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Presión, enfado y éxito: una OTAN repolitizada muestra en Vilna su nueva cara junto a Ucrania
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Presión, enfado y éxito: una OTAN repolitizada muestra en Vilna su nueva cara junto a Ucrania

La Alianza Atlántica vive una cumbre difícil en Vilna de la que sale reforzada y repolitizada, con más debate interno y con una hoja de ruta a largo plazo para Ucrania

Foto: Cumbre de la OTAN en Vilna. (EFE/Filip Stinger)
Cumbre de la OTAN en Vilna. (EFE/Filip Stinger)

Las cumbres de la OTAN eran una coreografía perfectamente calculada, con meticulosa exactitud, en la que cada movimiento estaba medido, cada paso estaba prediseñado, y todo estaba orquestado por la mano firme y decidida de unos Estados Unidos que tenían todo bajo control. Eran perfectamente previsibles. Eran. Porque en los últimos tres días, en Vilna (Lituania), la Alianza Atlántica ha vivido una cumbre difícil, que ha obligado a los socios a tener cintura, a saber ceder, a tener paciencia.

La cumbre ha estado a punto de ser un fracaso en varios momentos. Primero, el lunes, antes de que comenzara oficialmente, cuando Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, amenazó con seguir vetando el ingreso de Suecia en la OTAN. El martes, cuando los líderes estaban cerrando un lenguaje para una futura invitación a Ucrania cuando "se den las condiciones", el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, irritó a muchas delegaciones con una serie de tuits incendiarios e hizo que el ambiente se crispara, con algunas delegaciones molestas con su estrategia para aumentar la presión sobre los aliados.

Foto: Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, junto al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. (EFE)

Y, sin embargo, el resultado final este miércoles ha sido el de un éxito. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, se aplicó a fondo para lograr que el lunes Erdogan acabara dando su visto bueno al ingreso de Suecia en la Alianza, y a lo largo del martes y el miércoles las distintas delegaciones lograron calmar a Zelenski con un doble mensaje: por un lado, no le podían ofrecer más que el lenguaje con el que acabó siendo aprobada la declaración de la OTAN, con una invitación que llegará "cuando los aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones", pero por el otro tranquilizándole con una serie de "compromisos de seguridad" bilaterales.

Ha sido una cumbre en la que se ha visto una repolitización de la Alianza Atlántica. Las delegaciones han peleado, han empujado y han negociado. Una fuente lo explicaba señalando que esta cumbre “no es coreográfica, es de trabajo”, y estaba obligando a los líderes y a las delegaciones a arremangarse y discutir. Estados Unidos es el que marca el ritmo, el que dice cuánto y hasta qué punto se apoya a Ucrania. Es Washington el que pisa o levanta el pie del acelerador. Pero esta cumbre ha demostrado hasta qué punto los halcones de la OTAN, como los bálticos o Polonia, tienen capacidad de presionar al presidente americano y forzar a su delegación a hacer cambios.

Foto: El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, saluda al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Susan Walsh)

La Casa Blanca se resistía a que la palabra "invitación" estuviera incluida en el comunicado final de la Alianza Atlántica y, sin embargo, al final se acabó incluyendo, lo mismo que pretendía mantener un cierto perfil bajo en los trabajos sobre una serie de "compromisos de seguridad" que el G7 y un grupo de otros países harían en un comunicado, y que ha acabado siendo una de las piedras angulares de la cumbre. Zelenski consideraba que lo "óptimo" habría sido que se hubiera invitado a Ucrania en la OTAN, pero a cambio ha obtenido una serie de compromisos de apoyo militar y económico en el camino de Kiev hacia la "integración euroatlántica".

La Alianza está obsesionada con mantener la unidad a toda costa, y el lenguaje del comunicado es un ejemplo de ello, un texto equilibrado, que ha tenido que encontrar un terreno intermedio entre las distintas posturas. Pero las grietas se empiezan a notar. No en el sentido de que haya un enfrentamiento interno, un conflicto entre aliados, ni mucho menos en el apoyo a Kiev, en lo que la cumbre de Vilna ha demostrado que hay un cierre de filas, pero sí en la visión del mundo.

Mientras Estados Unidos o Alemania se muestran más conservadores y piden seguir guiándose por las reglas del juego conocidas, teniendo cuidado a la hora de volcarse en el apoyo a Kiev, midiendo cada paso, evitando sobrepasarse, otro grupo de socios, especialmente los nálticos y Polonia, piden ser más atrevidos, consideran que el conservadurismo de los pesos pesados de la OTAN corresponde a una visión anticuada del mundo de ayer que dejó de existir el 24 de febrero de 2022 y piden asumir más riesgos, ir más allá. La cumbre ha sido una demostración de esas diferencias, y la repolitización de la Alianza surge de la necesidad de mantener la unidad en ese ambiente de visiones dispares.

Además, la cumbre de Vilna marca una nueva época. Durante años se ha hablado de la cumbre de Bucarest de 2008, en la que los socios dejaron la puerta abierta de la OTAN a Ucrania y Georgia. Ahora los aliados pasan a otra página, intentan acercar a Kiev a la organización sin promesas y sin automatismos, pero con la sensación de que el movimiento está en marcha, que Ucrania estará cada vez más cerca de la Alianza con la nueva hoja de ruta marcada en la capital lituana, con nuevos acuerdos bilaterales con sus aliados que le seguirán armando y apoyando económicamente con la vista puesta en el final de la guerra y en su "integración euroatlántica", tanto en la OTAN como en la UE.

Las cumbres de la OTAN eran una coreografía perfectamente calculada, con meticulosa exactitud, en la que cada movimiento estaba medido, cada paso estaba prediseñado, y todo estaba orquestado por la mano firme y decidida de unos Estados Unidos que tenían todo bajo control. Eran perfectamente previsibles. Eran. Porque en los últimos tres días, en Vilna (Lituania), la Alianza Atlántica ha vivido una cumbre difícil, que ha obligado a los socios a tener cintura, a saber ceder, a tener paciencia.

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