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¿Quieres sembrar desinformación estatal? Moscú te marca el camino: pon un influencer en tu vida
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¿Quieres sembrar desinformación estatal? Moscú te marca el camino: pon un influencer en tu vida

Rusia está recurriendo a un ejército de comunicadores que, bajo la apariencia de difundir otro tipo de contenidos, terminan promoviendo toda una serie de narrativas propagandísticas del Kremlin

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Kremlin)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (Kremlin)
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El pasado 5 de mayo, el youtuber francés Léo Grasset —cuyo canal cuenta con más de 1,22 millones de seguidores, a los que suma otros 134.000 en Instagram— recibió un extraño correo electrónico. En él, en mal francés, la representante de una empresa llamada Veul le contactaba para ofrecerle una remuneración económica a cambio de difundir un vídeo que le harían llegar. Cuando preguntó cuánto le pagarían, la mujer le respondió: "Tus condiciones son las nuestras". El vídeo era una pieza de 40 segundos titulada ¿Quién es responsable de este caos?, donde se promovía el siguiente mensaje: la culpa de la guerra de Ucrania es de Occidente.

A Grasset le llamó la atención que el vídeo estaba acompañado por la etiqueta "FR", lo que le hizo pensar que tal vez era una campaña de influencia dirigida no solo a Francia sino también a otros países, y que no era el único influencer galo contactado por esta misteriosa empresa. Una investigación posterior de la publicación francesa "Marianne" mostró que al menos otro conocido youtuber, Benjamin Brillaud —cuyos canal de vídeos sobre historia tiene unos diez millones de seguidores—, había recibido una oferta semejante. Y lo más importante: que detrás de Veul estaba, casi con certeza, el estado ruso.

Foto: Mural anti-OTAN y anti-UE en Belgrado. (EFE/Andrej Cukic)

No dejaba de ser extraño que Moscú volviese a llamar a las puertas de Grasset, puesto que este ya había hecho público un intento similar hacía un año: este youtuber francés, dedicado sobre todo a cuestiones de ciencia, es uno de los influencers que denunció haber sido contactado por una agencia de relaciones públicas vinculada a Rusia para que difundiese desinformación sobre la vacuna de Pfizer, mencionando datos extraídos tras un hackeo a la Agencia Europea del Medicamento pero extrayendo "conclusiones" que no aparecían por ningún lado en los documentos originales de esta institución. En concreto, la agencia quería que el youtuber explicase que "la tasa de fallecimientos entre los vacunados con Pfizer es tres veces mayor que entre los vacunados con AstraZeneca".

El alemán Mirko Drotschmann, que tiene más de 1,5 millones de seguidores —y que a menudo tiene peticiones para anunciar productos en sus vídeos, que rechaza sistemáticamente— también reveló públicamente haber recibido una oferta semejante. Hubo algunos más, por lo que la campaña de influencia acabó de manera desastrosa. Pero periodistas alemanes identificaron a youtubers en otros países que sí podrían haber aceptado el trato, como el indio Ashkar Techy y el brasileño Everson Zoio, ambos muy populares entre sus audiencias nacionales.

En ambos casos, el intento de utilizar a estos comunicadores era parte de la guerra de desinformación librada por Rusia contra las sociedades occidentales. "En la propaganda digital el relato es fundamental. Estamos viendo como algunos países tratan de introducir sibilinamente en Occidente la idea de que la democracia y sus valores (libertad, protección de los derechos humanos...) no son tan importantes como la estabilidad económica, la seguridad o la defensa de lo que consideran valores tradicionales", indica Leticia Rodríguez Fernández, profesora de Relaciones Públicas en la Universidad de Cádiz. "Se aprovechan de crisis de confianza en las instituciones y se apoyan en prescriptores y organizaciones locales que pueden tener algún punto de vista en común. Nos erosionan como sociedad sin que seamos casi conscientes de ello", señala esta experta, autora del libro Propaganda digital, una de las mejores introducciones en castellano al fenómeno de la desinformación.

