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72 horas para matar a Soleimani: Trump, ante la decisión más arriesgada de su vida
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la operación casi causa una guerra con irán

72 horas para matar a Soleimani: Trump, ante la decisión más arriesgada de su vida

Aquel primer ataque llegó de forma inesperada. El pasado 27 de diciembre, poco después de la puesta de sol, un vehículo militar se aproximó con cautela

Foto: Manifestante contra el asesinato del general iraní Soleimani. (Reuters)
Manifestante contra el asesinato del general iraní Soleimani. (Reuters)

Aquel primer ataque llegó de forma inesperada. El pasado 27 de diciembre, poco después de la puesta de sol, un vehículo militar se aproximó con cautela a la base K1 en la conflictiva ciudad iraquí de Kirkuk, a 250 kilómetros al norte de Bagdad. Se colocó en posición. A las 19:30 horas, el vehículo, portador de una batería lanzacohetes Katyusha, disparó 31 proyectiles de 107 milímetros contra una base que acogía a un centenar de instructores militares estadounidenses y de otros países. Nawres Walid Hameed, un contratista e intérprete norteamericano de origen iraquí, murió en el bombardeo. Varias personas más resultaron heridas.

La operación era parte de un patrón de hostigamiento por parte de las milicias iraquíes respaldadas por Irán contra las fuerzas estadounidenses. Un nuevo intento de ejercer presión ante unas sanciones económicas que están llevando a la economía iraní al colapso. Esta vez, sin embargo, la ofensiva desencadenaría una serie de acontecimientos que acabarían poniendo a Irán y a EEUU al borde de la guerra. Unas tensiones que, pese a la reciente desescalada, todavía no se han disipado del todo. Estos días han emergido numerosos detalles sobre aquellas vertiginosas jornadas gracias a las investigaciones de varios medios, tanto estadounidenses como de otros países, que han permitido a El Confidencial reconstruir aquellas horas trepidantes.

Al principio, tanto los soldados sobre el terreno como la inteligencia militar de EEUU pensaron que los responsables del ataque habían sido miembros de un Estado Islámico en reconstrucción, muy activos en la zona. Sin embargo, en pocas horas, los investigadores llegaron a una conclusión diferente: detrás de la embestida estaba, con toda probabilidad, una poderosa milicia llamada Kataib Hezbolá, una de las principales herramientas de Teherán en suelo iraquí. Había elementos para sospecharlo.

Foto: El comandante Qassem Soleimani. (Reuters)

A mediados de octubre, los servicios de inteligencia habían detectado una reunión entre los comandantes de las principales milicias pro-iraníes de Irak y Qasem Soleimani, el legendario comandante de la Fuerza Quds, la rama de operaciones en el extranjero de la Guardia Revolucionaria iraní. El encuentro se produciría en una villa a orillas del río Tigris, no muy lejos de la Embajada de EEUU en Bagdad. Según han relatado varias fuentes de seguridad iraquíes y estadounidenses a la agencia Reuters, Soleimani había dado instrucciones a estas milicias para que aumentasen las ofensivas contra objetivos estadounidenses. Operativos iraníes llevaban semanas introduciendo armamento a través de la frontera iraquí, incluyendo cohetes Katyusha y pequeños misiles unipersonales capaces de derribar helicópteros.

El plan era provocar una respuesta militar estadounidense que permitiese canalizar las iras de la población contra Washington. El momento era crítico. En Irak, la población llevaba semanas en las calles exigiendo la salida del primer ministro Adel Abdul Mahdi, muy cercano a Teherán. Irán es visto cada vez más como otra fuerza ocupante en el país. La represión a manos de las milicias pro-iraníes, que para entonces ya se había cobrado más de un centenar y medio de muertos, no había conseguido aplacar las protestas. Había que actuar: Soleimani ordenó a Kataib Hezbolá encargarse de formar una nueva milicia con miembros de bajo perfil, que fuese "difícil de detectar para los estadounidenses".

