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Reconozcámoslo: es imposible predecir el curso de una guerra
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La contraofensiva más rápida

Reconozcámoslo: es imposible predecir el curso de una guerra

El Ejército ucraniano ha lanzado en la región de Járkov la que posiblemente sea la contraofensiva más rápida desde la Segunda Guerra Mundial

Foto: La ciudad de Bucha (Ucrania), destruida. (EFE/Roman Pilipey)
La ciudad de Bucha (Ucrania), destruida. (EFE/Roman Pilipey)

No somos nadie. Hace apenas unos días, algunos de los analistas militares más simpatizantes de la causa ucraniana barruntaban un conflicto congelado. Ninguno de los dos bandos tenía la fuerza suficiente para lograr una victoria, de manera que teníamos por delante una lenta, frustrante y erosiva guerra de trincheras. Como mucho, decía uno de los principales expertos del 'think tank' RUSI, Jack Watling, la mil veces anunciada contraofensiva de Jersón lograría desgastar más a los rusos y evitar que consolidasen sus posiciones durante el invierno. Soñar con una reconquista del sur, añadía el editor de defensa de 'The Economist', Shashank Joshi, era ingenuo. Desde perspectivas opuestas, había quienes seguían insistiendo en que Rusia ganaría sí o sí, y, por tanto, había que presionar a Volodímir Zelenski para que explorara hacer concesiones y firmara la paz, aunque fuera según los términos rusos.

Y de repente, saliendo de la nada, disipando de un manotazo estas opiniones, como si fueran una molesta nube de humo, el Ejército ucraniano ha lanzado en la región de Járkov la que, posiblemente, sea la contraofensiva más rápida desde la Segunda Guerra Mundial. Los ucranianos habrían recuperado, en una semana, más de 2.000 kilómetros cuadrados, penetrando como un cuchillo en las correosas carnes de las defensas rusas, que han salido despavoridas, dejando por el camino incontables piezas de armamento y cientos, si no miles, de prisioneros de guerra.

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A la luz de este avance relámpago en una región a la que nadie miraba, los observadores militares y estratégicos se parecen a senderistas perdidos en la niebla de una montaña. A veces fingen saber dónde está el camino, mientras ojean un mapa arrugado y hablan pronunciando bien y ahuecando la voz, como tertulianos. Pero la niebla es densa, y los observadores, si bien han estudiado los mapas y de vez en cuando vislumbran algún peñasco que les permite orientarse, andan perdidos. Tan perdidos como usted y como yo, porque tal es la naturaleza de la guerra.

"Muchos, demasiados, análisis militares occidentales se han centrado en lo tangible: en las cosas que uno puede contabilizar", tuiteaba este domingo Eliot A. Cohen, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad de Johns Hopkins. "Al final, las cosas que no puedes contabilizar, el coraje o el miedo, la cohesión o la desconfianza, el liderazgo o su ausencia, cuentan lo mismo, y a veces incluso más. Cuando la guerra de Ucrania concluya, los estudiantes de la guerra y las organizaciones militares necesitarán reflexionar sobre por qué su juicio de los intangibles, más que defectuoso, estuvo ausente".

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, junto al magnate Ravil Maganov. (Reuters)

Aunque tampoco hay por qué fustigarse. El concepto de la 'niebla de la guerra', acuñado indirectamente por el padrino de la estrategia militar contemporánea, Carl von Clausewitz, está presente en el pensamiento de todos aquellos que tienen algo que ver con el análisis, o la práctica, del conflicto: desde los generales que toman decisiones en tiempo real hasta los historiadores que analizan batallas concluidas mucho antes de que ellos nacieran, pasando por el soldado que se mueve por el campo de batalla. La labor de la estrategia y de la instrucción, como apunta John Keegan en 'The Face of Battle', es minimizar esta incertidumbre, fruto del número inabarcable de factores en juego, muchas veces inimaginables. 'Cisnes negros' que pueden ser psicológicos, climáticos o azarosos, y que puedan cambiarlo todo.

