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#Metoo entre cooperantes: la 'cultura del abuso sexual' en las ONG humanitarias
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LA VIOLENCIA SEXUAL, UN RIESGO SUBESTIMADO

#Metoo entre cooperantes: la 'cultura del abuso sexual' en las ONG humanitarias

Según una encuesta entre trabajadores en este sector, un 69% -casi todas mujeres- afirman haber sufrido acoso, abusos o agresiones sexuales. En muchos casos, sus propias organizaciones los tapan

Foto: Varios refugiados sirios esperan en una estación de autobuses en Edirne, Turquía. (EFE)
Varios refugiados sirios esperan en una estación de autobuses en Edirne, Turquía. (EFE)

Nadie respondió a sus llamadas de auxilio. Durante horas, los cooperantes refugiados en un edificio del complejo residencial Terrain, en Juba, capitán de Sudán del Sur, habían llamado por teléfono desesperados para implorar que alguien viniera a rescatarlos mientras una turba de un centenar de soldados sursudaneses intentaba entrar en el recinto el 11 de julio de 2016. Llamaron a los cascos azules, los soldados de la misión de paz de Naciones Unidas, cuya base estaba a poco más de un kilómetro; a las embajadas, incluida la de Estados Unidos; a todos sus contactos. Y mientras sus llamadas de socorro se topaban con oídos sordos, la puerta de acero tras la que se guarecían cedió.

A un periodista sursudanés le pegaron un tiro en la cabeza. A los trabajadores humanitarios los redujeron a golpes, encañonándolos con sus fusiles y disparando a diestro y siniestro, relataron después los supervivientes a la prensa. Luego preguntaron a las mujeres cuáles de ellas eran americanas. Una de las estadounidenses terminó con un fusil AK-47 apuntando a su cabeza: “O te acuestas conmigo o te violaremos todos y luego te pegaremos un tiro”. La mujer sobrevivió pero fue violada por 15 hombres. Sus compañeras, occidentales de varios países y sursudanesas, corrieron la misma o parecida suerte.

El caso de estas violaciones en Sudán del Sur llevó a las portadas de los periódicos uno de los peligros a los que se enfrentan los trabajadores -sobre todo las trabajadoras- humanitarios: la violencia sexual, un riesgo que, como quedó de relieve tras conocerse la pesadilla del complejo Terrain, había sido infravalorado por las organizaciones que empleaban a las víctimas. En un país sumido en una guerra cruenta que enfrentaba a los rebeldes del antiguo vicepresidente Riek Machar con el presidente Salva Kiir y el ejército del país, el único plan de huida previsto era que los cooperantes saltaran por el muro posterior de la residencia tras haber cubierto la alambrada de espino con unas mantas, algo imposible el 11 de julio de 2016 porque los agresores rodeaban todo el recinto.

Foto: Captura de pantalla del documental "La historia de Jamie", producida por la ONG Unchained at last, donde esta mujer casada cuando era menor con un hombre que le doblaba la edad, relata su vida.

Quienes trabajan en el campo de la ayuda humanitaria son elevados a menudo a la categoría de héroes; al olimpo de seres motivados por la vocación de ayudar al prójimo a levantarse de la sinrazón de la guerra o de la miseria. Sin embargo, los valores que muchos humanitarios defienden incluso al precio de sus vidas, no están presentes en todos aquellos que trabajan en un sector que en las últimas décadas se ha profesionalizado para convertirse en una industria, la industria de la ayuda. Y en esa industria también hay depredadores sexuales que muchas veces están dentro de las propias organizaciones y no siempre apostados ante las puertas y armados hasta los dientes como sucedió en el complejo Terrain.

Una encuesta entre trabajadoras humanitarias publicada en octubre de 2016 por la Red de Mujeres Humanitarias, apuntaba a que la mayor parte de agresiones sexuales sufridas por cooperantes –mujeres y, en mucha menor medida, hombres- son perpetradas por otros “humanitarios”, siempre hombres, pues ni en esta encuesta ni en las escasas otras que existen sobre este fenómeno se han documentado casos de agresoras, aunque sus autores se cuidan de precisar que ello no quiere decir que existan.

