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La redención de Marty Tankleff: 17 años en prisión por matar a sus padres. Él no lo hizo
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lleva una década luchando por otros presos

La redención de Marty Tankleff: 17 años en prisión por matar a sus padres. Él no lo hizo

En 1988, siendo un adolescente, fue acusado de acabar con la vida de sus progenitores y condenado gracias a una confesión fraudulenta. Hoy lucha para evitar que a otros les suceda lo mismo

Foto: Un guardia es visto tras los barrotes en la prisión estatal de San Quintín, California. (Reuters)
Un guardia es visto tras los barrotes en la prisión estatal de San Quintín, California. (Reuters)

Sin hacer siquiera la primera pregunta, Marty Tankleff arranca a hablar: "Deberías enseñarle a la policía cómo se utiliza esto para grabar los interrogatorios". Un simple gesto del periodista, situar la grabadora frente a los entrevistados, se convierte en la chispa que ilumina uno de los aspectos más oscuros que le llevaron a la cárcel por el asesinato de sus padres. Estuvo diecisiete años en prisión por un crimen que no cometió y por el que hubiera podido pasar entre rejas el resto de su vida. Lleva diez años fuera y tuvo que apelar hasta en diecinueve ocasiones para conseguir su libertad. De habérsela denegado, como en las dieciocho ocasiones anteriores, todavía le faltarían veintidós años hasta poder optar a la libertad condicional.

La historia de Marty Tankleff (Brooklyn, 1971) contiene todos los elementos de una novela negra: asesinatos, policías y fiscales corruptos, familiares que rompen lazos por una herencia, falsos suicidios, huidas, matones..., y, sobre todo, una condena injusta. "Hay días en que no pienso en ello, porque mi vida ha seguido muy bien hacia adelante, pero hay momentos en que me pregunto dónde me encontraba hace diez u once años", reflexiona Marty. Hace tan solo unas semanas llegó a un acuerdo de compensación por 10 millones de dólares con el condado de Suffolk, en el estado de Nueva York, donde fue condenado, y acaba de impartir un curso en la Universidad de Georgetown sobre casos como el suyo, de condenas de prisión injustas, junto a su amigo de la infancia, Marc Morjé Howard (Long Island, 1971). El caso de Marty "cambió realmente mi vida y la dirección de mi trabajo", confiesa Marc. "Le prometí que nunca me rendiría intentando ayudarle hasta sacarle de prisión". Para ello, decidió estudiar Derecho y, aunque su amigo salió antes de prisión, formó parte activa de su defensa. Hoy es profesor de esta prestigiosa universidad norteamericana.

Con Marty libre y habiendo recibido compensación por sus años en la cárcel, el argumento de esta tragedia "está lejos de haber terminado". Cuando se hayan cerrado los flecos del acuerdo, Marty quiere reunirse con el actual fiscal del distrito del condado, "que no tiene ninguna conexión política con los regímenes anteriores. Estamos esperanzados de que con el conjunto de evidencias que hemos recopilado, tendrá el coraje y la integridad para abrir una investigación, imputar a gente y procesarla".

Foto: Corredor de la muerte en la prisión de San Quintín, California, el 29 de diciembre de 2015. (Reuters)
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Todo empezó la mañana del 7 de septiembre de 1988, primer día de vuelta al colegio después de las vacaciones. Marty, entonces un adolescente de 17 años recién cumplidos, bajó las escaleras de su lujosa casa en Long Island y se encontró con el cadáver de su madre, Arlene, de 53 años, y a su padre, Seymour, de 63, todavía inconsciente y agonizando. Moriría semanas después. Habían sido golpeados y acuchillados. La noche anterior se había celebrado en la casa una partida de cartas en la que participó quien para Marty es el asesino: Jerry Steuerman. Un socio de negocios que le debía a su padre una importante cantidad de dinero.

Sin embargo, para la policía el culpable siempre fue el hijo, y eso que Steuerman desapareció del mapa días después tras "vaciar una cuenta bancaria que compartían, fingir su muerte, cambiar de apariencia, utilizar cinco alias diferentes, dejar su coche en marcha con la puerta abierta [en el aeropuerto] y marcharse a California", recopila Tankleff. "¿Y si te digo que nunca fue considerado sospechoso?".

Toda sospecha y la condena recayeron sobre él, que entró en prisión dos años después. No se encontraron las armas homicidas, pero el juicio giró en torno a la supuesta confesión de Marty a los investigadores después de que uno de ellos, James McCready, le mintiera diciendo que su padre había despertado del coma y le había denunciado. Según explicaron en el juicio, esa argucia de McCready hizo que Tankleff confesara el asesinato, aunque después se negó a firmar la confesión. El interrogatorio no se grabó, lo que hubiera resultado fundamental para esclarecer qué pasó en la sala. Marty asegura que estaban obligados a grabar y eligieron no hacerlo "para salirse con la suya". De ahí su reacción ante la grabadora del periodista y su cruzada junto a Marc para que los registros sean obligatorios, "porque, si se graba, protege a todos los que están vinculados. Debería existir una legislación universal", apunta Marty.

placeholder Marty Tankleff y Mark Howard en la Universidad de Georgetown. (C. Pérez Cruz)
Marty Tankleff y Mark Howard en la Universidad de Georgetown. (C. Pérez Cruz)

El rastro del dinero

Su condena se fraguó a partir de una extraordinaria red de intereses y corrupción. "No me gusta utilizar la palabra conspiración. Lo que había era una red clientelar entre los agentes de la ley y el socio de negocios de mi padre", denuncia Tankleff. "Creo que los asesinatos sucedieron gracias a la red de narcotráfico con la que estaban conectados el socio de negocios de mi padre y su hijo. Los agentes de la ley y la justicia criminal la encubrieron". Una red compleja pero que se explica a partir de una debilidad muy humana: la avaricia.

