Algo se mueve en Bielorrusia: ¿puede Putin arrastrar a Lukashenko a la guerra en Ucrania?
Lukashenko desplegará un grupo militar conjunto con Rusia, aunque no ha dicho dónde, y acusa a Ucrania de planear ataques en su territorio. Entonces, ¿atacará? ¿No atacará? Y, si lo hace, ¿servirá para algo?
El dictador de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, mira la invasión de Ucrania desde una relativa distancia. Aunque esa distancia se va acortando. Su régimen, dependiente de Moscú, se está viendo arrastrado por el remolino de la guerra y Lukashenko parece confuso. Cada día amaga, hace gestos, enseña sus puños. El dictador ha anunciado que desplegará un grupo militar conjunto con Rusia, aunque no ha dicho dónde, y acusa a Ucrania de planear ataques en su territorio, pero sin aportar pruebas. Entonces, ¿atacará? ¿No atacará? Y, si lo hace, ¿servirá para algo?
Según el analista de defensa Konrad Muzyka, de la consultora polaca Roschan, uno de los pocos observadores que han mirado de cerca las fuerzas armadas bielorrusas en los últimos años, las capacidades militares de este país dejan bastante que desear. Las filas bielorrusas cuentan con unos 45.000 soldados, la mayoría de los cuales son reclutas que hacen el servicio militar de 18 meses. Dado que el país no tiene salida al mar, carece de marina. Su fuerza aérea consta de 60 aviones y su fuerza terrestre, de 600 tanques.
Además de tener un tamaño modesto, las filas están a un 50-60% de capacidad, por lo que, para ser operativas, se tendría que movilizar a unos 20.000 reclutas. Las fuerzas armadas carecen de un centro de mando terrestre y están subordinadas al Distrito Militar de la Rusia Occidental. Sus maniobras son escasas y se efectúan en el ámbito de compañía o pelotón, con excepción de los ejercicios conjuntos con Moscú.
"Tal y como está, la cooperación de defensa con Rusia ya abarca todos los niveles de planificación de defensa e incluye aspectos tácticos, operacionales y estratégicos", escribía el propio Muzyka en este informe del estonio International Centre for Defense and Security, publicado en agosto de 2021. En otras palabras: Bielorrusia, militarmente, es un accesorio de Rusia. Por eso, su territorio ha sido la pista de lanzamiento del eje norte de la invasión rusa del 24 de febrero, continúa albergando fuerzas terrestres rusas y parte de los sistemas de lanzamisiles que bombardean Ucrania.
El 'Estado unido'
Este arreglo no es nuevo. En 1999, Rusia y Bielorrusa firmaron el llamado 'Estado unido', un acuerdo que reforzaba la integración entre ambos países en materia de políticas fronterizas, economía y capacidad militar. El 'Estado unido' recoge, por ejemplo, que los dos países pueden formar grupos militares conjuntos para responder a las amenazas de terceros. El marco legal en el que, técnicamente, se ha formulado el papel de Bielorrusia en la invasión de Ucrania.
Sin embargo, desde el pasado abril ha habido un notable incremento de las maniobras militares bielorrusas, se han creado batallones territoriales y se ha agilizado el sistema de movilización. Dice Muzyka que esta aparente preparación puede tener dos objetivos: o bien atacar Ucrania, o bien desplegarse para obligar a Ucrania a que desplace algunos batallones al norte, por si acaso, de manera que los rusos puedan ganar ventaja en los contenciosos del este y del sur.
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De momento, Bielorrusia solo hace amagos. El grupo militar conjunto que ha formado con Rusia se desplegará en alguna frontera, no sabemos si con Polonia, los bálticos o Ucrania. El Gobierno bielorruso recalca que se trata de un movimiento "defensivo". "Enfatizamos, una vez más, que las tareas del Reposicionamiento Regional de Fuerzas son puramente defensivas", dijo el ministro de Defensa, Viktor Jrenin. "Y todas las actividades emprendidas en este momento están dedicadas a proporcionar una respuesta adecuada a las acciones cerca de nuestras fronteras".
El Gobierno ucraniano alerta de una posible intervención bielorrusa. Durante su intervención en la reunión de urgencia del G-7, el pasado martes, el presidente Volodímir Zelenski pidió que se mandaran observadores internacionales a la frontera de ambos países para vigilar la situación.
