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Las lecciones de cuarentenas pasadas: qué nos han enseñado que podamos aplicar hoy
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4 PRINCIPIOS QUE NO PODEMOS OLVIDAR

Las lecciones de cuarentenas pasadas: qué nos han enseñado que podamos aplicar hoy

Son muchos los estudios que han analizado los efectos de un aislamiento prolongado. Estas son algunas enseñanzas que podemos extraer del SARS, el MERS o el ébola

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Foto: EFE.

En 2003, el estallido de la epidemia del SARS provocó que cientos de trabajadores de los hospitales de Pekín estuviesen expuestos al virus, algunos de los cuales tuvieron que pasar un periodo en cuarentena. Tres años después, un grupo de psicólogos analizó su estado mental. Aunque había pasado bastante tiempo, alrededor de un 10% de ellos aún sufría estrés postraumático, un porcentaje que llegaba a triplicarse entre los confinados.

En 2007, Australia fue sacudida por una epidemia de gripe equina como no se había visto nunca antes. La mayor parte de los confinados fueron granjeros o personas pertenecientes al sector de la industria de los caballos, cuyos ingresos dependían de su salud. Más de un tercio sufrieron problemas psicológicos que necesitaron intervención externa, y el 14% del total de los consultados sufría una afección que podía encajar con algunas de las descripciones del DSM-IV, la guía psicológica por excelencia.

En 2009, la gripe A se convirtió en una de las últimas grandes pandemias precoronavirus, y obligó a familias en muy distintos rincones del planeta a aislarse, desde Canadá hasta Corea del Sur. Una investigación publicada cuatro años después descubriría que los niños confinados tenían una puntuación en los exámenes de estrés postraumático cuatro veces superior a los que habían podido salir de casa. También ocurría con los adultos: un 28% podía ser candidato a sufrir un problema mental frente al 6% general.

La experiencia en Corea del Sur, Canadá, China, Liberia o EEUU es muy parecida: reaccionamos mal, a través de estrés, confusión y furia

Estos son tres de los cerca de 3.166 estudios que, según un grupo de investigadores del King’s College de Londres, existen sobre la influencia psicológica de las cuarentenas. De ellos, han seleccionado los 24 más comprensivos para dibujar un mapa global de las cuarentenas pasadas que acaba de ser publicado en ‘The Lancet’. Desde Canadá hasta Taiwán, pasando por Corea del Sur, Sierra Leona, China, Liberia, EEUU o Suecia, ya sea el SARS, la gripe A, el ébola o el síndrome respiratorio de Oriente Medio, todos somos igual de humanos en todas partes. Lo que quiere decir, en román paladino, que en todas partes del mundo se reportaban sentimientos psicológicos negativos. Por lo general, estrés postraumático, confusión y furia.

“La cuarentena es a menudo una experiencia desagradable para aquellos que tienen que vivirla”, recuerdan los autores, con Samantha K. Brooks a la cabeza. “La separación de los seres queridos, la pérdida de libertad, la incertidumbre sobre el estado de la enfermedad y el aburrimiento pueden, en ocasiones, producir efectos dramáticos”.

No se trata únicamente de las consecuencias psicológicas anteriormente citadas, sino también de un potencial aumento en los suicidios —un estudio publicado en ‘Disaster Medicine and Public Health Preparedness’ citaba dos casos al comienzo de la epidemia del SARS, en uno de los cuales se consiguió evitar a tiempo que un paciente del hospital saltase por la ventana— o en las disputas judiciales.

Es lo que ocurrió con Kaci Hickox, que demandó al gobernador de Nueva Jersey Chris Cristie después de que se le obligase a permanecer en cuarentena por el ébola contra su voluntad “inconstitucionalmente”. Otros tiempos, aunque fuese hace apenas cinco años.

Lección 1: cuidado con los factores agravantes

Síntomas psicológicos generales, perturbaciones emocionales, depresión, estrés, ánimo bajo, irritabilidad, insomnio, síntomas de estrés postraumático, furia y cansancio emocional. Sobre todo, ánimo bajo e irritabilidad. También entre aquellos que habían estado en contacto con algunos de los contagiados por SARS mostraban miedo (más del 20%), nerviosismo y tristeza (18%) y culpa (10%). En algunos casos, había también respuestas esperanzadoras. Aunque fuese menos de un 5%, también aparecían sentimientos de alivio y felicidad.

