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¿Quiere usted la receta Bukele para su país? Sin estos cinco ingredientes, no es posible
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¿Quiere usted la receta Bukele para su país? Sin estos cinco ingredientes, no es posible

Varios países de Latinoamérica han intentado la fórmula de Nayib Bukele para combatir la violencia, pero los experimentos no han tenido el resultado deseado

Foto: Nayib Bukele se proclama ganador de las elecciones de El Salvador. (EFE/Bienvenido Velasco)
Nayib Bukele se proclama ganador de las elecciones de El Salvador. (EFE/Bienvenido Velasco)
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Vivimos en la era de Nayib Bukele. El presidente de un país con menos población que la Comunidad de Madrid ha conseguido volverse un referente global por haber ganado la guerra contra las maras, las pandillas que durante décadas convirtieron El Salvador en uno de los territorios más peligrosos del planeta. Bukele cuenta con un 90% de aprobación entre los ciudadanos y acaba de ser reelegido para un segundo mandato —de dudosa validez constitucional— con cerca de un 85% de los votos. Con cifras como esas, no es de extrañar que cada vez más gente se haga una pregunta evidente: ¿será replicada su receta en otros países?

En Latinoamérica, este proceso de bukelización ya está en marcha. "El éxito político de Bukele hace que busque ser replicado por otros líderes políticos regionales, especialmente en países que sufren el azote de la violencia delictiva y el incremento de la seguridad ciudadana de forma permanente. Es lo que llamamos el fenómeno político de la mano dura", explica Decio Machado, analista político y miembro del Geopolitical Studies Group. Sin embargo, los experimentos hasta la fecha, aunque todavía limitados, no han dado el resultado esperado.

Desde Honduras hasta Ecuador, o incluso Filipinas, el país que intentó implementar políticas de mano dura radicales antes del propio Bukele, ningún Gobierno ha conseguido replicar la receta del presidente salvadoreño para dar un golpe mortal al crimen organizado en sus países. Y es que la receta Bukele contra el crimen es una muy particular y que resulta difícil de copiar, especialmente si una serie de circunstancias no se alinean. En concreto, hay cinco ingredientes que resultan imprescindibles.

1. Empezar con una popularidad enorme

Dado que Bukele ha pasado a ser sinónimo de mano dura contra el crimen, resulta fácil olvidar desde qué punto partía el mandatario cuando, en marzo de 2022, declaró el régimen de excepción y comenzó su campaña de arrestos masivos. Aunque es innegable que su guerra contra las pandillas ha sido un factor importantísimo de cara a su reelección, la popularidad del presidente ya era astronómica incluso antes de iniciarla.

En septiembre de 2019, tres meses después de comenzar el mandato de Bukele, una encuesta del periódico La Prensa Gráfica ya revelaba una aprobación superior al 90%. Desde entonces, esa cifra apenas se ha movido unos dígitos hacia arriba o hacia abajo. De hecho, sus puntos más bajos de popularidad (todavía por encima del 80% en todos los casos) tuvieron lugar a lo largo de 2022 y una vez iniciada su masiva campaña de arrestos.

En otras palabras: el mandatario salvadoreño pudo lanzar una campaña de detenciones masivas gracias a que ya contaba con el respaldo masivo de la población, y no con el objetivo de ganársela. El régimen de excepción, en el que más de 75.000 personas acabaron tras las rejas, incluyó el arresto de miles de inocentes (entre 6.000 y 20.000, según las organizaciones de derechos humanos del país). Este masivo "daño colateral", como lo denominan los partidarios de Bukele, hubiera supuesto un daño irreparable para la reputación de cualquier presidente que no cuente con un grado de respaldo popular como el salvadoreño.

La popularidad de Bukele es, en sí misma, otra receta difícil de replicar. Su estilo de comunicación, siempre a través de redes sociales y descrito como un estado de campaña constante, su demonización de unos partidos tradicionales detestados por la población y su conexión con la juventud en un país con una edad promedio de 30 años son algunos de los ingredientes, pero no todos.

2. Controlar todos los poderes del Estado

Si el mismo Bukele hubiera intentado lanzar su guerra contra las maras durante sus primeros dos años de mandato, no lo hubiera logrado. No se trata de una mera suposición, sino de algo que su propio partido político, Nuevas Ideas, ha recordado una y otra vez a lo largo de la campaña para la reelección del mandatario. ¿El motivo? Al comenzar su presidencia, solo controlaba el poder ejecutivo. Y eso no es suficiente para un régimen de excepción como el declarado en 2022: se necesita un poder absoluto.

