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Cómo Netanyahu acabó cayendo con Hamás en el mismo error que EEUU en Afganistán
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Cómo Netanyahu acabó cayendo con Hamás en el mismo error que EEUU en Afganistán

Los actuales líderes de Estados Unidos e Israel no aprendieron la moraleja de la famoso historia de Goethe: quien estimula fuerzas desconocidas, hará que esas fuerzas acaben volviéndose contra él

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Reuters/Avi Ohayon/GPO/dpa)
El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Reuters/Avi Ohayon/GPO/dpa)
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Si El aprendiz de brujo, un poema de 1797 escrito por J. W. Goethe, ha sido copiado y reformulado hasta la saciedad en la literatura y el cine, es porque encierra una de esas moralejas inmortales con las que todos nos hemos cruzado alguna vez: quien intenta estimular y manipular fuerzas desconocidas, hará que esas fuerzas acaben volviéndose contra él. Le pasó al aprendiz de brujo y le ha pasado también al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que en otra época apostó por estimular a Hamás. El mismo grupo islamista palestino que asesinó a cerca de 1.400 israelíes a sangre fría, desatando una nueva guerra en Oriente Medio.

“Durante años, los diversos gobiernos liderados por Netanyahu adoptaron una estrategia que dividió el poder entre la Franja de Gaza y Cisjordania”, escribe en The Times of Israel la diplomática y corresponsal Tal Schneider. “Poniendo de rodillas al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, mientras daba pasos que reforzaron al grupo terrorista Hamás (...). Ahora [esta estrategia] ha explotado en sus caras, agrega.

Foto: Combatientes de las Brigadas Ezzedin al-Qassam, el brazo militar de Hamás. (EFE/Mohammed Saber)

Netanyahu negoció indirectamente con Hamás a través de Egipto y le proporcionó algunas facilidades para gobernar la Franja de Gaza, según Schneider. Entre ellas, permisos de trabajo en Israel para gazatíes, de manera que elevaran sus ingresos, y facilidades para que dinero extranjero, particularmente catarí, llegase a manos del grupo islamista. Todo mientras se socavaba el peso de la Autoridad Palestina y se colonizaban progresivamente los territorios de Cisjordania.

Además del clásico divide y vencerás, una de las razones que explican estas maniobras aparentemente contraintuitivas es que tanto los islamistas de Hamás como la extrema derecha hebrea rechazaban la “solución de los dos Estados”, el objetivo implícito en los Acuerdos de Oslo firmados por Israel y los representantes palestinos con el auspicio de Washington en 1993. Elevar a Hamás, por tanto, sería una manera de dinamitar este proceso rechazado por la derecha dura israelí.

La consecuencia de estos movimientos, como alegan Schneider y otras voces de la oposición israelí, es que Hamás ha pasado de ser un pequeño grupo radical a una fuerza de gobierno fuerte y experimentada, capaz de gobernar Gaza desde 2006 y de perpetrar la mayor masacre de la historia de Israel. Como el aprendiz de brujo que hechizó una escoba para que le hiciera la limpieza, acabando esta por destrozar el taller del maestro, la magia negra de Netanyahu se habría vuelto en su contra.

Pero el primer ministro israelí no es el único en sufrir la cruda moraleja. Con más de 50 años de carrera política a sus espaldas, el presidente de EEUU, Joe Biden, también ha visto cómo sus apuestas acababan volviéndose en su contra. En 1981, cuando era senador de Delaware, el hoy presidente votó a favor de la petición de la Administración Reagan de levantar la prohibición vigente de financiar a Pakistán. La razón era que el país habría de convertirse en la plataforma de entrenamiento y lanzamiento de lo que Reagan llamaría famosamente los Afghan Freedom Fighters, también conocidos como muyahidines. Los combatientes empeñados en expulsar a los soviéticos de Afganistán.

Como reconstruye The Intercept, gracias a la medida aprobada por Biden, la CIA tuvo carta blanca para financiar los servicios de inteligencia de Pakistán, responsables de coordinar a los muyahidines. La medida permitió a los estadounidenses despachar 3.000 millones de ayuda al Gobierno pakistaní entre 1981 y 1987.

La operación salió técnicamente bien. Más de 100.000 soviéticos se volvieron a su ya maltrecho imperio, que se hundiría en menos de tres años. El presidente que Moscú había sostenido en el poder, Mohammad Najibullah, aguantó hasta que los muyahidines, que hicieron grandes avances tras la retirada de los invasores, lo derrocaron en 1992 con la toma de Kabul.

Foto: Simpatizantes y combatientes talibanes durante la celebración del primer aniversario de la toma de Kabul. (Reuters/Ali Khara)

Es aquí cuando empieza a cobrar forma la fábula. Parte de los líderes muyahidines que habían sido auspiciados, vía Pakistán y con la colaboración de Arabia Saudí, por Estados Unidos formaron en 1994 un grupo extremista conocido como los talibanes. Dos años más tarde y en medio de las luchas con otros antiguos muyahidines, los talibanes alcanzaban Kabul y convertían Afganistán, oficialmente, en un emirato islámico. Y en el santuario desde el que Osama bin Laden, un playboy saudí radicalizado, planearía una serie de atentados terroristas contra los intereses de Estados Unidos. Incluidos los ataques contra el Pentágono y contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Casi exactamente 20 años después, aquel senador de Delaware, que también apoyaría con su voto las invasiones de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003, orquestaba desde la Casa Blanca la retirada de sus tropas de Afganistán intentando cerrar una dolorosa herida. Los 20 años de guerra, ocupación, destrucción, negociaciones y 2,3 billones de dólares gastados concluyeron con esos mismos talibanes ocupando de nuevo Kabul, como si nunca se hubiesen marchado.

Si El aprendiz de brujo, un poema de 1797 escrito por J. W. Goethe, ha sido copiado y reformulado hasta la saciedad en la literatura y el cine, es porque encierra una de esas moralejas inmortales con las que todos nos hemos cruzado alguna vez: quien intenta estimular y manipular fuerzas desconocidas, hará que esas fuerzas acaben volviéndose contra él. Le pasó al aprendiz de brujo y le ha pasado también al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que en otra época apostó por estimular a Hamás. El mismo grupo islamista palestino que asesinó a cerca de 1.400 israelíes a sangre fría, desatando una nueva guerra en Oriente Medio.

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