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¿Dolor o frío? Marruecos y la rebelión de los erizos que guardan las puertas de Europa
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Una difícil vecindad

¿Dolor o frío? Marruecos y la rebelión de los erizos que guardan las puertas de Europa

La UE cuenta con vecinos tan imprescindibles como incómodos. Gestionar la relación con ellos tras haberles otorgado la llave de los flujos migratorios es un reto para Madrid y Bruselas

Foto: Varios migrantes esperan para pasar la frontera entre Ceuta y Marruecos. (EFE)
Varios migrantes esperan para pasar la frontera entre Ceuta y Marruecos. (EFE)

Las dramáticas imágenes de 8.000 marroquíes cruzando a nado la frontera para entrar en Ceuta con el visto bueno -cuando no animados- por Rabat ha reabierto un debate tan antiguo como el propio Estrecho: ¿Cómo gestionar nuestra relación con Marruecos? Podríamos pensar que entre el “nuestra diplomacia con Marruecos debe ser muy 'fina'”, del exministro Javier Solana, y el “exigimos el despliegue del ejército y la expulsión de los invasores”, del líder de Vox Santiago Abascal, hay un término medio. En realidad, ese es el problema; que es casi imposible encontrarlo. Bienvenidos a la geopolítica de los erizos.

En lo más crudo del invierno, un grupo de erizos buscan acercarse unos a otros para darse calor y sobrevivir a las gélidas temperaturas del páramo. Pero pronto descubren que, cuanto más se juntan, más dolor se causan por las púas. Se alejan de nuevo, hasta que comienzan sentir el frío y otra vez vuelven a arrimarse. Los animales se ven obligados a ir ajustando su distancia hasta encontrar la separación más eficiente entre congelarse solos o sufrir juntos.

Este es el conocido como ‘dilema del erizo’, una parábola del filósofo alemán Arthur Schopenhauer -incluida en la obra ‘Parerga y paralipómena’ de 1851- con la que buscaba ejemplificar cómo, en una relación, a mayor cercanía, más probabilidad de causar dolor y a mayor distancia, más se sufre la angustia y la soledad. Esta encrucijada se ha aplicado a las relaciones personales, a la psicología social e incluso como metáfora poética, cuando Luis Cernuda escribía los versos: “Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo /Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos”.

Foto: Decenas de menores llegados solos a Ceuta esperan para hacerse las pruebas de covid. (EFE)

La metáfora es más que apropiada para comprender la crisis diplomática que entre Madrid y Rabat y, en general, la relación bipolar de Bruselas con la mayoría de los vecinos que guardan las fronteras de Europa, desde Turquía a Rusia. “Marruecos y España tienen que encontrar la distancia óptima para no pincharse ni pasar frío”, aseguraba el analista diplomático Pau Solanilla en un artículo para Agenda Pública.

Entonces, ¿dónde está ese virtuoso punto medio en el que poder convivir sin frío ni dolor? La respuesta es compleja y nunca será satisfactoria para las partes implicadas, porque implica meterte en los zapatos del otro en tiempos donde la polarización penaliza la empatía en discurso político como un signo de debilidad. Pero eso no implica que no se pueda -y sea deseable- buscar.

¿Un zar para Marruecos?

Comencemos con un, relativo, ‘mea culpa’. Madrid no ha sabido leer la situación y ánimo de su vecino más complejo y estratégico. La pandemia ha arrastrado a Marruecos a su primera recesión desde 1995 y la Unión Europea, con sus propios problemas entre manos, ha hecho mutis por el foro. Las primeras vacunas que llegaron al reino alauí fueron a través de China e India. No hubo reuniones, ni foros, ni llamadas. La cumbre de alto nivel España-Marruecos -mecanismo de más alto nivel para dirimir asuntos bilaterales- prevista para diciembre se canceló y ya suma seis años sin celebrarse. Llegó el frío.