Durante estos dos primeros años, Bukele protagonizó un sinfín de enfrentamientos con la Corte Suprema de Justicia a raíz de algo mucho menos pequeño que la práctica suspensión de los derechos de cualquier detenido, su gestión de la pandemia. El presidente decretó varias de las medidas restrictivas contra el covid más estrictas del mundo, las cuales llevaron a la detención de miles de personas por el incumplimiento de la cuarentena domiciliaria. Uno tras otro, estos decretos fueron tumbados. No resulta difícil vaticinar lo que hubiera ocurrido con el régimen de excepción si el poder judicial hubiera mantenido la misma línea.

Consciente del freno que los jueces suponían para su control del país, Bukele se deshizo de ellos tan pronto como pudo. El mismo día en que la Asamblea Legislativa de El Salvador inauguró su legislatura con una mayoría absoluta para Nuevas Ideas, tras arrasar en las elecciones legislativas de 2021, los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia fueron destituidos. También fue defenestrado el hasta entonces fiscal general salvadoreño, Raúl Melara, a quien el presidente había acusado de tener vínculos con la oposición por oponerse a algunas de sus medidas.

El joven mandatario sustituyó a todos los caídos por aliados que, desde entonces, no se han opuesto a una sola de sus decisiones. Para cuando Bukele declaró el régimen de excepción, no había nadie en el país con la capacidad de ponerle pegas.

3. Un crimen organizado puramente nacional

Mientras en El Salvador caían los índices de violencia en delincuencia, Ecuador afianzaba una espiral de violencia inédita. La fuga del narcotraficante José Adolfo Macías Villamar, alias Fito, y la rebelión de los presos en seis centros penitenciarios fueron el punto de partida para que el presidente Daniel Noboa declarara el estado de excepción y anunciara la creación de nuevas grandes cárceles y la compra de barcos-cárceles. Unas medidas que tienen el sello Bukele, pero que no pueden implementarse de la misma forma.

"Los grupos criminales en Ecuador se han aliado con organizaciones internacionales, entre ellas, grupos colombianos, cárteles mexicanos, e incluso hay evidencias de alianzas con la mafia albanesa", explicó Juanita Goebertus Estrada, directora de la división de las Américas de Human Rights Watch, en una entrevista anterior con El Confidencial.

Foto: Drones replican la 'N' de Nayib Bukele durante un 'show' aéreo en el Palacio Nacional tras el discurso del presidente reelecto. (Reuters/José Luis González)

A diferencia del caso ecuatoriano, las pandillas salvadoreñas se consideran hermandades y se identifican con claridad, como con los tatuajes. Además, las operaciones de las maras se basaban principalmente en las extorsiones y, a pesar de que también controlaban el negocio de la droga, lo hacían a una escala muchísimo menor que en Ecuador, donde el crimen se ha basado en el narcotráfico y en el dinero que mueve la droga. Los vínculos transnacionales de estos grupos les han permitido tener más recursos gracias al tráfico de drogas y están, por lo tanto, mejor armados que las bandas callejeras de El Salvador.

"La de El Salvador es una violencia que no tiene ramificaciones internacionales. No tiene puertos ni aeropuertos que se hayan convertido en hubs importantes para el envío de drogas a otros continentes. Es verdad que El Salvador es una de las rutas de paso de camiones con drogas hacia los Estados Unidos, pero esas rutas son terrestres y no generan riesgo para la seguridad nacional. Por eso no implican una actuación importante de las Fuerzas Armadas, porque no generan riesgo ni disputa entre bandas, ni tampoco violencia interna", apunta Decio Machado.

4. Todo o nada

Cuando Nayib Bukele declaró el estado de excepción en 2022, lo hizo sin medias tintas. Las fuerzas de seguridad obtuvieron, casi de la noche a la mañana, la capacidad de arrestar a discreción bajo la bandera de acabar con la violencia de las pandillas. Otros gobiernos latinoamericanos, como el de Xiomara Castro en Honduras, han intentado bukelizar sus planes contra la delincuencia, pero el éxito de las medidas se ha limitado por la forma en que se han llevado a cabo.

