Dodik, el peligroso ilusionista serbobosnio que amenaza con incendiar Bosnia
Dodik se ha convertido en un experto en jugar a varias bandas, mientras aprovecha el estado de 'shock' postraumático que vive la sociedad bosnia para profundizar en su agenda particular
Volodímir Zelenski, presidente ucraniano, lleva meses en una gira particular consistente en hablar ante prácticamente todos los parlamentos de occidente. Del Congreso de los Diputados, al parlamento italiano, belga, al Bundestag, la Eurocámara. El líder ucraniano ha llevado su discurso a prácticamente todos los foros. También al Consejo Europeo o a la cumbre de líderes de la OTAN. Pero en un pequeño parlamento en los Balcanes, el de la República Srpska, una de las dos grandes y altamente independientes entidades que componen Bosnia-Herzegovina, la historia es distinta. El que habla no es Zelenski, sino el embajador ruso en Bosnia, Igor Kalabuhov, nacido en el mismo Donetsk que ahora protagoniza la invasión rusa de Ucrania.
Detrás de ese discurso está Milorad Dodik (Banja-Luka, 1959), líder de la República Srpska, el gran ilusionista. Varias fuentes apuntan a que, en general, los políticos de Bosnia-Herzegovina saben moverse mejor que muchos otros en el ámbito internacional. Tras el final de las guerras bosnias en 1995, Sarajevo, la capital del país, se convirtió en la sede de una larguísima lista de organizaciones internacionales —y sigue siendo una de las ciudades con más representación internacional—.
En ese ambiente, los líderes políticos que tomaron las riendas en la posguerra aprendieron bien el lenguaje de esas organizaciones, sus intereses y preocupaciones. Aprendieron cómo mover ficha, cómo marear, generar juegos de espejos y ser los mayores expertos en trilerismo. También aprendieron a explotar las diferencias de opiniones en el frente occidental conformado por el bloque anglosajón, con EEUU y el Reino Unido, y el bloque de la Unión Europea.
Y si bien todos han aprendido a jugar en ese tablero, todas las fuentes consultadas en Bruselas y Sarajevo apuntan a que el maestro en este arte es él, Dodik. Se ha convertido en el experto en jugar a varias bandas mientras aprovecha el estado de 'shock' postraumático que vive la sociedad bosnia para profundizar en su agenda particular. A principios de una semana a mitad de junio se reunía en Bruselas, acordaba un comunicado con el resto de líderes de Bosnia-Herzegovina y charlaba amistosamente con Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad. Y en cuestión de unos pocos días aterrizó en San Petersburgo, destacó la relación especial entre la República Srpska y Rusia y se reunió primero con el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y después con el propio presidente Vladímir Putin.
Es un político hábil en su relación con los actores internacionales y que controla cada resorte del poder en la región serbobosnia del país. Desde las instituciones a la prensa. Distintas fuentes lo sitúan como uno de los principales problemas de un país que no anda corto de ellos. Bosnia-Herzegovina se ha quedado atrás en el proceso de ampliación de la Unión Europea y se limita a ser un "potencial candidato", el mismo estatus con el que cuenta Kosovo. Las reformas que exige la Unión Europea para iniciar negociaciones no llegan por mucho que pasen los años y los líderes políticos defienden a cualquier precio un 'statu quo' que les beneficia a través de una corrupción que cala a todos los niveles de la administración y que llega al mercado laboral. Todos participan en el juego, cada uno a su manera y persiguiendo sus propios intereses, pero el nombre de Dodik se menciona mucho más que el resto.
Las líneas rojas
Nada de esto es nuevo. Se tratan de problemas ya enquistados. Sin embargo, Dodik ha empezado a salirse del guion con el que trabaja la comunidad internacional. Sí, siempre le ha gustado la fanfarronería y el discurso político inflamado de cara a su público. El nivel de violencia verbal en la política bosnia es altísimo en todos los ámbitos y no solamente por parte del líder serbobosnio. Pero esta vez está yendo más allá de lo previsto.
La aprobación de leyes con las que se avanza en la secesión de la República Srpska del resto de Bosnia-Herzegovina marca para muchas personas consultadas un punto de inflexión. A puerta cerrada, Dodik explica a sus socios occidentales que se trata de mera política, de ilusionismo. Pero la realidad, negro sobre blanco, es que avanza en esa dirección. Incluso en este caso hay otras fuentes que apuestan por un discurso más comedido. Señalan que los datos con los que trabaja EUFOR, la misión de la Unión Europea en el país, indican que el riesgo de un estallido de violencia es muy reducido. Pero ya existe la suficiente tensión como para que la UE haya decidido doblar la presencia de agentes de EUFOR en el país.
Por lo pronto, el Constitucional bosnio ha tumbado la primera de las leyes aprobadas por la República Srpska, el primer paso en el proyecto secesionista, que establecía una Agencia serbobosnia de Medicamentos que retiraba competencias al Estado central, que ya de hecho tiene muy pocos poderes en un país enormemente centralizado. Dodik amenaza con aprobar otras leyes que también separarían al territorio serbobosnio en materia fiscal, de justicia y militar, aunque por el momento son amenazas que no se materializan.
