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El trabajo de Barnier ha sido pan comido: lo peor del Brexit está por llegar
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NEGOCIACIONES DE UN ACUERDO COMERCIAL

El trabajo de Barnier ha sido pan comido: lo peor del Brexit está por llegar

Michel Barnier seguirá al frente de las futuras negociaciones con el Reino Unido, que serán más difíciles que las del Brexit. Muchos factores jugarán un papel crucial

Foto: Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea. (EFE)
Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea. (EFE)

La negociación del Brexit puede estar dando la extraña (por inédita) y falsa sensación de que la Unión Europea es relativamente homogénea, donde los intereses y las acciones convergen en una gran medida. No es así: bajo el manto de unidad de las negociaciones del divorcio con el Reino Unido siguen los movimientos, sigue la estrategia, y siguen las visiones a largo plazo.

Todo el mundo en Bruselas aplaude el trabajo de Michel Barnier (La Tronche, Francia, 1951) al frente del equipo negociador de la Comisión Europea para el Brexit. Lo cierto es que el francés ha llevado la negociación con maestría, ha sabido gestionar las conversaciones y aprovechar al máximo el mandato recibido de las capitales. Ha sido paciente hasta el extremo, educado y señorial, como siempre ha sido Barnier, un deportista alto y delgado. Y sobre todo, ha sido contundente, tenaz. Él y todo su equipo: su antigua número dos, la alemana Sabine Weyand y muchos otros personajes menos conocidos, como el español Antonio Fernández Martos.

Foto: Bandera de la UE frente a la sede de la Comisión Europea. (Reuters)

Por eso a nadie ha extrañado, de hecho era un rumor a voces desde hacía tiempo, que la Comisión Europea haya puesto a Barnier ya al frente del equipo de trabajo que tendrá que gestionar las relaciones futuras con el Reino Unido, que es una bonita forma de llamar a lo que será una auténtica batalla campal para intentar cerrar un acuerdo comercial con Londres.

El francés, que conoce bien la Comisión Europea, donde fue comisario de Mercado Interior (2009 – 2014) y de Política Regional (1999 – 2004), ha defendido siempre la teoría de que lo más difícil en las negociaciones con los británicos estaba por venir, que la parte más dura llegaría cuando la Unión Europea tuviera que negociar el acuerdo comercial.

placeholder Michel Brnier, negociador jefe de la Comisión Europea para el Brexit. (Reuters)
Michel Brnier, negociador jefe de la Comisión Europea para el Brexit. (Reuters)

Las cosas del comer

El trabajo de Barnier será extremadamente complicado por varias razones. La primera es que la naturaleza de las negociaciones cambiará, porque el divorcio con el Reino Unido era un elemento que unificaba a los Veintisiete: hay que demostrar solidez, defensa de las ventajas de formar parte del club, puede que incluso, en algunas capitales, haya una cierta voluntad de castigo. En ese ambiente es bastante fácil hacer piña. El debate se divide entre un Brexit más duro y uno más blando, y aunque hay visiones distintas en los diferentes Gobiernos, eso depende de las líneas rojas de Londres. Así que es una tarea más o menos sencilla.

Cuando las cosas se ponen difíciles es cuando se toca lo del comer. Y eso es, básicamente, una negociación comercial. La teoría dice que debería ser más sencillo con el Reino Unido, que ha pasado integrado con el resto de Europa medio siglo, pero una cosa es la teoría y otra es la práctica. Mientras a un país le interesa dar más acceso al mercado europeo a un determinado producto británico a cambio de que su queso tenga mayor acceso al mercado del Reino Unido, pero ese producto británico afecta de manera crucial a los productos del sur de España, lo que provoca que Madrid proteste. Eso multiplicado por 27 y durante muchos, muchos años.

