La ajustada elección para suceder a Merkel mete la agenda europea en el congelador
Las elecciones en Alemania no han arrojado un resultado claro que facilite la formación de un Gobierno de manera rápida. Las negociaciones de coalición congelarán la agenda europea durante un tiempo
En los grandes proyectos y debates de la Unión Europea, no siempre es necesario que Alemania sea activa y proponga cosas. Pero en todos hace falta que esté plenamente presente. Aunque sea para decir 'nein'. Todo parece apuntar que, en los próximos meses, en Berlín tendrán la cabeza en otro sitio. En pleno interregno entre el último Gobierno de la era de Angela Merkel y el primer Ejecutivo pos-Merkel, los alemanes tienen poco que decir.
Los primeros resultados de las elecciones en Alemania del domingo avanzan que las negociaciones para elegir canciller y formar un nuevo Gobierno serán muy complejas. Tanto el socialdemócrata (SPD) Olaf Scholz, actual vicecanciller y ministro de Finanzas, como el conservador Armin Laschet, de la CDU-CSU, han afirmado que tienen un mandato para gobernar, por lo que arrancarán negociaciones con verdes y liberales. No será un trabajo sencillo. Se espera que esas negociaciones sean todavía más complejas que en 2017. Entonces, los comicios se celebraron el 24 de septiembre, pero no hubo 'fumata blanca' hasta marzo del año siguiente.
Este paréntesis ralentizará la agenda europea. Merkel ya ha señalado que pretende ser activa en los debates que están abiertos y en los que se abrirán en los próximos meses, como la última propuesta de la Comisión Europea para reducir un 55% las emisiones en 2030. Pero el hecho de que el Gobierno alemán esté en funciones se notará. La canciller no se arriesgará a cerrar ningún acuerdo complejo y de calado con un mandato en la rampa de salida.
Otro de los debates pendientes clave —que distintas fuentes dan por hecho que avanzará poco hasta que no haya canciller en firme— es la reforma de las normas fiscales, un asunto particularmente relevante para Alemania. El signo del próximo Ejecutivo, y más concretamente quién ocupe el Ministerio de Finanzas, será clave para el futuro alemán y europeo de las próximas décadas, un asunto que no puede ser zanjado por un Gobierno en funciones.
Macron, impaciente
Una capital desde la que se mira con especial interés todo lo que ha pasado este domingo es París. El próximo enero comienza la presidencia francesa del Consejo de la Unión Europea, que se extenderá hasta finales del mes de junio, y el presidente galo, Emmanuel Macron, quiere aprovechar la plataforma institucional para cerrar ambiciosos acuerdos y hacer una verdadera demostración de fuerza europea de cara a su propio reto electoral en las presidenciales de 2022. El mandatario aspira a que la presidencia gala sirva para cerrar grandes acuerdos, entre ellos, la reforma integral de las normas fiscales y la reforma del sistema migratorio, una que sirva para neutralizar las promesas de la ultraderechista Marine Le Pen.
Quedarse sin sus ansiados acuerdos no es el peor escenario para el líder galo. Si hay Gobierno de coalición para enero de 2022, el Elíseo quizá tenga enfrente un Ejecutivo sin una visión mancomunada, con dos o tres socios tratando de marcar terreno. Para Macron, sería mejor llegar a las elecciones sin grandes progresos en la reforma fiscal que en pleno enfrentamiento con un Ministerio de Finanzas alemán controlado, por ejemplo, por Christian Lindner, líder de los liberales y uno de los 'halcones' fiscales de la política alemana.
Pero todas las fuentes consultadas coinciden en señalar que todavía no se puede decir con seguridad qué tipo de 'transición' hará Merkel durante los próximos meses. Si se mantendrá en un perfil bajo, sin intentar avanzar mucho en los principales dosieres, o si por el contrario la canciller aprovechará los últimos meses en el cargo para intentar poner un broche de oro a sus 16 años al frente de Alemania. Su trayectoria invita a decantarse por la primera opción.
