Acoso, el tabú de Bruselas que afecta tanto a eurodiputadas como a becarias
La irrupción de la campaña #Metoo ha hecho aflorar casos de acoso sexual hasta ahora desconocidos en Bruselas. Aunque no todos sucedieron en el PE, la cifra asombra
Cuando Ángela Vallina ocupó en 2014 un escaño en el Parlamento Europeo de la mano de Izquierda Unida, se decidió por entrar a formar parte de la Comisión de Derechos de la Mujer, un órgano volcado en las políticas de igualdad. Entonces no se lo podía imaginar, pero tres años después se iba a sentar en el hemiciclo con un cartel en el que se podía leer “#Metoo”. Con él revelaba que ella también ha sido acosada, ni más ni menos que por un compañero, al que aún no se siente preparada para apuntar públicamente.
La irrupción de la campaña #Metoo ha hecho aflorar casos hasta ahora desconocidos en Bruselas. Una de sus caras visibles es la alemana Terry Reintke, que entró al Parlamento Europeo antes de cumplir la treintena. A la representante de Los Verdes le han explicado que es “demasiado guapa” para estar en política. Incluso que es “demasiado fea”. Y una vez, escuchó a otro político, durante un acto oficial, decir que estaba “contento de que haya tantas mujeres en política, porque al menos hay algo a lo que mirar”.
Estas historias no son la excepción, pero la mayor parte de ellas nunca salen a la luz. La Eurocámara cuenta con una comisión de seguimiento y denuncia de casos de acoso, pero su efectividad es cuestionable. “Hay un tabú para hablar de ello”, comenta una mujer que trabaja en la institución. “Está formada por tres eurodiputados, de los cuales dos son hombres. Luego hay un asistente y un funcionario. ¿Quién va a denunciar ahí?”, reflexiona.
Las denuncias tras más de tres años de funcionamiento no superan la veintena, pese a que los casos aireados en la prensa -y muy especialmente por 'The Times'- en una semana quintuplican esa cifra. Aunque no todos sucedieron en el PE, la desproporción asombra.
Una cuestión de poder
Hay campañas en marcha. Carteles contra el acoso. Panfletos y sesiones de entrenamiento para prevenir estas agresiones, que, sin embargo, siguen sucediendo. Los agresores suelen sentirse impunes. Quizás, porque la gran mayoría no acaban pagando por lo que hacen, amparados por el silencio de testigos y víctimas. Es difícil hablar cuando esto te sitúa en el disparadero. “¿Por qué no hay más mujeres hablando de esto? Porque el sexismo y la complicidad siguen siendo muy fuertes, hay que luchar contra esta cultura misógina”, lamenta eurodiputada Eleonora Forenza.
¿Si esto le pasa a una eurodiputada, por qué no le va a pasar a cualquiera? La igualdad entre hombres y mujeres es ley en Europa desde 1957, cuando se puso, negro sobre blanco en los tratados comunitarios. Y, sin embargo, una de cada tres mujeres han experimentado la violencia psicológica o sexual, más de la mitad han sufrido acoso y, en un tercio de los casos, de manos de su jefe, colega o incluso cliente. Es contraintuitivo, pero las cifras no mejoran cuando más alto se sube en el escalafón social, sino todo lo contrario. Cuanto más cerca del poder, más acoso sexual. Quizás la erótica del poder no era lo que pensábamos.
Ha sido necesaria una campaña iniciada al otro lado del Atlántico -en Hollywood, en torno al productor Harvey Weinstein- para que se rompa el silencio sobre el acoso cotidiano que sufren las mujeres en el corazón de la Unión Europea. Bruselas y sus instituciones se encuentran en la vanguardia de la lucha por la igualdad, y con todo son el escenario habitual de “depredadores sexuales”, en palabras de una de sus víctimas. Y no hay cargo, reputación o actitud que asegure a las mujeres que están a salvo.