Foto: El presidente francés, Emmauel Macron. (Reuters)

En Bruselas ha aumentado la preocupación de que el Gobierno de Boris Johnson busque crear un "Singapur sobre el Támesis", una referencia para hablar de una futura Londres que rebaje al mínimo todos los estándares laborales, medioambientales y aproveche la fuerte posición de la City para reforzarse como centro financiero, sumándole a eso rebajas de impuestos e intentando convertir al Reino Unido en una suerte de paraíso fiscal a las puertas de Europa. Las exigencias de Downing Street durante la última fase de la negociación hace pensar a algunos en la capital comunitaria que es esa la dirección a la que se encamina el actual Ejecutivo británico.

Y, además, Barnier ni siquiera se podrá librar de su famoso "the clock is ticking" con el que ha alertado tantas veces de que el tiempo para negociar el Brexit se agotaba. El periodo transitorio en el que el Reino Unido está con un pie dentro y otro fuera de la UE (un tiempo de gracia en el que se beneficia de las ventajas de ser miembro del clib pero sin voz ni voto en las instituciones) es muy corto: finaliza, en principio, el 31 de diciembre de 2020. Sería absolutamente inédito que se cerrara un acuerdo comercial en tan poco tiempo. Y ese 31 de diciembre volverá a ser un nuevo precipicio: se podrá alargar, por supuesto, pero si no se hiciera los efectos serían los mismos que un Brexit sin acuerdo a finales de este mes, quizás mitigados por una mayor preparación de las empresas.

placeholder Michel Barnier saliendo de la sede de la Comisión Europea. (Reuters)
Michel Barnier saliendo de la sede de la Comisión Europea. (Reuters)

El factor Tusk

Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, antes primer ministro de Polonia, es un personaje polémico en algunas capitales. Su papel como presidente del Consejo es el de ser un árbitro, mediar entre las posturas de todos los Estados miembros. Bueno, pues eso Tusk no lo lleva muy bien: saca los pies del tiesto, se extralimita en su rol, toma partido. Pero en el Brexit lo ha hecho bien durante la mayoría del tiempo, y le ha puesto las cosas muy fáciles a Barnier.

El presidente del Consejo ha sabido coordinar muy bien el trabajo con todas las capitales, ha logrado mantener a todo el mundo en línea. Disfrutaba cuando en una cumbre a los líderes le tomaba solo unos minutos aprobar unas conclusiones o unas directrices sobre el Brexit. Se cronometraban para ver si rompían el récord de menos tiempo de debate. Normalmente solo se tardaba el tiempo en el que se leía el documento y se preguntaba si alguien quería intervenir. ¿No? Pues aprobadas. Y bajaban sus asesores a celebrar frente a los periodistas que se había roto otro récord.

Foto: Donald Tusk, presidente del Consejo. (EFE)
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Eso era posible porque él y su jefe de gabinete, Piotr Serafin, han trabajado de forma continua por intentar que los documentos llegaran ya a la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno prácticamente cerrados, sin necesidad de modificaciones. Eso no siempre es fácil. Los diplomáticos de las embajadas permanentes de los Estados miembros ante la UE son muy quisquillosos (porque deben serlo), pelean cada coma, cada palabra que creen que puede tener una interpretación que no les interesa. Cada acuerdo es un trabajo de aproximación que en muchas ocasiones conlleva meses de negociación. Tusk y Serafin han hecho ese trabajo muy bien.

Es cierto que luego el presidente del Consejo ha mostrado, quizás con demasiado descaro, sus preferencias, insistiendo una y otra vez con que el Brexit se puede revertir, señalando que la puerta de la UE todavía está abierta. En ocasiones a decantado el debate al situar un punto de partida muy partidista. El último ejemplo es la petición británica de una prórroga: Tusk, sin que los Estados miembros tuvieran mucho tiempo para debatirlo, les ha propuesto aceptarlo y hacerlo sin cumbre, por procedimiento escrito.

placeholder Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo hasta el 31 de octubre. (EFE)
Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo hasta el 31 de octubre. (EFE)

Ahora Tusk ya no estará, y llegará Charles Michel, actual primer ministro de Bélgica, que fue elegido por los líderes para suceder al polaco. No sabemos qué tal se le dará su nuevo trabajo a Michel, que en cierto modo está acostumbrado a la negociación en un país en el que una mitad no se habla con la otra. Pero es evidente que necesitará un tiempo de adaptación, que no será fácil empezar y justo verse en el ojo del huracán del Brexit, con poco tiempo para conocer el nuevo puesto de trabajo antes de que las tortas empiecen a volar en caso de que se logre un acuerdo del Brexit pronto.