Muchos le odiaban profundamente. Pero pocos con tanta intensidad como el Secretario de Estado, Mike Pompeo

Qasem Soleimani, el "comandante de las sombras", era un viejo conocido de EEUU. Tras la invasión de Irak, sus fuerzas habían instruido a la insurgencia en técnicas de guerrilla y explosivos improvisados, que habían causado numerosas bajas entre las filas norteamericanas. El Pentágono le consideraba responsable de la muerte de más de medio millar de soldados estadounidenses. Su nombre era poco conocido para el gran público fuera de Irán, pero todos los oficiales de EEUU que habían servido en Oriente Medio habían oído hablar de él. Muchos le odiaban profundamente. Pero pocos con tanta intensidad como el Secretario de Estado, Mike Pompeo.

La opción más extrema

Tras conocerse el ataque en Kirkuk, la Casa Blanca pidió al Pentágono que le presentase al presidente Donald Trump un abanico de posibles respuestas. Entre los planes propuestos estaba hundir barcos iraníes, bombardear instalaciones de misiles o atacar campamentos de las milicias en Irak. Pero el más radical era matar al mismísimo general Soleimani. Una posibilidad que también había estado antes en la mesa de George W. Bush y Barack Obama, pero que ambos habían rechazado por las potenciales consecuencias.

Trump gozó de un plazo de 24 horas para tomar la decisión. El abanico de opciones funcionaba según un viejo truco de los asesores militares. La lógica, según explica 'The New York Times', era que al presentar una opción considerada como demasiado extrema el presidente se inclinaría por una más moderada. Era lo que había hecho el Secretario de Defensa James Mattis en abril de 2017, tras el ataque químico en la localidad siria de Jan Sheijún. Trump había reaccionado visceralmente a las imágenes de las víctimas que le mostró su hija Ivanka. Su primer impulso fue ordenar el asesinato de Bashar Al Assad. "Matemos a ese hijo de perra", habría dicho. En lugar de eso, Mattis logró convencerle de los riesgos que eso implicaba. El presidente norteamericano optó entonces por una operación con misiles contra la base aérea de Sharyat, desde donde se habían lanzado los ataques químicos.

La CIA creía que matar a Soleimani mejoraría, no debilitaría, la seguridad en Oriente Medio

Al presidente se le explicaron las ventajas e inconvenientes de cada opción. Gina Haspel, la directora de la CIA, no se pronunció ni a favor ni en contra de matar a Soleimani, pero dejó caer que la amenaza que el general representaba era mayor que la que supondría la respuesta iraní. Haspel, de hecho, predijo que Teherán probablemente se vengaría atacando con misiles instalaciones militares estadounidenses en la región. "Funcionaros que escucharon su análisis salieron con la clara impresión de que la CIA creía que matarle mejoraría, no debilitaría, la seguridad en Oriente Medio", relata 'The New York Times'.

El 28 de diciembre, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor de EEUU, y el Secretario de Defensa, Mark Esper, visitaron a Trump en su residencia en Mar-a-Lago. El presidente había tomado una decisión: atacarían a Kataib Hezbolá en su territorio. Horas después, tres campamentos de las milicias en Irak y otros dos en Siria fueron bombardeados por la fuerza aérea estadounidense.

Solo podemos especular con la reacción de Soleimani, pero lo cierto es que su plan había fracasado. Pocos en Siria, y menos aún en Irak, lloraron por los milicianos caídos. Pero si no se producía una insurrección espontánea contra los estadounidenses en Bagdad, siempre se podía orquestar una. Soleimani cometió entonces el mayor error de toda su carrera, uno que le costaría la vida: ordenó que las milicias se preparasen para asediar la Embajada de EEUU en el país.

placeholder Mike Pompeo. (Reuters)
Mike Pompeo. (Reuters)

El hombre que odiaba Soleimani

La animadversión de Mike Pompeo hacia Soleimani venía de lejos, al menos una década. Aunque no ha servido en el ejército, el Secretario de Estado estudió en West Point, donde cultivó numerosas amistades en las fuerzas armadas. Mark Esper había sido su compañero de clase en la prestigiosa academia militar. Conocía de primera mano los relatos sobre los estragos que los explosivos improvisados causaban entre las tropas en Irak. Pompeo —a quien muchos consideran un islamófobo— era un férreo detractor del acuerdo nuclear con Irán. Creía que Teherán era el principal problema de la política exterior estadounidense. Y, a medida que la penetración iraní en la región aumentaba, su fijación crecía.

