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Un Nobel de la Paz anti-Putin: cómo la Academia le ha amargado el cumpleaños a Vladímir
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Un Nobel de la Paz anti-Putin: cómo la Academia le ha amargado el cumpleaños a Vladímir

El bielorruso Ales Bialiatski, la ONG rusa Memorial y el Centro para las Libertades Civiles de Ucrania simbolizan el desafío a Moscú. Un ‘tridente anti-Putin’ como regalo para el presidente ruso el día de su 70 cumpleaños

Foto: Retrato de Bialiatski, uno de los premio Nobel de la Paz 2022. (Reuters)
Retrato de Bialiatski, uno de los premio Nobel de la Paz 2022. (Reuters)
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En Ucrania, el premio Nobel de la Paz 2022 no ha sentado bien a todos. La Academia Sueca ha galardonado a defensores de los derechos humanos ucranianos, rusos y a un bielorruso como una forma de ponderar "el importante trabajo de la sociedad civil" en momentos de guerra contra regímenes autoritarios. Sin embargo, a muchos ucranianos no les ha gustado un pelo ver a su país compartir medalla con organizaciones de Rusia y Bielorrusia cuando son ellos los que están resistiendo al invasor.

"El Comité del Nobel tiene una interpretación interesante de la palabra 'paz' si representantes de países que atacaron a un tercero reciben el Premio Nobel juntos. Ni organizaciones rusas, ni bielorrusas han sido capaces de organizar una resistencia a la guerra. El Nobel de este año es 'estupendo'", se lamentó Mijaíl Podolyak, el principal asesor de la oficina del presidente Volodímir Zelenski, en un tuit reaccionando al anuncio.

Pero ¿saben un sitio donde ha sentado peor? En los despachos del Kremlin. Porque, más allá de apreciaciones personales, el galardón para estos activistas desconocidos para la opinión pública global tiene un único y claro nexo en común. El bielorruso Ales Bialiatski, la ONG rusa Memorial y el Centro para las Libertades Civiles de Ucrania; todos simbolizan —desde distintos ángulos— un desafío frontal a la visión geopolítica y social de Moscú. Un 'tridente anti-Putin' que llega como amargo regalo para el presidente ruso el mismo día de su 70 cumpleaños.

Especialmente hiriente es el reconocimiento a Memorial, la organización no gubernamental más antigua de la Federación Rusa que desde 1989 se dedicaba a la investigación de los crímenes del estalinismo y del comunismo en general. Sus actividades la hicieron chocar cada vez más con un putinismo al que le interesaba legitimar —al menos hasta cierto punto— su pasado soviético y promover los aspectos "grandiosos" de la URSS. Hasta que el año pasado, el Gobierno ruso decidió cerrarla definitivamente. Una medida que resume en sí misma la evolución y posterior involución de Rusia tras la caída del bloque comunista.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Pavel Bednyakov)

"Si alguien ha oído hablar de los presos políticos rusos es porque Memorial ha estado compilando estas listas de presos durante años. Siempre se estaban preocupando por la gente y defendiéndola contra un Estado poderoso, sin importar su etnia, religión o nacionalidad", explicó Maria Eismont, abogada defensora de la organización en declaraciones a la BBC. "El Nobel no marcará ninguna diferencia. Estamos en un momento en el que ninguna decisión de ninguna institución internacional será respetada o reconocida por los que están en el poder en Rusia. La tendencia de represión que ya llevamos viendo muchos años continuará", agregó.

Como un recordatorio de esa espiral represiva, poco después del anuncio el Kremlin ordenó la incautación del inmueble y el material de la organización ya disuelta.

Nostalgia soviética

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que gran parte de la sociedad rusa quiso realmente romper con su pasado soviético. En los compases finales de la 'Perestroika' y durante los años posteriores, ya caído el Muro de Berlín, los soldados del todavía Ejército Rojo ayudaban a descubrir las fosas comunes de los ejecutados por el propio KGB y se publicaban libros sobre los crímenes del estalinismo hasta entonces prohibidos. En ese contexto nació Memorial (oficialmente, enero de 1989) con la misión de desenterrar el lado oscuro de ese pasado. Muchos rusos aplaudieron la iniciativa en una sociedad en la que había muchos verdugos, pero donde la mayoría fueron, de un modo u otro, víctimas.

