No solo es el puente de Baltimore: todo en EEUU se cae a pedazos
El colapso del puente Francis Scott Key en Baltimore (Maryland) ha puesto en duda el estado de la infraestructura estadounidense
La infraestructura es como el aire o la electricidad: un soporte esencial para el funcionamiento de los países, pero del que siempre nos olvidamos. Hasta que un puente de acero de cuatro carriles, de dos kilómetros y medio de longitud y por el que pasan anualmente 11 millones de vehículos, se viene abajo en mitad de la noche. Tal ha sido el caso del puente más importante de Baltimore, el Francis Scott Key, tras ser golpeado en uno de sus pilares por un carguero con bandera de Singapur.
El desafortunado accidente, cuyos detalles siguen siendo investigados, nos ha recordado una vez más la fragilidad de buena parte de las infraestructuras de Estados Unidos: un país que, en lo que se refiere a carreteras, puentes o puertos, vive parcialmente de las rentas de las administraciones de Franklin D. Roosevelt y Dwight Eisenhower, que levantaron los tejidos modernos de este país.
Solo el Gobierno de Roosevelt, que se puso al timón de EEUU en plena Gran Depresión, construyó un millón de kilómetros de carreteras, 78.000 puentes y 125.000 edificios públicos y militares. Roosevelt fue elegido hace 92 años, pero muchas de estas obras públicas siguen operativas a día de hoy, más allá de la vida útil que le habían estimado los ingenieros y arquitectos de la época. La red de autopistas interestatales data de la década de Eisenhower, los años 50. La Ley de Aguas Limpias, que regula los ríos y otras vías de agua, se debe al presidente Richard Nixon.
"Los economistas argumentan que la robusta inversión en infraestructuras en el siglo XX puso los cimientos del fuerte crecimiento de la nación después de la Segunda Guerra Mundial", dicen los autores de un estudio de 2023 del Council of Foreign Relations. "Pero su papel crucial también significa que la mala infraestructura puede imponer grandes costes a la economía de EEUU. Además de la amenaza para la seguridad humana de fallos catastróficos como el derrumbamiento de un puente o la ruptura de una presa, el mantenimiento inadecuado de carreteras, trenes y vías de agua cuesta miles de millones en productividad económica perdida".
Como estiman otros informes de 2018 y 2019, la congestión del tráfico cuesta a Estados Unidos 87.000 millones de dólares anuales; los retrasos en los vuelos, 33.000 millones. La American Society of Civil Engineers dice que el 42% de los más de 600.000 puentes que hay en EEUU tienen, por lo menos, medio siglo de antigüedad. Al ritmo al que se mantienen y reparan, el país acabaría de aplicar los arreglos necesarios en 2071. La inversión total requerida para renovar las infraestructuras sumaría 2,59 billones de dólares en los próximos 10 años.
El estado de las infraestructuras estadounidenses llama la atención, sobre todo si se compara con las fuertes y recientes inversiones de China. O con el estado más acondicionado de los tejidos de la Unión Europea. Un estudio del think tank conservador American Enterprise Institute recogía que, según datos recopilados entre 2004 y 2012, un viajero de tren estadounidense tiene 58 veces más posibilidades de salir herido que un viajero de tren francés.
Las necesidades han sido tan acuciantes estos últimos años que la idea de invertir en infraestructuras seduce a los dos grandes partidos estadounidenses. Donald Trump la barajó abiertamente durante su mandato, pero fue la Administración Biden quien la aprobó finalmente a finales de 2021 con la bendición del Congreso.
La Ley Bipartita de Inversión en Infraestructura y Empleos destina 1,2 billones de dólares a una serie de tareas pendientes. Entre ellas, la renovación de 45.000 puentes que están en "condiciones precarias", la reconstrucción de vías de tren, la modernización de puertos y aeropuertos, la instalación de internet de alta velocidad en las regiones rurales y la expansión del suministro de agua potable.
Pese a ser técnicamente la mayor inversión de este tipo desde mediados del siglo pasado, y colocar a Biden en la estela de los presidentes que más dinero público han gastado en proyectos sociales, la ley ha sido considerada insuficiente por historiadores y economistas consultados por Fortune. "Tenemos que ser sobrios respecto al déficit de infraestructura que existe en términos del nivel de inversión, y afrontar esto con los ojos abiertos", declaró David Van Slyke, decano de la Maxwell School of Citizenship and Public Affairs de la Universidad de Siracusa. "Esto no va a resolver nuestros problemas de infraestructura por toda la nación".
El proyecto de ley original contemplaba gastar el doble, 2,3 billones de dólares, pero el senador de Virginia Occidental, el demócrata-casi-republicano Joe Manchin, hizo presión para rebajar la factura y la ambición de los planes. Tampoco pudo Biden ligar esta ley a otro proyecto de inversión en programas sociales.
Cuando el presidente estadounidense empezó su gira de promoción de esta ley de infraestructuras, su primera parada fue el Puerto de Baltimore, el número uno de Estados Unidos a la hora de importar camiones y vehículos de granja. Una de sus piezas más importantes, el puente de Francis Scott Key, se cayó a las frías aguas del Patapsco la madrugada del martes por el impacto de un carguero. La última vez que fue inspeccionado, en 2021, recibió la nota de fair, un aprobado raspado.
La infraestructura es como el aire o la electricidad: un soporte esencial para el funcionamiento de los países, pero del que siempre nos olvidamos. Hasta que un puente de acero de cuatro carriles, de dos kilómetros y medio de longitud y por el que pasan anualmente 11 millones de vehículos, se viene abajo en mitad de la noche. Tal ha sido el caso del puente más importante de Baltimore, el Francis Scott Key, tras ser golpeado en uno de sus pilares por un carguero con bandera de Singapur.