Y en este esquema, los influencers juegan un papel cada vez más relevante. De forma creciente, Rusia está recurriendo a un ejército de comunicadores que, bajo la apariencia de difundir otro tipo de contenidos para atraer espectadores, terminan promoviendo toda una serie de narrativas propagandísticas favorables a los intereses del Kremlin, desde supuestos canales sobre geopolítica —siempre con un pronunciado sesgo antioccidental— hasta chicas jóvenes que por lo general hablan sobre moda y cosméticos, hasta que un día empiezan a opinar sobre Ucrania.

Foto: El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (Reuters/ Gavriil Grigorov)

No es el único país que lo hace: otros gobiernos autoritarios como China, Siria, Corea del Norte, Irán, Myanmar, Arabia Saudí o Egipto están recurriendo a este tipo de vehículos y actores comunicativos para difundir mensajes favorables a sus regímenes, por ejemplo invitando a youtubers e instagrammers especializados en viajes para que muestren las bondades de esos países y blanquear sus reputaciones. "El contenido que los influencers hacen en estos lugares se muestra directamente a millones de individuos, dándoles un aire de autenticidad, como si cada influencer pudiera revelar la Corea del Norte o Siria o Xinjiang reales en sus posts, y es potencialmente más efectivo que los canales de promoción tradicionales", escribe la periodista Krithika Varagur en un largo artículo sobre este fenómeno.

"Los influencers son una herramienta de gran valor por la capacidad de identificación y empatía que generan en la audiencia. Tienen una comunicación muy directa, sin límite de tiempo o extensión como sucede con los medios de comunicación y mucha libertad en la selección de contenidos y tratamiento de los mismos. Se añade el punto de entretenimiento: cuando sigues a un youtuber normalmente terminas sabiendo cosas personales de su vida y esa falsa sensación de conocerle redunda en la influencia y la confianza que pueden generar sus opiniones", explica Rodríguez Fernández. "El uso de los prescriptores en comunicación persuasiva es muy común. En las relaciones públicas se ha utilizado desde sus orígenes. La diferencia es que ahora tenemos un espectro de influencia enorme con prescriptores que abarcan distintos perfiles de audiencia y de conversación", añade.

Siria fue uno de los primeros países en darse cuenta de las ventajas de este tipo de comunicadores. Tras la toma de Alepo en 2016, el gobierno de Bashar Al Assad trató de montar un viaje de relaciones públicas con periodistas internacionales, que acabó siendo un fracaso estrepitoso cuando la mayoría de estos reporteros acabó escribiendo artículos críticos con el régimen. Desde entonces ha redirigido sus esfuerzos hacia youtubers "apolíticos" quienes, a menudo, desconocen muchos elementos clave del contexto y son más permeables a las ideas que deslizan quienes autorizan sus viajes.

Foto: Surovikin, junto a Putin, en el Kremlin en 2017. (Sputnik/Alexei Druzhinin)

La investigadora de derechos humanos Sophie Fullerton denunció recientemente esta situación en un artículo en el Washington Post, donde aseguró: "El régimen [sirio] explota la ingenuidad y el oportunismo de los influencers". Fullerton ponía como ejemplo el caso de la vlogera de viajes irlandesa Janet Newenham, quien pese a afirmar no tener ninguna agenda política aseguró en uno de sus vídeos que la ciudad de Homs había sido destruida por "ataques aéreos por parte de gente de fuera de Siria", cuando en realidad la devastación fue obra única y exclusivamente de las fuerzas de Assad, como bien saben quienes siguieron de cerca la guerra.

