Es noticia
Nord Stream 2: qué hay detrás de un gasoducto clave para el futuro de Europa
  1. Mundo
una iniciativa políticamente sensible

Nord Stream 2: qué hay detrás de un gasoducto clave para el futuro de Europa

Donald Trump ha afirmado en Bruselas que Alemania está "controlada por Rusia" a través del gas. Detrás subyace la oposición estadounidense a un proyecto muy controvertido desde el principio

Foto: Tuberías destinadas al gasoducto Nord Stream 2 son cargadas en un barco en el puerto de Mukran, en la isla alemana de Ruegen, en febrero de 2018. (Reuters)
Tuberías destinadas al gasoducto Nord Stream 2 son cargadas en un barco en el puerto de Mukran, en la isla alemana de Ruegen, en febrero de 2018. (Reuters)

Donald Trump ha puesto el dedo en la llaga al denunciar la dependencia alemana del gas ruso. Aliñando sus declaraciones con múltiples errores factuales, el presidente de Estados Unidos ha venido a subrayar una verdad incontestable: la incoherencia que supone que Berlín sea, de un lado, uno de los más firmes defensores de las sanciones a Moscú y que, por el otro, esté construyendo el Nord Stream 2, un nuevo gasoducto que unirá directamente ambos países y aumentará el volumen de gas licuado que importa de Rusia. La congruencia, en política, parece acabar donde empiezan los intereses económicos. Pero quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Empezando por el propio Trump, que esconde tras esta andanada su mal disimulado anhelo de vender gas a Europa para reducir el déficit comercial estadounidense.

"Se han desecho de su carbón, de su energía nuclear y reciben su gas de Rusia", aseguró este miércoles el presidente de Estados Unidos en los márgenes de la cumbre de líderes de la OTAN, descargando una bomba sobre uno de los países que se precia, sobre todas las cosas, de sus lazos transatlánticos. De seguido, agregó que "el 70%" de Alemania "está controlado por Rusia a través del gas natural". Que Berlín es "prisionero" de Moscú. "No habría que haber dejado jamás que pasara", concluyó. Poco después Angela Merkel aprovechó su llegada a la cumbre para rebatir la denuncia sin entrar en detalles. "Podemos decir que hacemos nuestra propia política independiente y tomamos independientemente nuestras decisiones", afirmó la canciller.

Foto: Las primeras tuberías del Nord Stream 2 en una planta de OMK, en Vyksa, Rusia. (Reuters)

Tras el cruce de declaraciones subyace una intrincada historia en la que se entremezclan los intereses políticos y económicos de Estados Unidos, Alemania y Rusia, sobre el siempre complejo tablero de Europa del este, de los países bálticos a Ucrania, pasando por Polonia. Una guerra con miles de millones de euros en juego.

El detonante de las iras estadounidenses es el Nord Stream 2. Se trata de un macroproyecto, aún en una fase inicial de construcción, que costará unos 9.500 millones de euros y que, paralelo al Nord Stream 1 -un gasoducto ya en funcionamiento-, recorrerá 1.225 kilómetros por debajo del Báltico conectando la salida de Rusia a este mar con la costa alemana, evitando cruzar cualquier otro país de Europa del Este. Al frente de esta importante infraestructura está Gazprom, la gasista estatal rusa. Pero no está sola. En él también participan los grupos energéticos alemanes Uniper y Wintershall, la austriaca OMV, la francesa Engie y el gigante anglo-holandés Shell.

El gas licuado de EEUU, factor decisivo

Washington ya había explicitado con anterioridad su oposición al proyecto. El pasado verano aprobó sanciones contra las empresas occidentales que trabajan con empresas estatales rusas, lanzando un torpedo en la línea de flotación del Nord Stream 2. Luego Rex Tillerson, el anterior secretario de Estado estadounidense, atacó en enero el gasoducto alegando que "socava la seguridad energética y la estabilidad de Europa en su conjunto". Argumentó que se trata de "otra herramienta" de Rusia para "politizar el sector energético".

Pero Washington no tiene sólo razones geopolíticas contra el proyecto. Gracias a la revolución del fracking, Estados Unidos va camino de convertirse en el tercer mayor exportador del mundo de gas licuado, por detrás tan sólo de Catar y Australia. Y en la administración Trump están convencido que el LNG puede ser una de sus piedras de toque para darle la vuelta a la balanza comercial, cuyos déficit frente a economías como China y Alemania obsesiona al presidente.

