Es noticia
Silencio desde Moscú: el 'factor Putin' sigue siendo el gran enigma en la guerra de Ucrania
  1. Mundo
rusia se enfrenta a otra grave crisis

Silencio desde Moscú: el 'factor Putin' sigue siendo el gran enigma en la guerra de Ucrania

Ante el malestar generado por la derrota en Járkov, las autoridades rusas tienen que ser vistas haciendo algo. El problema es que todas las opciones sobre la mesa son malas para el presidente ruso

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Pavel Bednyakov)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Pavel Bednyakov)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La anécdota es bien conocida, porque el propio Vladímir Putin la ha relatado en alguna entrevista. Corría el año 1989, y el hoy presidente ruso era todavía un joven agente del KGB destinado en Dresden. En la noche del 8 de noviembre, horas antes de que cayese el Muro de Berlín, varios cientos de personas rodearon la sede local del KGB. "La situación era seria. La gente estaba agresiva. Llamé a nuestra base militar", contó años después Putin. "Me dijeron que no podían hacer nada sin una orden de Moscú. Y Moscú estaba en silencio".

Finalmente, los manifestantes no asaltaron el edificio, y los operativos soviéticos pudieron regresar a su país. El episodio dejó una profunda huella en la psicología del líder ruso, quien siempre lo ha puesto de ejemplo de la necesidad de un poder centralizado fuerte frente al caos. La paradoja es que más de tres décadas después, Rusia se enfrenta a otra grave crisis fuera de sus fronteras en la que se requeriría un liderazgo decisivo y, una vez más, Moscú permanece en silencio.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Alexey Maishev)

Tras la debacle militar de hace dos semanas en el noreste de Ucrania, Putin se desplazó a su palacio en Sochi, donde —posiblemente tras un primer encuentro muy tenso con miembros del aparato de seguridad, incluyendo representantes del Estado Mayor ruso— se ha negado a reunirse con los líderes del Ejército. Todos los encuentros previamente agendados han sido aplazados indefinidamente, según ha admitido el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, porque el presidente ruso está "muy, muy ocupado".

Ante el malestar generado por la derrota en Járkov, las autoridades rusas tienen que ser vistas haciendo algo. El problema es que todas las opciones sobre la mesa son malas para Putin: aceptar que el hasta ahora considerado como el segundo mejor ejército del mundo está perdiendo en Ucrania sería un auténtico mazazo para una opinión pública rusa a la que se le lleva meses diciendo que lo que está librando no es una guerra sino una mera 'operación especial' contra un enemigo inferior, y erosionaría a un Gobierno que ha basado su legitimidad en gran medida en promover la supuesta grandeza de Rusia. Pero la alternativa, decretar una movilización general, crearía un intenso malestar en una sociedad que, según muestran los sondeos, apoya la campaña en Ucrania siempre y cuando no le afecte demasiado personalmente. Ante estas opciones, el presidente ruso ha optado por no hacer nada.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Mikhail Klimentyev)

El Instituto para el Estudio de la Guerra ha advertido de que la estrategia del Gobierno ruso pasa, una vez más, por las relaciones públicas. "Fuentes del Kremlin están trabajando ahora para librar a Putin de cualquier responsabilidad por la derrota, culpando en su lugar por la pérdida de casi todo el 'oblast' ocupado de Járkov a asesores militares mal informados dentro del círculo de Putin", ha señalado este 'think tank' con sede en Washington. "La admisión por parte del Kremlin de la derrota en Járkov muestra que Putin está dispuesto y es capaz de reconocer e incluso aceptar una derrota rusa en al menos algunas circunstancias, y enfocarse en desviar la culpa de sí mismo", indica un informe de esta institución, que pone como ejemplo las declaraciones de Bogdan Bezpalko, un miembro del Consejo para las Relaciones Interétnicas del Kremlin, quien ha llamado a "dejar en el escritorio de Putin" las cabezas de los líderes militares rusos que "no pudieron ver la concentración de tropas y equipos ucranianos e ignoraron los canales de Telegram que avisaban de la inminente contraofensiva ucraniana" en Járkov.

El fantasma de Nicolás II

No es seguro que esta estrategia vaya a funcionar. Putin ya ha defenestrado a seis líderes militares a cargo de las fuerzas rusas en Ucrania, y las principales críticas ante el desastre militar provienen no de aquellos que rechazan la invasión, sino de quienes consideran que el país no se ha implicado lo suficiente. La semana pasada, por ejemplo, el líder del Partido Comunista, Gennadi Zyuganov, hizo un llamamiento a la movilización total en favor de la guerra. "No tenemos derecho a perder", dijo Zyuganov ante la Duma, el parlamento ruso.

Mark Galeotti, uno de los principales expertos del mundo en Rusia, compara a Putin con el zar Nicolás II, quien durante la Primera Guerra Mundial se presentó a sí mismo como el comandante en jefe de los ejércitos rusos, esperando que una campaña victoriosa ayudase a reconstruir su legitimidad, y que en lugar de eso se vio arrastrado a la caída por la sucesión de derrotas. "Hoy, la disposición con la que Putin —un hombre sin experiencia militar significativa más allá de algún entrenamiento obligatorio como oficial de reserva en la universidad— se presentó a sí mismo como el arquitecto de la invasión de Ucrania vuelve para atormentarle", escribió Galeotti este fin de semana en el diario 'The Times'.