De las 1.005 cooperantes de 70 organizaciones, entre ONGs y agencias de Naciones Unidas, entrevistadas por la Red, el 55% afirmaba haber sufrido propuestas sexuales insistentes por parte de un colega, mientras que el 48% denunciaba tocamientos indeseados y un 20% denunció haber sido amenazada con una agresión física con fines sexuales por parte de otro humanitario. Un 4% de las entrevistadas afirmaba haber sido violada.

placeholder Un helicóptero de la ONU aterriza en Pibor, Sudán del Sur, en julio de 2012. (Reuters)
Un helicóptero de la ONU aterriza en Pibor, Sudán del Sur, en julio de 2012. (Reuters)

Drogada y violada en una base de la ONU

Otro estudio elaborado por la ONG “Report the Abuse” (Informa del Abuso), cuya fundadora es Megan Nobert, superviviente ella misma de una violación, arroja resultados similares pero aún más elocuentes. En una encuesta en la que participaron 1.418 trabajadores humanitarios, casi todos mujeres, el 69% afirmaron haber sufrido algún tipo de abuso o acoso sexual en una misión humanitaria y, de ellas, el 30% en más de una ocasión. El 86% de los entrevistados conocía a un colega superviviente de un abuso sexual.

Junto a la paradoja de la posible extensión del fenómeno en un ámbito reputado por sus valores humanistas, sorprende también que, de acuerdo con la encuesta de la Red de Mujeres Humanitarias, el 69% de las víctimas no denunciara la agresión ante sus superiores. ¿Por qué? ¿Qué lleva a una trabajadora humanitaria, normalmente cualificada, a amparar esta ley del silencio? La encuesta ofrece pistas. La primera, que en el 33% de los casos de agresión sexual, el culpable no era otro que el jefe de la mujer. Otra de las razones es que la mayoría del 31% de víctimas que sí denunciaron, declararon luego estar “profundamente insatisfechas” con la respuesta de sus organizaciones.

Los datos del estudio explican esta decepción: sólo en el 19% de estas denuncias el agresor fue castigado mientras que en el 47% de los casos la denuncia no conllevó ningún tipo de consecuencia para el perpetrador. La mayoría de las entrevistadas que había osado denunciar afirmó haber resultado más perjudicadas ellas por haber denunciado que sus agresores.

Foto: Theresa May habla a la prensa ante miembros del Partido Conservador británico, en Westminster, Londres. (Reuters)

Megan Nobert sabe bien lo que es la indiferencia de algunas organizaciones humanitarias hacia unos abusos que a menudo quedan impunes. No sólo porque en países como Sudán del Sur, donde también ella fue violada, no existe una justicia digna de ese nombre, sino porque la propia Naciones Unidas ha encubierto en ocasiones a los agresores, pese a mantener de cara a la galería una política de “tolerancia cero” hacia el abuso sexual.

En febrero de 2015, esta abogada de 28 años especializada en derechos humanos fue violada por otro trabajador humanitario, empleado por una organización subcontratada por Unicef, el Fondo para la Infancia de Naciones Unidas. Durante una fiesta en la base de la ONU en la localidad sursudanesa de Bentiu, el violador añadió a su bebida un cóctel de cocaína, codeína, morfina y oxicodona. Según demostró un análisis de orina que, tras mucho insistir, la joven logró que le hicieran, a Nobert le habían administrado dicha combinación de opiáceos en dosis muy altas para sumirla en la inconsciencia. Lo único que esta humanitaria recuerda de aquella noche es haberse despertado desnuda en su habitación, vomitando por las drogas que le habían suministrado y con la sensación de “haber tenido sexo” pero sin acordarse de ello. Después, varios colegas le contaron con quién se había marchado y el propio sospechoso le escribió reconociendo que “se había acostado” con ella, aunque sin reconocer la violación.

Nobert acusó al hombre pero, ante su denuncia, Unicef y Naciones Unidas se lavaron las manos. Pese a que la agresión había sido perpetrada por una persona que en último término trabajaba para ellos y además en su complejo, lo único que hicieron fue pedir a la organización subcontratada que empleaba al violador que lo despidiera. Paradójicamente, esto privó a la joven de cualquier posibilidad de justicia, pues el agresor abandonó Sudán del Sur y volvió a su Siria natal, otro país en guerra donde era imposible llevarlo ante los tribunales. “Fue como si hubieran barrido mi caso debajo de la alfombra”, declaró esta superviviente.

Sin tener la visibilidad pública de las víctimas del productor hollywoondense Harvey Weinstein, ni de la actriz Alyssa Milano, que dio impulso a la campaña #Metoo (#Yotambién) para que las supervivientes de este tipo de abusos lo denunciaran en Twitter, en 2015 a Megan Nobert se le ocurrió fundar "Report the abuse", una ONG y una plataforma online -ya inactiva- para que las cooperantes rompieran el silencio sobre estos episodios en el sector.

placeholder Miembros de la Cruz Roja francesa preparan un dormitorio para acoger a refugiados de Siria e Irak en Champagne-sur-Seine, cerca de París, en septiembre de 2015. (Reuters)
Miembros de la Cruz Roja francesa preparan un dormitorio para acoger a refugiados de Siria e Irak en Champagne-sur-Seine, cerca de París, en septiembre de 2015. (Reuters)

