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La batalla clave de la II Guerra Mundial se dio en España
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La batalla clave de la II Guerra Mundial se dio en España

Los amigos de última hora que se acercaron a nuestro país a husmear se dieron cuenta de que bajo nuestras alpargatas e ignorancia había mucha riqueza sin explotar

Foto: Soldados alemanes en Stalingrado (Fuente: Wikimedia)
Soldados alemanes en Stalingrado (Fuente: Wikimedia)

Rafa, se nos acaban los calificativos. No hay obstáculos para quien no tiene límites.

Casa de S.M. el Rey.

Casi siempre lo real está asociado a lo evidente, pero las distorsiones que da la perspectiva o el ángulo desde el que se mira lo que se observa pueden dar resultados sorprendentes. Lo intangible y lo tangible no son opuestos hasta que se revelan como tales.

Durante nuestra deplorable tragedia civil del año 1936, los uniformados que vinieron de África estaban bendecidos literalmente por la Santa Madre Iglesia y por los caprichos del destino mientras arrasaban con contundencia todo a su paso. Tuvieron el sol de espaldas y el viento a favor en todo momento.

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Pero aconteció que unos oportunos amigos de conveniencia, rubicundos y de buen porte, amantes de Wagner y Nietzsche y procedentes del norte de Europa, les asistieron con lo más avanzado de la tecnología de la muerte y, gracias a ello, y a un enemigo altamente idealizado, pero sin recursos que enfrentar dignos de tal nombre, ganaron una de las formas de guerra más brutales que se puedan imaginar; una guerra civil, una guerra cuyas secuelas de odio y rencor son imperecederas y perviven y se retroalimentan en la memoria en bucle hasta convertirse en una patología de odio de difícil extirpar.

Mas los amigos de última hora que se acercaron a España a husmear un poco por aquí y otro poco por allá, se dieron cuenta de que bajo nuestras alpargatas e ignorancia había mucha riqueza sin explotar, y que, en consecuencia, les iba a venir de perlas para sus turbios proyectos de futuro como nación que había sido humillada en el Tratado de Versalles–Compiegne. A esto había que sumar que tenían un líder carismático, sí, pero tarado hasta la medula y muñidor de un nacionalismo enfermizo. Este potente enfermo con una azotea mal ventilada, le hacía ojitos a otro líder que contraviniendo los principios cristianos de perdón y compasión con los vencidos se había convertido en la Némesis de estos valores.

Dicho y hecho, los teutones de brillantes botas de cuero negro le dieron las herramientas necesarias para cultivar su victoria, pero a cambio, le pidieron algunas contrapartidas; poca cosa para un país destruido hasta los cimientos en el que la prioridad era comer algo. Las chucherías que demandaban aquellos calaveras para nosotros no representaban nada y para ellos eran el Santo Grial.

"En la batalla del saliente de Orel en Kursk, la maquinaria alemana más sofisticada se enfrentaría a un pueblo decidido a arrasar a sus contendientes"

Pero, para entender este trueque, vamos a ir al futuro (hoy pasado) de los acontecimientos que se desarrollaron en aquella ceremonia del horror.

En el encaje cíclico de la locura que supuso la sangrienta carnicería humana (la más brutal de la historia conocida desde los primeros relatos de Manetón o Heródoto), se ha dicho que Stalingrado y Kursk fueron el 'desiderátum' del horror. La primera de estas confrontaciones dejó un saldo de 2.000.000 de muertos entre soldados y civiles atrapados entre los escombros, el hambre, las ratas y los llantos de los niños, las viudas despojadas de sus pilares vitales (maridos e hijos) y de un pueblo, el ruso/soviético y 'ad lateres', castigado incesantemente por tiranos sin cuento enfrentado a un destino de muerte si o muerte también sin alternativas posibles.

Stalingrado dio margen de esperanza, además de una resistencia heroica por parte de un conglomerado de pueblos eslavos muy duros de roer que, al finalizar la guerra, ya había puesto encima de la mesa de la macabra contabilidad de la historia cerca de 27.000.000 de muertos, que se dice pronto. En puridad, los rusos y el conjunto del bloque soviético ganaron la II Guerra Mundial con un sacrificio incalificable, ininteligible para un contable cuyo sistema emocional esté todavía vivo tras la lectura de aquellas cifras tan escandalosas.

La segunda de las grandes batallas de esta durísima contienda, como es sabido, se produjo en el saliente de Orel en Kursk. Fue una batalla crucial donde la maquinaria alemana más sofisticada se enfrentaría a un pueblo decidido a arrasar a sus contendientes hasta llegar a la más absoluta aniquilación. La Whermacht iba a pagar caro la crueldad de las SS y su amoralidad más absoluta; y no solo el ejército regular alemán, no, sino los civiles que no tenían escapatoria ante la avalancha roja. La factura que se llevó la que posiblemente sea la batalla más brutal jamás vista sobre la faz de la tierra condujo al silencio eterno a más de 1.400.000 caídos en aquel tremendo Apocalipsis creado por bípedos terrícolas arrastrados por la estupidez de incalificables psicópatas.

placeholder Un equipo de fusil antitanque PTRD soviético durante la batalla de Kursk
Un equipo de fusil antitanque PTRD soviético durante la batalla de Kursk

Aunque las pérdidas del ejército rojo fueron espectaculares, estratégicamente la batalla sería ganada por los soviéticos en su conjunto, pues los alemanes echaron el resto en aquella tenebrosa apuesta. No tenían plan B ni recursos para enfrentar aquella horda desatada con hambre atrasada de venganza. Nadie mejor que el historiador inglés Anthony Beevor para despertar escalofríos sobre el relato de aquellos acontecimientos. Más, si se trata de verlo fríamente desde un punto estadístico, Niklas Zetterling y Anders Frankson hacen un relato en “Kursk 1943: un análisis estadístico”, que deja coagulada la sangre del lector incluso la de aquellos que tienen la mente como el congelador de un frigorífico.