Esta obsesión llegó al punto intentar conseguir un visado para viajar a Irán en 2016, cuando Pompeo era aún congresista por Kansas, con el secreto objetivo de tratar de encontrarse con Soleimani y encararse con él, según han explicado amigos cercanos. La visa, finalmente, le fue denegada. Incluso llegó a asegurar a su círculo: "No me retiraré del servicio público hasta que Soleimani esté fuera del campo de batalla".

Pompeo es visto en gran medida como el responsable de la política de "máxima presión" contra Irán y es partidario de una acción militar contra el país. Según varios testimonios, la decisión de Trump de abortar un ataque contra instalaciones iraníes el pasado junio supuso una gran decepción para él. Pero ahora había una nueva oportunidad de darle una lección a Teherán.

Foto: Donald Trump, durante el discurso a la nación. (EFE)

Cuando se produjo el ataque en Kirkuk, Pompeo empezó a construir sus argumentos. Según CNN, ninguno de los presentes en las reuniones —Esper, Milley, Haspel y el asesor de seguridad nacional Robert O’Brien— se mostró contrario a acabar con Soleimani. Pero aún habría que esperar unos días, hasta que otro incidente terminase de inclinar la balanza a su favor.

En Nochevieja, grupos de exaltados asaltaron la Embajada de EEUU en Bagdad, rompiendo la valla y penetrando en el recinto. Mientras los manifestantes vandalizaban algunas áreas de la legación, el personal diplomático se refugió en una zona segura, temiendo por su libertad e incluso por su vida. Muchos pensaron en una reedición de la crisis de los rehenes de 1979, cuando estudiantes iraníes retuvieron a 66 diplomáticos y ciudadanos estadounidenses durante más de un año. Y como en aquel entonces, la Guardia Revolucionaria era quien realmente movía los hilos. Los asaltantes eran miembros de las milicias iraquíes pro-Irán, en una operación coordinada por Soleimani. El asedio duró poco más de un día, pero el daño estaba hecho.

placeholder Trump en una videoconferencia con militares en su 'resort' Mar-a-Lago en Florida. (Reuters)
Trump en una videoconferencia con militares en su 'resort' Mar-a-Lago en Florida. (Reuters)

Un presidente furioso

A 9.000 kilómetros de allí, el hombre más poderoso del mundo contemplaba iracundo las imágenes del incidente en un televisor gigante en su residencia en Florida. Lo que tenía en mente no era Teherán en 1979 sino otra crisis más reciente: Bengasi en 2012. Aquel episodio, en el que milicias yihadistas asaltaron el consulado estadounidense en el este de Libia y mataron al embajador Chris Stevens y a tres militares norteamericanos, fue explotado políticamente por el Partido Republicano para arremeter contra la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton, acusándola de negligencia y mala fe. Lo último que Trump quería era un escándalo en sentido inverso. Y por el contrario, una acción contundente le haría parecer fuerte frente a su predecesor Obama, al que tanto detesta.

Si no les responde nunca, Irán creerá que puede salirse siempre con la suya

Al día siguiente se celebró un cónclave en Mar-a-Lago para decidir qué medidas adoptar. Según una fuente del 'Washington Post', altos cargos le recordaron a Trump que después de que Irán hubiese minado barcos, destruido un dron estadounidense y probablemente atacado una instalación petrolífera saudí, no había respondido. "Si no les responde nunca, creerán que pueden salirse siempre con la suya", le dijo un alto funcionario de la Casa Blanca, probablemente el propio Pompeo.

