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Recuerdos y culpa: los supervivientes del Alvia, cuatro meses después del accidente
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Recuerdos y culpa: los supervivientes del Alvia, cuatro meses después del accidente

María tiene 32 años y miedo a subirse al metro. Es algo normal. Les ocurre a todos los viajeros del Alvia 151/150 que descarriló el 24 de julio en Santiago

Foto: Primeras atenciones a las víctimas del accidente. (EFE)
Primeras atenciones a las víctimas del accidente. (EFE)

María tiene 32 años y miedo a subirse al Metro. Lo intentó una vez, sufrió una crisis de angustia y tuvo que bajarse en la primera parada. Es algo normal. Les ocurre a todos los viajeros del Alvia 151/150 que descarriló el pasado 24 de julio en las proximidades de Santiago de Compostela. También tiene sueños recurrentes. Pesadillas. Y recuerda caras. “La de un hombre que pisé al salir, le pisé la cara, sin querer, por supuesto. Pero le pisé y me acuerdo de aquella cara”, dice.“No sé por qué, pero me acuerdo de muchas de las caras de la gente que viajaba en el vagón ocho”.

María está en tratamiento psiquiátrico, medicada con antidepresivos, desde que salió del hospital tras permanecer en él una semana. Le tuvieron que reconstruir la mano derecha, aunque ya va recuperando la movilidad y hace ejercicios constantemente. Pero incluso la gente que salió ilesa continúa todavía bajo los efectos del estrés postraumático. Todos. Incluidos los que lo niegan. Porque hay gente que viajaba en aquel tren y lo niega.

Jesús, 48 años, era uno de ellos. Viajaba también en el vagón ocho. “Yo al principio no sentía nada. Pensé incluso que me había convertido en un psicópata, porque no sentía ni pena ni dolor, salvo el de mis costillas. Pero con el paso del tiempo empezaron a venirme imágenes constantemente. Y sueños. A menudo, sueño que voy de vuelta hacia Madrid y que sucede lo mismo. Yo iba entre dos vagones ya, porque tenía prisa por salir. Cuando el tren empezó a inclinarse, me agarré a algún sitio. El tren se abrió a mis pies, veía pasar los raíles y aguantaba, porque si me hubiera soltado habría muerto aplastado en la vía. Me empezaron a caer encima maletas, cristales y después la puerta de un vagón, pero las maletas amortiguaron el golpe. Yo me sujeté y aguanté hasta que el tren se detuvo. Ahora, cuando sueño que el accidente se repite, que es en muchas ocasiones, a veces varios días seguidos, la angustia se produce porque no sé qué hice para salvarme. No sé dónde me agarré. Y en el vagón de mi sueño no hay ninguna agarradera, y sé que voy a morir porque el vagón se va abriendo bajo mis pies mientras empiezo a sentir los golpes. Pero yo estoy bien. No he ido al psicólogo ni nada. Sólo son sueños”.

Flores en recuerdo de las víctimas“Lo que dice este señor no es del todo cierto. No está bien”, asegura Almudena García Peláez, psicólogo clínico y forense de la asociación de víctimas del Alvia Apafas. “Lo que tiene este señor es un fuerte sentimiento de culpa. El sentimiento de culpa de los ilesos y de los que se han salvado con heridas o fracturas, sin secuelas irreversibles, es muy malo. Porque son los que no piden ayuda”.

El estrés postraumático, según explica la psicóloga, puede tener tres estadios. Que no tienen por qué ser excluyentes. “El primero, re-experimentar. Los que han salido ilesos primero pueden tener una subida anímica. Pero después empiezan las pesadillas. Y, más tarde, empiezan a sucederse los recuerdos. Son incontrolables. Una imagen o un olor bastan para que uno recuerde lo sucedido”.

También hay mentes que tienden a la evitación. Se niegan a subirse a cualquier medio de transporte. Hay que reeducar, disciplinarse, subirse a un tren o a un autobús. Finalmente, está la activación: “Accesos de ira, problemas de sueño, problemas de adaptación social, sentimiento de culpa”, enumera la psicóloga. “El sentimiento de culpa puede llegar incluso a llevarte a desear haber muerto. Por muy feliz que sea ahora tu vida o haya sido tu vida anterior. Has visto a un niño muerto. El niño ha muerto y tú sigues aquí, y piensas que no lo mereces, que el que tenía que haberse salvado es el niño”.

Cristóbal González, a la derecha de Ana Pastor. (EFE)Jesús, aunque al principio estaba bastante optimista, fue alimentando un sentimiento de culpa creciente que llegó “a convertirse en insoportable”, según sus propias palabras. “Cuando conseguí salir de entre las maletas y la puerta que me aplastaban, entré en el vagón nueve. Se había partido y estaba volcado. A mi izquierda, los cuerpos estaban apilados. Aplastados por maletas. Empecé a sacar maletas con ayuda de otra gente que estaba consciente. No se veía nada. Era todo polvo oscuro. Un hombre se levantó de un asiento arrancado con la cabeza ensangrentada. Tendría 70 años. Me pidió que ayudara a su mujer. La mujer estaba consciente, pero atrapada por los hierros de un brazo. Le dije que no podíamos sacarla. Que, si la intentábamos sacar, a lo mejor podría pasarle algo, no sé. Podía tener una hemorragia interna o así. Entonces, entre otro hombre y yo empezamos a sacar otros cuerpos, y el hombre viejo me gritaba: 'Estás ayudando a otra gente y no ayudas a mi mujer'. Así una y otra vez. Ese recuerdo me viene a la cabeza todos los días varias veces. Y me siento un cobarde por no haberlos ayudado. Y me gustaría saber qué ha sido de ellos”.

De nada sirven experiencias duras precedentes. Nada te libra de estos síntomas. Cristóbal González, presidente de la asociación antes citada, es uno de los ejemplos. Es militar retirado y ha visitado Somalia, Eritrea y Djibuti en distintas misiones. “Es verdad que allí vi cosas tremendas. Hambruna, pobreza, muerte… Pero ya ibas con laidea preconcebida de que ibas a ver eso. Sin embargo, esto es totalmente ajeno a tu cultura y a tu experiencia. Yo vi mi muerte. Cuando el tren iba descarrilando, pensaba: 'Si tengo que morir, mátame ya'. Hace poco asistí al entierro de un familiar, y me di cuenta de que yo ya sabía adónde había ido esa persona. Tras una experiencia así, hay un antes y un después. Pero yo estoy en una fase en la que ya no soy ése de antes, pero tampoco todavía soy el de después. Mis conceptos de todo han cambiado, pero aún no sé cómo. Espero que ese después sea mejor”.

María tiene 32 años y miedo a subirse al Metro. Lo intentó una vez, sufrió una crisis de angustia y tuvo que bajarse en la primera parada. Es algo normal. Les ocurre a todos los viajeros del Alvia 151/150 que descarriló el pasado 24 de julio en las proximidades de Santiago de Compostela. También tiene sueños recurrentes. Pesadillas. Y recuerda caras. “La de un hombre que pisé al salir, le pisé la cara, sin querer, por supuesto. Pero le pisé y me acuerdo de aquella cara”, dice.“No sé por qué, pero me acuerdo de muchas de las caras de la gente que viajaba en el vagón ocho”.

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