Distintas posturas
Toda Europa presta atención a las posturas que los principales partidos políticos están expresando en materia de Unión Europea, en economía, seguridad y defensa, clima, asuntos exteriores y un largo etcétera. Con los ministros del próximo Gobierno tendrán que sentarse y ponerse de acuerdo, negociar y tratar de llegar a consensos. Aunque la campaña electoral ha mirado poco fuera de las fronteras alemanas, sabemos con bastante claridad lo que los partidos defienden en materia europea.
En general, hay cuatro partidos a los que se observa con más interés: la CDU (democristianos, el partido de la actual canciller), el SPD (socialdemócratas), los Grünen (verdes) y el FDP (liberales). Todas las apuestas señalan a dos posibles coaliciones: CDU con ecologistas y liberales, o estos dos con socialdemócratas. Esta segunda opción parece la más probable si las encuestas aciertan y el SPD gana los comicios. Otra posibilidad es que los socialdemócratas sustituyan al FDP por el apoyo de Die Linke, a su izquierda.
Todos comparten un apoyo abierto al proyecto europeo que, de una manera u otra, quieren reforzar, aunque con recetas muy distintas. Uno de los puntos en que hay profundas diferencias son las normas fiscales. El SPD es el que tiene posturas más cómodas para países como Francia, España o Italia. En campaña, no han sido demasiado explícitos sobre el tema, manteniendo un perfil bajo para evitar asustar al electorado más tradicional. Pero en París, Madrid y Roma se confía en que, una vez en el poder, los socialdemócratas se muestren más flexibles —pese a que Scholz haya defendido en campaña las normas fiscales actuales—.
La CDU defiende una postura más ortodoxa, y los ecologistas se muestran más abiertos a la flexibilidad de las normas fiscales, tanto nacionales como europeas. En este caso, es el FDP el que defiende una postura más dura, sabiendo que con ese posicionamiento también puede pescar votos. De hecho, el principal objetivo de su candidato, Lindner, es ocupar el Ministerio de Finanzas a cambio de su apoyo a algunas de las posibles coaliciones.
Pero en otros aspectos el nivel de consenso es bastante más amplio. Por ejemplo, a grandes rasgos, CDU, SPD, verdes y liberales están todos a favor de la idea de un Ejército europeo, aunque en el caso de los ecologistas abogan por una mayor cooperación entre fuerzas armadas nacionales. También todos están de acuerdo en que hay que avanzar en la política exterior de la Unión Europea para hacer que las decisiones se adopten por mayoría cualificada en vez de por unanimidad.
Donde se notan otras importantes diferencias es en materia de la OTAN, en Nord Stream 2 y en China. En los tres puntos, los verdes se desmarcan de un relativo silencio por parte del resto de formaciones. Si los verdes son 'palomas' en materia fiscal, son auténticos 'halcones' en política exterior: se oponen al faraónico gasoducto que conectará Rusia con el norte de Alemania, y también piden mano más dura con China, mientras el resto de partidos busca mantener un equilibrio entre sus intereses económicos y políticos con Moscú y Pekín.
En cuanto a la ampliación hacia los Balcanes occidentales, es un asunto candente en la agenda europea —de hecho el próximo 6 de octubre se celebra una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno sobre el asunto—. Tanto la CDU como los verdes apuestan por una “profundización” de la Unión Europea antes de seguir admitiendo nuevos socios, mientras la CDU hace un firme compromiso hacia la ampliación y los liberales evitan mencionarla en su manifiesto electoral.
Todos ellos apuestan por reforzar también el papel del Parlamento Europeo. CDU y ecologistas, de hecho, proponen dar a la Eurocámara el derecho a la iniciativa legislativa (hoy monopolio de la Comisión Europea), mientras el FDP propone volver a hacer efectivo el sistema del 'spitzenkandidaten' de las elecciones de 2014, así como la creación de listas transnacionales.
En los grandes proyectos y debates de la Unión Europea, no siempre es necesario que Alemania sea activa y proponga cosas. Pero en todos hace falta que esté plenamente presente. Aunque sea para decir 'nein'. Todo parece apuntar que, en los próximos meses, en Berlín tendrán la cabeza en otro sitio. En pleno interregno entre el último Gobierno de la era de Angela Merkel y el primer Ejecutivo pos-Merkel, los alemanes tienen poco que decir.