Foto: La ministra de Relaciones Exteriores española, Arancha González Laya, junto a su contraparte marroquí, Nasser Bourita, en una visita a Rabat en enero. (Reuters)

Quizás por ello las autoridades españolas tampoco supieron valorar el cambio estructural que operó el reconocimiento de Estados Unidos sobre la soberanía marroquí del Sahara Occidental. Y, a su vez, minusvaloraron las potenciales consecuencias de traer en secreto al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para tratarse de covid en España -en vez de sopesar alternativas menos controvertidas, como el uso de un tercer país-. ¿Significa esto que España debió supeditar sus intereses y convicciones al gusto de Marruecos? En absoluto. Pero muestra que Madrid operaba a oscuras y no pudo anticipar la reacción marroquí.

“Con Marruecos se necesita fineza, se necesita discreción, se necesita que ellos se sientan relevantes en la relación”, explica Solanilla en una entrevista con El Confidencial. “Es decir, que haya personas de alto nivel político que atiendan las cuestiones de Marruecos en el día a día, no en los ratos libres o solo cuando haya una crisis. Los embajadores están muy bien, hacen su trabajo, pero no son suficientes para el nivel de relaciones o de potencial conflicto que tenemos con Marruecos”, asegura.

Esto es lo que en política anglosajona se conoce como la figura del ‘zar’, altos funcionarios investidos de amplios poderes para tratar temas concretos que tocan varias ramas de la administración, desde el narcotráfico en EEUU o las empresas en Reino Unido. Un punto de contacto permanente con capacidad de decisión para negociar o poner líneas rojas, cultivando una relación más directa y cercana.

¿Qué vecino queremos ser?

Pero antes de trazar esas líneas rojas y esos puntos negociables, primero deberíamos tener claro qué relación queremos tener con el vecino. Marruecos espera dos cosas de España. Primero, su respaldo en la arena europea para conseguir una relación más fructífera con Bruselas. Especialmente en lo relativo a la inminente resolución del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre los acuerdos comerciales entre Marruecos y la UE, que, como ya sucedió en 2016 y 2019, penden de un hilo por incluir el territorio del Sahara Occidental.

Y segundo, un cambio en el enfoque español del Sahara Occidental. España, con amplia influencia en esta materia como antigua potencia colonial y miembro del grupo de amigos del Sáhara, sería una pieza clave para redirigir el enfoque de Naciones Unidas hacia su plan de autonomía para el territorio dentro de la soberanía marroquí -una propuesta que otros aliados, como Francia, ya han respaldado, pero que el Frente Polisario rechaza-.

España todavía no se ha pronunciado sobre estas aspiraciones y, aunque no criticó directamente la decisión de Donald Trump sobre la marroquinidad del Sáhara el pasado diciembre, se apegó a su política de citar las resoluciones de la ONU para buscar una salida negociada -que pasa por un referéndum de autodeterminación que Rabat no va a permitir-. El Gobierno español todavía no ha dejado clara cuál es la línea roja aquí.

Foto: El ministro marroquí de Exteriores, Nasar Burita. (EFE)

¿Y qué esperan Madrid y Bruselas? Un aliado estable y seguro en los temas que más presión suponen para los políticos europeos. “Marruecos no duda en hacer ver lo necesario que el país es para la Unión en cuestiones de seguridad, contraterrorismo y control de la migración irregular cuando lo considera necesario”, explica Ángela Suárez, profesora de la Universidad de Salamanca y experta en política en el Norte de África, a El Confidencial.

Erizos tercerizados en la frontera

Cuando Marruecos sintió que España y la UE no cumplían su parte del trato, decidió dejar de cumplir la suya. El resultado se vio y vivió esta semana en la playa del Tarajal, una muestra de cómo el poder de presión de Rabat ha ido aumentando de forma exponencial en los últimos cinco años gracias a su control sobre la espita migratoria, que contiene flujos no solo del Magreb, sino de toda el África Subsahariana.

