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Los 'leones africanos' de la economía se han quedado roncos antes de empezar a rugir
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Un duro 2021, poco margen en 2022

Los 'leones africanos' de la economía se han quedado roncos antes de empezar a rugir

Para la región del África subsahariana, se proyecta un crecimiento de apenas un 3,8% este 2022, uno de los peores del mundo, frente al 5% de los mercados desarrollados

Foto: Trabajadores de la construcción en la Gran Presa del Renacimiento Etíope. Imagen de archivo. (Reuters/Tiksa Negeri)
Trabajadores de la construcción en la Gran Presa del Renacimiento Etíope. Imagen de archivo. (Reuters/Tiksa Negeri)

“Este es el siglo de África. El futuro aparece brillante para el continente africano, y si hubo un momento para decir que África está al alza, es ahora”, afirmaba el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, en un discurso en septiembre de 2019. Aquel año, las economías africanas dibujaban un momento dorado. De los antiguos ‘tigres asiáticos’ —Corea del Sur, Singapur o Taiwán—, que multiplicaron su desarrollo en los 60-70 a base de industrialización y fábricas, los economistas apuntaban a los ‘leones africanos’, aupados también por un superciclo de las materias primas —minerales, hidrocarburos, alimentos—, la explosión en las manufacturas industriales y el gran proyecto de la entrada en vigor del Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano (o AfCFTA, por sus siglas en inglés), que daba origen a la mayor área de libre comercio del mundo. Hoy, dos de los más grandes ‘leones’, cuyo crecimiento económico aupaba al conjunto del continente, la liberalizada Etiopía y la petrolera Nigeria, se han quedado roncos antes de empezar siquiera a rugir.

Para la región del África subsahariana se proyecta un crecimiento de apenas un 3,8% este 2022, uno de los peores en el mundo, frente al 5% de los mercados desarrollados (usualmente, con menos margen de crecimiento) o al más del 6% de otros mercados emergentes y en desarrollo, según el Fondo Monetario Internacional. Unas cifras especialmente decepcionantes tras un difícil 2021 en el que la región no logró despegar y un 2020 dramático que registró un decrecimiento del 1,9%, la peor contracción jamás registrada. Por supuesto, las cifras país a país son muy dispares, pero la clave es que las grandes economías subsaharianas, como Nigeria, Sudáfrica y Angola (juntas suponen la mitad del PIB de la región), y otras como Etiopía, que llevaba años registrando los mayores crecimientos porcentuales del mundo, no parece que vayan a lograr levantar cabeza hacia un rebote en el crecimiento.

Foto: Un vial con la bandera sudafricana de fondo. (Reuters/Dado Ruvic)

La pandemia de coronavirus y la lenta vacunación de los países africanos (9% de la población), que ha enturbiado la buena aplicación del AfCFTA, prácticamente suprimido el turismo y afectado al comercio global, la multiplicación de la deuda, la inestabilidad y al menos seis golpes de Estado en un solo año (2021), pero también, en algunos casos, la incapacidad de encaminar las reformas de industrialización necesarias para aprovechar la necesidad global de manufacturas.

Etiopía sí estaba emprendiendo esas reformas. Durante la última década, Etiopía se ha mantenido como una de las economías de mayor y más rápido crecimiento del mundo, ha recibido miles de millones de dólares en inversión extranjera directa de EEUU y China, y ha sacado de la pobreza a más de 20 millones de personas. La liberalización de sectores clave del país y el modelo de desarrollo estatal ayudaron a expandir su economía de 10.000 millones en 2004 a 100.000 en 2019. Con una creciente industrialización, cada vez más empresas se fijaban en Etiopía con su promesa de fabricación barata ante el aumento de los costes salariales en Asia.

Ahora, la ‘promesa económica etíope’ se tambalea con una guerra civil que entra en su segundo año mientras lidia con una millonaria deuda pública, especialmente con China.

