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Unas fuerzas armadas de 'segunda mano': así construyó Chile el ejército más eficiente de América Latina
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Unas fuerzas armadas de 'segunda mano': así construyó Chile el ejército más eficiente de América Latina

Chile ha conseguido formar uno de los ejércitos más poderosos del continente. Esta es su receta para conseguirlo

Foto: Militares participan en la parada militar en honor de las glorias del Ejército de Chile. (EFE/Elvis González)
Militares participan en la parada militar en honor de las glorias del Ejército de Chile. (EFE/Elvis González)
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El pasado 14 de julio, la empresa pública chilena Fábrica y Maestranzas del Ejército (Famae) anunció la firma de un contrato con la empresa turca Aselsan para el mantenimiento y recuperación de carros de combate Leopard 2A4. Se trata del mismo modelo de carro de combate que España adquirió de segunda mano a Alemania y de los que ha donado diez ejemplares a Ucrania. La noticia era un buen ejemplo de la pujanza de la ambiciosa industria de defensa turca, que no parece que no haya mercado que se le resista.

Pero que Chile cuente con los que probablemente sean los mejores carros de combate del continente es el resultado de que sus fuerzas armadas aprovecharon un momento muy especial de la historia, la liquidación de los arsenales occidentales tras el fin de la Guerra Fría, para convertirse en las mejor equipadas gracias a planes coherentes y bien pensados.

En un contexto regional de escaso gasto de defensa, véase el caso de la vecina Argentina, Chile es un ejemplo muy particular, porque sus planificadores sí percibieron la necesidad de contar con unas fuerzas armadas capaces. Las fronteras del norte del Chile actual fueron trazadas a partir de la victoria militar de la Guerra del Pacífico (1879-1884). Chile se enfrentó entonces en solitario a Perú y Bolivia, a los que su victoria militar arrebató territorios y dejó un agravio histórico especialmente doloroso en el caso de Bolivia, por perder su única salida al mar. Las disputas con Argentina por los límites de las aguas territoriales en el canal de Beagle tuvieron dos episodios especialmente intensos. Uno en 1898 y otro más reciente en 1978. La lección histórica es que los agravios del pasado podrían convertirse en conflictos del presente y que los países agraviados podrían unirse en alianza. La respuesta de Chile tenía que ser mantener unas fuerzas armadas capaces de defender el país enfrentado a sus enemigos en solitario.

Foto: Comandos políticos esperan resultados de los comicios para consejeros constitucionales. (EFE / Elvis González)

Durante décadas, el secreto de las fuerzas armadas de Chile tuvo un nombre: Ley Reservada del Cobre. Se trata de una ley promulgada originalmente en 1958, precisamente tras una crisis con Argentina, que establecía que un porcentaje de las ganancias del país por la explotación del cobre debía estar destinado a la compra de material militar. La ley recibió innumerables reformas. Perdió su carácter reservado solo en la década pasada. Y hasta originó un caso de corrupción conocido en Chile como el milicogate.

Pero supuso una importante fuente de financiación, al vincular la dotación de las fuerza armadas del país con los beneficios obtenidos por la exportación de una materia prima cuyo valor se disparó en los mercados internacionales a principios del siglo XXI. La financiación continuada de las fuerzas armadas gracias a una fuente de divisas tuvo posiblemente un papel relevante en la transición a la democracia chilena. Sirvió para tener a los militares ocupados en asuntos estrictamente relativos a la defensa nacional. Algo parecido se dijo en España sobre los programas de defensa que permitieron en los años ochenta dar al Ejército del Aire y a la Armada, especialmente, un gran salto en capacidades con la incorporación de los aviones F-18 y el grupo aeronaval liderado por el portaaeronaves Príncipe de Asturias. Comprar a los militares juguetes caros parece una garantía de mantenerlos lejos de la política.

Pero la voluntad de tener unas fuerzas armadas capaces y la disposición de fondos no eran garantía necesaria para contar con unas fuerzas armadas equilibradas y con garantias suficientes. El caso chileno fue posible porque aprovechó el flujo de material de segunda mano que los ejércitos de Europa liquidaron como "dividendos de la paz" tras el fin de la Guerra Fría, a la vez que se hacían puntuales compras de materiales nuevos.

Algo nuevo, algo viejo

La compra de aviones de combate por parte de la Fuerza Aérea de Chile refleja la filosofía de comprar aviones nuevos y de segunda mano de una forma coherente. A principios de este siglo, Chile compró 10 aviones F-16C Bloque 50. El lote comprado se dividió en seis monoplazas y cuatro biplazas. Sobre el papel, una cifra pequeña, pero en aquel momento estaban entre los aviones de combates más avanzados de Sudamérica. Pero aquella compra fue complementada con diversos lotes de F-16A modernizados pero de segunda mano, comprados a Bélgica y Holanda. El resultado es una flota con modelos de diverso origen, pero siempre del mismo diseño de avión, el F-16.

Foto: ¿Cómo es y cuánto cuesta la formación para pilotar un caza F-18 en España? (EFE / Ángel Díaz)

Al contrario que otros países, cuyos planificadores se deslumbraban con la tecnología avanzada o las prestaciones de los cazabombarderos, en Chile entendieron que los aviones de combate tenían que estar respaldados por eso que se llama "multiplicadores de fuerza". En el caso chileno, viendo las enormes distancias de norte a sur y la existencia de la cordillera de los Andes, era fácil de entender. La Fuerza Aérea se dotó de tres aviones cisterna Boeing KC-135 para realizar reabastecimientos en vuelo. Cómo no, esos aviones se compraron de segunda mano. Más llamativa fue la reciente compra de tres aviones E-3D Sentry de alerta temprana y mando y control (AWACS, en sus siglas en inglés) al Reino Unido. Se trata igualmente de aviones de segunda mano, pero que proporcionan unas capacidades que pocas fuerzas aéreas tienen en el mundo. De hecho, existe una flota propiedad de la OTAN con base en Luxemburgo que los países miembros de la Alianza, incluyendo España, comparten. El resultado final es una fuerza aérea capaz de vigilar el espacio aéreo con sus propios medios, establecer patrullas de combate con sus cazas y mantener los aviones participantes por largo tiempo en vuelo.

