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“Con ‘Tangentopoli’ sólo conseguimos que los corruptos se volvieran más hábiles”
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LECCIONES DE LA LUCHA ANTICORRUPCIÓN

“Con ‘Tangentopoli’ sólo conseguimos que los corruptos se volvieran más hábiles”

Davigo, uno de los magistrados de la operación Mani Pulite, cuenta a El Confidencial qué queda de aquel terremoto político y judicial veinte años después

Foto: Fotografía de archivo del ex primer ministro socialista Bettino Craxi (Reuters)
Fotografía de archivo del ex primer ministro socialista Bettino Craxi (Reuters)

Tangentopoli no es una ciudad. Es probablemente la capital de un país que habría podido tener en su bandera nacional un sobre como escudo”. Con estas palabras empieza Enzo Biagi las páginas que dedica al escándalo de corrupción que sacudió la sociedad y el sistema político italiano a principios de los años 90 del siglo pasado. Lo hace en su estupendo volumen de historia de Italia en cómic, ofreciendo una imagen de aquel desastre que bien podría aplicarse a la situación que afronta hoy España.

Nuestro sistema, “corrompido a partes iguales por corruptores y corrompibles en dulce amontonamiento, donde las mordidas, el clientelismo y el intercambio de favores han venido siendo modelos de conducta identificables”, como decía en estas mismas páginas Antonio Casado, ha hecho que a muchos les venga a la memoria el recuerdo de Tangentopoli a la hora de analizar el momento que vive nuestro país.

Aunque, como ocurrió en Italia, casi todos los grandes partidos españoles tienen hoy las manos manchadas por la corrupción, hay una diferencia sustancial a la hora de robar respecto a hace 20 años. “Antes había un cierto autocontrol porque se repartían las comisiones ilegales entre todos. Entonces no había asaltos individuales, como ocurre ahora. No se permitían”, cuenta a El Confidencial el magistrado Piercamillo Davigo, miembro del grupo de la Fiscalía de Milán que llevó a cabo la operación Mani Pulite (Manos Limpias), con la que se puso fin a la época de Tangentopoli, que se llevó por delante a cargos políticos de todo tipo, partiendo del ex primer ministro socialista Bettino Craxi.

Vídeo: Discurso de Craxi en julio de 1992

Este contubernio al repartirse los sobres entre partidos que eran en teoría rivales facilitó la labor de los investigadores. “Hubo otros procesos anteriores y posteriores, pero el caso que llevó a la denominación de Tangentopoli fue especial porque provocó un efecto dominó. Un sospechoso involucró a ocho empresarios, quienes ofrecieron los nombres de otros políticos, y así fue creciendo el número de personas investigadas. Los partidos se ponían de acuerdo para compartir las comisiones ilegales. Las empresas, que hacían uniones temporales para los grandes proyectos, también se dividían lo que les tocaba pagar, según su participación. Este sistema hacía que, cuando uno de los implicados hablaba, se descubriera quiénes estaban implicados y qué cantidad habían entregado o recibido”, afirma el magistrado.

Para Davigo, la “característica fundamental” de la corrupción política de los años de Tangentopoli es que en cada caso había siempre al menos tres partes. La primera era el empresario, el paganini. Luego estaba el político que recibía el dinero. Esos fondos eran en teoría sólo para la “financiación irregular” de los partidos, según reconoció el propio Craxi, fallecido en el año 2000 en Túnez, adonde huyó para escapar de la Justicia. En la práctica aquel dinero sirvió para enriquecer a cientos de cargos políticos. El tercer implicado en el juego era el funcionario público, aparentemente ajeno al juego entre las otras dos partes, pero encargado final de que el contrato o la adjudicación beneficiara al corruptor.

Como sigue ocurriendo ahora con la multiplicación de nuevos casos de corrupción, la mayor dificultad para la Fiscalía entonces era tener como imputados a personas que ostentaban cargos públicos. “Intentaron parar los procesos por todos los medios posibles: modificando las leyes, montando campañas de prensa en nuestra contra... Hicieron de todo, tanto en el centro-derecha como en el centro-izquierda”, lamenta Davigo.

Aunque la labor de Mani Pulite se ganó el aplauso de la opinión pública italiana y el reconocimiento internacional, este magistrado no cree que provocara una renovación de los partidos para que sus miembros se concienciaran de que debía desterrarse la corrupción. “Desde Tangentopoli la situación ha empeorado”, asegura. Escándalos recientes como el del proyecto Moisés de Venecia o el de la Exposición Internacional de 2015 de Milán apuntalan esta opinión. Según las estimaciones de la UE, la corrupción en Italia podría alcanzar los 60.000 millones de euros anuales, aunque otras fuentes consideran exagerada esa cifra.

“Nuestra actuación en aquellos años no sirvió para que se acabaran los sobres. Lo que hicimos fue pillar a los menos hábiles. Conseguimos hacer una selección entre la especie de los corruptos, que mejoraron sus métodos para hacerse más resistentes a nuestros antibióticos”, asegura Davigo, quien también minimiza las consecuencias políticas del escándalo Tangentopoli. “En las elecciones de 1994 desaparecieron cinco partidos (los socialistas de Craxi, la Democracia Cristiana, los socialdemócratas del PSDI y los liberales del PLI, además del poderoso Partido Comunista Italiano, al que se llevó por delante la caída del Muro de Berlín). Pero sustancialmente no cambió nada. Siguieron muchos de los protagonistas de la política, aunque con etiquetas distintas”.

En cualquier caso, aquel terremoto político dejó un vacío de poder que aprovechó Silvio Berlusconi para inaugurar una nueva época que se extendería durante 20 años. En España, como ocurrió en Italia, también habrá ahora quienes se beneficien en las urnas de los escándalos de corrupción que se multiplican por el país. Están en las antípodas ideológicas de Forza Italia, pero vienen con el mismo discurso de renovación total y limpieza del espacio público: se trata de Podemos y de su mesiánico líder, Pablo Iglesias.

Pese a que no desea hablar del panorama español, Davigo propone la aplicación en Europa de una medida que se utiliza en Estados Unidos para atajar la corrupción. “Allí son tan conscientes de lo difícil que resulta combatirla judicialmente que han optado por las llamadas pruebas de integridad. Después de las elecciones les mandan a los cargos electos a policías de paisano que se hacen pasar por corruptores, ofreciéndoles dinero. Quienes lo aceptan son detenidos y quedan fuera del juego político”.

Tangentopoli no es una ciudad. Es probablemente la capital de un país que habría podido tener en su bandera nacional un sobre como escudo”. Con estas palabras empieza Enzo Biagi las páginas que dedica al escándalo de corrupción que sacudió la sociedad y el sistema político italiano a principios de los años 90 del siglo pasado. Lo hace en su estupendo volumen de historia de Italia en cómic, ofreciendo una imagen de aquel desastre que bien podría aplicarse a la situación que afronta hoy España.

Silvio Berlusconi
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