La decisión había sido tomada. Irían a por Soleimani. Para horror de muchos planificadores del Pentágono y admirado asombro de otros, el presidente había optado por la opción más arriesgada. Una que podría llevarlos al borde de una guerra con Irán que afectaría a todo Oriente Medio.

Cazar al hombre sin rastro

Qassem Soleimani no era un hombre descuidado. Según han descrito sus asociados tras su muerte, el general utilizaba diferentes puntos de entrada a Irak para reducir la posibilidad de un atentado. A veces volaba a Bagdad, a veces a Nayaf, a veces al Kurdistán iraquí, desde donde se desplazaba en coche hasta la capital. En ocasiones cruzaba directamente desde Irán en el puesto fronterizo de Munthiriya.

"Siembre habían viajado sin fecha previa y sin anunciar su destino. Usaban aerolíneas regulares. No pasaban a través de los canales habituales para estampar su pasaporte en los aeropuertos. No utilizaban 'smartphones' y se movían en coches ordinarios con el menor número posible de gente", explicó un líder cercano a Al Muhandis a la publicación 'Middle East Eye' tras su muerte. "Sobre todo, era difícil rastrearles. Pero los aeropuertos de Damasco y Bagdad están llenos de fuentes de inteligencia proestadounidenses. Por eso les han cazado".

Para cuando se dio la orden de eliminar a Soleimani, el general había vuelto a desaparecer. Los servicios de inteligencia estadounidenses activaron todas sus antenas en la zona. De repente, el 3 de enero, alguien avisó de que lo habían localizado en Beirut, donde iba a encontrarse con el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah. Según las fuentes del medio 'MEE', el propósito era discutir los preparativos que iba a adoptar la milicia libanesa ante una posible confrontación regional con EEUU. Soleimani evitó pasar en el Líbano más tiempo del estrictamente necesario y en cuanto pudo se dirigió en coche a Damasco. Allí abordó un vuelo a Bagdad, cuya salida se retrasó dos horas por motivos desconocidos.

Abu Mahdi Al Muhandis, el segundo cabecilla de las Milicias de Movilización Popular iraquíes, tampoco dejaba nada al azar. Fue informado con escasa antelación de que Soleimani se disponía a aterrizar en el aeropuerto de la capital iraquí. Inmediatamente preparó un pequeño convoy compuesto por un minibús Hyundai Starks y un Toyota Avalon, pensados para no llamar la atención, y se dirigió al aeropuerto. Allí, el vuelo de Damasco, de algo más de una hora de duración, aterrizó poco después de la medianoche. A Soleimani y sus compañeros se les permitió acceder por una vía especial, evitando la fila de pasaportes.

Foto: Predator MQ-9 Reaper (Foto: USAF)

Lo que no sabían era que un dron MQ-9 Reaper había despegado de una ubicación desconocida —probablemente una base en Qatar— y se había colocado en las cercanías del aeropuerto de Bagdad, esperando a los vehículos. Estados Unidos todavía debía resolver un pequeño detalle: quién recibiría a Soleimani en el aeropuerto. Si eran miembros del Gobierno iraquí, nominalmente aliados de EEUU, el ataque tendría que ser cancelado. Pero alguien sobre el terreno, creen los responsables de las milicias, identificó a la comitiva de recepción como miembros de Kataib Hezbolá.

A las 17:00 horas en EEUU —01:00 de la madrugada en Bagdad—, el presidente Trump dio la luz verde definitiva a la operación. El dron esperó a que los vehículos saliesen del aeropuerto y se colocó sobre ellos. A la 1:45, un misil hizo estallar el Hyundai, al tiempo que un segundo proyectil explotaba junto al Toyota. El coche trató de acelerar, pero un tercer misil lo voló por los aires. Las carrocerías en llamas iluminaron la noche bagdadí durante largo rato. Las autoridades iraquíes necesitaron horas para identificar a las víctimas.