Foto: El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, durante la inauguración de una placa conmemorativa en Adís Abeba. (Getty)

El conflicto en la región norteña de Tigray entre las fuerzas rebeldes tigrinas y el Gobierno central en Adis Abeba ha dejado cicatrices de la guerra que se marcan en carreteras, puentes, plantas eléctricas y otras infraestructuras clave destruidas. La moneda local, el birr, se ha hundido algo más de un 30% en el último año. Las empresas extranjeras ya se han visto atrapadas en ese fuego cruzado: la producción de tres fábricas textiles en Tigray que abastecen a la cadena sueca H&M tuvo que detenerse, y China evacuó al menos a 500 trabajadores chinos en la región. La inversión extranjera ya está huyendo del país, y también algunos diplomáticos: a finales de año, la embajada estadounidense en Adis Abeba autorizó la salida voluntaria de parte del personal diplomático y sus familiares. Lo que iba a ser una campaña militar de unos meses ha terminado enquistándose y paralizando gran parte del país. La guerra ha afectado también a las cosechas: miles de agricultores han sido desplazados de sus tierras, dejándolas baldías en un país donde el sector agrícola supone cerca de la mitad de la economía.

El conflicto, incluida la prestación de asistencia humanitaria a un millón de personas desplazadas por los combates, y los efectos de la pandemia (especialmente en la industria del transporte aéreo, de la que Etiopía quería ser ‘hub’ regional) se suman a la creciente deuda externa, que ha pasado del 40% en 2010 al 60% en 2020, con China —que ha financiado carreteras, centrales eléctricas y ferrocarriles— como el mayor acreedor (el 40%), según la China Africa Research Initiative de la Universidad Johns Hopkins. "El problema que tiene Etiopía es que para poner en marcha en la última década un buen montón de proyectos de infraestructura el Gobierno se ha tenido que endeudar fuertemente. La caída de la actividad económica de las exportaciones en 2020 hace que Etiopía sea considerada una economía en alto riesgo de impago por el FMI", apunta el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador sobre economías africanas Artur Colom, pese al respiro de algunos mecanismos de congelación del pago de la deuda.

En 2019, Etiopía crecía al ritmo del 10%; este año se ha quedado en el 2%, la peor cifra junto con 2020 en los últimos 20 años. Sin el conflicto, el rebote de la demanda de productos industriales podría volver a catapultar Etiopía a crecimientos del 8%. "El contexto actual también implica, por un lado, una fragilidad en esa inversión en infraestructuras, que de repente pueden quedar destruidas, y es un desincentivo para atraer inversión directa, que no es el único factor, pero es importante, para poder impulsar la industrialización", apunta por su parte Elsa Aimé González, experta en África de la Universidad Pontificia Comillas. “Quieren destruir un país, no construirlo, convertir Etiopía en una Libia o Siria”, criticaba el primer ministro Abiy sobre los rebeldes.

Foto: Uno de los paquetes de ayuda china enviados a África. (Reuters)

La inestabilidad en Etiopía, que pese a eventuales protestas internas y tensiones interétnicas había sido vista como uno de los grandes 'países estables' del continente africano, es solo un ejemplo de la ola de inestabilidad que está sacudiendo la región. Solo en 2021, el continente ha sufrido seis golpes de Estado, una cifra que lo retrotrae a las décadas de entre 1960 y 2000, cuando África sufrió cerca de cuatro golpes de Estado al año. Con la llegada del nuevo siglo, la reintroducción de la política multipartidista a principios de la década de los noventa y la promesa de organismos multilaterales como la Unión Africana de no reconocer los cambios de Gobierno por esta vía, esa tendencia se truncó, entrando en una época de optimismo 'antigolpista' en el continente.

Sin embargo, en un contexto de declive democrático en todo el mundo, con la situación de seguridad en el Sahel también en deterioro y los amplios daños económicos (y de suministro) provocados por la pandemia de coronavirus que sacuden especialmente a los gobiernos más débiles, solo en el último año se han acumulado ya seis golpes de Estado (y diversas intentonas) en África, que amenazan con revertir el proceso de democratización del continente en las últimas décadas y convertir las asonadas militares en la 'nueva normalidad'. El hecho de que la mayoría de los golpes hayan resultado "exitosos" para los perpetradores, ante la escasa respuesta internacional, hace temer a los expertos que aumente el "efecto contagio". Quince de los 20 países que encabezan el índice de estados frágiles de 2021 están en África, desde Camerún a Sudán del Sur, Somalia, República Centroafricana o Etiopía, República Democrática del Congo o Nigeria.

Además de la inestabilidad social, se añade otro de los elementos clave de ese 'momentum' del 'Africa rising': "Ese crecimiento venía muy vinculado al 'superciclo' de las materias primas y a la demanda china, y eso ya no es el caso, se ha realentizado, y más con la pandemia de covid", puntualiza González.