“Cuando Turquía en 2015 y 2016 sacó el rédito que sacó al controlar el flujo de refugiados sirios a las costas griegas, todos los países de la vecindad europea tomaron nota. Sería irracional que no lo hicieran”, explica Irene Fernández Molina, profesora de la Universidad de Exeter, a El Confidencial. “Esto coincidió con el cierre de las rutas migratorias del Mediterráneo Oriental y Central, lo que hizo que aumentara de forma importante el flujo migratorio a través de la ruta occidental, que es la de Marruecos-España”, agrega esta experta en el Norte de África y política exterior europea.

El problema no es único del Estrecho, sino que se repite en varias de las puertas de entrada a la Unión Europea -y al espacio Schengen sin fronteras-. Uno cuyo origen es común: la estrategia europea de externalizar su protección de fronteras. Una política que ha ido gradualmente concediendo más peso a gobiernos vecinos donde, más allá de las consideraciones morales y de derechos humanos, ha regalado una influencia desproporcionada en estos terceros países del sur.

“No solo la UE no consigue objetivos, sino que ha desembolsado ingentes cantidades de dinero público hacia otros países, en muchos casos no democráticos, que además utilizan su capacidad de desestabilización para conseguir objetivos políticos”, indica, por su parte, Ruth Ferrero-Turrión, profesora en la UCM e investigadora de la Universidad Complutense.

La sartén por el mango, pero para qué

Marruecos lleva tiempo diversificando su acción exterior, estrechando su relación con más países del África subsahariana, China y Rusia. Esta expansión diplomática, sumada al respaldo de Washington, ha abierto una ventana de oportunidad que el reino alauí quiere aprovechar. Con el precedente sentado por Erdogan, Rabat espera réditos directos cada vez mayores, tanto desde España como desde la UE.

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Sin embargo, Rabat es consciente de que necesita a Madrid y Bruselas. El Sáhara Occidental es un tema central y fuertemente simbólico, pero su principal interés continúa siendo estrechar los lazos de cooperación en materia económica, comercial e inversión extranjera directa. Es decir, Madrid sigue teniendo la sartén por el mango. Pero no tiene claro para qué.

“Por muy asertiva y beligerante que sea la política exterior marroquí, hay una dependencia económica persistente de la UE en su conjunto y especialmente de España. Está claro que estamos en una dinámica de escalada y dependiendo de cómo se maneje esta situación podremos ver distintos escenarios, pero no creo que estemos ante una situación de ruptura”, asegura Fernández Molina.

Foto: Soldados españoles en el Tarajal. (Reuters)

Schopenhauer dio su propia solución al dilema de los erizos. Según el filósofo alemán, de carácter agrio y faltón, era mejor el frío al dolor. “La necesidad mutua de calor solo queda satisfecha muy moderadamente; pero así la gente no se pincha”, dijo el autor epítome del pesimismo europeo. Algo que difícilmente podrá funcionar en nuestra crisis bilateral.

“La historia reciente muestra cómo los desencuentros entre España y Marruecos no benefician a ninguno de los dos países. La interdependencia es tal que una degradación de las relaciones políticas afecta a los intereses de unos y otros”, agrega Solanillas. “Nuestro vecino es un socio estratégico, por lo que hay que explorar nuevas fórmulas de garantizar esa relación sólida y duradera”. Prescindir del calor no es, por lo tanto, una opción viable. Pero mientras Madrid no encuentre la forma de aplacar a su aliado, todo lo que hallará del otro lado del Estrecho es la puntiaguda espalda marroquí.

Las dramáticas imágenes de 8.000 marroquíes cruzando a nado la frontera para entrar en Ceuta con el visto bueno -cuando no animados- por Rabat ha reabierto un debate tan antiguo como el propio Estrecho: ¿Cómo gestionar nuestra relación con Marruecos? Podríamos pensar que entre el “nuestra diplomacia con Marruecos debe ser muy 'fina'”, del exministro Javier Solana, y el “exigimos el despliegue del ejército y la expulsión de los invasores”, del líder de Vox Santiago Abascal, hay un término medio. En realidad, ese es el problema; que es casi imposible encontrarlo. Bienvenidos a la geopolítica de los erizos.

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