Una de las quejas más habituales durante la epidemia de SARS era que las autoridades habían proporcionado comida, pero solo al principio

Hay varios tipos de factores estresantes. Por un lado, aquellos que estaban ya en juego cuando entraba la cuarentena, como una hipotética depresión del confinado. Por otro, la duración —como ocurría en el estudio de Toronto del que hablamos aquí—, los síntomas de estrés postraumático se disparaban entre el día 10 y las primeras dos semanas de aislamiento; el miedo a la infección (comenzar a sentir síntomas disparaba el malestar, especialmente entre las embarazadas o con niños pequeños) o la frustración (a la hora de participar en las actividades cotidianas) y el aburrimiento.

Otros dos factores que influían en la mala cuarentena era no disponer de acceso a bienes básicos, como comida, ropa o medicinas. Una de las quejas más habituales durante el confinamiento del SARS en Toronto era que si bien las autoridades habían abastecido a los confinados durante las primeras etapas de la reclusión, este apoyo se había reducido a medida que pasaba el tiempo. La clave final es la información:

Foto: Foto: Reuters/Juan Medina.

“Después de la epidemia del SARS en Toronto, los participantes percibieron una confusión que emanaba de las diferencias en estilo, enfoque y contenido de varios mensajes de salud pública a causa de una mala coordinación entre las distintas jurisdicciones y niveles del gobierno implicados”, explican los autores. “La falta de claridad sobre los distintos niveles de riesgo, en particular, condujo a que los participantes temiesen lo peor”.

Lección 2: que el dinero no tarde

Una vez la cuarentena había concluido, la mayor preocupación de los participantes era su estabilidad financiera: las consecuencias económicas se encuentran entre las más duraderas. Volviendo a la epidemia de gripe equina, aquellos australianos cuyos trabajos dependían de dicha industria tenían el doble de posibilidades de sufrir problemas mentales que los que habían estado confinados pero trabajaban en otro sector. Al fin y al cabo, lo que estaba muriendo era su forma de vida.

Aquellos que vivían con ingresos de menos de 25.000 euros anuales (al cambio) mostraban más síntomas de estrés

Muy tarde y muy poco, fue la respuesta que algunos de los beneficiarios de las ayudas durante la crisis del ébola en Senegal dieron cuando se les preguntó si habían recibido lo suficiente. Incluso en países ricos, como en Toronto, donde los ingresos tardaron en llegar, para aquellos que no tenían el colchón económico suficiente, el período de cuarentena había sido particularmente doloroso. Aquellos que vivían con ingresos de menos de 25.000 euros anuales (al cambio) mostraban más síntomas de estrés.

En este caso, quizá sea mucho menos probable que ocurra ninguna clase de estigmatización, ya que todos estamos confinados. En el pasado, era uno de los problemas más acuciantes. Estar confinado por ser médico o enfermera generaba un cierto malestar entre la familia, que pensaba que quizá tu trabajo era demasiado peligroso, y por lo general, generaba cierto rechazo social. El efecto más peligroso, que muchos de los que comenzaban a sentir síntomas de enfermedades respiratorias preferían no comunicarlo.

Lección 3: el peligro de no ver el futuro

Si bien la mayoría de sociedades han comprendido de la manera más dura la necesidad de imponer el autoconfinamiento, el trabajo, que comenzó a redactarse cuando el coronavirus era una epidemia que apenas había salido de Wuhan, refleja la dualidad que supone toda cuarentena. “Los potenciales beneficios de una cuarentena masiva necesitan ser sopesados cuidadosamente contra los posibles costes psicológicos”, recomiendan los autores.

placeholder Es mejor poner un límite... ¿o no? (EFE)
Es mejor poner un límite... ¿o no? (EFE)

“El uso exitoso de la cuarentena como una medida de salud pública nos exige reducir, en la medida de lo posible, los efectos negativos asociados con la misma”. Es posible, por lo tanto, que a día de hoy las recomendaciones de los autores puedan parecer naífs. Por ejemplo, cuando recuerdan que una de las medidas para mitigar estos efectos es “acortarlo todo lo posible”. “Restringir la longitud de la cuarentena a lo científicamente razonable dada la duración conocida de los períodos de incubación y no adoptar un enfoque abiertamente preventivo minimizaría el efecto entre la gente”.