Una derrota para Irán… por ahora

Muchos observadores se llevaron las manos a la cabeza tras el ataque. Si antes del bombardeo de Sharyat en 2017 la Casa Blanca había seguido el proceso de consulta normal con altos funcionarios, esta vez casi todos se enteraron por las noticias. Ante las críticas, la respuesta de Trump fue publicar un tuit con la bandera de Estados Unidos.

Pocos dudaban de que habría consecuencias. Al día siguiente, el Parlamento iraquí votó una resolución exigiendo la salida de las tropas estadounidenses del país, una cuestión todavía no resuelta. En Irán, los funerales y muestras de duelo y rechazo por la muerte de Soleimani fueron las concentraciones más multitudinarias desde la Revolución Islámica. Y todos, desde la hija del general asesinado hasta el Líder Supremo, Alí Jameneí, el presidente Hassan Rohaní o los iraníes de a pie, exigían venganza. Hossein Deghan, el asesor militar de Jameneí, afirmó que esta sería "militar y contra instalaciones militares. Y será el propio Irán quien la lleve a cabo".

Foto: Donald Trump, hablando por teléfono, en una imagen de archivo. (Reuters)

Así fue. Durante tres días, el mundo aguantó la respiración ante la posible respuesta iraní, hasta que en la madrugada del 7 al 8 de enero la fuerza aérea de Irán lanzó una treintena de misiles contra dos bases militares iraquíes que alojaban a soldados estadounidenses. El ataque estaba pensado para enviar un mensaje a Washington, pero evitando causar bajas en la medida de lo posible. El ejército iraní avisó a las autoridades iraquíes de que iba a producirse el ataque.

La conversación llegó a los servicios de inteligencia de EEUU, por lo que sus tropas pudieron ponerse a cubierto antes del impacto de los proyectiles. No hubo muertos y muy pocos daños materiales. La jornada acabaría siendo una derrota estratégica para Irán después de que sus baterías antiaéreas derribasen accidentalmente un avión ucraniano de pasajeros que estaba despegando del aeropuerto de Teherán.

Foto: Restos del avión derribado en Teherán. (EFE)

La Casa Blanca ha optado por no seguir incrementando las tensiones, optando por una nueva ronda de sanciones contra Irán. La doble decapitación de Soleimani y Al Muhandis ha dejado a las milicias iraquíes sin liderazgo, confusas y en un estado de caos, según admiten desde sus filas. Ahora mismo, se lamentan, no están en condiciones de seguir atacando a Estados Unidos. Mientras tanto, Trump alardea de la muerte de Soleimani en los mítines para su reelección, jactándose de haber "servido justicia al estilo estadounidense" y arremetiendo contra el Partido Demócrata por no respaldarle ciegamente.

El heredero del iraní, su veterano lugarteniente Esmail Qaani, ha prometido expulsar a EEUU de Oriente Medio, pero carece del carisma de su antecesor y es improbable que pueda lograr el mismo ascendiente sobre las redes 'proxy' en el extranjero. Pero Soleimani, pese a su leyenda, era una mera pieza de un engranaje bien engrasado. Tarde o temprano, Irán cubrirá el hueco que ha dejado. Numerosos expertos creen que la venganza de Irán aún no ha tenido lugar, y que cuando llegue, esta vez sí, habrá muertos sobre la mesa. Sea como fuere, Oriente Medio ya no es el mismo.

Aquel primer ataque llegó de forma inesperada. El pasado 27 de diciembre, poco después de la puesta de sol, un vehículo militar se aproximó con cautela a la base K1 en la conflictiva ciudad iraquí de Kirkuk, a 250 kilómetros al norte de Bagdad. Se colocó en posición. A las 19:30 horas, el vehículo, portador de una batería lanzacohetes Katyusha, disparó 31 proyectiles de 107 milímetros contra una base que acogía a un centenar de instructores militares estadounidenses y de otros países. Nawres Walid Hameed, un contratista e intérprete norteamericano de origen iraquí, murió en el bombardeo. Varias personas más resultaron heridas.

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