¿Cuál fue la clave oculta de estas victorias? Galicia.

El noroeste de España es un remanso de paz ocasionalmente alterado por las agarradas entre guardias civiles y narcos. Las patatas crecen contentas, una pléyade de sabrosísimos cefalópodos y mariscos de apariencia alienígena pululan a sus anchas por sus costas hasta que hábiles pescadores les echan el guante. Las campanas de las iglesias nos remontan al medievo, las voces de las mujeres de pueblo son amables y cariñosas y la comida es sencilla, pero extraordinariamente sabrosa; vamos que una vez que la visitas, Galicia te captura.

Pero el subsuelo tiene otras lecturas y los geólogos alemanes se dieron cuenta de que allá vivía un mineral de características extraordinarias para dotar a sus Tiger y Panzer de más letalidad si cabe.

placeholder Tiger I en 1943 (Fuente: Wikimedia)
Tiger I en 1943 (Fuente: Wikimedia)

El wolframio o tungsteno sería la clave de las victorias de los ejércitos teutones hasta el año crítico de 1943. El punto de inflexión de Kursk haría que la presión aliada aderezada con veladas amenazas de cortes en el suministro de petróleo y otras más sutiles y no menos inquietantes (los norteamericanos se plantearon seriamente una invasión de Galicia) hicieran recular al dictador Franco y restringir la cuota de exportación establecida para con los germanos lo que condujo a los aliados a tener el mismo juguete que sus oponentes.

Ya antes del disparo en el pie tras la invasión de Polonia y el craso error de la Operación Barbarroja, con su correspondiente retraso por los fiascos italianos en Albania y Grecia, la exportación de este preciado mineral fluía hacia las fábricas de guerra del III Reich de forma regular y sin contratiempos. El principal productor mundial por aquel entonces era China, pero obviamente los británicos bloquearon cualquier atisbo de exportación hacia la Alemania Nazi. La opción española era su única carta.

Entonces, el 'führer' volvió su vista a la verde y bucólica Galicia a sabiendas de que la riqueza y una de las claves de su demencial guerra estaban asociadas a la posesión de este preciado metal. Le recordó al esquivo y pequeño general, que siempre estaba mareando la perdiz, que como cobro por la ingente ayuda vertida durante la Guerra Civil Española (un campo de entrenamiento para sus futuras hazañas bélicas) quería explotar este metal en lugares tan señalados como Santa Comba y Carballo (La Coruña). El preciado mineral era transportado en petroleros camuflados y con banderas de conveniencia fuertemente escoltados por una cohorte de U- boots.

"Los monstruosos Tiger y los Panzer PzKpfw VI, una joya de la mecánica de guerra alemana, causarían estragos entre los ejércitos aliado"

El wolframio era de una importancia trascendental para el régimen nazi, pues este metal solapado al acero penetra cualquier blindaje como si de mantequilla se tratara. En consecuencia, sus tanques ya de por sí de avanzada tecnología, alcanzaron la sofisticación insertando en la cabeza de sus proyectiles una aleación mixta en la que este mineral sería determinante ante la cada vez más acusada inferioridad numérica de estas letales armas germanas. En el caso del frente del Este, así como en los estertores de Las Ardenas, los monstruosos carros de combate Tiger y los Panzer PzKpfw VI, una joya de la mecánica de guerra alemana motorizada por Porsche y Henschel, causarían estragos entre los ejércitos aliados. La efectividad de uno de estos carros de combate dotado de munición de tungsteno rozó la épica cuando un 13 de junio de 1944 uno de los comandantes de esta arma, Michael Wittmann, finiquitó 21 carros británicos en un abrir y cerrar de ojos hasta que se quedó sin combustible y tuvo que volar su Tiger.

Todo lo que sube baja

En 1944, el embajador británico Sir Samuel Hoare se acercó, así como quien no quiere la cosa al Pazo de Meirás para darle un susto al generalísimo que siempre estaba enredando y nunca se definía. Con mucha sutileza, voz queda de hábil diplomático y algunas contundentes indirectas, le convenció de que era un mal negocio seguir al lado de su compinche de correrías políticas. El inglés tenía un fuerte poder de convicción y dejaba entrever desgranando su taimado verbo que le podría caer un rayo en la cabeza al ubicuo militar. Al parecer los modos persuasivos del elegante embajador dieron su resultado.

Ocho meses después, una Alemania devastada por los bombardeos de alfombra y las hordas del Este, claudicaría. Era un 7 de mayo en Reims. Una segunda capitulación (esta vez ante los rusos y en Berlín), acabaría con cerca de 70.000.000 de muertos y una cifra similar de refugiados. Las fauces del Kali Yuga se cerraban provisionalmente y el horror entraba en un periodo de barbecho.

Por un tiempo, Galicia fue el epicentro del mundo.

Rafa, se nos acaban los calificativos. No hay obstáculos para quien no tiene límites.

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