El caso de la Armada de Chile es bien parecido a la Fuerza Aérea, con una combinación de elementos nuevos y de segunda mano. La fuerza de combate de superficie la forman ocho fragatas, todas de segunda mano y compradas a Reino Unido, Holanda y Australia. En el último caso, se trata de dos fragatas clase Oliver Hazard Perry de construcción estadounidense. Se trata del mismo diseño que en España se adaptó para dar lugar a la clase Santa María. Si consideramos que las fragatas compradas a Reino Unido son de dos tipos diferentes, nos sale un recuento de ocho fragatas que representan cuatro diseños de tres países diferentes. Aquí encontramos la debilidad del modelo de depender de las ofertas en el mercado de segunda mano. Si en materia de carros de combate o aviones se encuentran decenas de unidades, en materia de buques de guerra solo salen al mercado buques en buenas condiciones con cuentagotas.

Foto: Fragatas F-100, predecesoras de la nueva F-110. (EFE)

En realidad, el rompecabezas logístico que debe afrontar la Armada de Chile tratando de mantener tantas series cortas de fragatas de orígenes diferentes no es la situación deseada originalmente. A finales del siglo pasado, la Armada de Chile aspiró a través del Programa Tridente a contar con fragatas de construcción nacional que permitieran además dar un salto a la industria naval local. Pero los efectos de la crisis económica de turno acabaron con los planes de compra de fragatas de construcción nacional. Solo los planes de compra de submarinos franceses Scorpène, por su importancia estratégica, siguieron adelante.

Los siguientes planes chilenos fueron más modestos. Los astilleros locales construyeron cuatro patrulleros oceánicos de la clase OPV-80. Ahora, el programa Escotillón IV comprende la construcción de dos buques de asalto anfibio de casi 8.000 toneladas de desplazamiento. Se trata de un diseño de la empresa canadiense Vard Marine. El camino recorrido quizá permita en un futuro a los astilleros chilenos alcanzar el hito de construir fragatas para su Armada. El dolor de cabeza de mantener operativas ocho fragatas de cuatro diseños debe haberse convertido seguramente en un incentivo poderoso para no repetir la experiencia.

Por último, el Ejército de Chile también fue beneficiario de las decisiones de los planificadores europeos de liquidar los arsenales de sus ejércitos. Posiblemente los militares de Alemania, Bélgica y Holanda hubieran decidido algo diferente. Pero en la euforia posterior a la caída del Muro de Berlín, bastantes decisores europeos llegaron a la conclusión que con la llegada del fin de la Historia ya no se producirían conflictos convencionales de alta intensidad en Europa que requirieran fuerzas acorazadas. En Bélgica y Holanda, debieron sentir que sus fronteras ya no se iban a ver amenazadas nunca más, por lo que se deshicieron de todos los carros de combate. En Alemania, heredaron más de 2.000 carros de combate Leopard 2, que dejaron de tener utilidad tan pronto se disolvió la Unión Soviética y los soldados rusos quedaron al otro lado de las fronteras de Polonia y Bielorrusia. De hecho, la estrategia alemana fue ceder material a Polonia para que defendiera la frontera oriental. El resultado práctico es que los Leopard 2A4 alemanes terminaron viendo mundo vendidos de segunda mano.

234 Leopard 2A4 llegaron a Chile junto con otro material blindado de Bélgica y Holanda. Los carros de combate fueron acompañados por vehículos de combate de infantería alemanes Marder y blindados de transporte de tropas YPR-765 y M113. Esto le permitió al Ejército de Chile constituir cinco brigadas mecanizadas bastante equilibradas. Tres están ubicadas en las regiones áridas del norte del país. Otra brigada está en el centro del país. Y la quinta y última está en el sur.

La gran pregunta es si la combinación de factores que permitió a Chile contar con las fuerzas armadas más equilibradas y entre las más avanzadas del subcontinente volverá a repetirse. Hay una razón poderosa para pensar que es difícil: la guerra de Ucrania y las crecientes tensiones con China en la región de Asia-Pacífico. La experiencia de que Holanda, Alemania o Australia vuelvan a deshacerse de sistemas de armas avanzados y capaces a buen precio probablemente no vuelva a producirse. En una Europa que ha visto cómo Ucrania no paró de reclamar la entrega de carros de combate Leopard 2, va a ser difícil convencer al público de que las fuerzas armadas propias no necesitan ningún carro de combate. Quizá países como Chile tengan todavía una nueva oportunidad en el futuro si una modernización masiva de medios en Norteamérica y Europa en un nueva era de presupuestos expansivos pone en el mercado materiales que no se consideran a la altura de las circunstancias frente a Rusia o China, pero que a Chile le permitan seguir siendo el país mejor defendido de su región.

El pasado 14 de julio, la empresa pública chilena Fábrica y Maestranzas del Ejército (Famae) anunció la firma de un contrato con la empresa turca Aselsan para el mantenimiento y recuperación de carros de combate Leopard 2A4. Se trata del mismo modelo de carro de combate que España adquirió de segunda mano a Alemania y de los que ha donado diez ejemplares a Ucrania. La noticia era un buen ejemplo de la pujanza de la ambiciosa industria de defensa turca, que no parece que no haya mercado que se le resista.

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