Tal y como apuntan ambos amigos, McCready, el investigador que construyó la confesión de Marty, y que ya en un caso anterior había cometido perjurio, conocía de tiempo atrás a Jerry Steuerman, el principal sospechoso. También el fiscal del distrito de aquel momento, Thomas Spota, que había trabajado en un bufete de abogados que representaba al hijo de Steuerman, un traficante de drogas de cuyo entorno habrían salido los cooperadores necesarios para cometer el crimen. Para complicar más las cosas, una medio hermana de Marty, que inicialmente le apoyó, al igual que hizo el resto de la familia, cambió de bando al descubrir que el testamento le dejaba apenas un 20% de la herencia. Ambos vivieron juntos mientras él se encontraba en libertad condicional a la espera de juicio pero, al conocer el testamento, lo echó de casa. "Después de mi condena, fue a por el dinero y montó un negocio con su marido y con... ¡el detective McCready!", exclama Tankleff.

Diez años después de que saliera de prisión, dos de los personajes de la obra vital de Marty están o bien en la cárcel o bien camino de ella. Uno de ellos, James Burke, controvertido jefe de la policía del condado de Suffolk, está en prisión por sus prácticas violentas durante el interrogatorio de un sospechoso. Por su parte, Thomas Spota está imputado por encubrimiento. Como señala Marc Howard, la fama precedía a las prácticas de la justicia en este condado. "La media nacional de confesiones en casos de homicidio es del 48 al 50%. En el condado de Suffolk, en Nueva York, en la década de los 80, en la que interrogaron a Marty, del 94%. Hubo un año que incluso fue del 97% y se hicieron unas camisetas con ese número. Piensa en ello, es imposible. Tenían hasta la confesión de un tipo que estaba en Brasil en el momento del asesinato", dice Howard.

Foto: Imagen del exterior de la prisión nortemaericana de Guantánamo, en Cuba. (Reuters)

La suerte de Marty Tankleff empezó a cambiar el día en que contrató a un investigador privado que "hizo lo que la mayoría de investigadores hacen" y la justicia del condado no hizo. Es decir, seguir el rastro del dinero. "Empezó con Steuerman, con su hijo, con sus socios criminales, y encontró a Glen Harris, un antiguo preso, que fue quien habría conducido el coche [en la noche de los asesinatos]. La primera respuesta de Harris [al verse descubierto] fue que había estado esperando ese día desde hacía trece años", explica Marty. Con esos mimbres, un buen equipo de abogados y la ayuda de su amigo Marc que, entre otras cosas, firmó un escrito incorporado a la apelación y un artículo de opinión en 'The New York Times' que puso el foco sobre el caso, Marty logró salir de prisión en diciembre de 2007.

Muchas horas de esos diecisiete años de prisión, Marty las pasó en la biblioteca de Derecho de la cárcel. "Trabajé en ella durante doce o trece años, trabajé en mi propio caso y en otros", explica. Marc sugiere que eso fue lo que le salvó dentro de la prisión, porque Marty se convirtió en un buen abogado dentro y los presos requerían su ayuda. Desde el exterior, ya como abogado profesional, busca ahora sacar de la cárcel a quienes la padecen injustamente. Junto a Howard, acaban de finalizar en Georgetown un curso de seis meses en el que los alumnos han trabajado sobre cuatro casos. Cada año, son cientos los presos que salen de prisión por esta causa en los Estados Unidos. Según Marc, "son solo la punta del iceberg. Fácilmente podemos estar hablando de decenas de miles de casos, de cientos de miles con el paso del tiempo". Cifra que explica en parte la tan norteamericana costumbre de aceptar la culpabilidad para reducir condena que ofrecen a muchos acusados. En algunos casos, y aun siendo inocentes, aceptan el acuerdo ante el riesgo de salir peor parados en un juicio.

Howard abomina del sistema judicial estadounidense y lo califica de "Unusually cruel" (Extraordinariamente cruel) en un libro que publicó en 2017. Según refiere, el racismo, la religión, la política y los negocios son los cuatro pilares de un sistema que tiene el mayor porcentaje de población reclusa del mundo. El racismo, porque "la encarcelación masiva de afroamericanos es la versión actual de la esclavitud"; la religión, "porque en este país tenemos creencias fundamentalistas muy fuertes, con una visión muy punitiva"; la política, "porque la mayoría de las campañas de jueces y fiscales se basan en ser duros con el crimen, castigar a la gente y sentenciarla a muerte"; y los negocios, porque "las prisiones son toda una industria. En los noventa construían una prisión cada diez días". En sus propias palabras, "un monstruo muy difícil de enfrentar" al que Marty Tankleff se sigue enfrentando por partida doble: para liberar a presos inocentes como él y para encarcelar a los asesinos de su padre.

Sin hacer siquiera la primera pregunta, Marty Tankleff arranca a hablar: "Deberías enseñarle a la policía cómo se utiliza esto para grabar los interrogatorios". Un simple gesto del periodista, situar la grabadora frente a los entrevistados, se convierte en la chispa que ilumina uno de los aspectos más oscuros que le llevaron a la cárcel por el asesinato de sus padres. Estuvo diecisiete años en prisión por un crimen que no cometió y por el que hubiera podido pasar entre rejas el resto de su vida. Lleva diez años fuera y tuvo que apelar hasta en diecinueve ocasiones para conseguir su libertad. De habérsela denegado, como en las dieciocho ocasiones anteriores, todavía le faltarían veintidós años hasta poder optar a la libertad condicional.

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