"Desde el punto de vista de la propaganda digital, los influencers contribuyen en un principio básico como el de la unanimidad. Así, si un usuario accede a la red y encuentra muchos testimonios similares sobre una cuestión puede terminar dando por válida esa idea porque considera que si la mayoría de personas piensan así es porque tienen razón. En la batalla del relato esta cuestión es fundamental. Por otra parte, también se aprovecha la supuesta libertad de acción que tiene un influencer, ya que supuestamente no están supeditados a ningún interés económico o político, como tradicionalmente ha sucedido con los medios de comunicación. Sin embargo, la realidad es que desconocemos los intereses de cada individuo y es imposible saber con certeza si alguien los está utilizado como herramienta de comunicación en favor de sus intereses. También es destacable su capacidad para movilizar y agitar los movimientos de base, sobre todo a nivel digital".

Esta práctica ha ganado tracción en Oriente Medio. En 2019, apenas unos meses después del escándalo internacional por el asesinato y descuartizamiento del periodista disidente Jamal Khashoggi, Arabia Saudí lanzó una operación internacional para blanquear la imagen del reino a través de la organización Gateway KSA (en la que el ex director de la inteligencia saudí, el príncipe Turki Al Faisal, era uno de sus miembros ejecutivos), dirigida a permitir la llegada de viajeros y promover una visión positiva del país. Entre otras cosas, organizaron viajes pagados para decenas de instagrammers especializados en viajes, como el fotógrafo australiano Gab Scannu.

Una de sus principales iniciativas de Gateway KSA consistió en la organización del festival MDL Beast en el desierto, que contó con la presencia de numerosos actores, modelos e influencers, en algunos casos pagados directamente para asistir. Celebridades como Emily Ratajkowski se negaron a asistir porque no se sentían cómodos con el perfil de Arabia Saudí en materia de derechos humano. Pero muchos de los que sí participaron —en algunos casos tras recibir pagos de seis cifras— postearon bucólicas imágenes de sí mismos con exóticos velos, puestas de sol de ensueño y partidas de cetrería en el desierto, desatando una tormenta de críticas.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Pavel Bednyakov)

Para estos regímenes, las ventajas son evidentes. "Los influencers son figuras de proximidad. Normalmente los influencers suben varios contenidos a la semana en sus distintas redes sociales lo que contribuye a que sus audiencias tengan un conocimiento estrecho de su actividad. Estoy segura que muchas personas no hablan o no saben qué hacen sus amigos o familiares a diario pero es posible que si vean la actividad diaria de los influencers que siguen. Esto sumado a la percepción de que tienen conocimiento sobre un tema, que no es una máxima que se cumpla siempre, genera la ilusión de relevancia", señala Rodríguez Fernández. "La desinformación, la propaganda digital se sirve del sesgo, de los marcos de creencias compartidos. Es raro que los consumos mediáticos o digitales no vayan vinculados a los interés y creencias de cada individuo, por lo que ya de base hay una predisposición a que accedas a contenidos que van a reforzar lo que piensas. Luego hay que sumar los algoritmos que te llevan a seguir consumiendo contenidos o influencers que van en la misma línea", comenta.

Otro de los regímenes que ha recurrido a este tipo de figuras es el de Egipto, cuyo Ministerio de Información seleccionó a principios de 2021 a 20 instagrammers para que fuesen "embajadores mediáticos" y ayudasen a contrarrestar la mala imagen de este estado. El objetivo, según el gobierno, es lograr que el estado se comunique directamente con la abundante población joven del país. Cuba también ha tratado de explotar a este tipo de comunicadores jóvenes, en este caso de forma más explícitamente política, como ocurre con los vídeos realizados en TikTok por jóvenes simpatizantes como el mexicano Jerónimo Zarco y el argentino Bruno Lonati, que incluso tuvieron acceso al presidente Miguel Díaz-Canel.

Preguntamos a Rodríguez Fernández si el uso de estas redes hace que sean los jóvenes los más vulnerables a este tipo de mensajes. "Más que por la novedad de una plataforma, diría que las nuevas generaciones son en general vulnerables a la desinformación en internet porque no tienen un pensamiento crítico tan desarrollado, aunque sean nativos digitales. Es un mito que las personas de mayor edad distinguen menos la desinformación, solo aplica en los grupos mayores de 70 años", clarifica, señalando una investigación que lo demuestran.