El analista Leonardo Pineda afirmó que percibió un intento de equilibrar el mantenimiento de los estados de excepción con los derechos humanos. A diferencia de El Salvador, Honduras no fue arrasada por la policía y muchas medidas parecen "más propaganda que acción" en comunidades que no han notado los presuntos resultados de la estrategia política. "La extorsión no ha parado, con excepción de algunas comunidades en las que aparentemente las mismas maras han decidido parar para no calentar más los territorios", dijo Pineda a la cadena BBC.

Por otro lado, el apoyo de la población salvadoreña al Ejército es mucho más fuerte que el que puede haber en otros países como Honduras. Otro de los factores se centra en las dimensiones geográficas. "Honduras es mucho más grande y con mucha más población que El Salvador, que es mucho más chiquito. Tiene una dimensión parecida a la de Extremadura y, por lo tanto, implementar este tipo de lógicas es mucho más fácil hacerlo allí que en otros países de Latinoamérica mucho más grandes", explica Decio Machado a este periódico.

Foto: Un 'graffiti' de Bukele. (Reuters)

Países más grandes como, por ejemplo, Filipinas. Antes de que Nayib Bukele se convirtiera en presidente, Rodrigo Duterte ya había iniciado años antes sus políticas de mano dura. Su lucha no era contra las pandillas, sino contra el narcotráfico. Además de meter a miles de personas en la cárcel sin el debido proceso legal, el expresidente instó a la población a matar a los delincuentes y drogadictos. Sin embargo, uno de los problemas de su estrategia fue centrarla en los pequeños traficantes, y no en las bandas de narcotraficantes que tenían acuerdos con algunos agentes. A diferencia del compromiso total de las autoridades para acabar con las maras en El Salvador, en Filipinas no todos estaban del lado del presidente.

5. Entiende a EEUU, ignora a la UE y acércate a China

Nayib Bukele lo dejó bien claro en su discurso después de proclamarse vencedor de las elecciones."No vamos a ser sus lacayos". Se refería concretamente a la prensa española, pero también aprovechó para criticar a las Naciones Unidas, a la Organización de Estados Americanos (OEA), a ONG y a activistas por los derechos humanos. Todos los que criticaron su gestión tenían un hueco en su mitin.

Las condenas de actores internacionales al Gobierno de Bukele no parece que afecten al presidente, más allá de sus palabras en el discurso. Una parte de la estrategia diplomática se sostiene en tres patas: ignorar a la Unión Europea y sus preocupaciones por las violaciones de los derechos en El Salvador, acercarse a China económicamente hablando y entender la idiosincrasia estadounidense.

Foto: Un militar custodia la estación Radio Canela, a donde llegó el presidente de Ecuador, Daniel Noboa. (EFE/José Jácome)

Este último punto es uno de los más complejos, por la postura de Washington frente al Gobierno salvadoreño. A pesar de que algunas figuras políticas del Partido Demócrata han condenado el peligro que corre la democracia en el país latinoamericano, las acciones para frenar a Bukele no han sido significativas. Desde que han caído los índices de violencia, ha caído también el número de migrantes salvadoreños que intentan cruzar la frontera a Estados Unidos. "Y precisamente cuando Bukele llegó al poder firmó un acuerdo con Washington para controlar la inmigración irregular. Es un aliado en este sentido", subraya Decio Machado. "Además, no tiene las relaciones que tiene Estados Unidos con Ecuador, que tiene una gran dependencia político-militar y es habitual la interferencia de la embajada estadounidense en Quito en asuntos de política interna", añade el analista.

El statu quo político de El Salvador ha permitido a Bukele afianzar sus relaciones con otros socios más allá de Estados Unidos, como es el caso de China, con quien tiene varios planes de construcción y que se adelantan como "el mandato de los megaproyectos", según el Gobierno salvadoreño. A pesar de que todavía no se han llevado a cabo muchos de los proyectos que anunciaron, Bukele ya los ha convertido en éxitos de su gestión. Para la población, esta alianza es parte de una modernización del país y de una esperanza de mejora que el presidente salvadoreño no ha dudado en explotar.

Vivimos en la era de Nayib Bukele. El presidente de un país con menos población que la Comunidad de Madrid ha conseguido volverse un referente global por haber ganado la guerra contra las maras, las pandillas que durante décadas convirtieron El Salvador en uno de los territorios más peligrosos del planeta. Bukele cuenta con un 90% de aprobación entre los ciudadanos y acaba de ser reelegido para un segundo mandato —de dudosa validez constitucional— con cerca de un 85% de los votos. Con cifras como esas, no es de extrañar que cada vez más gente se haga una pregunta evidente: ¿será replicada su receta en otros países?

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