Hay una relativa calma. Dependiendo del día, Dodik juega el papel de desestabilizador o de hombre racional. Dependiendo de si las puertas de las oficinas de la comunidad internacional están abiertas y hay alguien que pueda escuchar o bien están cerradas, el líder serbobosnio adopta un discurso u otro. Se trata de un simple juego político, opinan algunas fuentes. Pero ya hay un resquicio de duda. Y varias personas con buen conocimiento de la situación señalan que si Moscú quisiera buscar un punto débil en el vecindario europeo en el que generar problemas, ese sería Bosnia-Herzegovina.
Dodik sabe a qué está jugando. Por eso alcanza un acuerdo con Bruselas a principios de semana, se reúne con Lavrov pocos días después y a las semanas está de visita en Estambul, proponiendo reuniones trilaterales entre los líderes de Serbia, Croacia y Turquía en Bosnia-Herzegovina con las tres grandes comunidades del país, una idea que genera mucho nerviosismo en Bruselas, que lo último que quiere es alimentar las interferencias exteriores en el territorio.
En sus lazos con Moscú, Dodik está yendo mucho más allá, por ejemplo que el presidente serbio, Aleksandar Vucic, en un juego que para muchos es demasiado peligroso. Para el resto de ciudadanos de Bosnia-Herzegovina, el único camino hacia la viabilidad del país es ingresar en la Unión Europea, pero justo en un momento de máxima tensión como el actual, él se encarga de recordar al resto que él tiene muchas cartas en sus manos. Dodik da algunas señales de aislamiento político y, quizás también, de un cierto agotamiento: por ejemplo, ha perdido la capital de facto de la República Srpska a manos de otro nacionalista, un joven que no forma parte de su partido. Sin embargo, algunas de las fuentes consultadas no creen que eso vaya a llevar a una moderación del político serbobosnio, ni a un cambio de postura. Más bien, al revés, consideran que lo hace más imprevisible.
Un interlocutor pirómano
Bruselas no quiere cerrar la puerta al diálogo. Está decidida a no hacerlo. Los europeos consideran que son los únicos que pueden servir de interlocutores válidos en el país. Dodik ha sido sancionado por Estados Unidos, pero la Unión no ha sancionado a nadie en Bosnia-Herzegovina precisamente porque quiere mantenerse en un posible papel de mediadora. Y para eso lo necesita a él, que aprovecha para jugar con sus nervios, con sus lazos con Putin.
El líder de la República Srpska no participó en la guerra. En su juventud tipo rural, pero muy pronto se afilió al Partido Comunista y que acudió después a la Universidad de Belgrado y se dedicó durante los años de la guerra al contrabando de cigarrillos. Después, sobre el desastre, se alzó como uno de los pocos líderes serbobosnios con los que la comunidad internacional podía hablar. Sí, era un corrupto, claramente se había enriquecido de forma ilegal, nadie dudaba de ello. Pero en el enorme campo minado en el que se había convertido Bosnia-Herzegovina elegir era un lujo que nadie se podía permitir: era él o alguien que hubiera dado órdenes de masacrar a miles de personas.
Dodik jugó entonces el papel de conciliador, de mediador y creador de puentes porque es lo que le interesaba. Pero desde hace un tiempo todo ha cambiado. Ese mismo interés propio y, algunas fuentes aseguran que un cierto intento de pasar a los libros de historia, le lleva ahora a despertar los fantasmas del pasado bosnio, a agitar el discurso etnonacionalista hasta el extremo, alimentando la negación del genocidio y casuales explosiones de odio a lo largo del país. Todo eso se encarna en el proyecto secesionista para la República Srpska.
Bosnia nunca ha llegado a recuperarse de la guerra de los años noventa, protagonizada por la limpieza étnica y la violencia brutal contra los civiles y que concluyó con un acuerdo de paz que sirvió para frenar la matanza, pero también provocó que las dinámicas etnonacionalistas echaran raíces. En lo que todo el mundo coincide respecto a Dodik es en que, tenga o no intención de cruzar las líneas rojas y llevar a la República Srpska hacia la secesión y al país entero hacia la violencia, el líder serbobosnio arma un discurso cuya intención es aprovecharse del terror de una población que no ha superado la guerra, en un estado permanente de estrés postraumático.
Volodímir Zelenski, presidente ucraniano, lleva meses en una gira particular consistente en hablar ante prácticamente todos los parlamentos de occidente. Del Congreso de los Diputados, al parlamento italiano, belga, al Bundestag, la Eurocámara. El líder ucraniano ha llevado su discurso a prácticamente todos los foros. También al Consejo Europeo o a la cumbre de líderes de la OTAN. Pero en un pequeño parlamento en los Balcanes, el de la República Srpska, una de las dos grandes y altamente independientes entidades que componen Bosnia-Herzegovina, la historia es distinta. El que habla no es Zelenski, sino el embajador ruso en Bosnia, Igor Kalabuhov, nacido en el mismo Donetsk que ahora protagoniza la invasión rusa de Ucrania.
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