Foto: Un instrumento de supervisión en un gasoducto en Beregdaroc, Hungría, uno de los principales puntos de entrada del gas ruso a la Unión Europea. (Reuters9

Merkel, por su parte, ha repetido en múltiples ocasiones, que el Nord Stream 2 es un proyecto "puramente económico" en el que la política no tiene por qué meterse. El nuevo gasoducto, coinciden los expertos aportaría a Alemania una mayor seguridad en el suministro, al eliminar el riesgo de países intermedios (sobre todo tras las disputas por el gas que han mantenido Rusia y Ucrania). También reduciría algo el precio. Además, podría darse el caso de que comprase más del que el que necesita, pudiendo revender este excedente a otros socios europeos. Pasaría a convertirse un centro distribuidor de gas en el continente. Y lucrarse con ello.

Pero para muchos observadores internacionales la posición alemana es difícilmente sostenible. Otro gasoducto desde Rusia no ayuda precisamente a que Alemania y la UE a reduzcan su dependencia energética de Moscú. La cuestión es especialmente controvertida en el actual escenario de confrontación entre Moscú y los 28. Además, la necesidad no apremia. La actual red de gasoductos funciona al 60 por ciento de su capacidad, según un estudio del think tank Bruegel. Además se prevé que la demanda en Europa occidental experimente tan sólo un suave incremento gradual en los próximos quince años, sin grandes picos.

Todos mueven ficha

Por el camino, para acallar críticas, Merkel consiguió este mayo que Kiev retirase su rechazo al proyecto. Le ha garantizado, tras pactarlo a tres bandas con el presidente ruso, Vladímir Putin, que el flujo de gas que pasará por su territorio seguirá siendo el mismo. La cuestión no es baladí. Porque el Centro para la Reforma Europea había estimado que, si el gas que llega actualmente a Alemania a través de Ucrania empezaba a fluir por el Nord Stream 2, entonces el Gobierno ucraniano iba a dejar de percibir unos 1.800 millones de euros al año en concepto de tasas de paso, el equivalente al 2 por ciento de su producto interior bruto (PIB).

Mientras tanto, Washington sigue moviendo ficha para ampliar su mercado energético en el viejo continente. Alemania sigue resistiéndose, pese a las ofertas. Pero otros socios ya están cerrando contratos. Polonia firmó en 2017 un acuerdo de suministro de LNG con Estados Unidos que prevé un total de nueve buques al año durante un lustro. Las naves atracarán en el nuevo puerto de Swinoujscie, en el mar Báltico, donde se ha levantado una planta regasificadora diseñada a este efecto.

Foto: Personal del ministerio del Interior ucraniano bloquea una calle en Kiev (Reuters).
TE PUEDE INTERESAR
La pesadilla invernal del sureste de Europa
Daniel Iriarte. Kiev

Además, Estados Unidos está manteniendo contactos con los tres bálticos, que también se han opuesto ferozmente al Nord Stream 2 y temen a su gran vecino del este (del que dependen energéticamente). El pasado abril, los presidentes de Estonia, Letonia y Lituania, Kersti Kaljulaid, Raimonds Vejonis y Dalia Grybauskaite, viajaron juntos a Washington para entrevistarse con Trump. Y el suministro de gas fue uno de los temas claves en la agenda. Para entonces ya habían hecho sus deberes. Los tres países han conectado en los últimos años sus redes de suministro entre sí y las han imbricado con las de sus vecinos Finlandia y Polonia. Además han tendido conducciones para importar gas desde Noruega. Asimismo han puesto en marcha una estación regasificadora en el puerto lituano de Klaipėda, un gran almacén en la ciudad letona de Inčukalns y están estudiando construir otra en el puerto estonio de Paldiski.

Los planes de diversificación van mucho más allá. Varsovia ha propuesto construir un gasoducto para conectarse a Noruega, una conducción que podría llevar el gas del productor nórdico al centro y este de Europa. El Gobierno polaco, que nadie da puntada sin hilo, aspira así a convertirse en un polo distribuidor de gas natural en el continente, con los beneficios que eso supone vía impuestos. Por su parte, Hungría y Eslovaquia, han firmado una declaración de intenciones para construir un gasoducto norte-sur que facilite la llegada hasta sus territorios del gas procedente de Rumanía y Bulgaria.

Donald Trump ha puesto el dedo en la llaga al denunciar la dependencia alemana del gas ruso. Aliñando sus declaraciones con múltiples errores factuales, el presidente de Estados Unidos ha venido a subrayar una verdad incontestable: la incoherencia que supone que Berlín sea, de un lado, uno de los más firmes defensores de las sanciones a Moscú y que, por el otro, esté construyendo el Nord Stream 2, un nuevo gasoducto que unirá directamente ambos países y aumentará el volumen de gas licuado que importa de Rusia. La congruencia, en política, parece acabar donde empiezan los intereses económicos. Pero quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Empezando por el propio Trump, que esconde tras esta andanada su mal disimulado anhelo de vender gas a Europa para reducir el déficit comercial estadounidense.

Vladimir Putin Gas natural