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Despacho Global | Por qué Moscú no echará de menos a Trump (si pierde las elecciones)
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ELECCIONES EEUU 3 NOVIEMBRE

Despacho Global | Por qué Moscú no echará de menos a Trump (si pierde las elecciones)

Pese a la retórica conciliadora e incluso halagadora del presidente norteamericano hacia su homónimo ruso, los hechos demuestran que Moscú no ha logrado capitalizar este recurso

Foto: Putin y Trump en un encuentro del G20. (Reuters)
Putin y Trump en un encuentro del G20. (Reuters)
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Una broma recurrente entre los moscovitas dice que “los rusos pueden influir en las elecciones de cualquier país del mundo, salvo en las de Rusia”. Como en las mejores bromas, hay en ella tanto de jocoso como de cierto. La realidad es que la injerencia de potencias globales o regionales en los comicios de terceros países no son nada nuevo, ni tan siquiera algo propio exclusivamente de Rusia. Sin embargo, la naturaleza y objetivo de la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016 hizo inevitable que todos los focos se pusieran en Moscú.

Los informes de inteligencia que, ya sea por filtraciones o por haber sido desclasificados, han llegado al dominio público en Estados Unidos, son de extremada gravedad. Por un lado, la fábrica de trolls de San Petersburgo creó y distribuyó noticias falsas para perjudicar a la candidata demócrata Hillary Clinton y reducir sus posibilidades de imponerse al candidato preferido del Kremlin en 2016, Donald Trump. Por el otro, hackers rusos bajo el paraguas de los servicios de inteligencia rusos lanzaron numerosas operaciones de reconocimiento contra la estructura electoral norteamericana tratando de identificar vulnerabilidades. ¿Por qué los rusos actuaron con tanta asertividad entonces y parecen mantener un perfil bajo en esta campaña?

Foto: Boris Johnson y Donald Trump. (Reuters)

La sombra de la injerencia rusa

Hoy sabemos que Moscú gastó unos 100.000 dólares en anuncios publicitarios que, si bien podrían haber llegado a más de 100 millones de norteamericanos, quedan muy lejos de los 94 y 132 millones de dólares que Donald Trump y Hillary Clinton gastaron respectivamente en sus campañas. Lo más probable es que el impacto fuera bastante limitado, pero dado el pequeño margen con el que Trump se impuso a Clinton en varios estados clave, hablando en rigor no podemos excluir la posibilidad de que, sin el apoyo del Kremlin, Trump hubiera perdido las elecciones.

James Williams —originario de Seattle y residente en Moscú—, es un investigador del Oxford Internet Institute y autor del libro 'Stand Out of Our Light: Freedom and Resistance in the Attention Economy'. Williams se muestra escéptico sobre el verdadero impacto que la injerencia rusa tuvo en las elecciones. “Es muy complicado evaluar el impacto real. No obstante, estudios del Oxford Insternet Institute muestran que desde 2016, ha habido un aumento de la actividad de estas cuentas, que buscan entre otras cosas polarizar a la sociedad norteamericana”, sostiene, en conversación con El Confidencial.

Foto: "¿Adicto a la masturbación? Jesús puede ayudarte".

Añade Williams que “el problema es que este tipo de propaganda se mueve dentro de la economía de la atención. Es decir, estas plataformas están diseñadas precisamente de tal forma que exista una competencia por la atención de la gente, pulsar los botones adecuados en las personas para que vayan a Starbucks o voten por un partido político concreto. Por supuesto, debe haber mecanismos que bloqueen el comportamiento inauténtico [como el de los trolls], pero este no dejará de existir, porque el problema no es tanto los jugadores como las reglas del juego”.

Además de la actividad en redes, tanto en los años previos como en los posteriores a las últimas elecciones presidenciales, los rusos han estudiado en profundidad la legislación y el sistema electoral estadounidense, así como su infraestructura y vulnerabilidades. Grupos conocidos de hackers, dirigidos por el FSB, GRU y SVR (los tres servicios de inteligencia principales del país), llevaron a cabo estas operaciones en cada uno de los 50 estados que conforman los EEUU. Los informes de inteligencia coinciden en que la mayor parte de las operaciones eran de reconocimiento y, en el peor de los casos —como en Illinois— los hackers consiguieron hacerse con los datos personales de cientos de miles de residentes con derecho al voto. Es decir, todo indica que la información recopilada pretendía ser almacenada para su potencial uso en el futuro, o quizás, para sembrar el caos en caso de una victoria de Hillary Clinton.