Las devastadoras crisis económicas de los años 90 hicieron que muchos rusos aplaudieran la victoria de Putin en 2000 como la llegada de un salvador. Un hombre fuerte que había venido a poner orden y a rescatar el país del caos en el que quedó sumido tras la caída de la URSS. En los primeros años de la 'democracia gestionada' de Putin, un modelo autocrático híbrido donde lo más importante es el control de la narrativa pública, expresiones de la sociedad civil como Memoria eran toleradas. Pero según Rusia iba cambiando, también lo hacía la interpretación de su propio pasado.

Foto: Putin en la ceremonia de anexión de territorios ocupados. (EFE/Grigory Sysoev)

Para afianzarse en el nuevo contexto social, el putinismo comenzó a utilizar una exaltación constante de los aspectos más pujantes del proyecto soviético como uno de los pilares de su legitimidad. Ángulos que coinciden, además, con las obsesiones personales del líder ruso. El triunfo en la Segunda Guerra Mundial, la industrialización y la modernización acelerada, el respeto geopolítico y la influencia internacional. Putin les vendió a los rusos su idea de recuperar la grandeza que Rusia tuvo bajo Joseph Stalin, cuando Moscú miraba a los ojos a Washington de igual a igual. Y, en algunos temas, incluso lo superaba.

El Kremlin convirtió la conmemoración de la victoria sobre la Alemania nazi el 9 de mayo en la celebración más importante del año, cuando el Ejército ruso desfila con todo su arsenal por las calles de las grandes ciudades del país. A partir de 2012, se agregó una nueva liturgia con la marcha del Regimiento Inmortal, en la que miles de rusos se pasean con fotografías en blanco y negro de los muertos y heridos en la Segunda Guerra Mundial. Los libros de texto han sido progresivamente purgados para eliminar toda referencia negativa al estalinismo, e incluso se han erigido nuevas estatuas al dictador en algunos lugares de Rusia. Desde 2020, el carácter sagrado de la victoria del Ejército Rojo en la llamada Gran Guerra Patriótica está recogido en la nueva constitución rusa.

Foto: Militares rusas ensayan para el desfile del Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú. (EFE/Maxim Shipenkov)

Cuando el pasado diciembre se cumplieron 30 años de la desintegración de la URSS, un sondeo de la encuestadora FOM aseguraba que cerca de dos tercios de los rusos (un 62%) lamentaban la disolución del bloque soviético y la mitad (52%) dijo desear la restauración del régimen soviético. "(Para mí) al igual que para la mayoría de los ciudadanos, fue una tragedia", dijo Putin entonces en una entrevista.

Una investigación incómoda

En ese contexto cada vez más autoritario, la actividad de un grupo de activistas dedicados a recordar los numerosos crímenes de aquella época empezó a resultar cada vez más incómoda para el poder. Memorial había pasado a denunciar los abusos en zonas conflictivas de Rusia y el espacio postsoviético, mientras el Estado ruso seguía cometiendo atrocidades como las acaecidas en Chechenia. Por eso, una ONG que nunca quiso meterse en política acabó politizada. Incluso a riesgo de la propia vida de sus miembros. En 2009, la activista Natalia Estemirova fue secuestrada y ejecutada, se cree que por sus investigaciones sobre las conexiones entre el Estado ruso y las brutales milicias contrainsurgentes del Cáucaso.

En su base de datos, la organización llegó a compilar más de tres millones de entradas con casos de ejecución, encarcelamiento o deportación en tiempos soviéticos (apenas un 25%, dicen, de las posibles víctimas totales). Además, prestaban asistencia legal y financiera para las víctimas del Gulag —la organización que gestionaba los campos de trabajos forzados por donde pasaron millones de rusos— y divulgaba sus investigaciones a través de libros, artículos, exhibiciones y museos.