Foto: El alcalde del distrito de Derhachi, Vyacheslav Zadorenko, rompe en pedazos una bandera rusa en Kozacha Lopan, Ucrania. (Reuters)

"Los influencers además siguen ganando peso entre los más jóvenes. Según el último estudio de la IAB, el 78% de la Generación Alpha sigue influencers, un 18% más que los milennials. Esto se observa también en el aula, cuando pides al alumnado que elabore una lista de prescriptores de interés apenas conocen periodistas o personas relevantes del ámbito cultural, sin embargo tienen muchísimas referencias de prescriptores digitales", indica esta especialista. "Como sociedad no nos estamos preocupando del efecto a largo plazo y no estamos incidiendo en aspectos educacionales que pueden ayudarles como el conocimiento de la historia, la filosofía o la ética pero aplicados a su realidad, al consumo de contenidos digitales que realizan", apunta.

Pero tal vez el país que más ha refinado esta práctica sea China, que cuenta con legiones de comunicadores extranjeros dispuestos a repetir los mensajes que quiere promover el gobierno a cambio de viajes pagados a regiones remotas del país y acceso privilegiado a funcionarios. Este fenómeno ha sido reportado en profundidad por la BBC, el New York Times o Deutsche Welle, entre otros medios. El elemento más problemático probablemente sean los tours a la región de Xinjiang, donde algunos de estos influencers han mostrado las "condiciones de trabajo" en los campos de algodón como forma de contrarrestar la "propaganda occidental" sobre la supuesta opresión del pueblo uigur, pese a la existencia de evidencias masivas en sentido contrario, incluyendo testimonios, documentos oficiales o imágenes por satélite. Y aunque muchos de estos youtubers afirman no haber recibido dinero del estado chino y aseguran que son solo ellos quienes deciden sobre el contenido, sin duda se benefician de la promoción interesada que el gobierno de China hace de sus materiales, lo que hace que estos alcancen millones —en algunos casos, cientos de millones— de visitas.

"Los influencers tienen que ser conscientes de que probablemente verán muchos pueblos Potemkin y probablemente no tendrán mucha libertad durante sus viajes", dice la profesora Ulrike Gretzel, que investiga en cuestiones de tecnología y márketing en redes sociales en la Universidad del Sur de California, en referencia a la aldea falsa del mismo nombre construida en Crimea en el siglo XVIII para impresionar a Catalina la Grande, algo que posteriormente se convertiría en una práctica habitual de las autoridades de la Unión Soviética ante sus visitantes. "Muchos influencers no son profesionales entrenados como periodistas y podrían no saber cómo negociar este tipo de decisiones difíciles y cómo comunicar información controvertida", asegura en el artículo mencionado arriba. Este sigue siendo un mundo opaco que mueve cifras cercanas a los 15.000 millones de dólares y donde, sobre todo, las reglas distan de estar claras. Y ante la inexistencia de códigos éticos claros y ampliamente aceptados, los influencers seguirán siendo una poderosa herramienta en manos de regímenes sin escrúpulos pero con chequeras abundantes.

El pasado 5 de mayo, el youtuber francés Léo Grasset —cuyo canal cuenta con más de 1,22 millones de seguidores, a los que suma otros 134.000 en Instagram— recibió un extraño correo electrónico. En él, en mal francés, la representante de una empresa llamada Veul le contactaba para ofrecerle una remuneración económica a cambio de difundir un vídeo que le harían llegar. Cuando preguntó cuánto le pagarían, la mujer le respondió: "Tus condiciones son las nuestras". El vídeo era una pieza de 40 segundos titulada ¿Quién es responsable de este caos?, donde se promovía el siguiente mensaje: la culpa de la guerra de Ucrania es de Occidente.

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