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Tras Berlusconi, ¿hay espacio para un partido de centro derecha inexistente en Italia?
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Tras Berlusconi, ¿hay espacio para un partido de centro derecha inexistente en Italia?

La muerte del líder de Forza Italia supone un cambio en el tablero político de Roma. Las vertientes ideológicas quedan ahora más esparcidas que nunca

Foto: Italia llora la muerte del ex primer ministro italiano. (Reuters/Massimo Pinca)
Italia llora la muerte del ex primer ministro italiano. (Reuters/Massimo Pinca)

La política italiana, desde fuera, ha sido siempre complicada de descifrar, al chocar contra el muro de los tradicionales parámetros de derecha e izquierda. Italia, tras la caída del fascismo, inventó una democracia donde las ideas mayoritarias hasta entonces —fascismo y comunismo— estaban proscritas directa o indirectamente, así que hubo que inventar todo un sistema donde todo pivotaba en camuflar el espectro conservador para contener la amenaza roja.

La muerte de Silvio Berlusconi supone la marcha, junto a la del democristiano Giulio Andreotti en 2013, de un modo de hacer y sobrevivir a la política. ¿Qué va a suceder ahora? Para el centro derecha, se entra en un interesante escenario nuevo y desconocido durante el último siglo. ¿Hay espacio para un proyecto renovado, que marque distancia con la extrema derecha y bajo un nuevo liderazgo con sistemas internos democráticos? Desde que Mussolini llegara al poder en 1922, por unas razones u otras, eso no se ha testado.

Foto: Silvio Berlusconi en septiembre del año pasado. (Getty/Mondadori Portfolio/Massimo Di Vita)

La Democracia Cristiana (DC) consiguió gobernar Italia, con todo tipo de alianzas, durante casi 50 años. Berlusconi se creó, por su parte, un partido ad hoc, Forza Italia (FI), con el que consiguió ser primer ministro en tres ocasiones en 1994, 2001 y 2008. Ambos consiguieron que el centro derecha no haya existido oficialmente, durante la apabullante maquinaria electoral de la DC, o haya sido fagocitado por un único líder, con Berlusconi. Eso es algo inaudito en el panorama europeo.

Ese escenario ha posibilitado, además, el crecimiento de una extrema derecha, fresca y combativa, que no ha tenido que confrontar a nadie desde el largo espectro que va del centro al extremo diestro para conseguir vencer las últimas elecciones. En 2022, un partido que proviene del viejo fascismo, Fratelli d’Italia (FdI), ha arrasado entre un electorado que consideraba esa opción algo más sugestivo y nuevo que la eterna opción del Cavaliere.

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Berlusconi ha sido durante casi 30 años todo el centro derecha. Su arrollador liderazgo de Forza Italia ha impedido que figuras emergentes renovaran o cambiaran un modelo que pasó —en los noventa y dos mil— de ser atractivo y victorioso a desde hace más de 10 años tener un papel secundario. Nunca Berlusconi perdió su papel decisivo dentro de la coalición conservadora, con su hoy alrededor del 8% de decisivos votos, pero el votante diestro se ha ido alejando del personalista más de lo mismo que representaba él.

Italia, tras la caída del fascismo de Mussolini, entró en una extraña democracia en que la Democracia Cristiana (DC) consiguió una especie de poder parecido a una dictadura perfecta. La DC consiguió durante casi 50 años un dominio total con una sucesión de gobiernos e ideas en que las alianzas podían ser con cualquiera. "El poder desgasta al que no lo tiene", que dijera Andreotti.

Lo significativo es entender lo que ocurrió con la política en Italia y la Democracia Cristiana entre 1943, cuando se creó el partido, y 1994, en que desapareció junto al desplome total de la I República tras destaparse la red de corruptelas del país.

Foto: Silvio Berlusconi. (EC Diseño/EFE/Oliver Hoslet)

Tras la II Guerra Mundial y la caída del fascismo, la idea de la derecha pasa a ser algo proscrito en Italia. El temor es que el poderoso Partido Comunista tome el poder y, con la voluntariosa ayuda de EEUU, muy interesado en que eso no sucediera, la Democracia Cristiana se convierte en una vía del medio para maquillar un cambio que contente a los que se oponían al régimen de Mussolini y los que no querían ser un país satélite del de Stalin.