Foto: El alcalde del distrito de Derhachi, Vyacheslav Zadorenko, rompe en pedazos una bandera rusa en Kozacha Lopan, Ucrania. (Reuters)

La movilización general, sin duda, supondría un paso muy arriesgado para Putin. "Si [Putin] declarase una movilización mañana, probablemente llevaría tres meses antes de que los reservistas, muchos fuera de forma y poco dispuestos, pudieran estar listos para ser desplegados a tiempo para el invierno, cuando cualquier operación militar de envergadura es apenas factible en cualquier caso. Semejante movimiento también alarmaría a una población a la que se ha dicho que todo va según lo planeado", indica Galeotti. Pero quizá no haya otro remedio, si el Kremlin tiene alguna aspiración de ganar esta guerra.

Los problemas de personal de las fuerzas armadas rusas son acuciantes. Rusia ha tenido que cancelar por ahora todos los envíos de tropas de refresco a Ucrania ante la falta de nuevos voluntarios. Mientras tanto, el Ejército está optando por el escarnio público, sellando con la palabra 'desertor' las cartillas militares de aquellos soldados y oficiales que se niegan a servir en el frente ucraniano, y colocando sus fotografías e identidades en urinarios públicos a modo de humillación. Al mismo tiempo, fuerzas irregulares como los mercenarios del Grupo Wagner tratan de compensarlo reclutando activamente en las cárceles, donde se promete a los reclusos el perdón de sus crímenes a cambio de su servicio en Ucrania. Según la ONG Rusia tras los Barrotes, que defiende los derechos de los presos y sus familias, nueve de cada 10 reclusos enviados a suelo ucraniano han muerto allí.

El enigma Putin

A día de hoy, ya se han despejado muchas de las incógnitas creadas por la invasión de Ucrania, pero hay una que permanece: los mecanismos de pensamiento de Putin que le llevaron a adoptar la que es a todas luces una de las decisiones más desastrosas de la historia reciente de Rusia. Quizá, tras la desastrosa retirada occidental de Afganistán, el líder ruso pensó que cualquier posible coalición liderada por EEUU sería demasiado débil para oponerse a la iniciativa rusa. Pero los hechos han demostrado lo erróneo de dicho planteamiento, y también desconocemos por qué Putin sigue sin cambiar de rumbo.

Sabemos que, diga lo que diga la propaganda rusa, la expansión de la OTAN nunca fue el motivo real: el pasado miércoles, la agencia Reuters publicó una exclusiva donde se hacía público que a los pocos días del inicio de la guerra —o, según una de las fuentes de ese medio, justo antes—, el negociador ruso Dmitri Kozak logró cerrar un acuerdo con Kiev por el que Ucrania se comprometía a no unirse a la Alianza Atlántica, una de las principales exigencias de seguridad de Moscú. Sin embargo, al comunicárselo a Putin, este habría rechazado el acuerdo, alegando que los objetivos habían cambiado y ahora pasaban por la anexión de territorio ucraniano.

Y, ciertamente, el Kremlin no parece demasiado preocupado por un posible ataque de la OTAN: tal y como ha revelado el medio finlandés 'Yle' a partir de imágenes de satélite, el Ejército ruso está eliminando las defensas antiaéreas de San Petersburgo para llevar los misiles al frente ucraniano. Probablemente, el célebre artículo en el que Putin niega la soberanía de una Ucrania independiente, publicado un año antes de la guerra, es un indicador más fiable.

Foto: Vladímir Putin y Dimitri Rogozin. (Getty/Mikhail Svetlov)

Ciertamente, Putin tiene que ser consciente de la profundidad del pozo en el que se ha metido. Al fin y al cabo, como escribe el comentarista ruso Leonid Bershidsky en Bloomberg, "¿quién, si es que hay alguien, necesita todavía a un Vladímir Putin débil?". Y, sin embargo, la realidad no deja de recordarle al líder ruso su propia debilidad. En la última semana, han estallado dos conflictos en el Cáucaso y Asia Central entre cuatro miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (promovida por Moscú como alternativa a la OTAN), en un contexto donde en circunstancias normales Rusia habría ejercido de pacificador, pero que ahora no ha podido —o querido— hacer otra cosa que abstenerse de intervenir. Aún más humillante para el propio Putin: durante su reciente viaje a Samarcanda para participar en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, los líderes de tres países —el indio Narendra Modi, el turco Recep Tayyip Erdogan e incluso el kirguís Sadir Yaparov— se han permitido hacerle esperar públicamente, lo cual es una prueba tangible del deterioro de su estatus internacional.

Pero aun así, Putin sigue siendo un enigma impenetrable. Sus últimas intervenciones públicas no han dejado traslucir ninguna emoción acerca de la situación, excepto quizá cierta ansiedad oculta tras la declaración —en el Foro Económico Oriental de Vladivostok, ya tras la debacle de Járkov— de que "Rusia no ha perdido ni perderá nada en Ucrania". Este fin de semana, en Samarcanda, el presidente ruso ha asegurado ante los micrófonos de la prensa internacional que "no hay cambios" en la campaña militar, y que su país "no tiene prisa" por terminar la guerra. Para el resto, para aquellos que le piden explicaciones, el silencio.

La anécdota es bien conocida, porque el propio Vladímir Putin la ha relatado en alguna entrevista. Corría el año 1989, y el hoy presidente ruso era todavía un joven agente del KGB destinado en Dresden. En la noche del 8 de noviembre, horas antes de que cayese el Muro de Berlín, varios cientos de personas rodearon la sede local del KGB. "La situación era seria. La gente estaba agresiva. Llamé a nuestra base militar", contó años después Putin. "Me dijeron que no podían hacer nada sin una orden de Moscú. Y Moscú estaba en silencio".

Conflicto de Ucrania Vladimir Putin
El redactor recomienda