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Los 'ordenadores' de la antigüedad: el sorprendente mecanismo de Anticitera
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Un aparato sorprendente

Los 'ordenadores' de la antigüedad: el sorprendente mecanismo de Anticitera

Este mecanismo fue encontrado en el año 1900 y reveló el gran conocimiento astronómico de la civilización griega. Está considerado como el ordenador analógico más antiguo de la historia

Foto: Así es el mecanismo de Anticitera encontrado en el mar
Así es el mecanismo de Anticitera encontrado en el mar

Durante el mes de abril del año 1900, un grupo de buceadores comandado por Dimitrios Kontos buscaba esponjas marinas en los alrededores de la isla de Anticitera, Grecia. Uno de ellos emergió a la superficie indicando que había encontrado algo insólito en el fondo del mar. El capitán fue especialmente minucioso a la hora de documentar e informar al gobierno griego de la época, lo que llevó a la Marina Real a investigar el incidente.

El hallazgo fue sorprendente y conmocionó a toda la humanidad. Se trataba de un pecio (restos de una nave hundida fabricada por el ser humano) ubicado a 45 metros de profundidad que albergaba un tesoro de estatuas de bronce y mármol y multitud de piezas de cerámica procedentes de la antigua Grecia. Se dice que su destinatario podría haber sido Julio César, aunque esto no está confirmado. Lo que está claro es que el tesoro albergaba algunas de las obras de arte mejor conservadas de esta civilización que existen hoy en día. Todas ellas pueden contemplarse en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

Sin embargo, hubo un trozo de bronce que llamó poderosamente la atención de los investigadores al cabo del tiempo, a pesar de que al principio pasó un poco desapercibido. A simple vista parecía una simple rueda dentada integrada en un trozo de roca, pero Velerios Stais estaba convencido de que era mucho más que eso. En concreto, pensaba que se trataba de un reloj astronómico con más de 2.000 años de antigüedad. Una idea que resultó descabellada para los directores del museo, quienes argumentaba que ni los griegos ni los romanos habían poseído ese tipo de tecnología. Obviamente, se equivocaban.

Una tecnología sorprendente para la época

A pesar de sus esfuerzos, el objeto dejó de ser investigado durante más de 50 años. No fue hasta 1952 cuando Derek J. De Solla Price de la Universidad de Yale, Estados Unidos, volvió a interesarse por él. De hecho, fue quien empezó a descifrar el sorprendente funcionamiento del aparato y sus posibles usos específicos. Pasó a ser llamado el “mecanismo de Anticitera” y a considerarse como “el primer ordenador de la historia”.

Foto: Anticitera, la isla que 'invita' a los grandes científicos a estudiar el cambio climático. (CC/Wikimedia Commons)

Las investigaciones posteriores dieron como resultado que el aparato fue construido, aproximadamente, entre los años 70 a.C. y 200 a.C. Por desgracia, solo se conservaba un tercio del original debido al desgaste y a la corrosión. Tenía la apariencia de un reloj de mesa y unas dimensiones de alrededor de 34 x 18 x 9 cm. Se supo que su origen era griego porque albergaba más de 15.000 caracteres en lengua corintia. Los más pequeños solo medían 1,2 mm.

No fue hasta 1972 cuando Price, acompañado de Charalampos Karakolos, obtuvo permiso para analizar en profundidad el mecanismo de Anticitera. Este fue un momento clave, ya que pudieron escanear el objeto con rayos X y construir un primer “modelo 3D” que les ayudase a comprender su funcionamiento sin dañarlo. En total, estaba formado por 82 fragmentos, los cuales se dieron a conocer al mundo un par de años después a través de un artículo de más de 70 páginas.

La complejidad del mecanismo de Anticitera ha dado a pie a multitud de leyendas

Los resultados lo definían como un ordenador analógico extremadamente complejo, lo que llevó a pensar a gran parte de la comunidad científica que se trataba de una falsificación. Sin embargo, las pruebas realizadas en las siguientes décadas no dejaron ninguna duda: era auténtico. En 2021, la UCL Mechanical Engineering de Reino Unido consiguió armar todas las partes del puzzle y aclarar su función: predecir eventos astronómicos.

Por ejemplo, los científicos de la universidad descubrieron que había dos fechas grabadas en su estructura (462 y 442) que correspondían a los ciclos planetarios según Parménides. Sin embargo, faltaba una pieza para calcular los de otros planetas. Se trataba de un engranaje de 63 dientes que, al ser modelado en 3D, permitió determinarlos con una exactitud asombrosa. Lo mismo pasó con la posición del Sol y de la Luna.

Tiene multitud de usos

Sin embargo, el aparato iba mucho más allá. Contaba con engranajes que le permitían ajustar el calendario lunar (12 ciclos completos son 354 días) con el estacional (365 días) estableciendo períodos de 19 años. También demostraba que la antigua Grecia había descubierto que la Luna gira alrededor de la Tierra dibujando una elipse. Esto se desprende de la presencia del número 223. No debe olvidarse que los astrónomos babilonios afirmaban que 223 lunas tras un eclipse, el planeta y el satélite volvían casi a la misma posición, por lo que era factible que el evento volviera a producirse.

El mecanismo de Anticitera también era capaz de predecir las fechas en las que debían celebrarse los Juegos de Olimpia, así como otros muchos eventos. Todo ello demuestra lo lejos que llegó la civilización griega. Basta con decir que el primer reloj astronómico que podría asemejársele no fue construido hasta 1.500 años después. Sus inventores fueron Nicolás de Kadan y Jan Sindel, dos matemáticos y astrónomos de la Universidad Carolina de Praga.

Eso sí, el mecanismo de Anticitera sigue estando rodeado de misterio. Y es que, aunque su diseño original ha sido recreado en 3D, es imposible saber con exactitud si están todas sus piezas o si estas son todas las funciones que era capaz de desempeñar. Lo que está claro es que supone una prueba evidente de que la antigua Grecia, hace más de 2.000 años, se acercó mucho a la civilización occidental de principios del siglo XX. Al menos, en lo que respecta a conocimientos astronómicos.

Durante el mes de abril del año 1900, un grupo de buceadores comandado por Dimitrios Kontos buscaba esponjas marinas en los alrededores de la isla de Anticitera, Grecia. Uno de ellos emergió a la superficie indicando que había encontrado algo insólito en el fondo del mar. El capitán fue especialmente minucioso a la hora de documentar e informar al gobierno griego de la época, lo que llevó a la Marina Real a investigar el incidente.

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