Foto: Foto de archivo de Ales Bialiatski en un momento de su juicio en Minsk. (EFE/Tatyana Zenkovich)

En 2016, el Gobierno ruso etiquetó a Memorial como "agente extranjero", una calificación legal obligatoria para todas aquellas organizaciones que reciben fondos de otros países, pero que a oídos populares tiene connotaciones de "traidor". En diciembre de 2021, el Tribunal Supremo de Rusia argumentó que Memorial había "violado repetidamente la ley sobre agentes extranjeros" y ordenó su disolución. En su acusación, el fiscal estatal Alexei Zhafyarov declaró: "¿Por qué deberíamos nosotros, los descendientes de los vencedores, avergonzarnos y arrepentirnos en lugar de enorgullecernos de nuestro glorioso pasado? Memorial probablemente recibe pagos de alguien para ello".

Tras la sentencia, la desaparición de la ONG era cuestión de tiempo. Memorial acabó cerrando sus puertas definitivamente en abril de este año, al calor de la represión interna desatada por la invasión de Ucrania. En ese entonces, la organización era paraguas de 50 agrupaciones regionales en Rusia y otra decena en el exterior, en países como Ucrania, Alemania o Francia, y había sido reconocida con varios premios internacionales, como el el Premio de Refugiados Nansen que otorga el ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) o el premio Sájarov de la Unión Europea —que honra la memoria del premio Nobel Andrei Sájarov, uno de los fundadores de Memorial—. El cierre fue condenado por la comunidad internacional y fue considerado como un nuevo paso de Putin hacia el autoritarismo radical.

Paz polémica

El premio también ha recaído en Ales Bialiatski, fundador de la organización prodemocracia Viasna y una de las bestias negras Alexandr Lukashenko al que el dictador bielorruso encarceló en 2021. "Biealiatski ha dedicado su vida a promover la democracia y un desarrollo pacífico en su país", ha defendido el Comité del Nobel. La otra organización reconocida ha sido el Centro para las Libertades Civiles, fundada con la idea "de promover los derechos humanos y la democracia en Ucrania". Desde la agresión rusa del 24 de febrero, el centro se ha volcado en documentar crímenes de guerra rusos contra la población ucraniana.

Foto: El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, durante la inauguración de una placa conmemorativa en Adís Abeba. (Getty)

Pero, para no abandonar la tradición, el anuncio del Nobel de la Paz ha venido acompañado de polémica. Muchos ucranianos han expresado su ira por la decisión de compartir el premio con organizaciones rusas y ucranianas ha generado polémica en Ucrania. No porque haya críticas a Bialiatski o Memorial, sino porque perpetúa la imagen de que esos tres países son un combo. La idea de "tres naciones hermanas" que suele vender la propaganda del Kremlin.

"Esto da la falsa impresión de que los activistas de derechos humanos en Ucrania, Bielorrusia y Rusia tienen los mismos desafíos, cuando no es así en absoluto. Mientras en Rusia y Bielorrusia luchan contra regímenes domésticos, en Ucrania denuncian las violaciones cometidas por Rusia (y Bielorrusia). Ucrania es una democracia. Rusia y Bielorrusia no lo son", explicó Olga Tokariuk, del Reuters Institute, en Twitter. "Este detalle se le escapa a la mayoría del público internacional. Y decisiones como esta no ayudan", concluyó.

En Ucrania, el premio Nobel de la Paz 2022 no ha sentado bien a todos. La Academia Sueca ha galardonado a defensores de los derechos humanos ucranianos, rusos y a un bielorruso como una forma de ponderar "el importante trabajo de la sociedad civil" en momentos de guerra contra regímenes autoritarios. Sin embargo, a muchos ucranianos no les ha gustado un pelo ver a su país compartir medalla con organizaciones de Rusia y Bielorrusia cuando son ellos los que están resistiendo al invasor.

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