Una incertidumbre presente a nivel micro, en la inmediatez caótica del combate, y a nivel macro: en esos análisis variados y globales que llevamos leyendo desde hace seis meses respecto a Ucrania, y que a veces tratan de hacer predicciones, desbrozar caminos, que nos ayuden a orientarnos en la niebla. No siempre es posible. Si ni siquiera los comandantes que toman las decisiones a vida o muerte poseen toda la información, ¿qué esperar de quienes escriben artículos a miles de kilómetros de distancia del frente? Esta disyuntiva ya se ha visto nítidamente en Ucrania.

Durante las semanas anteriores a la invasión, el consenso general entre quienes analizaban las probabilidades y posibles consecuencias del ataque a gran escala era que Ucrania, empezando por su capital, Kiev, caería de una manera o de otra en pocos días. Los números estaban ahí para quien quisiera verlos: Rusia gastaba 10 veces más en defensa que Ucrania y su ejército era ocho veces más grande. Además, tenía una experiencia militar muy superior. Desde 1991, el Kremlin ha estado involucrado en 13 conflictos bélicos, desde Chechenia hasta Siria, pasando por Georgia, Moldavia, Tayikistán, la República Centroafricana y, por supuesto, Ucrania. Los rusos presumían de fabricar armas modernas, y muchas veces era el propio presidente, Vladímir Putin, quien anunciaba el último misil hipersónico Kinzhal.

Foto: Varios carteles en referencia a la invasión rusa son exhibidos en Kiev. (EFE/EPA/Roman Pilipey)

En estas circunstancias, no solo eran los militares españoles retirados quienes dejaban volar su imaginación, en vídeos hoy inmortales, pidiendo a Zelenski que se rindiera porque Kiev iba a caer "esta noche". Más allá de arrogarse el derecho de decirle a un líder democrático lo que tenía que hacer, estando su nación, sus compatriotas y él mismo bajo un ataque a gran escala, lo cierto es que muchos de los análisis de finales de febrero vaticinaban una pronta rendición de la capital.

En el Pentágono, capaz de predecir casi al milímetro la fecha de la invasión rusa y principal aliado del Gobierno de Ucrania, se hablaba de "72 horas". Así lo decían numerosas fuentes a los medios norteamericanos, y así se lo había confesado, tres semanas antes, el principal general de EEUU, Mark Milley, al Congreso. La reacción norteamericana también reflejaba estas expectativas. Las armas enviadas los primeros dos meses de la invasión eran, sobre todo, armas propias de la resistencia: misiles antitanque, misiles antiaéreos, cascos, granadas, chalecos antibalas. Armas y equipos fáciles de esconder y perfectos para las emboscadas y la guerra urbana. Los famosos lanzamisiles Himars y otras armas pesadas solo se aprobaron después, cuando los ucranianos dejaron claro que podían plantar cara a Rusia.

¿Estaban los militares retirados españoles, y las agencias de Inteligencia del Gobierno de Estados Unidos, equivocados? Claramente. A este respecto, eran senderistas que miraban un mapa arrugado en una montaña nublada. La guerra es así. Quizá subestimaban a Ucrania o sobrevaloraban a Rusia. Pero aquí viene lo más interesante: según 'The Washington Post', los ucranianos también estaban sumidos en la niebla.

Foto: Vladímir Putin durante una reunión con sus ministros. (EFE/Mikhail Klimentyev)
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En las primeras horas del ataque, miembros del gabinete de Zelenski también pensaban que Kiev sería conquistada por los rusos y animaron al presidente a que pusiera tierra de por medio, tal y como le habían recomendado también, por cierto, los estadounidenses. Eso era lo que pensaba el asesor presidencial Oleksiy Arestovych, además, según sus palabras, de aquellos que "entendían de cuestiones militares". Estos miedos refuerzan la valentía de la decisión que tomó Zelenski de quedarse en la capital, en sus oficinas, mientras las fuerzas especiales y los saboteadores de Rusia descendía sobre Kiev para detenerlo o asesinarlo.