Los autores citan concretamente el ejemplo de Wuhan y desaconsejan tratar con plazos indefinidos. “Nuestra evidencia también enfatiza la importancia de que las autoridades se adhieran a su propia longitud de cuarentena, y que no la extiendan”, proponen. “Para las personas ya en cuarentena, una extensión, no importa lo pequeña que sea, es probable que exacerbe cualquier sentimiento de frustración o desmoralización. Imponer un cordón policial indefinidamente en ciudades enteras sin un límite de tiempo claro [como se ha visto en Wuhan, China] puede ser más nocivo que los procedimientos de cuarentena limitados al período de incubación”.

Hacer que la gente sepa que está ayudando a los demás contribuye a mitigar los efectos negativos

Como la alternativa, recuerdan, suele ser peor, es necesario adoptar ciertas medidas para que “la experiencia sea tolerable para la gente”. A saber: explicar lo que está ocurriendo, por qué, comunicarles cuánto tiempo va a continuar, proporcionar actividades “significativas” para que realicen durante la cuarentena, comunicar claramente, garantizar los suministros básicos (como la comida, el agua o medicinas) y reforzar el sentido de altruismo que las personas, en su derecho, deberían sentir.

Esa es una de las claves del estudio: el altruismo.

Lección 4: hacer lo correcto para sentirse bien

Si bien no existen estudios concretos sobre las diferencias entre cuarentenas obligadas y voluntarias, los autores sí recuerdan que muy probablemente la sensación de estar haciendo algo altruista, en beneficio de los demás, mejorará la salud mental una vez el confinamiento haya terminado. “En otros contextos, sentir que los demás se beneficiarán de dicha situación probablemente hace que la situación sea más fácil de llevar, y eso probablemente se aplique a la cuarentena”, recuerdan los autores.

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Foto: EFE.

“Reforzar que la cuarentena está contribuyendo a que los demás estén a salvo, incluyendo los más vulnerables (como los recién nacidos, los mayores o aquellos que sufren problemas médicos preexistentes), y que las autoridades sanitarias están de verdad agradecidas, puede ayudar a mitigar el efecto en la salud mental de los aislados”, añaden.

Es lo que ocurrió en China, después del SARS, donde los médicos que habían trabajado en plena epidemia sufrían más si eran solteros o se sentían de riesgo de contagio, y su único factor mitigador era la sensación de haber aceptado dicha responsabilidad sin esperar nada a cambio. Lo corroboraba otra investigación, que recordaba que el impacto mental de la cuarentena estaba mediado por las percepciones de los confinados, por lo que percibir que se está salvando a los demás es un factor atenuante.

Una buena noticia: en un estudio que acompañó a los confinados meses después de su liberación, la ansiedad y la furia se redujeron en más de la mitad

Los estudios recogidos raramente dan buenas noticias, con una excepción, a la que podemos agarrarnos como si fuese un clavo moral. Se trata del realizado en Corea del Sur entre los pacientes del MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) durante 2015. Una vez más, el panorama es el conocido —ansiedad en un 7,6%, furia en un 16,6%—, pero ambos porcentajes descendieron sensiblemente entre cuatro y seis meses después del final del confinamiento a más de la mitad (un 3,6% y un 6,4%, respectivamente).

La esperanza es que es el único de los estudios recogidos que había realizado un seguimiento de la salud mental de los pacientes después de realizar la encuesta, y los resultados habían variado enormemente en muy poco tiempo. Es posible que hoy lo pasemos mal, pero, para la mayoría, terminarán viniendo tiempos mejores.

En 2003, el estallido de la epidemia del SARS provocó que cientos de trabajadores de los hospitales de Pekín estuviesen expuestos al virus, algunos de los cuales tuvieron que pasar un periodo en cuarentena. Tres años después, un grupo de psicólogos analizó su estado mental. Aunque había pasado bastante tiempo, alrededor de un 10% de ellos aún sufría estrés postraumático, un porcentaje que llegaba a triplicarse entre los confinados.

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