acabar con la desigualdad climática, ofreciendo protección a los más desfavorecidos. “En las ciudades, se puede actuar a distintos niveles: ciudad, barrio, edificio”, recuerda el investigador. “Necesitamos que ofrezcan soluciones a medio-largo plazo, cambiando la arquitectura y el diseño de los espacios urbanos, porque a medida que aumenten las temperaturas habrá que hacer más por adaptarse”. Una investigación publicada en The Lancet por Royé y otros compañeros mostraba que las ciudades con espacios verdes mostraban una menor relación entre el aumento de las temperaturas y la mortalidad.

“Respecto al futuro, a lo mejor vamos a tener nada más que dos o tres semanas de primavera”, concluye el climatólogo. “Históricamente, el primer día de calor con 30 grados o más ha sido el 6 de mayo; a lo mejor, a mediados de siglo ya es mediado abril, y a finales de siglo, los últimos días de marzo. Estas temperaturas se están comiendo la primavera completamente”.

Lo de hoy no es normal, si entendemos lo normal como aquello que ocurrió en el pasado y que podemos asegurar que se repetirá en el futuro. En esta jornada, se esperan temperaturas más propias de mediados de junio que de finales de abril. Los termómetros pueden llegar a rozar los 38 grados en el Valle del Guadalquivir, y otras regiones de Andalucía, Murcia o Valencia podrían alcanzar los 35. Como indica la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), la temperatura media en la mayor parte de nuestro país se encontrará entre seis y 10 grados por encima de lo acostumbrado en esta época del año.

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