¿Trump, el candidato del Kremlin?

En 2016, no había ninguna duda de que Trump era la opción preferida de Moscú. Durante la administración Obama, Trump intercambió elogios en numerosas ocasiones con el presidente ruso, Vladimir Putin, con quien dijo que “podría llevarse bien”. En diciembre de 2015, frente a alegaciones de que Putin había ordenado la ejecución de periodistas rusos, Trump respondió que “nuestro país también mata mucho”. De hecho, uno de los efectos inmediatos de esta retórica fue un incremento de la popularidad de Putin en EEUU. En febrero de 2017 (unos meses tras la victoria de Trump), el Pew Research Centre publicaba los resultados de un sondeo sobre la actitud de los estadounidenses hacia Putin. El porcentaje que declaraba tener una opinión positiva del presidente ruso había aumentado del 13% en 2015 al 22%.

Hillary Clinton, en cambio, estaba en la lista negra del Kremlin desde hacía tiempo por sus constantes críticas a Putin tanto en política exterior como dentro de Rusia. Cuando en 2011 se desataron protestas masivas en Moscú en lo que constituye uno de los momentos más difíciles para las élites rusas en los últimos veinte años, Putin acusó a la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton de estar detrás de las mismas.

En 2016 existía la esperanza de que seríamos capaces de dejar atrás la confrontación con EEUU sin hacer concesiones en Ucrania, Siria, Europa...

No es de extrañar por lo tanto que en Moscú se destinaran recursos para apoyar al candidato republicano. Dmitri Suslov, profesor de relaciones internacionales en la Escuela Superior de Economía de Moscú y miembro del Club Valdai —el think tank pro-Kremlin más relevante del país— participa en las discusiones que modelan la línea política del país en materia exterior. Interpelado por El Confidencial, Suslov confirma que en 2016 “existía la esperanza de que seríamos capaces de dejar atrás la confrontación de los últimos años con EEUU sin hacer concesiones en Ucrania, Siria, Europa, etc. Trump había mostrado un instinto más realista y menos ideológico durante su campaña, además del compromiso de reducir el intervencionismo en el exterior”.

'Victoria' desperdiciada

Sin embargo, a pesar de una retórica conciliadora e incluso halagadora del presidente norteamericano hacia su homónimo ruso, los hechos demuestran que Moscú no ha logrado capitalizar este recurso. En gran medida, el continuo escrutinio de vínculos presentes y pasados de individuos asociados con Donald Trump y élites rusas (el informe Mueller) han puesto palos en las ruedas del ejecutivo americano en cada conversación con Moscú.

Además, Trump ha tensado sus relaciones no solo con adversarios como China, sino también con sus propios aliados, incluyendo la UE. Los numerosos escándalos y exabruptos en los que ha incurrido en estos años lo han convertido paulatinamente a ojos de los líderes europeos en una caricatura con la menor autoridad diplomática que un presidente de EEUU puede tener. En consecuencia, su tan pregonada pretensión de readmitir a Rusia en el G-7 y en otros foros internacionales no ha sido tomada en serio por aquellos aliados que no estuvieran ya dispuestos a ello, como Francia.

Foto: Donald Trump y Xi Jinping, en una imagen de 2019. (Reuters)

Por si no fuera poco, la administración Trump ha impuesto nuevas sanciones contra sujetos y entidades en la Federación Rusa. En estos casos la iniciativa no ha venido directamente del presidente Trump, quien en enero de 2019 llegó incluso a retirar las sanciones contra tres empresas rusas contraladas por el oligarca ruso Oleg Deripaska. Sin embargo, en términos generales, su oposición no ha sido suficiente para evitar que nuevas sanciones entren en vigor.

Por ejemplo, la publicación de los informes de inteligencia sobre la injerencia rusa provocaron el año pasado la reacción de Washington. John Bolton, entonces consejero de Seguridad Nacional de la administración Trump, anunció que EEUU había instalado malware en el sistema eléctrico ruso con un enorme potencial dañino como respuesta a la asertividad y ataques cibernéticos de Moscú contra infraestructura estadounidense. El encargado de la operación fue el General Paul Nakasone, responsable del Cibercomando del Ejército de los Estados Unidos, que ya había trabajado previamente en un plan secreto de contención contra Irán que incluía desconectar al país de la red eléctrica en caso de guerra. Fuentes en la Casa Blanca confirmaron entonces que esta agresiva operación contra Rusia se había llevado a cabo sin el conocimiento del presidente.