Este artículo no es una invitación al nihilismo. Durante toda la invasión ha habido análisis completos y brillantes, apoyados por la información OSINT (inteligencia de fuentes abiertas) y un amplio abanico de materiales audiovisuales. Lo que está sucediendo en Járkiv, una contraofensiva preparada con un engaño a los rusos, animados a desplazar batallones a Jersón, y con indicaciones de la inteligencia occidental, tiene una explicación sólida. Las deficiencias fundamentales de la invasión rusa, de las que han emanado muchos de sus errores, se conocen desde el principio: soldados escasos y mal entrenados para un plan tan ambicioso, dependientes de un sistema de mando jerárquico y corrompido, y una manera de hacer la guerra inflexible y poco imaginativa: dependiente de la artillería y las líneas ferroviarias. Los ucranianos, simplemente, habrían aprovechado, de nuevo, estas debilidades.

Pero las sorpresas de la guerra de Ucrania encajan bien en las pautas históricas. En julio de 1914, era habitual la opinión de que la guerra europea duraría unas semanas. Las armas eran tan modernas y destructivas que no podía ser de otra manera. En 1940, la Línea Maginot francesa proporcionaba lo que resultó ser una falsa sensación de seguridad: los nazis, simplemente, entraron en Francia a través de los Países Bajos. Las costosísimas defensas fortificadas, de 450 kilómetros, no sirvieron de nada.

Foto: Varios 'aviones fantasma' MALD montados en el ala de un bombardero B-52H. (USAF)

La niebla es incluso más densa a vista de pájaro, cuando se tiene en cuenta, a lo largo de los años, el curso de una guerra. Lo que al principio parece una derrota segura puede transformarse en una victoria, y al revés. Lo testimonian, en la historia reciente, el "misión cumplida" de George W. Bush en mayo de 2003 en Irak o el entonces impensable retorno de la URSS de Stalin, después de haber sido atacada por sorpresa y semiengullida por los entonces invictos ejércitos alemanes.

La historia antigua ofrece patrones idénticamente inciertos. En el año 216 antes de Cristo, los romanos habían sido vencidos cuatro veces consecutivas, y contra pronóstico, por un general cartaginés que se había atrevido a cruzar los Alpes al frente de una coalición 'sui generis' de pueblos diversos. La flor y nata de la sociedad político-militar romana había sido destruida y humillada. Con Aníbal a las puertas, los romanos recurrieron de nuevo a los sacrificios humanos para cambiar su desastrosa fortuna y entregaron sus joyas a las arcas públicas. Quizá los rezos hicieron efecto. Década y media después, Cartago perdía la guerra y los romanos iniciaban su expansión por la cuenca mediterránea, cambiando para siempre la faz de Europa.

Uno de los analistas más desapasionados y reticentes al triunfalismo, como el experto en defensa Konrad Muzyka, reconoce la magnitud del avance ucraniano y estima que los rusos se han quedado sin capacidad ofensiva en el este. Al menos en los próximos seis meses. Pero la niebla de la guerra no se ha disipado. Con Putin potencialmente en una situación de fragilidad inédita, es posible que todavía queden sorpresas en esta catástrofe europea que ha rebasado ya el medio año.

No somos nadie. Hace apenas unos días, algunos de los analistas militares más simpatizantes de la causa ucraniana barruntaban un conflicto congelado. Ninguno de los dos bandos tenía la fuerza suficiente para lograr una victoria, de manera que teníamos por delante una lenta, frustrante y erosiva guerra de trincheras. Como mucho, decía uno de los principales expertos del 'think tank' RUSI, Jack Watling, la mil veces anunciada contraofensiva de Jersón lograría desgastar más a los rusos y evitar que consolidasen sus posiciones durante el invierno. Soñar con una reconquista del sur, añadía el editor de defensa de 'The Economist', Shashank Joshi, era ingenuo. Desde perspectivas opuestas, había quienes seguían insistiendo en que Rusia ganaría sí o sí, y, por tanto, había que presionar a Volodímir Zelenski para que explorara hacer concesiones y firmara la paz, aunque fuera según los términos rusos.

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