Otro de los grandes perjudicados de la irrupción del coronavirus ha sido el Área de Libre Comercio Africana, que se prometía como uno de los grandes dinamizadores de, ya sí, una economía pujante africana. “Esto son proyectos de larguísimo plazo, sería injusto evaluar la zona de libre comercio con menos de dos años de funcionamiento y el covid por medio”, apunta Colom. El AfCFTA —con un mensaje muy político dentro de la narrativa de 'Africa rising'— se enfrenta además a enormes dificultades estructurales, como la falta de infraestructuras o la escasez del comercio intraafricano.

Foto: Protestas en Jartúm (Sudán) contra el golpe de Estado militar. (EFE)

En este escenario que apunta la pandemia, este 2022 serán precisamente “las grandes economías africanas las que sufrirán”, según 'The Economist', que señala específicamente a Nigeria, Angola y Sudáfrica.

Colom apunta a un detalle concreto: “Es muy interesante el caso de Etiopía, porque lo que hicieron desde principios de los dos mil fue intentar, en la medida de lo posible, las políticas activas asiáticas de Taiwán, Corea del Sur o China, y pusieron en marcha un programa serio de transformación estructural para incrementar la productividad. En cambio, en el caso de Nigeria, es un país que creció arrastrado por los altos precios del petróleo. Pero al no tener capacidad de poner en marcha políticas de diversificación productiva, más del 90% son petróleo y más de la mitad de los ingresos públicos dependen del petróleo”.

Pero ni el petróleo (si los precios suben en 2022) salva a Nigeria, la mayor economía de África subsahariana, de la actual crisis de seguridad que ha llevado a algunos a incluso catalogarla de “Estado fallido”. En el noreste, Boko Haram y otros grupos yihadistas. En el noroeste, bandidos armados mantienen una lucrativa industria de secuestros y extorsión a agricultores, bloqueando el acceso a sus tierras. En el sureste, los separatistas, protestas y huelgas contra el Gobierno central. Una tormenta perfecta que asusta a los negocios, algunos tan grandes como la petrolera Shell, que anunció que planeaba salir del país por la inseguridad, robos y sabotajes (aparte de un millonario caso judicial por diferentes vertidos). La respuesta política del Gobierno de Muhammadu Buhari ha sido errática, y aunque este 2022 aumenten los ingresos del petróleo, hay poco margen para una mayor diversificación de su economía.

Foto: Makoko, un pueblo pesquero en Lagos, Nigeria. (Michelle Van Demen)
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Fotos: Michelle Delgado Van Demen. Makoko (Nigeria) C. B.

El coronavirus no es el culpable de los problemas de la economía sudafricana, otra de las grandes del continente, pero tampoco ayuda, como ya demostró el descubrimiento de la variante ómicron en el país que generó un efecto dominó de bloqueos y cierres en un momento crítico para la industria turística. En 2019, Sudáfrica registraba su segunda recesión en dos años, y en 2020 el PIB se contrajo un 7%. La falta de reformas estructurales en una economía tremendamente desigual (de las peores del mundo) y el impacto del virus empujaron el desempleo por encima del 30%.

“Este es el siglo de África. El futuro aparece brillante para el continente africano, y si hubo un momento para decir que África está al alza, es ahora”, decía el sudafricano Ramaphosa. Quizá lo sea para Ruanda, Sheychelles, Ghana o Costa de Marfil, con las mejores prospecciones de crecimiento este 2022.

“Este es el siglo de África. El futuro aparece brillante para el continente africano, y si hubo un momento para decir que África está al alza, es ahora”, afirmaba el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, en un discurso en septiembre de 2019. Aquel año, las economías africanas dibujaban un momento dorado. De los antiguos ‘tigres asiáticos’ —Corea del Sur, Singapur o Taiwán—, que multiplicaron su desarrollo en los 60-70 a base de industrialización y fábricas, los economistas apuntaban a los ‘leones africanos’, aupados también por un superciclo de las materias primas —minerales, hidrocarburos, alimentos—, la explosión en las manufacturas industriales y el gran proyecto de la entrada en vigor del Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano (o AfCFTA, por sus siglas en inglés), que daba origen a la mayor área de libre comercio del mundo. Hoy, dos de los más grandes ‘leones’, cuyo crecimiento económico aupaba al conjunto del continente, la liberalizada Etiopía y la petrolera Nigeria, se han quedado roncos antes de empezar siquiera a rugir.

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