En consecuencia, en el Kremlin, la sensación general con respecto a Trump desde hace ya años es de decepción. Suslov explica que “cuatro años después, hemos llegado a la conclusión de que la situación doméstica en EEUU hace imposible cualquier diálogo constructivo con Rusia. El factor ruso se ha convertido en un arma arrojadiza para los demócratas contra Trump que hace imposible cualquier tipo de cooperación. De manera similar, Obama era torpedeado por los republicanos cuando trataba de reestablecer las relaciones con Rusia. Creíamos que con Trump esto cambiaría, pero no ha sido así. Mientras se mantenga esta polarización política en EEUU, importa bastante poco quién sea el presidente”.

Biden vs Trump: una visión pragmática

La campaña electoral ideal para el Kremlin habría sido entre Donald Trump, un populista de derechas, y Bernie Sanders, autodeclarado socialista democrático, que habría centrado su campaña en temas controvertidos y que producen mucha división entre los estadounidenses, como es el 'Medicare for All'. Biden es en cambio, una versión más moderada de Hillary Clinton, pero también proveniente del “deep state”. Es decir, los rusos esperan con Biden una política exterior tradicional, con cierto margen para encontrar espacios para el compromiso. Por ejemplo, Biden se ha mostrado partidario de extender el tratado de reducción de armas nucleares Nuevo START, que caduca en febrero del año que viene, y cuyas negociaciones se encuentran en un punto muerto.

Dmitry Suslov confiesa que “las demandas de Trump para extender el tratado han sido inaceptables para Rusia, peores incluso que dejarlo simplemente morir”. Trump ha reiterado en numerosas ocasiones la necesidad de incluir a China en el tratado. “Nosotros consideramos que, puestos a hacerlo multilateral, las principales potencias nucleares deberían participar, incluyendo a Francia y Reino Unido, pero EEUU se niega. Es más, los estadounidenses quieren regular con el tratado las armas nucleares no estratégicas, en las que Rusia tiene una gran ventaja. No obstante, se niega a incluir armas cibernéticas o armas convencionales de gran precisión, que tienen mayor riesgo a día de hoy de desencadenar un conflicto nuclear”.

La cuestión del Nuevo START ha vuelto a la agenda de la campaña presidencial después de que Putin dijera la semana pasada que veía posible llegar a un acuerdo sobre el tema con el candidato demócrata. Trump se ha visto forzado a anunciar que tratará de llegar a un acuerdo con Moscú antes de las elecciones y ahora trabaja a contrarreloj, colocando a los rusos en una posición de poder en la mesa de negociación.

Foto: Protestas de la oposición en Kirguistán. (EFE)

En el Kremlin, los halagos a Putin y la consecuente narrativa que retrata a Trump como un títere (o “cachorro”, en palabras de Biden) del presidente ruso son vistos con buenos ojos pero no compensan el bloqueo diplomático. Ahora bien, la reticencia de Trump a contener a Rusia en el espacio posoviético en un momento en el que se producen protestas masivas en Bielorrusia, una revolución en Kirguistán y guerra entre Armenia y Azerbaiyán, adquiere mucho valor añadido.

En todo caso, sin una apuesta clara por Biden o Trump, el Kremlin carece de incentivos para injerir activamente en las elecciones de este año. Más aún cuando las encuestas muestran como claro vencedor a Joe Biden. Los trolls rusos siguen activos, aunque se decantan cada vez más por asuntos divisivos como el derecho a portar armas o el Black Lives Matter, en lugar de apoyar a un determinado candidato. Por el contrario, tras haberse intensificado durante los últimos años, los ataques por parte de hackers rusos contra infraestructura electoral o crítica parecen haber dado un respiro durante la campaña. Primero, porque estas operaciones entrañan grandes riesgos. Segundo, porque el pragmatismo se ha impuesto en Moscú, y apreciando pros y contras en ambos candidatos, en el Kremlin han concluido que Trump no sería una gran pérdida.

Una broma recurrente entre los moscovitas dice que “los rusos pueden influir en las elecciones de cualquier país del mundo, salvo en las de Rusia”. Como en las mejores bromas, hay en ella tanto de jocoso como de cierto. La realidad es que la injerencia de potencias globales o regionales en los comicios de terceros países no son nada nuevo, ni tan siquiera algo propio exclusivamente de Rusia. Sin embargo, la naturaleza y objetivo de la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016 hizo inevitable que todos los focos se pusieran en Moscú.

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