Aislada en la selva con un acosador

El caso de Ángela*, una cooperante que trabaja para una reputada ONG internacional, fue menos grave: “Era mi primera misión en terreno, en Liberia y mi lugar de trabajo estaba en medio de la nada, en plena selva. Mi superior era un señor casado y con hijos pero, pese a ello, aquello era un ir y venir de chicas [locales] con las que se acostaba. A mí nunca me tocó pero me desnudaba con la mirada. Yo no entendía nada pero después comprendí que se había acostado con todas las occidentales que habían pasado por allí mientras que yo tenía muy claro que nuestra relación era estrictamente profesional. Entonces empezó a hacerme la vida imposible e impedirme que saliera de allí, pues yo necesitaba su permiso si quería ir a la capital, Monrovia, un fin de semana para despejarme o por motivos profesionales. Cuando me marché, justificó su actitud con el argumento de que “estaba muy enamorado de mí”.

Ante casos como éstos, una de las conclusiones para explicar la tolerancia al acoso sexual en el campo de la ayuda humanitaria a la que llega otro estudio elaborado por el centro Feinstein de la universidad de Tufts en Estados Unidos, es que el fenómeno medra al amparo de una cultura “profundamente machista” en las organizaciones humanitarias. El centro Feinstein precisa: “El dominio masculino del poder, espacio y la toma de decisiones en los organismos de ayuda [humanitaria] contribuye a un ambiente machista donde los hombres con poder (…) fomentan un entorno de trabajo y, en el caso de los complejos residenciales [los cooperantes a veces trabajan y viven todos juntos en recintos cerrados] una atmósfera de convivencia donde la discriminación de género, el acoso sexual, las bromas en torno al sexo y la homofobia hacen que florezca la idea de que “un hombre es un hombre”; es decir, una atmósfera de tolerancia que banaliza el abuso sexual, fundamentalmente contra las mujeres y los cooperantes LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales).

Foto: Un bolso junto a un cartel con la etiqueta "#Me too" durante un debate para discutir sobre medidas contra las agresiones sexuales en el Parlamento Europeo en Estrasburgo. (EfE)

Thérèse es la responsable en la República Democrática del Congo de una organización humanitaria de un país del norte de Europa en la que sólo trabajan mujeres, y por su experiencia da fe de lo que define como “hipermasculinización” de los puestos de responsabilidad, especialmente de los responsables de seguridad de las organizaciones: “Una vez por semana se celebra una reunión de una organización que se dedica precisamente a promover la seguridad de las otras ONG (INSO, International NGO Safety Advisor). A esa reunión asisten los jefes de misión [los directores de las ong en el país] y los responsables de seguridad de las organizaciones. Cuando asistimos mi responsable de seguridad, yo y la jefa de misión de otra ONG que trabaja en violencia sexual, somos tres mujeres y unos 50 hombres”.

El informe del centro Feinstein relaciona este poder en manos fundamentalmente masculinas con la escasa importancia que muchas organizaciones humanitarias dan a la prevención de la violencia sexual y el apoyo a las víctimas. En lo que de alguna manera confirma que la cooperación internacional sigue siendo un “club de hombres” -cooperantes citadas en el texto lo definen así- la asistencia a las víctimas de violencia sexual es a menudo deficiente. Con excepciones, y el informe cita a una ONG cuyos protocolos en materia de prevención y de asistencia a los supervivientes de violencia sexual considera ejemplares: Oxfam.

En la mayoría de organizaciones humanitarias, la asistencia que se ofrece a las víctimas es a veces tan insuficiente que, por ejemplo, en el caso de las violaciones del complejo Terrain, las supervivientes ni siquiera pudieron acceder en Sudán del Sur al “kit PEP”, el cóctel de medicamentos que si se administra a la víctima antes de 72 horas puede evitar un embarazo y el contagio de enfermedades como el sida. Para recibir ese tipo de asistencia sanitaria, estas mujeres tuvieron que ser evacuadas a otros países. Las extranjeras, porque a las cooperantes sursudanesas violadas tampoco las evacuó nadie.

*Los nombres de las cooperantes han sido cambiados para proteger su identidad

Nadie respondió a sus llamadas de auxilio. Durante horas, los cooperantes refugiados en un edificio del complejo residencial Terrain, en Juba, capitán de Sudán del Sur, habían llamado por teléfono desesperados para implorar que alguien viniera a rescatarlos mientras una turba de un centenar de soldados sursudaneses intentaba entrar en el recinto el 11 de julio de 2016. Llamaron a los cascos azules, los soldados de la misión de paz de Naciones Unidas, cuya base estaba a poco más de un kilómetro; a las embajadas, incluida la de Estados Unidos; a todos sus contactos. Y mientras sus llamadas de socorro se topaban con oídos sordos, la puerta de acero tras la que se guarecían cedió.

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