Para adaptarse y aprender cómo lidiar con la situación contará con la ayuda de Jeppe Tranholm-Mikkelsen, que es el secretario general del Consejo, cuyo mandato dura hasta el 31 de junio de 2020.

Francia desencadenada

Algunas voces dejaron caer que Barnier podría haber sido el designado por Francia para ser su comisario. Pero París está encantada con que el francés siga al frente de las negociaciones con el Reino Unido, porque para Francia el Brexit no es solo la salida de un Estado miembro de la UE, sino la oportunidad de darle forma al club comunitario como a ellos les interesa.

Francia ha sido, sin lugar a dudar, la principal activista por el castigo contra Reino Unido, la más dura. Alemania no ha querido ser blanda porque Angela Merkel, canciller alemana, siempre ha insistido en que es asumible un daño económico pero no minar las bases del mercado interior. Pero nadie ha ido tan duro como París en estas negociaciones.

Foto: Presidente Macron en la cumbre de esta semana. (EFE)

La primera razón es que Francia cree que se puede beneficiar del Brexit, atrayendo empresas y actividades del centro financiero de Londres a París, aunque lo cierto es que compite con Dublín, Ámsterdam, Milán y Frankfurt, y que entre todos se reparten el pastel.

Las negociaciones de un futuro acuerdo comercial van a ser brutales, y Francia promete dar guerra, como está haciendo en prácticamente todos los debates europeos que se están celebrando en los últimos tiempos, pero también en los asuntos comerciales, que generan mucha división en Europa: París amenaza ahora con vetar el acuerdo comercial con Mercosur por temor a la llegada del vacuno suramericano.

Pero por encima de todo, Barnier está bien situado porque la visión francesa de la Unión Europea encaja con el Brexit, por paradójico que pueda sonar. Reino Unido seguirá siendo un socio clave cuando salga del bloque, y París estará geográfica y políticamente entre Londres y Berlín, lo que mejorará las cartas que pueda jugar el Elíseo en el futuro de Europa.

placeholder Emmanuel Macron tras el último Consejo Europeo. (Reuters)
Emmanuel Macron tras el último Consejo Europeo. (Reuters)

Aunque la UE es un club, y a todo el mundo le interesa que a todo el mundo le vaya bien, lo cierto es que hay juegos de poder, como en todas las organizaciones políticas. La salida del Reino Unido del bloque comunitario no solo le priva de una visión global que aportaba Londres y enriquecía el rol de Europa, sino que también elimina un contrapeso al eje franco-alemán, y también elimina un tercer actor en un posible pulso entre Alemania y Francia. París está pensando ya en un escenario distinto al vivido hasta hora: fuera de la ecuación uno de los estabilizadores, si alguien tiene que hacerse con el control de esta situación que esa sea yo.

Barnier sirve a todos los europeos, eso es indudable, y lo ha hecho muy bien, pero no se puede despegar ni de su nacionalidad ni de la visión francesa de Europa. Tener al timón de las negociaciones a una persona que coincide en tu visión del futuro del continente y el rol que Francia debe jugar en él es clave para Macron.

Con todos estos factores y estos equilibrios, es indudable que Barnier tendrá que afrontar esta nueva fase de las negociaciones con una idea clara: van a ser mucho más difíciles, divisivas y corrosivas que las que se han celebrado entre junio de 2017 y octubre de 2019. Seguramente también sean más largas.

La negociación del Brexit puede estar dando la extraña (por inédita) y falsa sensación de que la Unión Europea es relativamente homogénea, donde los intereses y las acciones convergen en una gran medida. No es así: bajo el manto de unidad de las negociaciones del divorcio con el Reino Unido siguen los movimientos, sigue la estrategia, y siguen las visiones a largo plazo.

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