La DC es un partido de ideología cristiana que se autocalificaba como centro. En su inicio, practicaba un liberalismo conservador, y en su final, una socialdemocracia. Su hoja de servicios electoral es asombrosa. En los 12 comicios electorales en los que participó entre 1946 y 1992, su horquilla de votos fue de entre el 48 y el 27%. En frente tenía como enemigos con peso, por la izquierda, al Partido Comunista, Partido Socialista y Partido Socialista Democrático. Por la derecha, sin embargo, con cerca del 6% de votos, estaba solo el Movimiento Social Italiano, sucesores del Partido Fascista y precursores del actual Fratelli d’Italia. El Partido Liberal, que debía ocupar ese espacio de centro derecha, desde 1976 no alcanzó nunca ni el 3% de votos, y su mayor logro fue alcanzar el 7% en 1963. Ese panorama significa que Italia es el único país de la Europa occidental que durante 50 años no tuvo un centro derecha oficial. ¿No había votantes de centro derecha en Italia?

Foto: Silvio Berlusconi. (Reuters/Remo Casilli) Opinión

Luego, la explosión de la Primera República, bajo el Gobierno del socialista Bettino Craxi, hace saltar por los aires todos los partidos políticos. La DC se rompe en mil pedazos. Su diversidad ideológica hace que sus representantes formen parte de formaciones nuevas de derecha y de izquierda. Eso genera un espacio evidente que ocupa un empresario de éxito milanés con su proyecto Forza Italia. El exitoso Silvio Berlusconi crea una formación donde hay viejos representantes de la DC, junto a liberales y sectores minoritarios socialdemócratas.

Desde entonces, Berlusconi se alió con todo el espectro político que va del centro a la extrema derecha. Su partido, liberal y europeísta, tiene la visión empresarial económica de su líder. Bajada de impuestos que se compensan con un aumento constante de la deuda pública y ciertos subsidios, especialmente en la zona meridional.

Eso coloca a Forza Italia en el marco del Partido Popular Europeo y el centro derecha, pero con una importante peculiaridad: el liderazgo de Berlusconi es como el de sus empresas. Un ordeno y mando que estanca la formación durante tres décadas en un absoluto presidencialismo que opaca a cualquier nuevo liderazgo o idea. Forza Italia es Berlusconi y sus constantes berlusconiadas, carentes de ideología. Nada más. Cuando Berlusconi acaba produciendo cierto hartazgo social, nadie puede plantear una alternativa en su partido.

Tampoco en la formación hay debate interno. Un ejemplo fue la caída del Gobierno Draghi. Los críticos con apoyar la maniobra, como Mara Carfagna y Mariastella Gelmini, salieron del partido. Italia es diferente, y el más de 60% de electores que apoyaban las políticas centristas de Draghi ha desaparecido para dar paso a una victoria aplastante de justamente su única oposición, FdI. ¿Cómo analizar eso?

En ese escenario político se ha llegado al pos-berlusconismo. ¿Y ahora qué? Lo previsible es que el liderazgo de Forza Italia lo tome el actual ministro de Asuntos Exteriores y expresidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani.

Tajani es un político solvente, pero el romano es una vieja cara de la política que parece complicado que vaya a trasladar un mensaje que levante grandes ilusiones entre el electorado. Forza Italia y el centro derecha tienen un debate interno por delante. Un nuevo partido o una refundación del de Berlusconi sin Berlusconi. En todo caso, tras un siglo, Italia tiene la oportunidad de tener por fin ese partido de centro derecha moderno y abierto que hasta ahora no ha tenido.

¿Lo habrá? Lo lógico es que ocurra, especialmente cuando el actual Gobierno conservador caiga, lo que ocurrirá porque en democracia el poder siempre es finito, y muchos entiendan que ahí, sin los Andreotti y Berlusconi, hay una buena oportunidad.

La política italiana, desde fuera, ha sido siempre complicada de descifrar, al chocar contra el muro de los tradicionales parámetros de derecha e izquierda. Italia, tras la caída del fascismo, inventó una democracia donde las ideas mayoritarias hasta entonces —fascismo y comunismo— estaban proscritas directa o indirectamente, así que hubo que inventar todo un sistema donde todo pivotaba en camuflar el espectro conservador para contener la amenaza roja.

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