“Si no vienes a mi hotel”
“No te dabas cuenta de que buscaba tus ojos durante toda la reunión. ¿Cómo has dicho que te llamas?”. “Si no vas a venir a mi hotel, ¿por qué me haces perder mi tiempo?”. “Lo que sucede es que le estamos mirando, señorita”. “Te quedaría bien un vestidito de flores”. Todas son frases dirigidas por hombres a mujeres mientras desempeñaban su trabajo en la “burbuja europea”. A partir de estos episodios, la confianza se resiente y la sensación de alarma aumenta. Las mujeres sienten que tienen que medir sus pasos. Y que ellas son las únicas responsables de evitar un acoso que, cuando lo sufren, las hace sentirse sin recursos.
En Bruselas, uno de los más altos cargos de la instituciones comunitarias le preguntó a una corresponsal durante una entrevista si tenía novio y si no querría conocer a su hijo. Hay un fotógrafo que se dedica a retratar a mujeres jóvenes mientras trabajan, sin que ellas lo sepan. Hay un ministro, ahora reconvertido, que se pasa una rueda de prensa mirando fijamente las piernas de una mujer sentada en primera fila. Hay colegas que se dedican a evaluar sexualmente a sus compañeras de filas. Incluso hubo un primer ministro italiano es cazado mientras observa el trasero de su colega danesa.
La responsabilidad de los hombres
Aún así, el acoso sigue tratándose como un asunto de mujeres. La imagen del plenario prácticamente vacío durante el debate sobre acoso sexual que se celebró este miércoles en Estrasburgo es chocante, pero lo es aún más que de la cuarentena de diputados que tomaron la palabra, solo cinco fueran hombres. Uno de ellos fue Ernest Urtasun. “Esto es responsabilidad también nuestra, tenemos que denunciar cuando veamos estas situaciones”, dijo.
Parece que no solo lo esencial es “invisible” a los ojos. El acoso es difícil de detectar, incluso para algunas de sus víctimas, que antes de relatar sus experiencias les quitan hierro de antemano. A la pregunta de si han sufrido acoso, muchas mujeres contestan que no. Por el contrario, si se les plantea si han vivido alguna situación en las que las han incomodado, ofendido o infravalorado por ser mujer, la respuesta cambia: “Un millón, las mismas que todo el mundo“.
Muchas normas, pero poca acción
La idea de acoso se asocia aún a algo próximo a la violación, mientras que el resto se considera algo que hay que tolerar. El listón está muy alto, incluso en Bruselas. Y, sin embargo, hace más de 15 años que en estas mismas instituciones se aprobó la Directiva de Igualdad en la que se definen con claridad y se prohíben estas agresiones. Acoso es “un comportamiento no deseado relacionado con el sexo de una persona con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de la persona y de crear un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo”. Hay muchas palabra escritas al respecto, pero pocos hechos.
“Tenemos muchas leyes, proyectos, directivas, códigos de conductas, medidas políticas y un arsenal legal que cubren la mayor parte de estos actos. Pero ahora hay que centrarse en aplicarlas, y aquí hay trabajo que hacer”, avisa Cecilia Malmström, comisaria europea de Comercio. La clave, apunta, es hacer autocrítica y, muy en especial, los hombres: “Tenemos que mirarnos a nosotros mismos y ver qué hemos hecho (…) pero lo más importante es apoyar a las víctimas. Los hombres tenéis que levantar la voz, tenéis que decir que no está bien lo que le están haciendo a esa mujer”.
Cuando Ángela Vallina ocupó en 2014 un escaño en el Parlamento Europeo de la mano de Izquierda Unida, se decidió por entrar a formar parte de la Comisión de Derechos de la Mujer, un órgano volcado en las políticas de igualdad. Entonces no se lo podía imaginar, pero tres años después se iba a sentar en el hemiciclo con un cartel en el que se podía leer “#Metoo”. Con él revelaba que ella también ha sido acosada, ni más ni menos que por un compañero, al que aún no se siente preparada para apuntar públicamente.
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