Un ejército débil y desmotivado
El analista ucraniano Oleg Zhdanov, sin embargo, cree que Minsk no está en condiciones de combatir. "El Ejército bielorruso es débil y está desmotivado, y no está por la labor de luchar contra Ucrania, lo que significa que Lukashenko intentará dar a Putin cualquier cosa, con excepción de soldados bielorrusos", declaró Zhdanov a la agencia Associated Press. "Lukashenko se lo está diciendo a Putin: ‘Ayudaré, pero no lucharé".
Pero más que la dimensión militar, pesa la política. Lukashenko parece estar entre la espada y la pared. Las protestas masivas provocadas por el fraude electoral de 2020, que desencadenaron la mayor ola represora en 28 años de dictadura, dejaron 25.000 detenidos entre agosto y noviembre de ese año, varios muertos y numerosos testimonios de amenazas y torturas. Lo que quedaba de la prensa libre fue disuelto, encarcelado o exiliado, y la sociedad civil, que tuvo sus momentos limitados de florecimiento en otras épocas, lleva desde entonces sumida en la oscuridad.
Al rescate de Lukashenko acudió Vladímir Putin, que le garantizó su apoyo militar y financiero, más necesario que nunca para una Bielorrusia aislada. Como consecuencia, Lukashenko, que siempre jugaba a la neutralidad, inclinándose ora hacia Rusia, ora hacia la Unión Europea, se ha quedado completamente en manos del Kremlin. Cuando Putin vino a cobrarle el favor y le pidió ayuda con su invasión, Lukashenko no tuvo otra alternativa, dentro de sus cálculos, que aceptar.
Entre Putin y la pared
Pero aquí está el problema: si Putin es, por así decirlo, la espada, que exige el respaldo de Lukashenko, la pared sería la opinión pública bielorrusa. Sus habitantes, magullados por más de dos años de represión, no estarían en condiciones de acudir a la llamada de las armas. Y menos aún contra sus primos hermanos ucranianos. Una encuesta del Belarusian Analytical Workshop, con sede en Varsovia, estimó en mayo que el 85% de los bielorrusos estaba en contra de que su ejército se uniese a Rusia en Ucrania. Otro sondeo, de Chatham House, arrojaba proporciones similares en junio.
Esta actitud habría sido reivindicada, por ejemplo, con los numerosos casos de sabotaje bielorruso a las vías férreas para importunar la logística de la invasión. Hasta el 12 de abril, se registraron 80 incidentes de este tipo; la destrucción del sistema de señales, por ejemplo, bloqueó los trenes en tres provincias colindantes con Ucrania. El régimen de Lukashenko respondió ampliando la pena de muerte a los intentos de actos terroristas, una definición imprecisa que podría incluir a los responsables de estos actos de sabotaje.
Otros bielorrusos fueron más allá y están combatiendo del lado de Ucrania. Por ejemplo, como parte del Batallón Kastus Kalinouski, formado solo por bielorrusos. Tal y como reflejan las declaraciones de sus líderes, la noción es que una derrota ucraniana allanaría el terreno para que Rusia absorbiera también su país, que ya está camino, en la práctica, de una absorción nacional en el seno de Rusia.
Se ha dicho que Lukashenko es un "general sin ejército". Un dictador cuya lucha por la supervivencia a cualquier precio lo ha dejado en un espacio extremadamente reducido. A merced de un autócrata sénior, Vladímir Putin, y de su arriesgadísima apuesta en Ucrania. Una apuesta cuyos costes no dejan de aumentar.
El dictador de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, mira la invasión de Ucrania desde una relativa distancia. Aunque esa distancia se va acortando. Su régimen, dependiente de Moscú, se está viendo arrastrado por el remolino de la guerra y Lukashenko parece confuso. Cada día amaga, hace gestos, enseña sus puños. El dictador ha anunciado que desplegará un grupo militar conjunto con Rusia, aunque no ha dicho dónde, y acusa a Ucrania de planear ataques en su territorio, pero sin aportar pruebas. Entonces, ¿atacará? ¿No atacará? Y, si lo hace, ¿servirá para algo?
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